El pasado jueves 23 de noviembre tuvo lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Puerto Real la cuarta y última conferencia del Ciclo de “Encuentros con la Historia”, que ha organizado el Ateneo Literario de Puerto Real con la colaboración del Ayuntamiento portorrealeño, y que este año 2017 (el primero en que se celebra el referido Ciclo de conferencias del Ateneo) se ha dedicado a la efeméride histórica del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz, que tuvo lugar en la primavera del ya muy lejano año de 1717, en los mismos albores del Setecientos y del establecimiento de la Casa de Borbón en el Trono de España.
El Ciclo de “Encuentros con la Historia” se ha desarrollado a lo largo de todo el año 2017 (a razón, grosso modo, de una conferencia por trimestre), con cuatro ponencias que han corrido a cargo, respectivamente, de Francisco Pérez Aguilar, José Pizarro, Manuel Izco y, finalmente, quien suscribe, Manuel J. Parodi Álvarez, quien dedicaría su intervención del pasado día 23 al papel desempeñado por el eje que conforman el Golfo de Cádiz y el río Guadalquivir como “cosmódromo” en la Historia, esto es, como el espacio geográfico desde el que partirían (y al que llegarían) tantas exploraciones, naves, flotas, armadas, a lo largo de la Historia, como una enorme región protagonista de la no menos enorme interacción entre las geografías peninsular y extrapeninsulares desde los tiempos más remotos hasta nuestros mismos días, un espacio al que el profesor Franco Bazzanti, marino florentino buen conocedor de estas aguas, hace muchos años definiría como el “Cosmódromo de la Modernidad”, y al que nos hemos atrevido a considerar como el verdadero Cosmódromo de la Historia en el contexto no sólo del Suroeste de la Península Ibérica, sino en lo que tiene que ver con la interacción entre el Norte de Europa, la Península Ibérica, África y el Mediterráneo, las navegaciones oceánicas que se lanzarían desde el Suroeste peninsular, las grandes exploraciones defines de la Edad Media y comienzos de la Modernidad, pero también las no menos grandes exploraciones fenicias de la Antigüedad, cuando los hijos de Tanit circunnavegaron África, alcanzaron el Mar del Norte y el Báltico, llegaron a las Canarias, las Islas Afortunadas de la Antigüedad, y posiblemente, quizá, llegaron también a las costas de lo que hoy conocemos como el Continente Americano, hasta, quizá, el Brasil.
Como ya hemos tenido ocasión de señalar en no pocos artículos precedentes a éste (aparecidos en los medios y formatos más diversos, desde hace ya años –pues el tema de la navegación interior en la Antigüedad viene siendo uno de nuestros campos de especialización desde hace más de 20 años), el río, el gran río -pues eso quiere decir su nombre en árabe, “Guadalquivir”- y las tierras que lo abrazan y lo enmarcan (desde las costas del gran Golfo de Cádiz hasta las riberas interiores del Guadalquivir, en el ámbito de la actual Andalucía), son una sola cosa, una realidad que trasciende lo meramente geográfico para ocupar un espacio propio, luminoso y cargado de esencias, en la Historia -con mayúsculas- de la Humanidad.
Por ello quisimos, el jueves 23 de noviembre, trazar un mapa del papel desempeñado por el Guadalquivir (y el Golfo de Cádiz, donde desagua junto a otros grandes cursos fluviales como el Guadiana o el Guadalete, por no entrar en cursos menores del mismo entorno como el Iro o el Palmones, por ejemplo) como espacio desde el que se lanzaban las “naves espaciales” de la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad, esto es, los barcos que navegaban las aguas del río y del Golfo gaditano desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, hasta el momento presente, con la vista puesta especialmente en el contexto de los siglos que van desde finales del XV hasta el traslado de la Casa de la Contratación, a principios del XVIII.
Como hemos señalado en más de una ocasión, nunca insistiremos lo suficiente en el papel que el río Guadalquivir ha jugado históricamente -y juega en nuestros propios días- como agente definidor del espacio en el que nos encontramos, como elemento moderador del paisaje, como diseñador de los perfiles de nuestras tierras, como agente modulador de los caracteres de las gentes de esta geografía, como referente de los desempeños, las actividades, labores y faenas que han conformado la realidad económica, y la vida cotidiana, de quienes nos han precedido en estas tierras, playas, costas y lomas, desde hace milenios.
Certis, Tertis, Tartessos, Baetis, Wad al-Kebir, Guadalquivir, y los nombres por venir, son todas denominaciones que buscan traducir a la escala humana ese milagro natural que representa el curso de nuestro río, de esta maravillosa fuente de vida -verdadera fuente de la eterna juventud, fuente Castalia del lejano Occidente, que hace de Andalucía, tierra tan antigua, una comunidad siempre joven y fuerte- y que da forma a una región histórica, a una comunidad en el tiempo y el espacio que casi no necesita tarjeta de presentación…
Al calor del río y sus tierras aledañas, inmediatas y cercanas, nacerían las primeras poblaciones con entidad e identidad; al calor de la acción del río, se presentarían los primeros pasos de la agricultura en nuestras tierras; al calor del río se formaron las primeras sociedades territoriales organizadas, articuladas y enraizadas en el paisaje; al calor del río encontramos a Tartessos (nombre a la vez del río y de su tierra), con su leyenda -anclada en las brumas de un tiempo casi anterior a la Historia- de leyes en verso, héroes legendarios, animales mitológicos y hombres excepcionales cuyos nombres forman parte de nuestro imaginario cultural colectivo, como los Hércules, los Habis, los Geriones o los Argantonios…
Y todo al calor del río: al calor del río, la entrada de Andalucía en la Historia del Mediterráneo, de la mano de los fenicios y sus nietos cartagineses; al calor del río, Roma. Roma que da nombre a las cosas y las hace presentes en la Historia de la Cultura europea, al calor del río el contacto entre el interior de la vieja Hispania y el Islam magrebí, al calor del río las incursiones de hombres del Norte por nuestras tierras, al calor del río la reentrada del reino de Sevilla, y con él, andando el tiempo, de Cádiz, en el contexto cultural europeo, en la tradición cultural de la Latinidad de la que estas tierras forman parte, sobre los cascos de los septentrionales barcos de Bonifaz, jinetes sobre las olas de las playas onubenses y gaditanas, y sobre las aguas del río, allá por 1248, portadores de las banderas de San Fernando…
Roma, poder emergente de la Antigüedad, encuentra -en su camino de éxito- al Baetis y organiza el territorio en torno suyo, dando carta de naturaleza administrativa a lo que era, desde siempre, una realidad naturalmente asumida y vivida como tal por los habitantes de la región: el romano Augusto, ya emperador, crearía la provincia de la Bética antes incluso de que comience nuestra Era, nuestra forma de organizar el tiempo, dando forma a una entidad administrativa que recoge en sus lindes lo que puede a todas luces considerarse el embrión de la actual Andalucía, con el río, el gran río, el Pater Baetis, como verdadero eje articulador del territorio y alma mater de la nueva estructura administrativa imperial en este Occidente peninsular ibérico.
Roma, pues, se funde con las aguas del río y con las playas del Golfo para crear un espacio administrativo enorme, la Bética, que es la forma con la que –grosso modo– Andalucía se presenta ante la Historia (por primera vez con entidad administrativa como tal), con unos límites definidos y establecidos, si bien de manera aún embrionaria, y muy lejos de la identidad estatutaria, cultural e identitaria con la que hoy cuenta. Es, precisamente, el río Guadalquivir, el elemento definidor de la tierra bética (a la que no me atreveré a llamar andaluza, por cuestiones cronológicas para empezar…), el que le da forma y la proyecta con entidad y unidad hacia la Historia. Y en el río Betis, el que andando el tiempo daría origen, nombre y hasta forma a la mayor parte de la actual Andalucía.
El río y el Golfo de Cádiz son, históricamente, tradicionalmente, puerta de Hispania y de Europa, y ventana hacia África y América, habiendo amparado la navegación, que es el mecanismo universal de contacto entre sociedades humanas distantes entre sí, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Por ello, trirremes fenicias, pentarremes cartaginesas, galeras romanas, dromones bizantinos, naves magrebíes, carracas, carabelas y naos españolas, portuguesas, genovesas…, todas -y todos los que las guiaban, pilotaban y vivían- surcaron sus aguas, unas aguas que dieron forma y sustento a los primeros pasos de tantos y tan enormes descubrimientos geográficos, que es decir científicos.
El río Guadalquivir, y en su desembocadura, el Golfo de Cádiz, son asimismo un verdadero “cosmódromo” de la Historia, de la Antigüedad, de la Edad Moderna, de la Era de los Descubrimientos. Si ya en época romana el río Baetis servía como “lanzadera” para las producciones agrarias de la región, en el tránsito entre la Edad Media y la Edad Moderna, a caballo entre los siglos XV y XVI, se producen algunos de los acontecimientos que marcarían, de manera indudable, un cambio de rumbo en la Historia de la Humanidad, y nuestro río alcanza su cénit histórico.
Entre esos avances y cambios históricos del fin de la Edad Media podemos reseñar la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos, lo que modificaría para siempre el perfil de una parte de Europa, los Balcanes y el Oriente mediterráneo; otro hecho a mencionar sería la invención de la imprenta por Gutenberg, lo que permitiría la extensión del conocimiento merced a la posibilidad de reproducir los textos, los libros, como nunca antes había sido posible, aumentando exponencialmente el volumen y peso del conocimiento al alcance de la sociedad europea de la época.
Pero sin lugar a dudas, serían las exploraciones oceánicas las que marcarían el ritmo de esos cambios históricos, al permitir la ruptura de barreras y fronteras físicas y mentales para los europeos del momento: el mundo, de repente, se hizo mucho más grande, y Europa pudo conocer, gracias a los exploradores portugueses y castellanos, tierras desconocidas para la generalidad de los mortales: las costas y el Sur de África, el Oriente africano, el Océano Índico, la India, el Sureste asiático, Japón y China (que dejaron de ser Cipango y Cathay).
Las primeras exploraciones impulsadas por la Corona de Castilla, motor de las mismas entre los reinos hispánicos, junto a Portugal, partirían en los primeros momentos desde distintos lugares; así, al almirante Cristóbal Colón lo veremos zarpar desde las costas de Huelva y de Cádiz en sus cuatro viajes, y encontraremos ya en estos primeros tanteos exploradores, tan decisivos, que el ámbito del Golfo de Cádiz comienza a jugar un papel fundamental, total, de modo que desde esos primeros momentos, el papel de esta geografía como cabecera y punto de partida de los viajes de exploración no haría sino incrementarse y potenciarse.
Si hoy por hoy los grandes viajes son los espaciales, y sus cabeceras y puntos de partida llevan nombres como Baikonur o Cabo Cañaveral, en la Edad Moderna los grandes viajes serían los oceánicos, como la I Circunnavegación del Globo terrestre, y podemos señalar sin temor a equivocarnos que el gran cosmódromo y punto de partida de los mismos es, precisamente, el paisaje del Golfo de Cádiz y el Guadalquivir: desde aquí el descubrimiento de la tierra firme americana, la fundación de grandes ciudades en varios continentes o la Primera Circunnavegación de la Tierra.
El Golfo de Cádiz, el Guadalquivir y sus territorios cuentan, a través de sus yacimientos arqueológicos, de su caserío urbano, de sus monumentos históricos y artísticos, la Historia de un abrazo singular y enorme: el abrazo entre las tierras, los hombres, la mar y el río, un abrazo hecho danza desde la Antigüedad hasta nuestros días, una danza cuyos pasos no son sino nuestra propia Historia como individuos y como grupo humano.
Porque el Guadalquivir es cosmódromo, la Casa de la Contratación estuvo en Sevilla desde 1503, y porque el Golfo de Cádiz lo es, se trasladó a Cádiz en 1717. Y de ello hablamos el pasado jueves 23 de noviembre en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Puerto Real.
Y de todo ello tuvimos ocasión de hablar el pasado 23 de noviembre, en la conferencia “El Guadalquivir, cosmódromo de la Historia”, que fue presentada por el presidente del Ateneo de Puerto Real, Manuel Villalpando, quien coordinaría asimismo el coloquio abierto al final de la conferencia con el público asistente.
FOTO: Juan M. Rodríguez / Ateneo Literario de Puerto Real