La iglesia de San Sebastián se encuentra en una de las cotas más elevadas de la trama urbana de la Villa, como se ha señalado, lo cual redunda ciertamente en beneficio de los objetivos defensivos buscados con su ubicación en dicho emplazamiento, en la elevación natural del que habría sido el antiguo pago de “La Argamasilla”, una perspectiva que hoy se encuentra muy diluida (por la propia evolución física del casco urbano), pero que aún puede apreciarse en la tirada de la calle Ancha desde la ribera y el Paseo Marítimo hasta el emplazamiento de la propia iglesia. Puede señalarse que el templo se encuentra rodeado (sin relación tangencial con la misma, de la que se encuentra exento) por la manzana conformada por las calles Ancha (o Reyes Católicos), San José (antiguamente denominada “Huesos”, no de manera casual, al encontrarse bajo la misma uno de los lugares de enterramiento aledaños a la propia iglesia y dependientes de la misma), La Palma y Real, no siguiendo el edificio la disposición de la trama en damero del casco histórico, sino disponiéndose de manera oblícua a dicha trama, y ello por encontrarse el templo “orientado”, i.e., con su cabecera dirigida hacia el Levante, hacia los Santos Lugares, hacia Jerusalén.
En una aproximación inicial desde una perspectiva arquitectónica al templo, cabe reseñar que el edifico muestra, especialmente en sus interiores, una clara combinación de estilos, desde el inicial gótico y el mudéjar al neoclásico, pasando por el plateresco, el renacimiento propiamente dicho, o el barroco, los cuales se entrecruzan poniendo de manifiesto una natural simbiosis de formas estéticas y constructivas que viene a ser consecuencia y fruto de lo que podría considerarse un continuo devenir estilístico que se prolongaría desde al menos el siglo XVI (desde finales del Cuatrocientos, cabría aventurar) hasta el siglo XIX (siendo las obras del XX fundamentalmente de remoción y recuperación, como las ejecutadas entre 1936 y 1946), lo cual marca el carácter del edificio (junto a la estética del mismo) y lo hace presentar una notable variedad (y por ende riqueza y originalidad) estilística, conservándose las esencias de cada estilo representado sin incurrir en mixturas ni mixtificaciones desafortunadas.
En la génesis de esta iglesia (un alfa que se encuentra a caballo entre los siglos XV y XVI) (Izco y Parodi, 2001) para cuya construcción se emplearía piedra de las mismas canteras portorrealeñas (canteras de piedras que, una vez agotadas entre los siglos XVII y XVIII, habrían de convertirse en canteras de pinos para las Reales Armadas, conservándose hoy como “Pinar de Las Canteras”, parque periurbano de titularidad municipal que en estas fechas celebra precisamente su primer centenario como tal dominio público municipal, tras su compra por los vecinos de la villa en 1909), lo que habría incluso de causar algún conflicto entre las autoridades eclesiásticas sevillanas y gaditanas ante la necesidad de derivar parte de la piedra de las canteras portorrealeñas a la construcción de la catedral hispalense (Muro, 1983), se confunden el gótico, que está creando en esos momentos sus postreras obras, y un incipiente Renacimiento, que en esos primeros años del Quinientos comienza a difundirse por la Península Ibérica. Es la Prioral de San Sebastián un ejemplo singular, pues su planta y el concepto general del edificio permiten presentar a esta iglesia como un ejemplar renacentista de interés, e incluso como uno de los -posiblemente- mejores exponentes de este estilo en la Diócesis Gaditana.
Su planta, de salón cuenta con tres naves (la central más alta que las laterales), las cuales se separan por ocho columnas toscanas (conformadas por tambores de piedra) sobre las cuales a su vez reposan grandes arcos de medio punto peraltados. Las naves laterales están cubiertas con bóvedas de arista, limitados los cañones transversales por los arcos que las separan de la nave central y los muros laterales que conforman su cerramiento, perforados éstos en su cuarto superior por los vanos que forman las ventanas. Por lo que respecta a las cubiertas, a las bóvedas, la sencillez y armonía renacentistas dejan paso a un más movido gótico: las cuatro capillas iniciales del templo (Bautismal, Nuestra Señora de los Remedios, Nuestra Señora del Rosario y la Capilla Mayor -denominaciones de su origen) se verían originalmente rematadas por bóvedas góticas con nervaduras, de una mayor complejidad y riqueza en la Capilla Mayor (bóvedas góticas nervadas conservadas en las actuales capillas del Altar Mayor y de Lourdes); incluso el arco ojival que da entrada a esta última capilla, la Mayor, es muestra tardía de este estilo medieval[1].
La nave central de la construcción se muestra actualmente (y desde mediados del siglo XVIII) cubierta con una falsa bóveda de cañón con lunetas y arcos fajones, amén de una cornisa de yesería que recorre todo su arranque, desde los pies de la iglesia hasta el presbiterio, mientras que las naves laterales se cubren con sencillas bóvedas de aristas. Es posible que en un principio estas naves estuvieran cerradas por un artesonado de madera de estilo mudéjar, común entre las iglesias de esta época, pero quizá a causa del incendio de 1754 (de manera análoga a lo sucedido con el retablo mayor y parte del templo), estas cubiertas fuesen presa de las llamas, debiendo ser sustituido el diseño (y la traza) original por el que presenta en la actualidad. La techumbre de las tres naves se remata con bóvedas de medio cañón, mostrando el tejado, de tejas, una disposición a dos aguas.
Muestra de estilo renacentista es la así llamada Portada de las Novias, portada principal del templo y ejemplo claro, a pesar de su estado de conservación, del plateresco, cuyo modelo quizá se encontrase repetido en la portada de la nave de la epístola (cosa que sólo podemos esbozar hipótesis), que en época posterior (siglo XIX) sería remodelada, perdiendo su original porte y tomando su actual aspecto clásico. Esta Portada de las Novias por sí misma serviría para señalar y poner de manifiesto la antigüedad del edificio; cuenta, a modo de decoración, con medallones con cabezas clásicas en las enjutas de los arcos de medio punto, que evocan los situados en la puerta del edificio del Ayuntamiento de Sevilla, (obra de Diego de Riaño entre 1527 y 1534); igualmente, los candeleros que rematan el entablamiento corrido, así como las pilastras que limitan el conjunto, enmarcándolo, son muestra de lo más puro de este estilo[2].
Al tratar sobre las puertas (las portadas) de acceso al edificio podemos señalar que se complementaban (y se completaban) con gradas, cuyos escalones (quizá de mármol) se encuentran ocultos hoy bajo el suelo del atrio, el cual habría experimentado notables modificaciones (especialmente en la forma de una sucesión de suelos que llevaría aparejada la elevación del mismo, constituyendo lo que en cierta medida cabría calificar como “tell”) a lo largo de los siglos de la modernidad (el último pavimento del atrio fechado, el de cantos rodados, muy desvahido en la actualidad, corresponde a una intervención llevada a cabo en 1930, según se indica mediante el empleo de un diseño elaborado con los propios cantos rodados). Incluso sería posible que hubieran existido en las inmediaciones de estas portadas en algún momento de la historia de la localidad unos pórticos, o al menos así parece desprenderse de la siguiente prueba documental, fechada en agosto de 1754, texto en el que don Pedro Domínguez de Rivas, Comisario del Santo Oficio y presbítero portorrealeño, señala entre sus propiedades:
“…una casa pequeña en la calle Ancha, y hace esquina a la calle Torre. Por la parte del norte linda con el pórtico y gradas de dicha iglesia parroquial…” [3].
La estructura original del templo parroquial se vería ampliada merced a la adición a la misma de diferentes elementos adosados, esencialmente capillas laterales; de este modo entre los siglos XVI y XVII se formaría ya la actual capilla del Nazareno, y en los años cuarenta del Seiscientos la por entonces dedicada a San José y Nuestra Señora del Sagrario, capilla sacramental perteneciente a los Hurtado de Ávila y Cisneros, espacio rematado por una bóveda de media naranja rematada con una linterna. En el Setecientos el templo habría de continuar el proceso de su crecimiento, levantándose en los años centrales de dicha centuria la Capilla de los Dolores, al tiempo que se producían dos fenómenos directamente relacionados con esta nueva ampliación: la aparición de la Hermandad de los Servitas en la población, y la instalación en la Villa de la familia de la Rosa, condes de Vega Florida, quienes transformarían dicho espacio en su ámbito sepulcral familiar (Parodi, 1999; Parodi et al., 2000; eid., 2001). Esta misma Capilla de los Dolores, tras cuya construcción la Capilla de Nuestra Señora del Rosario habría de convertirse en su antesala, la que se convirtiera, tras una profundas y dilatadas labores de reforma en la nueva Capilla Sacramental de la iglesia, ya en los años cuarenta del Novecientos, punto que supondría la culminación al paulatino crecimiento del edificio parroquial. Esta Capilla Sacramental sería alzada de acuerdo con un proyecto de Torcuato Benjumeda del año 1782, ejecutando la dirección de la obra el maestro alarife Antonio Ruiz Florindo (Muro, 1983), si bien tras una pausa en las obras, éstas se reanudaron en 1844; la fábrica es de planta cuadrada, estando cubierta por una elegante cúpula desprovista de linterna que reposa sobre pechinas; en su parte inferior se encuentra un camarín, ocupado por el templete de la Virgen del Carmen; bajo la obra, y parcialmente bajo el nivel del suelo exterior (del viario urbano), existe una pequeña cripta, fruto de la obra del XIX, en la que (lejos del que debió ser su emplazamiento original) se encuentra la lápida funeraria del III conde de Vega Florida y su esposa (Parodi et al., 1998).
Pasando ya al comentario de la torre, y de la iglesia, propiamente dicho, cabe señalar (en lo relativo a la torre) que se trata de una estructura de planta rectangular rematada por un chapitel chapitel achaflanado adornado de azulejos de colores rematada por una cruz-veleta situada sobre tres esferas de barro cocido en el que se perfilan reminiscencias mudéjares, encontrándose decorado con azulejos de diversos colores que forman dibujos geométricos. Lo primero a destaca a simple vista es la robustez de esta estructura, así como su claro valor defensivo (que se desprende de la propia forma de la misma). Esta torre campanario cuenta con capacidad para cuatro campanas, tratándose sin lugar a dudas del elemento que mejor simboliza el pasado (y el carácter) defensivo del conjunto del edificio; en este sentido, sus vanos, con forma de saeteras, constituyen quizá el ejemplo más abiertamente manifiesto y directamente perceptible, visualmente, de ello. La torre, como habría de suceder con el conjunto del edificio templario, se convertiría -a falta de castillo, murallas, alcázar, baluartes u otros recintos defensivos propiamente dichos y diseñados como tales, ausentes en el cuerpo del casco urbano- en el último recinto y defensa para la salvaguarda de los vecinos ante posibles ataques externos, algo que era ya puesto en evidencia por diversos testimonios textuales que datan de algún tiempo antes de la consagración, en los postreros años del Seiscientos, del templo por el obispo de la diócesis gaditana, mons. Antonio Zapata[4]. Ceremonia de consagración de la iglesia celebrada en el año 1592 y de la cual ofrece testimonio una columna conmemorativa emplazada junto a la Portada de las Novias del templo; la construcción de la iglesia habría debido arrancar, sin embargo, casi un siglo antes, de lo cual es prueba el hecho de que los primeros enterramientos conocidos en el templo datan de la primera mitad del siglo XVI, más de medio siglo antes de la consagración del mismo por mons. Zapata (Izco y Parodi, 2001).
En este sentido, es de señalar que otra prueba de la funcionalidad religiosa del templo como tal varias décadas antes de la señalada de 1592 para la visita del obispo Zapata (fecha considerada tradicionalmente por la historiografía local portorrealeña como el “momento inicial” de la funciones religiosas del templo) es la constituida por una documentación relativa al priorazgo del referido templo Memorial del Priorazgo, datada en 1531-1532, y en la que se reflejan ciertas vicisitudes para ocupar dicho priorazgo:
“…Reverendo en Cristo padre Obispo de Cádiz del nuestro consejo, Álvaro Rodríguez, mi limosnero e deán de mi capilla me ha hecho relación e después de haberse tomado por su parte la posesión del priorazgo de Puerto Real de que nos le proveímos, queriendo poner de su mano cura en la iglesia de San Sebastián, como lo han hecho los otros sus predecesores no lo habéis querido consentir (…) os entremetéis en poner el dicho cura de que (…) e recibe notorio agravio e daño e me suplicó e pidió que hasta aquí han sido del dicho priorazgo habían nombrado curas e presentado os los a vos para que le fiziesedes la colación siendo hábiles e suficientes proveyese como con el se hi // ciese lo mismo o como la (…) fuese por ende yo vos encargo que (…) dejéis e consintáis poner al dicho Álvaro Rodríguez cura en la dicha iglesia de San Sebastián sin le poner cualquier impedimento alguno y como hasta aquí se ha hecho e acostumbrado…” [5].
Interesa, a los efectos que nos ocupan, recoger que ya en el segundo cuarto del siglo XVI, la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián de Puerto Real habría de encontrarse (es de considerar) desarrollando con normalidad plena su funcionalidad religiosa, como parece probar el hecho de que contase con un curato ocupando su priorazgo (o reclamándolo, cuando menos, en el año 1532), así como con una clara función funeraria (Izco y Parodi, 2001) ya activa en la primera mitad del siglo XVI, debiendo al mismo tiempo representar la principal estructura de defensa para el casco urbano y para los habitantes de la todavía “nueva” población (cuya administración solicitaba en 1526 la erección de torres de defensa), una situación que no habría experimentado grandes cambios a finales del mismo siglo a tenor de lo señalado en sus párrafos por el oficial de la Corona Luis Bravo de Laguna en el último cuarto del Quinientos[6].
Nos referimos al informe que sobre la defensa de la villa de Puerto Real da en su viaje de inspección por estos reinos el Comendador de Hornos, Luis Bravo de Laguna, bajo el reinado de Felipe II en el año 1577 (informe que ha de situarse en el marco de los proyectos defensivos filipinos de las costas de los reinos de España, fruto de los cuales serían las torres vigías de la costa, muchas de las cuales aún se conservan)[7]. Lo recogido por Bravo de Laguna en sus palabras refleja esencialmente una completa (y manifiesta) ausencia de infraestructuras defensivas en la villa (y así, unas décadas antes, reinando Carlos V, la villa de Puerto Real habría pasado por la experiencia de sufrir diversos asaltos efectuados por parte de piratas berberiscos[8]). Así, y por ello, la villa de Puerto Real solicitaría la disposición de un sistema de defensa que la guareciera, articulado en función de torres si no de una cinta muraria como tal; en este sentido contamos, por ejemplo, con testimonios documentales como el presentado en su día por Alonso García Mojarro, quien fuera escribano público de la localidad, y que solicitase a la Corona (al estado) en nombre y favor de la villa de Puerto Real “…hacer en la dicha villa torres e fuerzas por causa de los moros que andan por esta costa…” en 1526[9].
Un año antes de tal fecha, en 1525, el mismo escribano Alonso García Mojarro había redactado un documento [10] en el que habían participado con su testimonio varios vecinos de la villa de Puerto Real y de Cádiz (como Andrés Martín de la Huerta, Pedro Díaz, Juan Gallego, Alonso de Cetina, Diego de Coca, Gaspar Barrera, Hernando Moreno, Diego Sánchez de Senabria, Diego Sánchez de Argumedo, Diego Sánchez de Cádiz o Esteban Gentil), quienes dejaban constancia directa de la desprotección en la que se encontraba la localidad, desprovista de cualquier tipo de defensa sólida. De este modo, el testimonio de Alonso de Cetina señalaba que Puerto Real:
“…no tiene fuerza ni torre ni otra cosa donde se guarezca la gente cuando hay rebatos e que cada año en los veranos hay rebatos en la dicha villa e por no tener donde se guarezca gente se van a esconder a las viñas e que por esta causa sabe que la dicha villa e vecinos de ella tienen necesidad de hacer algunas torres o fuerzas donde se acoja la gente cuando hubiere rebato…”
Otro de los testigos que comparecen ante García Mojarro, el mercader Diego de Coca, dice por su parte que:
“…ha visto muchas veces rebatos de moros en la dicha villa y la gente se sale fuera a esconderse entre las viñas e dejan los hijos por el mucho temor de los dichos moros e que sabe que si la dicha villa no se fortalece que está a mucho daño e peligro e cree este testigo que se despoblaría e que e que para excusar y evitar lo susodicho conviene que hagan algunas fuerzas o tores donde la gente se guarezcan habiendo rebato…”
Nos encontramos, pues, ante una población abierta, desprovista de murallas desde su Fundación (1483), y falta de toda fortificación tras la que pudiera recogerse su casco urbano (y, naturalmente, sus elementos humanos), lo cual llevaría al visitador Laguna (más de medio siglo después de los testimonios recogidos por García Mojarro) a proponer que se tomasen medidas urgentes, señalando la necesidad (y la oportunidad) de que se construyera tan pronto como fuera posible una torre en el pago de La Matagorda (frente a la isla de Cádiz), y que se acometiesen medidas tendentes a fortificar la Iglesia Mayor Prioral de San Sebastián. Volviendo al visitador Bravo de Laguna, las palabras exactas del mismo, en las que se señalan las bondades de la construcción de la iglesia Prioral portorrealeña, son las siguientes:
“…Puerto Real es un lugar abierto dos leguas de Cádiz, por mar, y cinco por tierra; no tiene ninguna defensa; los vecinos de él tienen mucho peligro si algún golpe de navíos se entrase por la boca de la bahía entre el Puerto de Santa María y Cádiz, que se podría hacer fácilmente, por ser la entrada tan ancha, a muy poco riesgo aunque se haga el torreón que Vuestra Majestad manda en Santa Catalina del Puerto de Santa María. Tiene una iglesia toda fuerte de cantería. Dejé ordenado que se haga en ella lo mismo que en la de Chiclana (que guarneciesen la iglesia con dos casamatas que pudiesen estar en cada una dos arcabuceros para guardar la puerta, y que guarneciesen la puerta de hierro, para que no la pudiesen quemar, y se nombrase cada año un hombre principal con otros veinte que le obedeciesen para que acudiesen a la iglesia y recogiesen a las mujeres y niños), porque otro remedio no le tiene que sea de provecho, y de esta manera se podrían entretener algún tiempo, mientras que le viene socorro de Chiclana, que son dos leguas, y de Jerez, tres…” [11].
Existen otros testimonios, amén del proporcionado por Bravo de Laguna como hemos podido comprobar, contemporáneos y aun anteriores al suyo, en los que se señala la debilidad defensiva de este enclave de la Bahía de Cádiz, que habría contado para su protección únicamente con la fábrica de la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, cuya funcionalidad en relación con los aspectos defensivos queda de manifiesto, siquiera de manera simbólica, en las saeteras que hoy sólo adornan la fachada de su torre.
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Notas
[1] Posteriormente, y posiblemente ya en el siglo XVIII, las modificaciones que sufre el templo en el espacio de la Capilla de Nuestra Señora del Rosario, con la creación primero de la Capilla de los Dolores y luego la Sacramental, provocarían la pérdida de su bóveda gótica, sustituida por la actual de media naranja.
[2] El hasta el momento último estudio estilístico publicado sobre la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián es el de Manuel Romero Bejarano, “Apuntes sobre la construcción del templo parroquial de San Sebastián de la villa de Puerto Real”, aparecido en las Actas de las XI Jornadas de Historia de Puerto Real. Puerto Real, 2005, pp. 125-135.
[3] AHPC. Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 101, f. 164.
[4] Izco y Parodi, 2001.
[5] A.G.S., Cámara de Castilla, Leg. 211-17, año 1532; ya en 1531 suplicaba la concesión de dicho priorazgo el bachiller Villota (A.G.S., C.C. Memoriales. Legajo 203-4) .
[6] Por tanto, más de cincuenta años después del informe emitido por el escribano de la villa, García Mojarro, que veremos a continuación.
[7] Hemos tenido ocasión de abordar ya el comentario de este documento en varios artículos divulgativos publicados en cabeceras de la prensa provincial gaditana (Parodi et al., “Puerto Real y sus defensas según Bravo de Laguna”, en Diario de Cádiz, 14.XII.2000, 20.XII.2000, 21.I.2001 y 28.I.2001); documento extraído de un artículo previo de Hipólito Sancho de Sopranis (“El viaje de Luis Bravo de Laguna y su proyecto de fortificación de las costas occidentales de Andalucía de Gibraltar a Ayamonte”, trabajo publicado en originalmente en el Archivo del Instituto de Estudios Africanos. Año IX, 1957, nº. 42, págs. 23-78).
[8] Sancho de Sopranis, 1958 (Capítulo II, pág. 17 y ss).
[9] “Provanza tomada e recibida por la justicia de la ciudad de Cádiz e información habida e parecer dado por la dicha justicia por virtud de una cédula de su majestad presentada por Alonso García Mojarro escribano público de la villa de Puerto Real sobre hacer en la dicha villa torres e fuerzas por causa de los moros que andan por esta, va cerrada y sellada.” [Memorial sobre el levantamiento de torres, A.G.S.., C.C., 192/141, año 1526].
[10] A.G.S., C.C, 179-88, año 1525.
[11] Sancho de Sopranis, 1957 (pág. 66).