Continuaremos tratando de acercarnos con estos párrafos al contexto (geográfico, económico, estratégico) de la realidad en que se insertaban en época antigua las tierras que hoy componen nuestro término municipal, aproximándonos a un aspecto de la Antigüedad (como señalábamos, de la Romanidad) en el territorium antiguo del municipio portorrealeño actual como es el del marco físico en el que estas tierras se insertaban hace dos mil años, intentando prestar una atención especial a cuestiones tales como los aspectos económicos de la posible realidad de este rincón de la Bahía gaditana hace ahora dos milenios.
Hablábamos en el artículo anterior sobre los cauces y caños, esteros, canales y corrientes (mareales, fluviales) que conforman el paisaje que rodea al espacio portorrealeño, y ello desde la perspectiva de la Romanidad, de la realidad de estas tierras (y estas aguas) hace veinte siglos, y nos deteníamos en algunos de dichos cursos y cauces, como el Iro (al que atendíamos especialmente en ese precedente artículo) y el Guadalete, esto es, los dos grandes cursos fluviales, los dos grandes ríos, de la Bahía de Cádiz actual.
En el caso del río Guadalete encontraremos unas posibilidades de navegación más considerables que las que presentaba el chiclanero río Iro, hasta el punto de que podemos señalar sus características (limitadas, cuando no menguantes, pero vigentes hasta no hace mucho) como un verdadero puerto de mar.
Si el límite para la navegación marítima en la actualidad lo encontramos a dos Km. río arriba del curso, en el contexto del casco urbano portuense y a la altura del moderno puente de San Alejandro que permite el acceso al casco antiguo de la ciudad, no siempre hubo de ser así; prueba de ello son los restos de embarcaciones pesqueras que se encuentran en las riberas del Guadalete justo corriente arriba del citado puente, así como los varaderos de pesca que se sitúan en la ribera derecha del río, entre los restos del antiguo puente (derruido en los años setenta del pasado siglo XX) y la estructura del moderno.
Ambos ejemplos testimonian la navegabilidad del río Guadalete corriente arriba del antiguo puente de San Alejandro (si bien aparecen en las inmediaciones de donde éste se encontraba), al que no hemos de entender como un obstáculo total, absoluto, para la navegación.
El límite de la acción de las mareas está a la altura del Portal del Guadalete, unos doce Km. al interior (al N.E. del casco urbano de El Puerto de Santa María), lugar que ha sido identificado por algunos investigadores con el ad portum latino[1]; en dicho emplazamiento encontraremos vestigios de la navegabilidad del río Guadalete hasta punto tan al interior en tiempos históricos.
No son muchas las noticias sobre la presencia de barcos romanos en el interior del Guadalete, río arriba de El Portal, pero aquellas, aun escasas, con las que contamos muestran a todas luces que dicha navegación debió realizarse de forma ordinaria hasta tiempos más recientes.
Así, si Bonsor ya señalaba la funcionalidad (de cara a la navegación) de las mareas en el Guadalete, fenómeno cuyos efectos se hacían sentir hasta El Portal[2], Pemán proporciona la noticia del hallazgo a mediados del presente siglo XX de los restos de una embarcación …al parecer romana… (según dicho autor) en la Marisma de las Mesas de Asta, en un lugar llamativamente denominado «El Muelle»[3]. De la navegabilidad de las marismas entre el Guadalquivir (caso similar a la marisma jerezana) y el Guadalete rinde cuenta Chic, proporcionando noticias sobre el hallazgo de diversas embarcaciones en dicho entorno[4]; a estas referencias sumaremos las relativas a la continuidad de la navegación por el Guadalete hasta la marisma jerezana en épocas medieval y moderna. De este modo, Hipólito Sancho de Sopranis señala la existencia de comercio marítimo e instalaciones pesqueras en punto (hoy) tan al interior como el Cortijo de Casarejo (en término municipal de Trebujena)[5] en plena segunda mitad del siglo XV (en 1467); podemos poner en relación con esta información los testimonios de G. Chic sobre el hallazgo de un pecio medieval (datado merced a la cerámica que lo acompaña en torno al siglo XIV) en el Cortijo de la Herradura (El Portal), a seis metros de profundidad (lo que da idea del nivel de colmatación del terreno) en 1980; así, G. Chic («Lacca«, en Habis 10-11, 1979-1980, pp. 264-265, n. 64), detalla el hallazgo de dos anclas de hierro, de cordajes (deshechos al secarse), e incluso de lapas sobre los restos del pecio, lo que -como señala el autor- demostraría su prolongada inmersión; al mismo tiempo revela el mismo Chic la presencia de restos anfóricos, incluso de fallos de cocción (que estima podrían corresponder a Dr. 10), lo que indicaría la existencia en las inmediaciones de un alfar, justo encima de una serie de pilotes cuyo conjunto es identificado por Chic como una estructura de contención de las riberas similar a las de más entidad existentes en el Baetis[6].
Con estos datos no podemos albergar dudas acerca de la continuidad de la navegación por el Guadalete hasta las postrimerías de la Edad Media, pero será un estudioso de la zona, A. Rodríguez del Rivero, quien nos proporcione otras noticias sobre la continuidad de esta actividad en un estudio que cuenta con más de 50 años; según este autor, las naves de Jerez de la Frontera utilizaban como fondeadero (hasta las postrimerías del siglo XV) la ensenada natural de la Bahía gaditana hoy ocupada por el casco urbano de Puerto Real[7], población fundada como villa de Realengo por los Reyes Católicos en 1483 con el objeto de dotar de una ciudad propia a la Corona de Castilla en la Bahía de Cádiz (donde todas las localidades, en dicho momento, eran señoríos de los Ponce de León, los Medinasidonia o los Medinaceli -los grandes linajes de la comarca en dicha época)[8], para lo cual se creó la nueva población segregándola de Jerez, cuyo núcleo urbano quedaba demasiado lejos del contacto directo de la costa para los intereses de Isabel y Fernando. Junto a este dato, Rodríguez proporciona igualmente noticias sobre el servicio de galeras de Jerez en el siglo XVII (con disposiciones del año 1642 para el servicio de presos de las cárceles jerezanas como galeotes y con reglamentos de pesca de ese mismo año); menciona también la existencia de una Cofradía de Pescadores en Jerez de la Frontera (en 1661), situada bajo la protección de San Telmo (santo especialmente relacionado con los marineros y las actividades náuticas) y de la cual sólo podían ser miembros gentes de la mar (de acuerdo con los Estatutos de la misma aprobados en 1588).
También relata Rodríguez del Rivero la construcción de un «arrecife-muelle» (es decir, un muelle que sirviera al tiempo de protección de la ribera y de camino) en el Portal en 1621; este dato puede ser relacionado con las estructuras análogas halladas en el Portal (pilotes de madera relacionados con embarcaderos o con obras de protección de las orillas) a las que Chic hacía referencia; Rodríguez las relaciona con las necesidades de mantener el tráfico por el Guadalete, tal como sucedería en época romana, un tráfico fluvial vinculado con el Nuevo Mundo (a través de la Casa de Contratación), vinculación que quedaría demostrada por la Real Orden de 1809 concedida a Jerez habilitando a dicha ciudad como puerto marítimo para el comercio con América; los últimos coletazos de esta actividad marítima jerezana vendrán con el avanzar el siglo XIX: si en 1842 se ordena al Ayuntamiento de Jerez la entrega de madera para la reparación del navío «Soberano», en 1858 desaparecería la Ayudantía Militar de Marina de Jerez de la Frontera, manteniéndose (aguas abajo del Guadalete) la de la localidad de El Puerto de Santa María (dependientes ambas de la Capitanía Militar de Marina de Cádiz), lo que, junto a la sedimentación del río Guadalete, iría marcando el paulatino declinar de la navegación marítima aguas arriba de la mencionada población de El Puerto de Santa María (la clausura de la Ayudantía Militar de Marina de Jerez no prueba por sí sola el cese de la actividad; en el caso del Puerto de Santa María, su Ayudantía sería clausurada en la década de los noventa del pasado siglo XX, sin que ello significase que el Guadalete hubiera dejado de ser navegable hasta ese punto).
REFERENCIAS:
[1] Vid. tal reducción en G. Chic García, «Portus Gaditanus«, en Gades 11, Cádiz 1983, pp. 111-112; del mismo autor, «Lacca«, Habis 10-11, 1979-1980, pp. 275-276 y n. 125.
[2] G.E. Bonsor, Expedición arqueológica a lo largo del Guadalquivir. Écija, 1989, pg. 92, señala la existencia de un punto de control administrativo y fiscal romano en el Guadalete a la altura de la localidad de El Puerto de Santa María; al tiempo rinde cuenta (sin dar más detalles) de la presencia de restos romanos a los que identifica con figlinae (factorías -fábricas, aunque no nos animemos a llamarlas así- de producción cerámica) en El Portal y sus inmediaciones (en el antiguo brazo del Guadalete, llamado «Madre Vieja»).
[3] C. Pemán, “Alfares y embarcaderos romanos en la provincia de Cádiz”, en Archivo Español de Arqueología 32, 1959, pg. 173; no se dan en ese trabajo más datos sobre el pecio, sólo la noticia de su hallazgo.
[4] Chic, «Gades y la desembocadura del Guadalquivir», Gades 3, 1979, pg. 11 (en las marismas de las Mesas de Asta, en la marisma de Lebrija, en la marisma de Rajaldabas, en Trebujena, donde se hallasen estructuras correspondientes a un horno cerámico, y en la marisma de Évora/Ebora, donde se encontraran además restos de instalaciones alfareras romanas).
[5] H. Sancho de Sopranis, Historia Social de Jerez de la Frontera al fin de la Edad Media. I. La vida material., Jerez 1959, pg. 64.
[6] Véase sobre estas últimas, G. Chic, La Navegación por el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla en época romana. Écija, 1990, pp. 23-26 y 29-42; para las estructuras de madera halladas en Sevilla relacionadas con la canalización del río, vid. L.J. Guerrero, «Un ancla bizantina hallada en la plaza Nueva de Sevilla», en Museos 2, 1983, pp. 95-98; esta estructura de contención (que quizá pudiera relacionarse con un embarcadero de madera y muelles fluviales romanos) ayuda a revelar la relevancia del Guadalete como vía fluvial inscrita en el tráfico comercial de la Bética.
[7] Quizá el litus curense inflecto sinu de las fuentes (Plinio, N.H. III.7); sobre la relación de este topónimo pliniano con los curetes de Justino (XLIV), G. Chic, «La región de Jerez en el marco de la Historia Antigua», en I Jornadas de Historia de Jerez. Jerez 1988, pg. 22 y n. 23; igualmente, vid. R.R. Chenoll, «Sobre el origen del topónimo pliniano Litus Curense«, en Baetica 5, 1982, pp. 151-152.
[8] Sobre la Bibliografía histórica relativa a la Fundación de Puerto Real por la Corona de Castilla (entre la que destacaremos la obra de Antonio Muro, de la que destacamos un estudio, «La villa de Puerto Real, fundación de los Reyes Católicos», en Anuario de Historia del Derecho Español XX, 1950, pp. 746-757), y por mor de la concisión, señalaremos un trabajo, el publicado por nosotros en este espacio digital, titulado “Notas sobre la Fundación de Puerto Real en la geoestrategia de la Corona de Castilla a fines del siglo XV”, (publicado en https://puertorealhoy.es/notas-sobre-la-fundacion-de-puerto-real-en-la-geoestrategia-de-la-corona-de-castilla-a-fines-del-siglo-xv/).