En nuestro recorrido por los espacios sepulcrales de la Prioral hemos tenido modo de acercarnos a varias de las capillas del templo, constatando las evidencias documentales que nos hablan a las claras de los usos funerarios de estos lugares de la iglesia. La Capilla Mayor es otro de los espacios que determinadas personas requieren como lugar de su sepultura, si bien es de constatar que en el estado actual de la información no son demasiados los casos en este sentido: sólo contamos con cuatro ejemplos, conociéndose la identidad de cinco propietarios, siendo alguno de los mismos bastante representativo, como es el caso del matrimonio Hernández-López, el cual nos habla de la preeminencia que tenían los oligarcas locales en el reparto de los espacios funerarios de la Prioral de San Sebastián en el entonces debutante siglo XVII portorrealeño.
Capilla | Nombre del solicitante | Año |
Capilla Mayor | Francisco Hernández, sepultado en la iglesia mayor de San Sebastián desta villa en una sepultura mía y de mi mujer Catalina López que tenemos en la dicha iglesia dentro de la Capilla Mayor della junto a los escaños de los regidores… | 1600 |
“” | Ruy García, …en la capilla mayor, donde está enterrado mi padre… | 1602 |
“” |
Leonor Gutiérrez, viuda de Jerónimo Corso, sepultada en una sepultura suya propia en dicho lugar | 1634 |
“” | Juan Mulero, …en mi sepultura de la capilla mayor de mis padres... | 1652 |
En lo que se refiere a las capillas laterales de la parroquia, y junto al caso de la antigua Capilla Sacramental (que a continuación consideraremos), quizá sea la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores aquélla acerca de la cual disponemos de una más sólida información. Este espacio sacro debió de ser de nuevo cuño en los años centrales del Setecientos, coincidiendo en el tiempo su origen con dos cuestiones (con las que debió estar relacionada precisamente su construcción), como habrían de ser la constitución en la Real Villa de la Confraternidad Servita de Nuestra Señora de los Dolores (i.e., la Orden Tercera de los Servitas) en el año 1759, de una parte, y el establecimiento en Puerto Real de una noble familia gaditana, los de la Rosa, condes de Vega Florida, una familia muy vinculada a la referida devoción a Nuestra Señora de los Dolores, de otra.
Esta capilla de Los Dolores carecería de cripta propiamente dicha en 1761, cuando en ella recibiría sepultura doña Manuela Arnaud, esposa del tercer conde de Vega Florida, tal como nos lo indica el testamento de la referida señora, texto que nos habla del lugar concreto de este enterramiento así como de la lápida que debía cubrir su sepulcro, la cual se corresponde con la que se conserva en la actualidad en el camarín bajo la Capilla del Sagrario (lápida que se encuentra ya deslocalizada y, por ende, desprovista de su sentido original)[1]:
…sepultado en la Capilla de los Dolores de ella, delante del altar de dicha Señora y por razón de no haber bóveda en dicha capilla, se comprase la sepultura en la que se fijase losa y en ella se pusiese en su frente las armas y epitafio correspondiente…[2].
En el año 1772 fallecería el mencionado tercer conde de Vega Florida, don Francisco de la Rosa y Levazor, quien -como hiciera con anterioridad su esposa doña Manuela Arnaud- requeriría como lugar para su sepultura y eterno descanso la Capilla de los Dolores, señalando a estos efectos:
…mando que mi cadáver, amortajado con el hábito que dispusieren mis albaceas, sea sepultado en la sepultura que mía propia tengo en la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la Iglesia Prioral de esta referida villa, con entierro de honras enteras…[3].
Este ala de la iglesia Mayor (en líneas generales, la que linda con la calle de la Palma) habría de experimentar una notabilísima transformación a lo largo de la primera mitad del Ochocientos, momento en el que se levantaría la actual Capilla del Sagrario de la Prioral, sobre el espacio de lo que antes había sido la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, una intervención cuya naturaleza y carácter pueden considerarse verdaderamente estructurales y que llevaría a una ampliación (y, por añadidura, a una modificación) de gran envergadura de la fábrica del templo, así como, es de señalar, a la última gran reforma, insistimos, de tono estructural de los espacios sacros de esta iglesia hasta el momento presente (a la redacción de estos párrafos, en el otoño de 2017, bien entrado ya el siglo XXI).
Desconocemos, en último extremo, los motivos principales del cambio de ubicación de la Capilla Sacramental de la Prioral desde la antigua capilla propiedad de los Hurtado a esta nueva localización[4], así como el momento en que se produciría dicho cambio (sabemos, por ejemplo, que en el año 1787 todavía servía como Capilla Sacramental la de la familia Hurtado), si bien podemos señalar que lo cierto es que dicho cambio coincide en el tiempo con la decadencia de esta otrora principal familia portorrealeña (la de los Hurtado): al menos los descendientes directos de aquel don Juan Hurtado de Cisneros, creador de este recinto funerario (y sacro) hacia 1640, sus legítimos propietarios, habrían de desaparecer de la Real Villa tras los azarosos acontecimientos históricos que marcarían el comienzo del siglo XIX (la invasión napoleónica, la Guerra de la Independencia, la pérdida del Imperio transatlántico, la decadencia y ruina de la Bahía…).
Parece ser que las obras de la nueva capilla sacramental (impulsadas por los de la Rosa) concluirían después del año 1844, como vimos en la documentación contenida en el archivo histórico portorrealeño, cobrando así el templo la configuración estética que presenta en la actualidad (y desde entonces), y suponiendo ello para el conjunto del edificio la culminación (insistimos: hasta el momento presente) de su proceso evolutivo (en líneas mayores y generales), pues tras este último añadido no se habrían producido modificaciones mayores en los ámbitos sacros de la iglesia de San Sebastián Mártir de Puerto Real.
Sí han existido, es cierto, obras en los aledaños de esta iglesia, en diversos espacios no dedicados a fines cultuales, como es el caso del adosado de estructuras en la zona de la calle de la Palma, tras la Capilla Mayor, a lo que se añadirían las diferentes reformas realizadas en el atrio (como su ensolado a principios del siglo XX con los cantos rodados que aún presenta en la actualidad -bien que no en la mejor de las situaciones- y que presentan junto al anagrama de María la datación de 1930, año en que debió procederse a la fábrica de dicha solería de cantos rodados en el atrio de la Prioral), además de las obras acometidas tras el incendio de 1936 y llevadas a cabo bajo la dirección del arquitecto Germán de Falla (hermano del inmortal compositor), unas intervenciones que no han modificado estructuralmente el carácter y los ámbitos sacros del edificio, como sucede igualmente con la construcción de la casa parroquial anexa al templo, en el espacio que una vez debió estar ocupado por los ya mencionados –en los párrafos precedentes- “pórticos” de la Prioral, una edificación (la referida casa parroquial) levantada en su configuración actual en los lustros finales del pasado siglo XX -del pasado milenio, cabe incluso decir- y que no ha llegado verdaderamente a afectar -es posible decir- a la naturaleza y esencia de la estructura global de este monumento portorrealeño).
Y en los próximos párrafos continuaremos llevando adelante este recorrido histórico por el que sin lugar a dudas es el principal monumento patrimonial de nuestra Real Villa, la iglesia Mayor Prioral Mártir de San Sebastián de Puerto Real, una joya de nuestro Patrimonio Monumental, Histórico, Artístico y sentimental: un tesoro de todos los portorrealeños.
REFERENCIAS:
[1] Esta lápida venía siendo tradicionalmente mal identificada, ya que era atribuida al sepulcro de don Gutierre de Cetina (de lo que hablábamos en los párrafos precedentes), hasta que a finales del ya lejano año 1996 quien firma estos párrafos, junto al colega historiador J.M. Alcedo Torres, procedió a su identificación correcta, finalmente, apareciendo los personajes a los que correspondía en realidad la lápida: los referidos condes de Vega Florida; las medidas de esta pieza pétrea son 1,55 m. por 0,66 m. de superficie y 9 cm. de espesor, y la misma presenta el siguiente texto referido a doña Manuela Arnaud: Aquí yaze D. Manuela Arnaud muger de D. Fran. De la Rosa y Levazor que falleció en 10 de febrero de 1761; al fallecer el esposo de doña Manuela, don Francisco de la Rosa y Levazor, en octubre de 1772, se añadiría a la lápida el resto del texto que aún se puede leer: esta sepultura es propiedad de D. Fran. De la Rosa y Levazor y de sus her. Conde de Vega Florida. Falleció en 20 de octubre de 1772. Reqviescant in pace.
[2] AHPC. Protocolos Notariales, secc. Puerto Real. f. 79
[3] AHPC. Protocolos Notariales, secc. Puerto Real. L. 132, f. 748.
[4] Aunque quizá este cambio tenga que ver con el ascenso y decadencia de las familias de la oligarquía local portorrealeña: los Hurtado, condenados a la extinción, serían sustituidos en los espacios de preeminencia social en el Puerto Real del siglo XVIII por los ascendentes de la Rosa, comerciantes, cargadores de Indias, marinos de las Reales Armadas, nobleza titulada al fin…, y de la mano de dichos cambios en los paisajes de las élites locales, los cambios en la Prioral, que reflejarían en el terreno de lo sagrado la realidad social –mundana- de la Villa en la época: de este modo, una vez más, la Prioral (en este caso) sería un reflejo de la realidad económica y social de la localidad a lo largo de su Historia; entre estos cambios en el edificio de la parroquia, la aparición de las capillas laterales, sus funciones funerarias (y el reparto de espacios en las mismas) y la construcción de la nueva Capilla del Sagrario -a costa de los Vega Florida- entre los finales del XVIII y mediados del XIX, con el traslado del Sagrario (y con ello, del Santísimo, lo que no es poco) de una capilla a otra: buen reflejo del poder de los ordenantes de la construcción de la nueva capilla sacramental del XVIII-XIX, los de la Rosa, condes de Vega Florida, una familia verdaderamente principal en el Setecientos portorrealeño (y gaditano).