Uno de los roles principales desempeñados por los templos cristianos es el relativo a su condición de espacio funerario, donde los fieles reciben sepultura en épocas precedentes, pues el concepto de camposanto, de cementerio tal y como lo conocemos, experimenta un desarrollo propio a partir especialmente del siglo XIX cuando se busca mejorar las condiciones de salubridad de las ciudades, alejando para ello de los espacios urbanos habitados y consolidados a los espacios para la muerte, produciéndose de tal modo una separación hasta entonces no común entre los espacios para la vida (la ciudad habitada) y los referidos espacios para la muerte, a los que se venía reservando un lugar propio en las entrañas, por así decirlo, de los templos cristianos (iglesias, conventos…).
De este modo, y en el caso de Puerto Real, el primer cementerio, tal como lo concebimos hoy día (un lugar creado ad hoc para albergar únicamente sepulturas, generalmente alejado como venimos señalando de los cascos urbanos de las poblaciones), no se creará en el caso de Puerto Real hasta inicios del siglo XIX, y sería ubicado junto a la que fuera iglesia de San Benito (no la actual, sino la histórica, desaparecida en el siglo XX), un espacio que cobrará verdadera entidad a partir de la epidemia de fiebre amarilla que se abatirá sobre la población de la Bahía de Cádiz en el año 1800. Con anterioridad los vecinos de la Villa recibían sepultura en el interior de las diferentes iglesias, tanto parroquial como conventuales, y ermitas de la localidad, o, es de contar con ello, en ocasiones en camposantos anejos, inmediatos, a las mismas, sin olvidar el cementerio junto al desaparecido Hospital de la Misericordia y su templo de San Juan de Letrán, donde los más pobres de la población, imposibilitados de poder pagarse un entierro digno, recibían una sepultura de caridad. El motivo de elección de uno u otro lugar para ser inhumado dependía de muchos factores, siendo que el factor económico y el devocional venían a ser los de mayor predicamento e influencia.
Pese a esta aparente variedad de lugares disponibles para el enterramiento, toda vez que Puerto Real contaba con distintos templos repartidos por el conjunto del casco urbano o cercanas al mismo, caso de las de San Andrés, San Benito, San Juan de Letrán, San Roque y San Telmo, así como dos iglesias conventuales: la actual de la Victoria, que pertenecía a la congregación de San Francisco de Paula (los frailes Mínimos de la Victoria), y el templo de la Santísima Vera-Cruz, en el perdido convento de Franciscanos Descalzos, ubicado en la que hoy día es su homónima plaza. A pesar de todo ello, el lugar que tendría preferencia para los portorrealeños como espacio funerario sería la Prioral de San Sebastián.
Se conserva, por el momento único, de esta función sepulcral en dicho templo, (amén de cuantiosos restos humanos que sabemos están ahí), un elemento como es la lápida del que fuera III conde de Vega Florida, el comerciante don Francisco De la Rosa y Levazor, y de su esposa doña Manuela Arnaud[1], la cual se halla en un pequeño camarín bajo la actual capilla del Sagrario, aunque hay motivos para pensar que esta no fue su original ubicación, encontrándose dicho elemento deslocalizado respecto a su posible emplazamiento original.
Debido a esta situación, causada por las reformas del edificio parroquial, y a la espera de un necesario estudio arqueológico, la fuente que atestigua este hecho son las pruebas documentales que hallamos, por ejemplo, en el gaditano Archivo Histórico Provincial, lugar donde descansa una gran e interesantísima cantidad de documentos en su conjunto; estos son los denominados protocolos notariales de Puerto Real, es decir, toda la documentación que fue realizada ante los diferentes notarios o escribanos públicos de la Villa desde el siglo XVI al XIX, entre los que se encuentran los testamentos de aquellos portorrealeños que los realizaron (no todo el mundo testa, normalmente sólo aquel que dispone bienes…).
Estas cartas de últimas voluntades están sin duda entre los documentos más ricos e interesantes gracias a la gran cantidad y variedad de información que nos proporcionan. Entre otras opciones nos permiten, a partir de su estudio, ver quién, dónde, cuándo y cómo recibían sepultura las personas que testaban; un ejemplo de interés sobre la información funeraria que contienen algunos de estos documentos es el testamento del capitán portorrealeño y caballero de Santiago, don José de Herrera, que fuera otorgado en nuestra localidad en 1701; aunque el protagonista del mismo no recibe sepultura en la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, el documento resulta de gran utilidad; dice así:
…mando que si falleciere en esta villa, que antes de expirar me lleven a la Iglesia y Hospital de la Misericordia de ella en una estera o colchón, con una manta, sin sábanas y una almohada sin lienzo, y después de haber expirado se pondrá dicho mi cuerpo en las andas de dicha Misericordia, y se me llevará a la plaza pública de esta villa para que allí un buen cristiano me pida por amor de Dios una limosna para una misa y de dicha plaza, siendo hora de enterrarme, se me volverá a dicho hospital, y en él se me enterrara en la puerta principal, dentro de dicha iglesia, para que todos los que entraren en ella pongan los pies en mi sepultura, y en cuanto al oficio de entierro que se me ha de hacer, sea el que se acostumbra hacer a los pobres y que sea la voluntad de doña Ana Jacoba de Aranguren, mi legítima mujer…[2].
Desde los primeros tiempos del cristianismo los fieles trataban de recibir sepultura en la proximidad de un lugar sacro. El cristiano confía en la resurrección de los cuerpos el último día, y en los primeros tiempos de la iglesia romana todos procuraban contar con reposar en un lugar santo, dotado además de la protección de intercesores sagrados. Esto convertía a los templos en el lugar más idóneo para recibir sepultura, máxime si consideramos otra serie de razones, como que el feligrés solía tener mayor apego hacia aquel lugar donde asistía habitualmente a los diversos oficios litúrgicos, y tras la muerte se pretendía no perder esos lazos de unión con la comunidad de origen; además, en dicho lugar posiblemente reposarían los restos de sus antepasados, de sus familiares, y el peso de la tradición y la familia eran muy fuertes. A todo ello habría de sumarse que siendo enterrado entre los muros de la Prioral el fiel se podría beneficiar de todos los actos sacros allí realizados; de esta forma en los templos cristianos, según palabras de la profesora de la Pascua Sánchez, se producía “una vecindad entre el mundo de los vivos y el de los muertos”[3], una actitud ante la muerte muy diferente respecto a la actual, y que en el caso portorrealeño, por ejemplo, convertiría a la iglesia de San Sebastián en el lugar idóneo para servir de espacio de eterno reposo al difunto; así y por ello, desde que poseemos las primeras noticias documentales sobre el templo de San Sebastián encontramos ya referencias a la función sepulcral del mismo.
Así, ya antes de 1553 existían en este recinto sacro algunos espacios de titularidad privada destinados a contener panteones o nichos familiares, amén de aquellos que, pertenecientes a la fábrica parroquial (esto es, propiedad de la iglesia), eran destinados a portorrealeños que no disponían de la posesión directa sobre los mismos. Para ilustrar estos datos (especialmente la pronta existencia de ciertos espacios de titularidad privada en el ámbito funerario parroquial), es posible aportar la referencia documental de Juan de Salazar, quien en junio de 1553 solicita a través de su testamento recibir sepultura en la Iglesia Mayor de San Sebastián, …en la sepultura de mis padres…; este mismo Salazar además participa en las obras que se llevan a cabo por esos años en el referido templo, según sus deseos, señalando …mando que se den de mis bienes para las obras de la Iglesia de esta Villa que al presente se hacen, cincuenta ducados de oro, los cuales se den al mayordomo de ella para que los gaste en las dicha obra que ahora se labra…[4]; igualmente puede traerse a colación el caso de Juan Sánchez, quien en marzo del mismo año de 1553 menciona su voluntad de …que mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Mayor de esta villa, en la sepultura de mis padres que está junto a la nave de Nuestra Señora.. [5].
Serie «Notas sobre la Prioral de San Sebastián»
Notas sobre la Prioral de San Sebastián (I)
Notas sobre la Prioral de San Sebastián (II)
Notas sobre la Prioral de San Sebastián (III)
Notas sobre la Prioral de San Sebastián (IV)
REFERENCIAS
[1] Sobre la familia De la Rosa, hemos presentado ya diferentes estudios, destacando quizá un artículo centrado en este III Conde de Vega Florida, tomando como análisis su testamento, otorgado en Puerto Real el día 3 de agosto de 1772 (IZCO REINA, M. J. y PARODI ÁLVAREZ, M. J.: “Algunas noticias sobre una familia ennoblecida en el Puerto Real del siglo XVIII. Los Vega Florida (II)”. En Actas de las VII Jornadas de Historia de Puerto Real. Puerto Real, 2000, págs. 45-58).
[2] AHPC. Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 75, f. 131.
[3] PASCUA SÁNCHEZ, M. J. de la: Vivir la muerte en el Cádiz del Setecientos (1675-1800). Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz. Cátedra Adolfo de Castro. Cádiz, 1990, pág. 165.
[4] AHPC. Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 12, s/f.
[5] AHPC. Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 12, s/f.
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- “Burguesía y nobleza ilustrada en la Bahía gaditana del Setecientos: los de la Rosa portorrealeños (II)”, en “Puerto Real Hoy”, [https://puertorealhoy.es/burguesia-y-nobleza-ilustrada-en-la-bahia-gaditana-del-setecientos-los-de-la-rosa-portorrealenos-ii/], 06.VIII.2016.
- “Burguesía y nobleza ilustrada en la Bahía gaditana del Setecientos: los de la Rosa portorrealeños (III)”, en “Puerto Real Hoy”, [https://puertorealhoy.es/burguesia-y-nobleza-ilustrada-en-la-bahia-gaditana-del-setecientos-los-de-la-rosa-portorrealenos-iii/], 13.VIII.2016.
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