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jueves, 25 abril, 2024
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El bizcocho portorrealeño en la Carrera de Indias

Que Puerto Real fue determinante en la geoestrategia marítima de la Monarquía Hispánica a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII es algo fuera de toda duda: no sólo por la misma Fundación de la Villa y los objetivos de la misma (a los que nos hemos acercado en diversas ocasiones en esta misma serie, como fuera el caso de la pasada semana sin ir más lejos, cuando abordamos la cuestión una vez más al tratar sobre el 535 aniversario de la Fundación de la Villa, cumplido el 18 de este mismo mes de junio), sino por la acción de las no pocas instalaciones hacia esta vocación naval orientadas existentes en la localidad, tales como las de los Pagos de El Trocadero, La Matagorda, La Carraca (término municipal portorrealeño hasta 1925, nada menos) o Puente Zuazo, por ejemplo, con fortificaciones destinadas a la defensa de ese núcleo portuario y estratégico de primer nivel que era la Bahía de Cádiz (en la que se inserta nuestra Real Villa), instalaciones portuarias y comerciales, espacios reservados a la construcción naval, astilleros, arsenales, instalaciones fabriles y, en fin, todo un verdadero entramado de variada naturaleza localizado en Puerto Real y destinado precisamente al soporte logístico de esta geoestrategia económica y naturalmente, política y militar de la España de los siglos de la Edad Moderna.

Pese a todo ello, es de señalar que en buena medida todavía nos resulta poco conocida la verdadera dimensión de la relevancia que tuvieron los portorrealeños en sí como conjunto, como cuerpo social, en el ingente conjunto de actividades generadas a raíz del comercio con Ultramar y de la colonización del Nuevo Mundo, así como tampoco conocemos realmente las características, naturaleza y volumen de los productos originarios del término municipal portorrealeño y embarcados –a lo largo del tiempo- en los galeones de Indias.

Galeón español, por Alberto Durero
Galeón español, por Alberto Durero

En el comercio y tráfico marítimo indiano participaron esencialmente desde comienzos del siglo XVI a fines del XVIII (y principios del XIX) las ciudades de Sevilla, Cádiz y Sanlúcar de Barrameda (merced a la ubicación y traslado de la Casa de la Contratación, asentada en Sevilla en 1503 y trasladada a Cádiz en 1717), aunque también habrían de contar con un relativo peso los puertos circunvecinos de Puerto Real, Chiclana y El Puerto de Santa María, contribuyendo por su parte en el despacho y apresto, incluso prestándose para la salida de algunas de las flotas; de este modo estos puertos “satélites” se convertirían en notables suministradores de productos agrícolas, de bastimentos, de suministros, así como de marinos y soldados para la infantería, desempeñando de esta manera un papel crucial en el seno de la dinámica de las relaciones entre las por entonces denominadas Indias y las costas andaluzas.

Sería muy interesante poder desarrollar el estudio del papel desempeñado por Puerto Real en el seno de estas relaciones transoceánicas, considerar el papel de nuestros marinos, desde almirantes y gobernadores como Díaz Pimienta, Garrote o De la Rosa, hasta los marineros, militares, o emigrantes portorrealeños, e incluso Virreyes indianos que residieron en nuestra localidad, como Pedro Messía de la Cerda, así como reconstruir el aspecto mercantil de estas relaciones, los matriculados en dicho comercio, considerando desde los planos cuantitativo y cualitativo los productos locales embarcados hacia Indias, los vinos, aguardientes, aceites, ceras… y la forma en que todo ello influiría en la conformación de la realidad de la sociedad y la economía portorrealeñas de estos siglos.

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Centraremos nuestro interés ahora en uno de dichos productos, de capital importancia en el abastecimiento de las flotas indianas y en el consumo diario de las personas que emprendían una tan larga travesía: el bizcocho (que también recibía la denominación de “galleta marina”, no por casualidad), un producto en la elaboración del cual se especializarían algunas instalaciones fabriles de nuestra relenga Villa en el siglo XVII, llegando a ser el bizcocho portorrealeño uno de los más demandados y de los más apreciados para satisfacer el abasto de las escuadras, hasta el punto de que a consecuencia del peso de esta industria en el contexto económico de la localidad, llegaría a generarse toponimia urbana, de modo que durante años la denominación de una de sus calles sería la de “Horno del Bizcocho”, un espacio del viario local donde en 1798 se continuaba elaborando aún este artículo alimenticio.

Castillo de San Luis de El Trocadero, en Puerto Real
Castillo de San Luis de El Trocadero, en Puerto Real.

No hay que confundir ese bizcocho con lo que actualmente entendemos por este producto: se trataba más bien de una pasta dura, seca, elaborada con salvado de trigo, que se convertía, tras un prolongado consumo en los largos periodos de navegación, en algo si cabe aborrecible y ciertamente monótono, si bien es cierto que contaba con un notable poder nutritivo. Su proceso de elaboración queda reflejado en un testimonio del siglo XVI: …toman la harina sin cerner ni nada y hácenla pan, después de aquello hácenlo cuartos y recuécenlo hasta que está duro como una piedra y métenlo en la galera, las migajas que se desmoronan de aquello y los suelos donde estuvo es mazamorra…

Si bien este producto, de primera necesidad, venía a suponer buena parte de la dieta de aquellos que desde finales del siglo XV tomaban parte en la navegación transoceánica entre Europa y América (una alimentación basada, amén del bizcocho, en el vino, el agua, y en ocasiones aceite, queso y bacalao, por ejemplo), habría de ser a partir de la década de los 30 del siglo XVII cuando los bizcochos producidos en las industrias gaditanas llegarían a tener un papel esencial entre los abastecimientos de los navíos hispanos que zarpaban desde la Península hacia las Indias. De este modo en 1641 tanto los bizcocheros de Puerto Real como los de la vecina localidad de El Puerto de Santa María, de acuerdo con Serrano Mangas, llegarían suministrar el total del acopio de este alimento, un total de 5.000 quintales, siendo el principal abastecedor en dicho año el portorrealeño Bartolomé Lucatelo con una cantidad indeterminada pero más que posiblemente superior a los 1.500 quintales (esto es, unas cien toneladas) en la elaboración de los cuales habría podido emplear más de 2.000 fanegas de trigo.

Este lugar de tanto peso que tomarían por aquellos años del Seiscientos los bizcochos gaditanos (y los portorrealeños en especial) se basaba en la creciente prosperidad de los industriales de la Bahía gracias a las bondades del tráfico indiano, en perjuicio de sus homólogos sevillanos, así como en la inmejorable situación de estas industrias gaditanas respecto a otras, en una zona mejor ubicada para recibir el trigo extranjero, el llamado “trigo de la mar”, lo cual indudablemente abarataba el producto final, favoreciendo ello a los gaditanos frente a los hispalenses, que hasta ese momento habían sido, y desde el lejano siglo XIV, los grandes abastecedores de este producto a sus diversos mercados.

En cuanto a la calidad de los bizcochos hispalenses y gaditanos, es posible traer a colación el parecer de quien fuese Proveedor General de la Armada y Flotas de Indias, don Alonso de Ortega, que en 1644 afirma que el bizcocho que se labra en Sevilla es el mejor de cuantos se fabrican, así por la calidad del trigo como por su beneficio (…) después le sigue el de Puerto Real, y del que se hace en el Puerto de Santa María no se tiene entera satisfacción por no haber prevalecido bien en los viajes de Armadas de Indias…

La tarea de aquellos que se dedicaban al negocio del bizcocho no se circunscribía a la elaboración del producto, sino que también tenían que conseguir el grano y contar con las adecuadas instalaciones donde molerlo. Algunos tenían en este negocio su único medio de vida, pero otros veían en esta actividad el recurso adecuado para complementar sus economías (este sería el caso del antedicho portorrealeño Bartolomé Lucatelo).

Arsenal de La Carraca.
Arsenal de La Carraca.

Es bien conocida la influencia de los grupos de población de origen extranjero en la Bahía de Cádiz durante los siglos de la Modernidad. En el seno de esta colonia extranjera los italianos, y entre éstos fundamentalmente los genoveses, contarían con un notable papel, ya que al calor de la ingente actividad comercial de la zona se asentarían cuando menos ya desde el siglo XVI en la urbe gaditana y en sus puertos inmediatos (si bien la presencia genovesa en este entorno data de mucho antes), donde muchos de ellos acabarían por naturalizarse, dando forma a linajes considerados hoy día plenamente hispanos (y a señeras familias gaditanas), pese al identificable origen itálico de sus apellidos.

Precisamente uno de dichos genoveses asentados en la Bahía gaditana sería Bartolomé Lucatelo, quien se decantaría por la carrera militar dentro de la Real Armada Española, en la que por ejemplo formaría parte, en los años 30 del siglo XVII, de la escuadra del gobernador Massibradi, sirviendo en la misma durante más de ocho años con el rango de capitán. Sería entonces cuando se establecería en Puerto Real, residiendo en la calle de San Telmo (hoy Amargura), junto a las casas del regidor Juan Hurtado, en las inmediaciones de la iglesia de La Victoria.

Como recompensa a sus servicios y sus méritos militares, así merced a su matrimonio con una española, doña María Álvarez, Lucatelo obtendría en 1639 la carta de naturaleza, por la que se le habilitaba además para el desempeño de cargos públicos en los Reinos Hispanos. En estos años ya lo encontraremos bien integrado en la vida política y económica portorrealeña, compartiendo escenario con los principales miembros de la oligarquía local, caso de los Hurtado de Ávila, los Espino, los Jaime, los Díaz Cantillo… y desarrollando su faceta comercial e industrial en y desde la Real Villa, como hemos visto que sucediera, por ejemplo, con su papel en el tema del bizcocho portorrealeño.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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