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jueves, 18 abril, 2024
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Retazos de Historia local: notas sobre el Puerto Real anterior a la Fundación por los Reyes Católicos (III)

[Este texto se publicó originalmente con el título de “Retazos de Historia local: notas sobre el Puerto Real anterior a la Fundación” en el libro Historia de bolsillo. 10 Sueltos sobre Puerto Real, publicado en Puerto Real, en 2006 (entre las páginas 15-34 del citado volumen); lo traemos ahora aquí a lo largo de varias entregas con vistas a su mejor difusión, respetando el texto original del que somos autor; como en el caso similar de otros textos anteriormente traídos del mismo modo a este espacio, aparece por primera vez ahora en este formato -dividido en varias partes- y en la web, de la mano de “Puerto Real Hoy”]

Continuamos ahora, como en los capítulos precedentes de esta serie, repristinando estos párrafos dedicados a considerar la realidad del territorio del actual término municipal con anterioridad a la Fundación de la Real Villa por los Reyes Católicos a finales del siglo XV, en 1483, recuperando los textos que publicamos inicialmente en esta cabecera hace ya siete años, allá por 2016.

Una de las fases relativamente más desconocidas todavía de la Historia de nuestra ciudad es la que atañe precisamente al largo período[1] durante el cual Puerto Real no tuvo consistencia como tal localidad, esto es, a los siglos en los que nuestra Villa aún no existía (la época “prefundacional”). Puede sonar a contrasentido, podría parecer hasta cierto punto absurdo, incluso, hablar de Puerto Real antes de la existencia de Puerto Real, pero si aclaramos algunos términos, si especificamos sentidos y contenidos, convendremos en que el aparente absurdo no es tal y el discurso cuenta con una lógica interna propia y sostenible (relacionada en cualquier caso con la propia Historia de estas tierras y con la presencia de poblamiento humano desde la Prehistoria, un poblamiento posiblemente ininterrumpido desde época romana).

Ánfora de Aceite Dressel 20
Ánfora de Aceite Dressel 20

Veamos, si en lugar de considerar nuestra ciudad únicamente desde la óptica del núcleo urbano tal y como lo conocemos, y ampliamos nuestras miras hasta incluir dentro de la consideración de “Puerto Real” a partes integrantes del concepto, como los núcleos periféricos, caso del Barrio de Jarana, o el propio término municipal portorrealeño, con su litoral, su marisma y su campiña, habremos alcanzado y abarcado los límites físicos globales de Puerto Real. Y es dentro de dichos límites donde encontraremos el sentido pleno a “Puerto Real antes de Puerto Real”, al poblamiento histórico de nuestras tierras y riberas antes de que la Corona de Castilla diera forma al municipio allá por los fines del siglo XV, una fecha que, si es contemplada adecuadamente, i.e. dentro del marco general de nuestra Historia como territorio habitado y “vivido”, es más reciente de lo que podría parecer en un primer momento, y representa -desde un punto de vista cronológico- sólo un capítulo del libro de nuestra Historia, el que ahora vivimos, sí, pero en fin de cuentas sólo un capítulo, del que nada nos dice que pueda o vaya a ser el último.

Y es que, sin detenernos en nuestra Prehistoria, ejemplo y testimonio de la cual (tal y como venimos insistiendo) son yacimientos arqueológicos como el de “La Esparraguera” o el más nombrado de “El Retamar”, que fuera excavado por un equipo universitario multidisciplinar el fruto de cuyos trabajos viera recientemente la luz (junto a numerosos artículos específicos relacionados con el mismo) en forma de dos libros coordinados por los responsables de la intervención arqueológica, los profesores Ramos y Lazarich, de la Universidad de Cádiz, el período histórico que convencionalmente hemos dado en llamar “la Antigüedad” justifica por sí solo -gracias a sus múltiples y significativas evidencias arqueológicas (ergo, materiales) existentes en nuestro actual término municipal- el destacado papel que el territorium antiguo de la Villa de Puerto Real viniera a desempeñar en el contexto del marco geográfico concreto y específico de la Bahía de Cádiz (Gades entonces) y en el más general de la provincia Baetica y del estado imperial romano. Y creemos no exagerar.

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Distintas marcas o tituli en un ánfora Dresser 20
Distintas marcas o tituli en un ánfora Dresser 20

No supone en el momento presente (los albores del siglo XXI), merced a los avances de la investigación, una novedad señalar que una de las mayores concentraciones localizadas en un municipio contemporáneo concreto en el marco geográfico de la Bahía de Cádiz de yacimientos arqueológicos datados en época romana[2] se encuentra en el actual término municipal portorrealeño[3]. Se trata fundamentalmente de fábricas de materiales cerámicos (entre los que cabría destacar las ánforas –amphorae-, objeto quizá más significativo[4] pero no único de producción de las figlinae, en las que se fabricaban asimismo otros materiales tales como, en lo tocante a la construcción, ladrillos –laterculi-, tejas –tegulae, imbrices-, tuberías cerámicas –fistulae-, o elementos de consumo doméstico como los representados por las diferentes formas y tipologías que pueden recogerse en la denominación genérica de “vajillas” o de “cerámica doméstica”), i.e., de figlinae, y de villae de explotación agraria (de fincas rurales, cortijos, utilizando una terminología propia de nuestra escala cultural y nuestro marco cronológico), cuyas producciones, junto a los frutos de la pesca y de la industria de transformación del pescado (las factorías de salazones o cetariae, así como las instalaciones portuarias y salineras[5], cuya existencia -aunque lo que respecta a las salinas se encuentra en discusión- se constata también, lógicamente, en el ámbito de nuestra Bahía), habrían de servir para abastecer a los mercados romanos, público y privados.

Esto que hemos venido señalando vienen, grosso modo, a ser conceptos generales que no sólo se deben a nuestra propia labor de investigación y que, en cualquier caso, hemos tenido ocasión de avanzar en más de una ocasión y que, poco a poco, esperamos poder ir desgranando para poder entrar en ulteriores cuestiones de detalle no tanto sobre los yacimientos en sí como sobre el tópico de la “oscuridad” que habría podido sobrevolar el espacio histórico de nuestro particular territorium sobre unos siglos pretéritos durante los cuales nuestros campos tampoco estuvieron enteramente baldíos.

Tipos de Ánforas Gaditanas
Tipos de Ánforas Gaditanas

Uno de los tópicos de nuestra Historia local que vienen siendo desmontados desde hace algo más de una década es el que se refiere a la existencia o no de poblamiento en nuestro suelo antes de la Fundación de la Villa, acaecida como es sabido en las postrimerías del siglo XV. No insistiremos demasiado en la importancia mayor o menor del pasado romano de nuestro término municipal, sobre el cual han tratado y tratan no pocos investigadores y acerca del cual nosotros mismos hemos venido escribiendo en otras ocasiones y lugares; nos limitaremos en las líneas inmediatamente siguientes siquiera a señalar, a mencionar más bien, algunos de los yacimientos anteriores a la época medieval (entendiendo como tal, siguiendo unos postulados historiográficos “convencionales” y “tradicionales”, al uso, el arco cronológico que abarca entre los siglos V y XV de nuestra Era) [6], unos yacimientos que jalonan y salpican nuestras tierras componiendo una trama notable, un friso de sustancial solidez y de innegable consistencia.

De este modo, contamos -entre otros- con sitios arqueológicos (todos en nuestro moderno término municipal) tales como los de Cerro de Ceuta, Villanueva, Puente Melchor, Fábrica Lavalle, El Gallinero, el Olivar de los Valencianos, Torrealta “A”, Torrealta “B”, La Zarza, La Cantera de Lavalle, el pecio del Bajo de La Cabezuela, Río San Pedro, Cerro de los Caracoles, El Carvajal, Santo Domingo, la Casa de la Tinaja, Casines, El Carpio Chico, El Almendral, Malas Noches, la Hijuela de la Cantera de Lavalle, el Hospital de la Misericordia (el Hospital), el de la calle San Francisco (Plaza Descalzos), la Pinaleta de Derqui, La Esparraguera, El Pinar, Los Barreros (o La Arriaga), El Retamar, el Caño de Zurraque, la Casa de la Laguna Seca, El Tejarejo, la Finca El Aguijón, Las Mimosas, el Cerro de las Tinajas, el Barrio de Jarana (muy probablemente el pago Sacrana o Sacranense de época romana), el Km. 666 de la antigua carretera N-IV, el Pinar de Villanueva, el Campo de Golf, la Villa Romana del Mosaico del Barrio de Jarana, La Romera o El Pedroso. En esta relación no están todos los que son, pero sí puede decirse que son todos los que están, según distintos trabajos (de campo y gabinete) de diversos investigadores como los profesores García Vargas, Ramos Muñoz, Fornell o Lagóstena Barrios (entre otros)[7].

La fisonomía de la Bahía gaditana en la Antigüedad nos es descrita por diversos autores clásicos, en cuyas líneas es posible (pese a los cambios físicos sufridos por nuestro paisaje) reconocer rasgos del paisaje y el litoral al que aún hoy se asoma nuestro municipio; entre estas fuentes, y por citar sólo las más conocidas, se cuentan tratadistas como Estrabón, Pomponio Mela, Cayo Plinio el Viejo o Rufo Festo Avienio, quienes junto a otros, vienen a complementar el volumen de información proporcionado por la arqueología a la hora de desmontar tópicos sobre nuestro pasado. Puede parecer absurdo, pero hasta hace bien poco incluso en el seno de las filas de “profesionales” de la Historia aún existía una aparente tendencia al rechazo de nuestra realidad pre-fundacional, actitud mental no sabemos hasta qué punto colectiva que afortunadamente ha experimentado cambios impuestos por la dinámica de la realidad (una realidad consecuencia de los estudios de campo -los hallazgos, como el de la “Villa Romana del Mosaico del Barrio de Jarana”- y gabinete), encontrando de esta forma un período cronológico e histórico concreto como el de la Antigüedad (y no sólo la Antigüedad, habría que decir) su espacio específico en nuestro horizonte mental colectivo, prueba de lo cual es que se lleven a cabo actividades relacionadas con dicho período histórico.

Como puntualización al margen (o casi) no queremos privarnos de señalar que una de las zonas arqueológicas romanas que podrían haber contado con un mayor interés en estos días (y ello sin entrar a considerar su potencialidad como tal zona arqueológica en sí)[8] es el pago de Casines[9]. Confiamos y esperamos que serán respetados la Historia y los yacimientos arqueológicos de dicho pago, aunque no sabemos si se ha llegado a completar la realización de una prospección arqueológica superficial previa en dicha zona de cara a localizar los yacimientos existentes en la misma antes de las obras propiamente dichas (ya en curso y avanzadas a la hora de redacción del presente texto).

REFERENCIAS:

[1]   Y tan largo: el poblamiento en término municipal de Puerto Real deja testimonios de su existencia desde la Prehistoria, tal y como yacimientos como el de “El Retamar” atestiguan; frente a miles de años de habitación humana sin estructuras administrativas o con otras distintas a las relativas a “Puerto Real” como tal, la “Real Villa” cuenta (en el momento de redacción de estas líneas, a principios del siglo XXI) con sólo algunos centenares de años de continuidad.

[2]   Con una cronología genérica que pueda abarcar el espacio entre los siglos II a.C. y V d.C., situándose los yacimientos del término portorrealeño, a su vez, en el arco comprendido entre los siglos I a.C. y IV-V d.C.

[3]   Y ello a falta de la elaboración de una Carta Arqueológica Sistemática del término municipal de Puerto Real, y basándonos en prospecciones y estudios a los que no llamaremos “parciales” o “incompletos”, pero a los que tampoco podemos considerar “completos” o “definitivos” (esto último, afortunadamente, es secundario, porque no hay trabajo de ninguna naturaleza que pueda ser considerado como “definitivo”, sea cual sea su campo de especialización).

[4] Significativas tanto por lo que representan como material romano “por antonomasia” (por así decirlo) como por (ya en términos diferentes) su rol en relación con las producciones (agrarias o marinas) de las zonas en las que se las fabrica y con el comercio de las mismas (así como por su papel no sólo como contenedores de productos de consumo, sino por su potencialidad como objetos susceptibles de comercio en sí mismas).

[5]   Cfr. C. Alonso, F.J. Gracia y J. Benavente, “Las marismas, alfares y salinas como indicadores para la restitución paleotopográfica de la Bahía de Cádiz durante la Antigüedad”, en Actas de los XVI Encuentros de Historia y Arqueología. Las industrias alfareras y conserveras fenicio-púnicas de la Bahía de Cádiz. Córdoba, 2004, pp. 263-287; igualmente C. Alonso, F.J. Gracia y L. Menanteau, “Antropización histórica de un espacio natural. Las salinas de la Bahía de Cádiz”, en PH. Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, 35. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía, 2001, pp. 172-185; eid., “Las salinas de la bahía de Cádiz durante la Antigüedad: visión geoarqueológica de un problema histórico”, en SPAL 12, 2003, pp. 317-332.

[6]   No es momento ni lugar de abundar en la necesidad acuciante de revisión que sufren estos períodos históricos “tradicionales”; la división convencional de la Historia en Prehistoria, Antigua, Medieval, Moderna y Contemporánea se encuentra desfasada y debe ser tarea de los historiadores emprender su renovación; nos parecen igualmente desfasados y absurdos los intentos de diversas “escuelas de historiadores” (como se denominan los fautores de tales amagos) de abundar en esta división caduca con engendros tales como la “nueva Historia” o la “nueva nueva Historia” o la “novísima Historia” o aún la “Historia actual”, términos todos que no vienen sino a revelar -entre otras cosas- desde la carencia de imaginación y capacidad de sus “padres” o lo trasnochado -desde un punto de vista historiográfico tanto como ideológico- de sus posicionamientos; la contínua parcelación de la Historia siguiendo esta línea no lleva más que a “reductiones ad absurdum” que no sirven para la renovación de los conceptos fundamentales de la disciplina ni contribuyen a la mejor inteligencia de la misma, como muestran los propios nombres propuestos para los períodos históricos que, según estos “eruditos” deben seguir a la Historia Contemporánea; no se hace sino añadir parcelas cada vez más pequeñas bajo la pretendida bandera de la renovación y el “progreso”, cuando en realidad sólo nos encontramos con tales intentos con “más de lo mismo” y sin avance alguno.

[7] Entre otros a quienes no citamos porque la lista se haría demasiado extensa; remitimos para dicha información a la bibliografía que cierra el presente ensayo.

[8]   El presente texto es fruto en su primera concepción y su redacción original, de la primavera de 2004; ha sido convenientemente revisado y adaptado a los avances de la investigación.

[9] Y ello como consecuencia de la urbanización que se está llevando a cabo del mismo y de su entorno inmediato.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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