[Este texto se publicó originalmente con el título de “Retazos de Historia local: notas sobre el Puerto Real anterior a la Fundación” en el libro Historia de bolsillo. 10 Sueltos sobre Puerto Real, publicado en Puerto Real, en 2006 (entre las páginas 15-34 del citado volumen); lo trajimos inicialmente a este espacio virtual en otoño de 2016 y volvemos a traerlo ahora aquí de nuevo a lo largo de varias entregas tratando de darle una mayor (y nueva) difusión entre los lectores, y como forma de abundar en el conocimiento del territorio portorrealeño antes de la Fundación de la Real Villa por los Reyes Católicos en 1483, respetando el texto original del que somos autor; como en el caso similar de otros textos anteriormente traídos del mismo modo a este espacio, aparece ahora en este formato y en el mundo digital de la mano de “Puerto Real Hoy”]
En lo que había acabado por convertirse en una «tradición» (asentada pero no formulada) de la, válganos el término, “Historiografía local portorrealeña” -sólo desarrollada con un verdadero cuerpo (no extenso, pero sí conformado) de tal a partir de la segunda mitad del siglo XX merced a los esfuerzos y el trabajo de quien habría de resultar pieza clave para la Historia de la Villa, el Dr. Muro Orejón- venía siendo aceptado sin discusión el hecho fundacional de Puerto Real como un «todo absoluto», como un ex nihilo, como el “punto cero” y momentum a partir del cual se habría desarrollado (y lo habría hecho en términos absolutos) el poblamiento humano y el desarrollo económico y demográfico de la campiña -convertida desde fines del siglo XV ya en término municipal- de la castellana (por su Fundación) villa portorrealeña.
Desde la publicación de los estudios y artículos de divulgación obra de don Antonio Muro (tales como los presentados por él a lo largo de varias décadas en la revista local “Marcador”, editada por la familia Ortega desde su imprenta San José, o los también publicados por el mismo Muro Orejón en prensa provincial), el dato de 1483 y la fundación vinieron siendo contemplados en la ciudad como la única realidad relativa a la existencia de vida humana con continuidad no sólo en la misma, sino incluso en su entorno inmediato, en su «territorium» (convertido, como venimos señalando, en el actual término municipal de Puerto Real).
Entendemos que se ha venido produciendo una confusión -que ha venido encontrándose demasiado sólidamente cimentada en la relativa escasez de los estudios tanto históricos como arqueológicos sobre la Villa, así como en la perenne asunción de lugares comunes tradicionales convertidos en verdades convencionales de uso y de cambio, y sostenidas por un escasamente desarrollado tejido investigador local- que ha resultado enormemente perjudicial de cara a la formación de la concepción de su propia realidad presente y su pasado histórico por los ciudadanos de Puerto Real; ha consistido dicha confusión principalmente en tomar el dato fundacional de una localidad determinada como es, en este caso, Puerto Real (nuestra población), que surge en uno de los últimos «coletazos» (sic) repobladores de la monarquía castellana medieval, en las postrimerías del Cuatrocientos, como un valor absoluto, realizando una ecuación que ha resultado ser falsa desde su misma formulación[1], y ésta es: «fundación de los Reyes Católicos» = «poblamiento».
De esta forma cabe especificar, al objeto de construir con los mimbres acertados nuestra común Historia, que en 1483 los Reyes Católicos (i.e., el estado castellano, a cuya cabeza se encontraban Isabel I y su consorte, Fernando V de Aragón, modelo de príncipes y conquistador del Sur itálico, el nuevo Alejandro que deja constancia de su vocación de tal en el nudo gordiano de su yugo[2]) realizan una Fundación (en el que había de ser el único caso de repoblación directamente realizado por la Corona en el Reino de Sevilla en todo el siglo XV)[3], creando una unidad territorial y administrativa, con una «Carta-Puebla» (documento que regulaba y recogía los, por así decirlo, «estatutos» y «privilegios» de la localidad), un casco urbano de traza determinada y ordenada de acuerdo con criterios racionales y, por así decirlo “armónicos”[4] y un territorio bien delimitado y segregado del término de Jerez de la Frontera, ciudad de realengo (en realidad, el principal realengo al Sur de la metrópolis hispalense, capital del antiguo Reino de Sevilla, en el que se encontraban encuadrados estos términos y núcleos), concejo jerezano al que habían pertenecido las tierras portorrealeñas desde su reconquista por Castilla (bajo el reinado del rey Alfonso X, el Sabio, frustrado Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, mediado ya el siglo XIII) y hasta entonces (con la salvedad del período de adscripción de las mismas al alfoz gaditano tras la creación de dicho término por Alfonso X[5].
El hallazgo[6] en uno de los márgenes de la antigua carretera N-IV de un mosaico romano, hallazgo enmarcado en el conjunto de las obras del desdoble de la referida carretera (obras ya concluidas a la redacción de estos párrafos[7]), ha venido a destapar un tarro de esencias (sic) milenario, sacando a la luz no sólo una magnífica pieza musiva, sino la punta del iceberg de una no menos significativa zona arqueológica cuyo conocimiento viene tomando forma desde mediados del ya pasado siglo XX y que ha ido conformándose en torno a yacimientos antaño considerados quizá como elementos puntuales y que hoy deben ser entendidos como un conjunto integral de hitos interrelacionados, activos a lo largo de diversos siglos de nuestro pasado romano y protagonistas de una historia de interacción económica y poblacional[8].
Con ese ejemplo de arte musivario romano altoimperial, botón de muestra de una calidad estética, reflejo de una realidad de bonanza y pujanza económica, tenemos quizá la pieza de calidad artística que hasta el momento presente quizá había venido faltando para que la zona arqueológica de Puente Melchor-Barrio de Jarana [9] recibiera la atención momentánea de los flashes y con ellos del gran público en general. Pero no se trata sólo de la singularidad de dicho elemento artístico e histórico, patrimonial, en concreto, y la atención de los medios de comunicación, efecto inmediato debido a la novedad del caso y, por qué no, a lo espectacular del mosaico, debe ser seguida (cuando no sustituida) por los intentos de racionalización y explicación de la realidad de la zona, de cómo pudo ser la dinámica interna de la Bahía gaditana, o al menos de su Saco Meridional en los primeros siglos del Imperio (ámbito cronoespacial que enmarca el objeto del interés específico de los presentes párrafos)[10].
REFERENCIAS
[1] Una tal “formulación” que, desde luego, nadie expuso en pizarra alguna, y que ha de ser entendida como el fruto de una tradición (una “verdad”) asumida por iteración (y por falta de elementos de contraste para, cuando menos, poder pulirla).
[2] Cfr. al respecto el artículo de J. Gil, “Alejandro, el nudo gordiano y Fernando el Católico”, en Habis 16, 1985, pp. 229-242, donde se estudia la herencia alejandrina en la iconografía y el imaginario fernandino del Cuatrocientos: la figura de Alejandro Magno, conquistador del Mundo, seguía electrizando príncipes 1800 años después de su muerte…
[3] Según el estudio sobre el particular de A. Collantes de Terán («Nuevas poblaciones del siglo XV en el Reino de Sevilla», en Cuadernos de Historia. Anexos de la revista Hispania 7, 1977, pp. 283-336), de los 22 casos de repoblación en el Reino de Sevilla en el siglo XV, 12 fueron llevados a cabo por la nobleza, seis por iniciativa de los campesinos, tres por concejos de realengo y tan sólo uno por la Corona, Puerto Real; vid. A. Muro Orejón, La Villa de Puerto Real, fundación de los Reyes Católicos, Instituto de Estudios Jurídicos. Anuario de Historia del Derecho Español. Madrid, 1950; recoge igualmente el dato aportado por Collantes M. González Jiménez, “El poblamiento de la Andalucía Bética”, en Actas del I Coloquio Historia de Andalucía. Historia Medieval. Córdoba 1982, pp. 1-10 [pg. 8]; vid., del mismo autor, En torno a los orígenes de Andalucía. Sevilla 1988, pp. 90-ss.
[4] Sobre cuyas características especiales -su trazado hipodámico- y la voluntad regia de crearlo específicamente como tal no nos detendremos en este momento, por trascender dicho discurso de los objetivos e intenciones de estos párrafos; véase al respecto el ya clásico trabajo de A. Muro, «La villa de Puerto Real, fundación de los Reyes Católicos», en Anuario de Historia del Derecho Español (tomo XX). Madrid, 1950, pp. 746-757.
[5] Una adscripción gaditana que se habría prolongado desde la segunda mitad del siglo XIII, pero que no sería tal ya a fines del siglo XV, puesto que Cádiz (la Cádiz de Ponce el Viejo) estaría tratando de ocupar esas tierras del arco costero interior de la Bahía (hoy Puerto Real) ya en 1480, arrebatándoselas a Jerez de la Frontera, a cuyo concejo pertenecían; que el alfoz gaditano sufrió mermas relativamente pronto lo señala y confirma la creación de Santa María de El Puerto en 1281; la donación a Gonzalo Díaz en 1335 hecha por Alfonso XI a partir de tierras del Lugar de La Puente (hoy San Fernando), y la misma existencia del propio concejo del Lugar de La Puente en el primer tercio del siglo XIV suponen otra muestra de cómo tierras [hoy] de Puerto Real bascularon merced a la Reconquista castellana de Jerez a Cádiz, para reitegrarse en Jerez quizá no demasiado tiempo después de su segregación a favor de la Cádiz alfonsí.
[6] Materializado en verano de 2004.
[7] La antigua N-IV queda como vía de servicio del propio Barrio de Jarana, mientras se replanteaba el trazado de la nueva autovía de manera que salvase el yacimiento (que en principio quedaba “enmarcado” en el trazado original de la autovía); de este modo, y merced a la reconsideración de la traza de la autovía fue posible salvar el yacimiento para su conservación.
[8] El mosaico se encuentra en el Museo Arqueológico Provincial de Cádiz para su adecuada restauración y conservación; fue hallado en el verano de 2004 en las excavaciones dirigidas por Mª.L. Lavado Florido, en el yacimiento arqueológico de la “Villa del Mosaico del Barrio de Jarana”.
[9] Esta zona arqueológica no había sido definida como tal con anterioridad; pese a los diferentes trabajos e intervenciones de naturaleza arqueológica desarrollados en la misma, no había sido contemplada ni considerada como una zona unitaria, como un complejo articulado (espacial y cronológicamente) que no se circunscribe a la existencia de diversos yacimientos (el complejo de “Puente Melchor”, la “Villa del Mosaico del Barrio de Jarana”, el “Pinar de Villanueva”, el “Campo de Golf”…) cercanos en el espacio, sino que conforma una auténtica “zona arqueológica” a la que hemos dado en llamar “Puente Melchor-Barrio de Jarana”, y tras la cual se esconde una realidad mucho más compleja, articulada y desarrollada de lo que hasta la fecha se venía considerando tradicionalmente.
[10] Este trabajo es un “granito de arena” en esa playa; el hasta ahora más reciente intento de estudio de conjunto y probablemente el más completo es el de G. Chic, G. de Frutos, Á. Muñoz y A. Padilla, Gadir-Gades. Nueva perspectiva interdisciplinar. Sevilla, 2004.