Las casas históricas de nuestro casco viejo vienen a constituir uno de los ejemplos más significativos del tesoro patrimonial que aún conserva Puerto Real, tan mermado por los avatares históricos (la ocupación angloholandesa en el contexto de la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, la ocupación francesa, en el desarrollo de la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX, y el relativo poco cuidado que se ha tenido por el Patrimonio en tiempos más recientes, llegada ya la Democracia tras 1978) que La Villa debió padecer en diversos momentos de su particular historia.
Si es sabido que la propia configuración de nuestro Casco Histórico es uno de los elementos diferenciales de nuestro tesoro patrimonial (y una de las verdaderas joyas de nuestro Patrimonio), y de este modo y no precisamente por casualidad (sino como reconocimiento a su singularidad) goza de la consideración de Conjunto Histórico-Artístico desde hace décadas, entre los elementos singulares que lo enriquecen se cuentan sus casonas históricas, con ejemplos destacados (por su aglomeración o por las características singulares de algunas de ellas) en ciertas calles del centro de la Real Villa como pueden ser Cruz Verde o Soledad
Entre los elementos singulares y relevantes de las casas históricas, entre las características estructurales de las mismas que marcan sus ritmos estéticos y con ello su propia naturaleza como monumentos, se cuentan algunos como sus fachadas (y los elementos que las configuran), siendo la fachada la manifestación externa de la casa y sus constructores y moradores, aquello que la mayor parte de la gente podía ver, estando vedado su acceso a la mayoría de los pobladores de la localidad, por tratarse los interiores de las casas de espacios privados, no abiertos al libre acceso de la población, o la propia organización y estructura interna de las casonas.
Sería prolijo detenernos a considerar (cosa que hemos hecho en ocasiones anteriores si bien sin pretensiones de exhaustividad) todos los diferentes aspectos de la organización interior y del aspecto exterior de las casas históricas de Puerto Real, centrando nuestro interés en estas líneas en uno de sus elementos esenciales, verdadero eje articulador de la casa, núcleo central en torno al cual se vehiculaba no sólo la estructura del edificio en sí, sino también la vida cotidiana de quienes en el mismo habitasen.
Por ser una de las piezas más recorridas de todas las antiguas casas y casonas, un espacio de paso en buena medida, estos emblemáticos hitos de nuestra arquitectura pueden llegar a pasar incluso inadvertidos en su completa belleza por las prisas que hoy día nos invaden, permaneciendo ocultos en el anonimato como fruto de nuestra a veces excesiva pasividad ante la contemplación de la belleza. Todas nuestras viviendas históricas -y de suyo toda la vida social que en ellas se produce día a día- vienen a girar en torno a unos patios diseñados como espacios centrales -en todos los sentidos- de las casas, por lo que podemos aventurarnos a señalar, como decimos, que estos espacios interiores de las casonas vienen a ser el verdadero centro u “ombligo” de la casa.
Todo tiene su explicación lógica y, por decirlo de alguna manera, «científica». Nuestro clima mediterráneo es en buena medida la causa de que nuestra arquitectura tradicional presente como centro del inmueble al patio. Las horas de sol y calor que se viven en nuestra tierra durante gran parte del año dan pie a que desde el comienzo del fenómeno urbano nuestros antepasados más antiguos dispusieran sus casas en torno a un patio central por varios motivos. Este espacio facilita la recogida de aguas en épocas de lluvia, se convierte en un centro distribuidor de luz para las distintas dependencias de la casa además de lugar de refresco, máxime cuando proliferan las plantas o se dispone de algún surtidor de agua -que puede hacer rebajar la temperatura varios grados en épocas estivales- y sobre todo funciona como centro social de la vivienda, como centro de la vida en la casa.
Como es bien sabido, el hombre mediterráneo, y por ende el andaluz, vivía y vive gran parte de su tiempo en la calle, lo que guarda relación con la clara influencia del clima en nuestros comportamientos y hábitos sociales. Esta costumbre es trasladada a la casa y el patio cumple una suerte de función exterior, de espacio común en el seno de la misma; el patio se convierte en el centro de las fiestas y acontecimientos más significativos de la vida de una familia (especialmente si nos retrotraemos a los siglos precedentes), en lugar de tertulias, charlas y esparcimiento, y por todo esto en espejo de la familia o familias que allí viven. El poder adquisitivo y, por ende, el estatus social de los portorrealeños queda reflejado en las casas y sus patios, lo que da lugar a que se podría realizar una clasificación de éstos últimos en relación con sus moradores (lo que exigiría un estudio más exhaustivo y pormenorizado de los mismos, algo que trasciende de los objetivos de este modesto artículo, ciertamente, por lo que nos limitaremos a señalar dos modelos, dos tipos, desde una perspectiva básica: los patios señoriales y burgueses, de una parte, y los patios populares, de otra).
De ambos tipos conservamos en nuestra Real Villa notables y aun magníficos ejemplos dignos de consideración y preservación. Los patios señoriales, generalmente centro de casas de dos o más plantas, se distinguen de los populares especialmente por la calidad de los materiales utilizados en su construcción, así como por el pavimento y los elementos decorativos de que disponen. De forma regular -bien rectangular, bien cuadrangular- la mayor parte de las veces se encuentran recorridos por arcadas sobre columnas o pilares. En ellos se utilizan con cierta profusión mármoles (en suelos, brocales de pozos, columnas…), herrería (pozos, jabalcones, cancelas…), azulejería (normalmente disponiendo zócalos que rodeaban el perímetro del patio) y gran abundancia de plantas de todo tipo. Entre otros merecen ser mencionados los patios dieciochescos de la “Casa de las Columnas”, de la “Casa de los Marqueses de la Hermida” (o “Casa de las Bolas”), en la calle Ancha (ambos dotados de columnas) o el de la “Casa de la Cruz”, en la calle de la Cruz Verde.
A partir del siglo XIX aparece la costumbre burguesa de cubrir los patios con monteras de cristal -de las que existen aún relevantes ejemplos como son los de la de la “Casa Roja” o la de la “Casa de la Marquesita”, entre otros. Como ejemplo de patio “columnario” de esta época podemos destacar el espléndido ejemplo existente en la “Casa del Santo Ángel”, realizado con materiales de gran calidad.
Si el número de patios señoriales es numeroso e imposible de reseñar en tan breve artículo, el número de los populares es similar o superior. Estos últimos se caracterizan por una calidad inferior a los primeros en los materiales constructivos (con empleo de la piedra ostionera, el ladrillo en menor medida y la cal) y por una mayor sencillez estructural y constructiva en la que el juego floral y la ambientación con plantas suele suponer su mayor complemento decorativo. En este tipo destacan sobre todo los conocidos como “patios de vecinos” que se prodigan desde finales del siglo XIX, como consecuencia de un paulatino proceso de división de propiedades que daría lugar a que grandes casonas señoriales o burguesas se vieran reconvertidas en casas vecinales, y con ellas sus patios.
Muchos de estos ejemplos populares presentan patios de formas irregulares que dan fe de las transformaciones sufridas en estas fincas ejecutadas con la intención de aumentar el número de viviendas en su interior, como es el caso del conocido “Casinillo”, o de los existentes en la calle de la Palma nº 81 y Carretera Nueva nº 65, ambos de forma alargada, o el de San José nº 37, en el que se comunican varios patios de forma desarticulada y desordenada. De planta regular podemos citar los patios de la calle Factoría de Matagorda nos. 38 y 41 o el “del Pozo”, en la calle de la Plaza (en la esquina con Leñadores). Como populares también podemos considerar los patios de las antiguas posadas, auténticos exponentes de la arquitectura tradicional y de los cuales conservamos dos en la localidad, ambos del siglo XVIII: el de la “Posada de Bello” y el de la «Posada de la Espada», ambos muy transformados por las intervenciones (no del todo afortunadas) acometidas en ambos edificios en tiempos recientes.
Como vemos son muchos los espacios interiores dignos de mención dentro de nuestro casco antiguo, unos lugares que -aunque ocultos a la mayoría por lo general- suponen una faceta y una parte más de nuestro pasado. Así, debemos contribuir a su conservación como un legado más de nuestros mayores; es de recordar que cada casa es un mundo y cada patio una historia, o muchas, y por ello merece la pena que nos detengamos a contemplarlos cuando nos encontremos en uno de estos elementos privilegiados de nuestro Patrimonio Histórico local, merece la pena que alcemos la mirada y los contemplemos en su esplendor o su miseria: ellos nos ayudarán a comprender mejor nuestra Historia.