Pasear por las calles de una ciudad histórica, de un casco histórico, es un ejercicio no solamente saludable, que siempre un paseo lo es, sino que puede resultar toda una experiencia muy gratificante, ya que la combinación del paseo (que es de esperar agradable) con la contemplación de destellos de belleza ha de redundar a todas luces en nuestro beneficio.
En el caso del caserío histórico de la Villa de Puerto Real, si observamos con cierta atención, aun sin afanes de precisión, los pequeños detalles que se reúnen para contribuir a engrandecer la estética de nuestra arquitectura, el simple hecho de pasear por nuestras calles puede suponer -insistimos, además de un ejercicio sano y saludable para nuestros cuerpos- una suave forma de descubrir por nuestros propios medios, con nuestros propios ojos una nada desdeñable proporción, un notable volumen de elementos singulares que suelen pasar inadvertidos al ojo de quien no busca detenerse en los contornos de este paisaje arquitectónico, unos elementos singulares por inadvertidos olvidados, unos elementos a los que normalmente, quizá, no prestamos demasiada atención (y a veces, quizá ni la más mínima).
Son muchas las disciplinas que entran a formar parte de nuestro peculiar espacio constructivo (cantería, herrería, carpintería…) pero quizás entre todas ellas, una de las que se lleva la palma del olvido y el desconocimiento sea la azulejería.
Siempre existieron buenas muestras del arte de la loza antigua en patios, casapuertas y fachadas de Puerto Real, muestras que desgraciadamente con el paso de los años se han visto cada vez más mermadas por el abandono progresivo, el deterioro causado por el propio fluir del tiempo, o incluso el expolio al que nuestro Patrimonio Histórico se ha visto sometido con el pasar de los siglos.
En el siglo XVIII, momento en que las ciudades andaluzas alcanzaron urbanística y estilísticamente, y especialmente en lo que se refiere al caso de la Bahía de Cádiz, un cierto apogeo, Puerto Real vivió una prosperidad económica, cultural y social que se reflejaría en su vasto patrimonio urbano, todo ello al calor del comercio transoceánico y del traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz, hecho histórico del que en el presente año 2017 se viene conmemorando el Tricentenario y al que hemos dedicado algunos títulos precedentes en esta misma serie.
El comercio gaditano tan próspero por estas fechas (por el mencionado siglo XVIII) -del que también sería partícipe nuestra ciudad- y que incluía en sus circuitos las relaciones con diversos países del Norte de Europa, quedaría reflejado en series de azulejos de Delft que llegaban hasta nuestra localidad desde Holanda y que decoraban algunas casas particulares, haciéndose visibles en especial en espacios domésticos como patios y zaguanes (esto es, en zonas de convivencia y de transición, de tránsito de las casas, con cuya localización se hacían, por más accesibles, más visibles).
Es posible que otras tipologías de azulejos con «denominación de origen» (de Alcora, Manises…) llegasen hasta aquí fruto de la intensa actividad mercantil de la época; sin embargo, y en lo que se refiere a las producciones patrias, habría de ser la loza de producción sevillana la más abundante, de la cual aún subsisten algunos ejemplares de muy buena calidad en nuestra Real Villa.
Tres son los pequeños paños de azulejos sevillanos datados en el contexto del último tercio del siglo XVIII que van a convertirse ahora en objeto y centro de nuestro interés, ya que son dignos de conservación como parte de nuestro legado a futuras generaciones tanto por su perfil histórico-artístico como por su valor cultural y etnológico. Los tres se encuentran en la conocida Arca (o Caja) del Agua de los Jardines de El Porvenir -antigua fuente principal de la villa y terminal del acueducto de Ruiz Florindo, la gran obra civil que trajo el agua a la localidad a finales del Setecientos- y representan a San Sebastián Mártir, San Roque y Nuestra Señora del Rosario, los dos primeros protectores -patrón y copatrón respectivamente- de la Villa y la tercera, advocación muy popular en Puerto Real por aquellas fechas, la cual contaba con Hermandad propia al menos desde el siglo XVII. Este conjunto supone sin lugar a dudas un significativo a la par que singular ejemplo, en Puerto Real, del arte de la loza trianera de la época, la cual tuvo un amplio desarrollo durante el Barroco conociendo a lo largo de su historia una notable expansión comercial más allá del Barrio de Triana y del entorno del sevillano castillo de San Jorge.
La sacralización de los espacios públicos (uno de los efectos y consecuencias de la Contrarreforma católica de la Europa de los siglos XVI y XVII) vino a suponer la multiplicación de la existencia de capillas urbanas como modo de exaltación de la fe católica ante la herejía, de cara a la plasmación de promesas votivas, con vistas a la aparición de lugares donde celebrar actos públicos religiosos o estaciones penitenciales.
Una clara visión de lo señalado puede recibirse mediante un sencillo paseo por cualquier casco antiguo de Andalucía; de este modo, y sin ir más lejos, nuestra Real Villa conserva diversos testimonios de estas capillas urbanas, de estos espacios para lo sacro abiertos en el viario local (y a los que nos hemos acercado asimismo en algún título precedente de esta misma serie). En concreto y en los ejemplares señalados podemos observar las características propias de la azulejería sevillana del momento: amplia gama de colorido -con predominio de los tonos ocres en nuestros modelos- y sencillez de líneas, en un conjunto no exento de cierto movimiento.
Ejemplares de características similares existieron en otros edificios de Puerto Real; así, por citar algunos, puede mencionarse el paño de azulejo que existía en el antiguo Hospicio de Filipinas, en la calle Santo Domingo (con escudo acuartelado rematado por corona real, junto a la Orden del Toisón de Oro sobre una vista urbana), o el que se encontraba sobre el portalón del antiguo molino de aceite dominico (en la calle Barragán), que representaba la entrega del rosario por la Virgen a dos santos de esta orden, y que hoy en día desafortunadamente ya no se puede contemplar en su ubicación original.
En la actualidad el mejor conservado del conjunto de los paños que venimos considerando y que coronan las fachadas de la Caja del Agua es el de la Virgen del Rosario, mostrando los de San Sebastián y San Roque evidentes muestras de deterioro debidas a los efectos del paso del tiempo. Sin duda, también en este caso, es nuestro deber, como ciudad, como cuerpo social, mantener, preservar, conservar estos ejemplos de nuestro Patrimonio Histórico público, que son testimonio de un pasado cultural y artístico que se remonta a más de dos siglos, máxime cuando en nuestra localidad este tipo de manifestaciones cerámicas son hoy por hoy relativamente escasas. Son más de doscientos años de Historia en los Jardines del Porvenir, en la emblemática Caja del Agua; son más de doscientos años de azulejería andaluza que esperan el reconocimiento y la observación de todos nosotros. Quizá si nos detenemos un momento, en nuestro paso por El Porvenir, a contemplarlos, podamos percibir con más claridad su valor, podamos sentir que, sin lugar a dudas, son un ejemplo y una manifestación más de nuestra identidad como conjunto social, de nuestra identidad como portorrealeños.
PD: Hemos realizado una breve aproximación precedente a este tema, que se materializó en el artículo titulado “San Sebastián, San Roque y Nuestra Señora del Rosario”, trabajo publicado en el quincenal “Puerto Real Información”, en la serie “Tesoros Olvidados” (dedicada a la divulgación histórica en -y sobre- Puerto Real), el tres de octubre de 1996 (un trabajo firmado conjuntamente por quien suscribe y por J.M. Alcedo Torres).