Venimos repasando en los artículos precedentes el estado de la cuestión de las defensas de Puerto Real tras un siglo (aproximadamente) de su Fundación por los Reyes Católicos (en 1483), a través de la inspección realizada en estas tierras por un agente del rey Felipe II, Luis Bravo de Laguna, en 1577.
Dejábamos nuestro recorrido por esta cuestión en el anterior texto tras haber considerado aspectos relativos a la torre de la Prioral de San Sebastián y el rol de la iglesia y la torre (más la segunda, pues el templo estaría aún en proceso de construcción, lo que mermaría sus capacidades defensivas) como elemento defensivo en el contexto del casco histórico de la Villa realenga por aquellos entonces.
Y cerrábamos los párrafos de dicho precedente artículo señalando las líneas que abordaríamos en las líneas de éste, comenzando por lo relativo a la torre que Bravo señalaba era necesario construir en la zona de La Matagorda de cara al refuerzo defensivo de la Villa y del conjunto de la Bahía gaditana.
Así, en el lugar llamado por Bravo de Laguna “cabo de Matagorda”, debía ser edificada una torre para estorbar (cuando no para impedir por completo) la llegada de barcos enemigos al interior de la Bahía así como para poder avisar del peligro a la población de la Villa portorrealeña. Antes de partir de estos parajes portorrealeños, el comendador Bravo realizaría un “alarde” (un ejercicio en el que se mezclaban desfile, revista y maniobras) de los hombres hábiles para la guerra que moraban en la población.
En los pasados artículos señalábamos tanto la falta de obras de naturaleza defensiva en la Real Villa a finales del Quinientos como la primera de las medidas que para solucionar esta carencia señalaba que era necesario tomar el comendador Bravo de Laguna, esto es, la fortificación de la iglesia parroquial de San Sebastián, edificio que habría de servir como refugio a los habitantes de la Villa en caso de un hipotético ataque, mientras llegaba a la localidad la ayuda procedente de las localidades próximas, tales como Chiclana o Jerez. Si ésta sería la solución planteada por el comendador para el refuerzo defensivo del casco urbano portorrealeño, la otra sugerencia iría encaminada a facilitar la protección por medio del aviso, e impedir una clara arribada de barcos enemigos, en La Matagorda, paraje donde ya el Emperador Carlos V ordenaría en 1534 a Jerez de la Frontera que dicho Concejo construyese un castillo, una torre circular que contribuyera a la defensa de la Bahía de Cádiz, cuando aún Puerto Real se encontraba inmersa en el litigio jurídico que mantenía por su independencia con Jerez (y materialmente anexionada por el Cabildo xericiense), siendo Jerez por ese entonces una de las principales urbes andaluzas, sólo inferior en dichos días a Sevilla y Córdoba.
Quedaba ya claro desde entonces el peso y el valor estratégico de este cabo (como lo llamaba Bravo) de Matagorda, localizado frente al castillo de Puntales, en Cádiz, en el sitio donde la Bahía es más estrecha, una angostura que facilitaría la defensa del lugar pues encontrándose un castillo (Matagorda) frente a otro (Puntales), como sería el caso, cuando cruzasen sus fuegos llegarían a cubrir por entero esta zona marítima, paso obligado entre los sacos externo e interno de la Bahía. Pero la edificación propuesta por el comendador estaría lejos de este objetivo, y sería de reducido porte, debiendo tratarse más bien de una torre de aviso que de una construcción de mayor envergadura, o al menos eso es lo que parece desprenderse de los párrafos de su informe, que nos sirve de paso para cerciorarnos de la inexistencia de torres y atalayas en este pago, pese al mandato imperial emanado décadas atrás; además, se muestra el consentimiento del Cabildo portorrealeño ante la idea de hacer frente a la mitad de los costes de dichas obras, la del baluarte de La Matagorda y la de la fortificación de la iglesia Prioral:
Pero la misión de Luis Bravo de Laguna no consistía tan solamente en observar el estado de la cuestión y proponer la realización de unas u otras obras defensivas, sino también en conocer los efectivos humanos disponibles en cada localidad, los hombres que podían, llegado el caso, defender cada población, así como el estado, la naturaleza y la cuantía de las armas existentes y susceptibles de su empleo. Para ello el citado Bravo mandaría ejecutar un “alarde” (una formación militar donde pasaría revista a los soldados y armamento) en todos los municipios que visitaba; el caso portorrealeño sería como sigue:
Si sumamos a los 195 militares de las dos citadas compañías el total de los 445 portorrealeños que, de acuerdo con el padrón, podían servir para el servicio castrense en caso necesario, junto a los 29 caballeros reseñados, todo ello venía a suponer un contingente de 669 defensores, una cifra nada desdeñable, la cual incluso indirectamente nos habla de una población portorrealeña que quizá pudiera rondar los 600 vecinos, cifra equivalente a unas dos mil quinientas personas.
En lo que toca a armas y hombres, a útiles de guerra, el informe de Luis Bravo de Laguna nos acerca al armamento en la España de los años setenta del siglo XVI, mencionando desde las armas de fuego, como los arcabuces (antepasados de los fusiles, de largo cañón de hierro), o las tradicionales lanzas y alabardas (compuestas estas últimas por un asta de madera de unos dos metros de longitud, en el extremo de la cual se insertaba una moharra con una cuchilla transversal, aguda por un lado, y en forma de media luna por el otro), pasando por las ballestas.
Estas armas eran utilizadas por las tropas de infantería, cuerpo generalmente integrado por individuos adscritos a las clases menos pudientes, menos favorecidas, de la sociedad; de otra parte, los nobles, caballeros (o al menos los elementos benestantes del cuerpo social), harían la guerra sobre sus monturas, un eco de la caballería medieval, aún existente en una sociedad jerarquizada, estamental, como sería la de la Bajo Andalucía de finales del dicho siglo XVI. Los veintinueve hombres de caballo portorrealeños podrían ser identificados por ello y de este modo con los estratos socioeconómicos más elevados de la Real Villa a fines del Quinientos, reinando Felipe II.
Entre las obras pictóricas conservadas en la Prioral de San Sebastián podemos contemplar un cuadro que representa una escena bíblica con personajes militares de la Antigüedad, cuadro en el que los soldados –romanos por el contexto- están representados con atributos de militares -hispanos- del siglo XVI; de este modo podemos considerar que allí aparecen -en buena medida- armas y vestiduras como las empleadas por los soldados portorrealeños que viera Bravo de Laguna en su paso por este rincón de la costa gaditana, en 1577.
Y con este apunte cerramos el capítulo dedicado a algunos de los aspectos defensivos de la Villa de Puerto Real en el último cuarto del siglo XVI, casi un siglo después de su Fundación por los Reyes Católicos.