En estos párrafos de hoy continuaremos considerando -como venimos haciendo hasta el momento- otro de los jalones de nuestra Historia local, pero en esta ocasión alejándonos del perfil de las cuestiones que hemos estado contemplando en los últimos capítulos de esta serie, de manera que ahora enfocaremos nuestra atención -en las siguientes líneas- en una materia más reciente, perteneciente al que ya no es el “siglo pasado”, el siglo XIX (que ya es, desde hace más de tres lustros, “el siglo anterior” al siglo pasado), mientras en las semanas anteriores hemos centrado nuestro interés en las épocas medieval y moderna del pasado de la real Villa.
En estos párrafos atenderemos a uno de nuestros “hitos monumentales” (que no es -considerado stricto sensu– un monumento, sino algo más, pues sí se trata de uno de nuestros sitios históricos y en tal calidad y dimensión forma parte de nuestro Patrimonio Histórico local específicamente tal cual, según veremos a continuación -y como sabemos todos los portorrealeños), un sitio histórico directamente relacionado con un episodio capital de la Historia de Europa como fueron las Guerras Napoleónicas (en la transición del XVIII al XIX, en los albores del mundo contemporáneo, tras la Revolución Francesa y la subversión del sistema social estamental que caracterizaba al Antiguo Régimen), y en el seno de las mismas, de un episodio fundamental de dichas Guerras Napoleónicas como sería la Guerra de la Independencia Española que se prolongaría entre los momentos previos a 1808 y la definitiva expulsión de la Península Ibérica y la derrota ultrapirenaica de las tropas imperiales francesas, tras los hechos militares de los últimos años de las Guerras Napoleónicas, a raíz precisamente de las dos grandes derrotas de los ejércitos franceses, las campañas en la Península Ibérica y en Rusia (fracasos en ambos extremos de Europa que acabarían sellando –en negativo-la suerte de las armas imperiales y del soberano corso, Bonaparte).
Se trata de uno de los hitos de nuestra Historia específicamente relacionados con la “Francesada” (que también se denomina así tradicionalmente a la Guerra de la Independencia), como lo son igualmente los baluartes del entorno del Puente Suazo, el Real Carenero, o el Arsenal de La Carraca, por ejemplo, entre otros elementos protagonistas de tantos capítulos relevantes de nuestra Historia relacionados con el Imperio Ultramarino, con la red defensiva de las costas de Andalucía, con la construcción naval y con la pérdida del Imperio y la Guerra de la Independencia, por ejemplo (aunque no solamente).
De este modo hablaremos de uno de los hitos históricos sin duda más singulares de nuestra Real Villa, un hito que resulta especialmente singular porque en su caso nos encontramos ante un elemento de carácter histórico al tiempo que se trata de un sitio que a todas luces puede ser considerado como uno de los espacios sin duda más peculiares de nuestro paisaje local, un lugar emblemático de nuestro nada pequeño Término Municipal.
Nos referimos -circunloquios aparte- a La Cortadura, al “Caño de la Cortadura”, caño (más bien canal, en un sentido más estrecho) de origen y naturaleza artificial, un hito histórico fruto de la intervención humana en el paisaje, que pone en comunicación los cursos acuáticos del caño de El Trocadero con el río San Pedro, y que se diseñó y ejecutó de ese modo para reforzar las defensas de Cádiz en la tierra firme inmediata a la ciudad, llegando a convertir en un entorno “insular” al amplio espacio del contexto del pago de La Matagorda, con la intención de llegar a aislar dicho entorno con la trinchera acuática que venía a representar el foso dispuesto al crear el caño de La Cortadura.
Así, si en los capítulos precedentes tratábamos de acercarnos a algunos de los hitos defensivos del Puerto Real de finales del siglo XVI, hoy nos mantendremos en un horizonte temático similar, cambiando de escenario cronológico, pues haremos referencia a uno de los hitos defensivos de la Villa a principios del siglo XIX, el de La Cortadura.
Como es sabido (y explicó ya don Antonio Muro en su día), este cauce artificial de agua fue establecido en unos momentos verdaderamente cruciales y muy agitados de nuestra Historia nacional, en el primer cuarto del siglo XIX, y en el contexto de unas circunstancias políticas y bélicas muy graves que agitaban a la España y al resto de la Europa de la época. Apenas terminada la Guerra de la Independencia, en 1814, Fernando VII fue repuesto en el Trono de España, reafirmándose en sus prerrogativas absolutas, derogando este soberano la Constitución de Cádiz de 1812 e incumpliendo todas sus promesas anteriores.
Perdidos por España los territorios del continente americano (tras una guerra que desangró a España entre 1810 y 1824 y que vino a sumarse a la invasión francesa como otro factor destructor de la economía del país, y de sus estructuras políticas y sociales) que compusieron su realidad trasatlántica durante varios siglos, y desgarrado nuevamente el país por el conflicto político desatado entre liberales (partidarios del gobierno constitucional) y absolutistas (defensores de la monarquía absoluta de derecho divino) –lo que es decir, entre los partidarios de las dos concepciones políticas que pugnaban en Europa Occidental tras las consecuencias de la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas- habrían de ser los liberales quienes consiguieran, tras el Pronunciamiento del general Rafael Riego en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan (una pequeña población del Sur de la provincia de Sevilla) en el año 1820, inclinar la balanza del Poder a su favor, haciéndose con el control del país y del gobierno, por un período de tres años conocido como el Trienio Liberal.
En su línea habitual de comportamiento y acción, el rey Fernando VII se traicionaría a sí mismo (traicionando a su vez y abandonando a sus partidarios) una vez más (como tantas otras veces a lo largo de su vida…, que no en vano sería apodado “el rey felón”) y juraría la Constitución de 1812 (pronunciando aquella famosa frase, …marchemos todos juntos y yo el primero por la senda constitucional…); pero mientras jugaba a respetar (no le quedaba otra) los principios constitucionales, se dedicaba al mismo tiempo a intrigar y a tratar de recabar la ayuda de los monarcas europeos -que por esos años se encontraban en circunstancias similares al español, tratando de apuntalar el agonizante absolutismo ya condenado por el signo de los tiempos- contra el cada vez más creciente constitucionalismo.
Este ir y venir del convulso período de gobierno liberal -que duraría tres años, los del “Trienio Liberal”- en la España del momento- llegaría a su final cuando se produjese la intervención de la así llamada “Santa Alianza” (una coalición de soberanos europeos comprometidos en la defensa del poder absoluto de derecho divino ostentado por los reyes tradicionalmente); dicha intervención se traduciría en el envío por parte de la Santa Alianza de un ejército francés (el de los así llamados “Cien Mil Hijos de San Luis”, tantas veces mencionados en nuestra Historiografía local), una fuerza enviada a invadir España con la intención de restablecer al muy conservador Fernando VII en sus prerrogativas absolutas…, volviendo a instaurar el modelo de Monarquía absoluta de nuevo en el país.
El fin de la cuestión se precipitaría: custodiado el regio personaje en la ciudad de Cádiz, como “huésped” (prisionero, más bien) del gobierno liberal (que mantenía la ficción de “proteger” al monarca -conspirador él mismo- de la invasión que el propio soberano había auspiciado y de los invasores extranjeros a los que el mismo Fernando VII había reclamado su ayuda y que eran a todas luces precisamente eso, una fuerza hostil a la nación española, una fuerza invasora y agresora), el gobierno trataría de reforzar por todos los medios a su alcance las defensas de las que disponía la plaza fuerte gaditana de forma que fuese posible, una vez más (en 1823 como en 1810), prepararse para resistir los ataques de un invasor francés; de esta forma y por estas razones se ordenaría precisamente la creación este caño de La Cortadura, de modo que esta barrera acuática fruto de la mano humana pudiese servir para reforzar las defensas naturales y humanas con las que ya contaba el contexto de la Bahía gaditana permitiendo a los defensores de la ciudad contar con un foso artificial que ayudase a contener el empuje de los “Cien Mil Hijos de San Luis”.
Pero este esfuerzo y la obra realizada no habrían de servir a los fines buscados. Se hizo, efectivamente, el canal (a una escala menor de lo previsto inicialmente), pero pese a todo la ciudad de Cádiz acabaría por caer a la postre en manos francesas pues después que el Fort Louis fue asaltado la capital gaditana se rendiría finalmente a los soldados franceses, viéndose la Villa de Puerto Real nuevamente afectada por las circunstancias bélicas del momento (recordemos que tanto La Cortadura como El Trocadero y el Fort Luis -o Castillo de San Luis- se encuentran en nuestro Término Municipal, por no hablar de La Matagorda), mientras el rey Fernando VII acabaría siendo finalmente restablecido en las prerrogativas del poder absoluto, para mayor infortunio del país.
Y el caño de La Cortadura quedaría, finalmente, como mudo testigo de aquellos hechos bélicos, a la par que como un inacabado (e inútil, dado el fracaso del sistema defensivo en el que se insertaba) foso defensivo de la isla gaditana y de nuestro portorrealeño fuerte de La Matagorda, como evidencia, asimismo, y como recuerdo de la determinación y el valor de Puerto Real -y de Cádiz y su Bahía- en la defensa del territorio, de la integridad de la nación y de los principios constitucionalistas emanados de “La Pepa” y custodiados en la Bahía ante el empuje de los invasores galos, emisarios de la reacción.
En la actualidad, ya entrado el siglo XXI, este sitio histórico tan relevante aún languidece, sufriendo las agresiones del tiempo, del desinterés y del desconocimiento (por no decir de la ignorancia). Con su paulatina (y queremos creer que no inexorable ni inevitable) ruina, una parte nada desdeñable de la Historia y del Patrimonio Histórico portorrealeño corren serio peligro de acabar desapareciendo… Seguimos confiando en que en estos tiempos corran mejores vientos para nuestro Patrimonio (mejores tiempos que en épocas anteriores), y que sitios históricos como el del caño de La Cortadura (por citar uno, que es posible traer más a estos párrafos…, lamentablemente) puedan ver mejorada su situación y así salvarse de un futuro que a veces parece seguir tan negro como ayer. Seguiremos insistiendo, hoy como ayer, en la necesidad de que estas cosas cambien, y estamos convencidos de que, entre todos, será posible que ello suceda.