Cuando hablamos de Patrimonio, cuando planteamos la idea y concepto de Patrimonio, nos encontramos ante una realidad polimórfica, poliédrica, multiforme, una realidad rica en formas y en matices que no puede ser abordada desde una única perspectiva ni con una mirada plana o simple. Partamos de la base de que como ya encontramos en el Diccionario de la Real Academia Española de la lengua, el DRAE, cuando nos acercamos al concepto de Patrimonio inmediatamente viene a la cabeza y al referido Diccionario la definición de un concepto que tiene que ver con la riqueza material acumulable entendida de un modo convencional desde una perspectiva crematística y sólo más tarde, sólo a continuación, nos encontraremos -también en el DRAE- con definiciones, aproximaciones, que tienen que ver con los valores de corte más espiritual -si queremos decirlo así- del Patrimonio [cfr. https://www.rae.es/drae2001/patrimonio].
En cualquier caso cuando hablamos de Patrimonio estamos hablando de una realidad en la que se mezclan lo tangible con lo intangible, lo material con lo inmaterial, lo pasado con lo presente y por añadidura con lo futuro, puesto que si algo ha de hacerse con el Patrimonio es naturalmente investigarlo y difundirlo así como, esencialmente, protegerlo y conservarlo sin merma de su esencia en lo posible pues es nuestra responsabilidad transmitir los bienes patrimoniales a las generaciones futuras para su conocimiento y su disfrute, así como para salvaguarda y continuidad de la identidad cultural de dichas generaciones futuras.
En el Patrimonio por tanto se aúna lo tangible y por tanto lo cuantificable, mesurable y ponderable, así como lo intangible, lo que tiene que ver con la creación y sostenimiento del espíritu -y desde el espíritu- que es acaso lo que verdaderamente sustenta la parte material del patrimonio; dicho de otro modo, sin el hilo invisible, sin el pegamento invisible del espíritu, de la emoción y del sentimiento el Patrimonio (los bienes patrimoniales considerados tanto individualmente como en su conjunto) será sólo materia y sin ese pegamento intangible del espíritu, de la emoción y del sentimiento los bienes materiales del Patrimonio, los aspectos materiales del Patrimonio, el Patrimonio Cultural considerado como un conjunto de bienes fruto de la acción humana (y por tanto de un modo u otro ligado a los individuos creadores así como a las sociedades creadoras del propio Patrimonio), decía, considerado el Patrimonio desde esta perspectiva y desprovisto del elemento proverbial de unión que representa su faceta espiritual, emocional y sentimental, será solo polvo destinado a convertirse en polvo.
Y no se trata de construir figuras retóricas ni de crear un discurso -puesto negro sobre blanco- más o menos articulado y más o menos coherente, destinado a la lectura de quienes en estos momentos sostienen esta hoja de papel virtual publicada en un medio tan sólido a la parque efímero como el digital. No se trata de movernos en círculos en torno al concepto de Patrimonio y a la idea de Patrimonio sino de, con toda modestia, poner de manifiesto que el Patrimonio considerado en su conjunto y los bienes patrimoniales considerados individualmente son, también, fruto de la creación del espíritu humano (hasta ahora no hemos considerado Patrimonio ninguna creación que no haya sido fruto del espíritu humano, no sabemos a futuro qué sucederá), así como son hijos del momento económico, social, cultural -y político- que los generan que los crean, y a la misma vez el Patrimonio es también fruto y consecuencia de los horizontes sentimentales, emocionales, espirituales, intelectuales de los individuos -a título particular- y de las sociedades -a título conectivo colectivo- que así mismo lo generan.
Con esta obviedad que acabamos de señalar queremos únicamente poner de manifiesto que la idea y el concepto de Patrimonio a la par que el Patrimonio como realidad material -ya se trate de patrimonio tangible o intangible- está provisto e nativitate por su propia realidad y en su misma esencia de una carga y una componente de naturaleza emocional, sentimental, espiritual e intelectual que le es intrínseca, que le es propia, que lo define y que le es inevitable; acaso también por ello existan manifestaciones contrapuestas de Patrimonio, formas incluso enfrentadas de expresión artística -y por tanto patrimonial- cuyo enfrentamiento, cuya confrontación obedece precisamente a los acaso diametralmente opuestos juntos de vista, emociones, sentimientos e ideas desde los cuales estas formas asimismo contrapuestas de patrimonio se construyen.
Es por tanto imposible, y en demasiadas ocasiones nos empeñamos en lo contrario, disociar Patrimonio y emoción, Patrimonio y sentimiento, Patrimonio y espíritu, tal como es imposible disociar Patrimonio y economía puesto que toda actividad humana, toda acción humana, toda iniciativa humana, es por definición, por naturaleza y de suyo una acción económica, por lo cual -y como insistimos siempre de palabra y por escrito- el hecho patrimonial es en sí un hecho económico tanto si nos referimos a un bien patrimonial puntual y concreto como si nos referimos al conjunto del Patrimonio Cultural. De la misma manera y de la misma forma el hecho patrimonial es a su vez un hecho emocional, un hecho sentimental, un hecho espiritual, y está por tanto impregnado, cargado, lleno, de emoción, de emotividad, de sentimiento y de espíritu.
Y ello es así desde la propia creación de esos bienes patrimoniales, como una obra artística mueble como un cuadro, una fotografía, una escultura, un objeto de arte convencionalmente considerado como tal y entendido como tal, o incluso una obra de arte efímera como una performance, o un bien patrimonial inmueble, como un palacio, un castillo, un edificio monumental civil o religioso, un monumento pétreo cualesquiera, todos y cada uno de los cuales de estos distintos elementos (obsérvese que me refiero a elementos de fácil explicación en sí mismo como hechos patrimoniales cerramos paréntesis) todos y cada unos de los cuales de estos elementos patrimoniales, decía, están cargados (llenos) de fuerza sentimental, de fuerza emocional y de fuerza espiritual desde su propia creación, desde su concepción intelectual y su confección material en el tiempo hasta el momento presente, hasta cada momento presente, hasta cada horizonte cronológico y cada estadío cultural en el cual dicho bienes patrimoniales siguen sobreviviendo y siguen interactuando con cada generación del cuerpo social que vive en la geografía (permanente o móvil) en la que dichos bienes patrimoniales se encuentran en cada momento (una geografía más variable en el caso de los bienes patrimoniales muebles que en el caso de los bienes patrimoniales inmuebles como es fácil de comprender).
Así, para comprender mejor un bien patrimonial, para acercarnos de manera integral a la comprensión, a la inteligencia y por tanto a la preservación y a las medidas tendentes a la durabilidad de ese bien patrimonial cualesquiera, será imprescindible no pasar por alto esta naturaleza emocional, sentimental y espiritual de los bienes patrimoniales; una componente no tangible y difícilmente mesurable (si es que acaso es posible medirla de alguna forma) sobre cuya posibilidades de cuantificación albergo serias dudas pese a lo cual no albergo ninguna duda en relación con la naturaleza espiritual intelectual, emocional y sentimental de los bienes patrimoniales: el Patrimonio no se comprende sin su componente sentimental, sin su componente emotiva, sin su componente espiritual, y lo que es peor aún, no se conservará -estará condenado a su pérdida, a su destrucción- si no se contempla, no se considera y no se entiende atendiendo a esta naturaleza emocional sentimental y espiritual.
Tendemos demasiado a considerar el Patrimonio exclusiva o prioritariamente desde una perspectiva material y tangible, desde la perspectiva de lo mesurable, de lo cuantificable y de lo económicamente valorable (y ello obedece a múltiples razones sobre las que volveremos ad futura) y cuando planteamos el peso y sentido de, por ejemplo, una fiesta (entendida como manifestación cultural) en demasiadas ocasiones lo hacemos atendiendo a las cuestiones materiales y económicas de dicha fiesta (insistimos, entendida como manifestación patrimonial); y si bien es cierto -como hemos señalado- que el bien patrimonial es en sí un hecho económico -trátese del bien patrimonial de que se trate, algo que tampoco es bien entendido en demasiadas ocasiones- no es menos cierto que el bien patrimonial es asimismo un hecho sentimental, un hecho emocional, un hecho espiritual en sí mismo y como tal debe ser entendido y aprehendido. Ponemos acaso -en especial últimamente- demasiado el acento en las cuestiones económicas inevitable y naturalmente inherentes [a la conservación de] los bienes de los bienes patrimoniales, a su expresión caso de tratarse de fiestas y manifestaciones incluidas en el ámbito del Patrimonio Inmaterial (fiestas y otras manifestaciones patrimoniales y culturales) pero, y aunque esto resulte evidente cuando leído, no es posible –insistimos- considerar ni comprender el Patrimonio desatendiendo a su componente emocional, sentimental y espiritual.
Esta componente sentimental está directamente relacionada con el arraigo, con los lazos que siguen uniendo a esos bienes patrimoniales cualesquiera con la sociedad que los generó y en la que acaso aún se encuentran insertos. Cuando -como hemos señalado en ocasiones precedentes- llegare a producirse un fenómeno de desarraigo de los bienes patrimoniales respecto a la sociedad en la que se insertan (acaso la misma sociedad que los generó, acaso ya no), cuando -como digo- llega a producirse un fenómeno de desarraigo, de pérdida de vinculación emocional, espiritual, sentimental y por todo ello de pérdida de relación identitaria entre el bien patrimonial (material o inmaterial) y la sociedad que lo contempla y en cuya geografía se inserta, cuando se produce ese desarraigo, el bien patrimonial se encontrará en peligro claro, neto: no se trata sólo de un peligro de desaparición que venga de la pérdida de funcionalidad -lo cual es evidente- sino que se trata de un peligro de desaparición que viene de la mano igualmente de la pérdida de arraigo emocional, de arraigo sentimental, de arraigo espiritual, de identidad en fin de cuentas, entre un bien patrimonial dado y el cuerpo social en el que el mismo [aún] se inserta y que, como decimos, acaso lo generó varias generaciones atrás.
Con esta reflexión a vuelapluma queremos poner negro sobre blanco la idea nada original de que los bienes patrimoniales están dotados de alma, de espíritu y ese espíritu a su vez está conformado por (y se nutre de) la vinculación emocional sentimental, espiritual -y por todo ello identitaria- entre el cuerpo social y el Patrimonio. Mientras una sociedad siga entendiendo como propios los bienes patrimoniales de su cultura, por tanto mientras una sociedad siga entendiendo y sintiendo como propia su Historia, esa sociedad, ese horizonte cultural, gozará de mejor salud y se encontrará en mejores condiciones para seguir existiendo y construyéndose diariamente a sí misma. Cuando por el contrario y debido a las razones que fueren (generalmente no inocentes ni casuales) una sociedad se ampute parte de su pasado, se desarraigue a sí misma respecto a su propia identidad y renuncie a la comprensión y a la vinculación emocional con su propia Historia, esa sociedad comenzará a estar condenada.
Y una de las manifestaciones inmediatas y evidentes de dicha condena y de dicha enfermedad será el desarraigo de dicha sociedad respecto a sus propios bienes patrimoniales que son en fin de cuentas reflejo, resultado, obra y consecuencia de su propia Historia. Por lo tanto cuanto más rechace un cuerpo social su propia Historia y más ajena la sienta respecto a sí mismo más rechazará dicho cuerpo social el Patrimonio Cultural fruto y consecuencia de esa Historia que lo generó (y de la que el Patrimonio es fruto y reflejo) y que se rechaza. Una sociedad que rechaza su propia Historia y su propia identidad cultural y que como consecuencia de ello y por ello no siente como propio su Patrimonio y por ende no lo cuida será una sociedad condenada a la desaparición como horizonte cultural identitario. El Patrimonio es un barómetro, un termómetro de todo ello.