La que conocemos como la Guerra de la Independencia (que se desarrollaría en líneas generales entre los años 1808 y 1814 -aunque el estado de guerra para la Monarquía Hispánica vendría arrastrando desde años atrás, prácticamente desde la guerra contra la Convención, contra la joven república francesa, desde 1793, y se alternaría en períodos en los cuales el enemigo sería bien Gran Bretaña –como era tradicional- bien la Francia regicida inmersa en la Revolución de 1789) sería uno de los episodios fundamentales de la España del siglo XIX, la España que se abría a la época contemporánea envuelta en una enorme crisis económica y política como consecuencia de la prolongada situación de guerra que azotó a la Monarquía Hispánica desde la independencia de los EEUU (las Trece Colonias británicas en el territorio norteamericano, que recibieron apoyo español para emanciparse de su metrópoli europea) -1776, circa– y hasta la pérdida de los territorios ultramarinos de la Corona española (1810-1826), con la pérdida de los últimos jirones continentales americanos del otrora enorme Imperio Español (como serían, entre dichos postreros jirones de soberanía española, la fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz, en el Caribe mexicano, y algún remoto territorio aislado perteneciente a la actual república de Chile, unos espacios testimoniales perdidos definitivamente en 1825 y 1826, respectivamente).
La Guerra de la Independencia de España no sería un momento histórico aislado, sino que se inscribe en el cuerpo general de las que denominamos como “Guerras Napoleónicas”, una prolongada situación de guerra en Europa que enfrentaron a la Francia imperial de Napoleón Bonaparte con la práctica totalidad de monarquías del resto de Europa a principios del antedicho -y ciertamente convulso, en el caso español- siglo XIX.
En este contexto, la ocupación por Francia del territorio español al socaire de la falsa alianza de Bonaparte con los gobernantes españoles (los débiles Carlos IV y Fernando VII, más ocupados en arrebatarse entre ellos la Corona de San Fernando que de gobernar los reinos que la Historia les había legado) y con el pretexto de invadir Portugal para repartir dicho reino peninsular en tres partes, una para Francia, otra para España y otra (el meridión, Los Algarbes), para el príncipe de la Paz, Manuel Godoy (favorito de Carlos IV y virtual gobernante de la Monarquía Hispánica), llevaría al desencadenamiento de una guerra de liberación del territorio hispano que conocemos como “Guerra de la Independencia”.
Cádiz, como es bien sabido, habría de ser una de las muy escasas ciudades españolas que lograrían resistir con éxito a los invasores franceses, en un asedio que se prolongaría varios años y que ha pasado a formar parte del imaginario común y del bagaje identitario de nuestra tierra dentro y fuera de nuestras fronteras provinciales (como testimonian, por ejemplo, las múltiples referencias a estos hechos históricos, caso de las tantísimas coplas de Carnaval que nos recuerdan con afán prácticamente año tras año esta resistencia y la incapacidad de las armas napoleónicas para conquistar el reducto gaditano pese a los grandes esfuerzos realizados por las tropas imperiales para tomar la fortaleza insular de Cádiz).
En ocasiones anteriores nos hemos ocupado (en éste y en otros espacios) de diversos episodios y jalones del período napoleónico en nuestra Villa y en el entorno de la Bahía de Cádiz, pues es de sobra conocido que algunos de los hechos más relevantes de esta defensa contra los franceses tuvieron lugar en el término municipal de Puerto Real (de hecho, la línea de defensa última contra el francés se localizaba en buena medida en el actual término portorrealeño, la mayor parte del cual estaba en manos de los invasores), en el ámbito de sus tierras y de las aguas de su (nuestro) litoral, y precisamente uno de los primeros hechos de armas de la Guerra de la Independencia española habría de tener su desarrollo, en la práctica totalidad del mismo, en el término municipal portorrealeño.
Para llegar a dicho suceso es menester traer a colación las consecuencias de la batalla de Trafalgar, en la que en octubre de 1805 se fueron al fondo tablas y fuerzas de la Real Armada de España y de la imperial de Francia (y con ello las últimas esperanzas -si las hubo- de supervivencia para el declinante Imperio Español), cuyos coletazos finales, naturalmente, se hicieron sentir en una Bahía de Cádiz en cuyo seno algunas de las no muchas naves supervivientes del desastre de Trafalgar permanecerían refugiadas al amparo de las defensas costeras de la referida Bahía frente a la vigilante flota británica del almirante Collingwood (segundo de Lord Nelson en Trafalgar) durante casi tres años, contándose entre dichas naves cobijadas en la Bahía algunos de los buques de guerra franceses que sobrevivieron al funesto hado que les tenía reservado la batalla naval del 21 de octubre de 1815.
De este modo los navíos franceses “Le Herós”, “Algéciras”, “Plutón”, “Argonaute” y “Neptuno”, y la fragata “Cornelio”, también de bandera francesa, bajo el mando del almirante galo Rosily (François Étienne de Rosily-Mesros, 1748-1832), languidecieron en el celeste espejo de las plácidas aguas de nuestra Bahía desde aquel mes de octubre de 1805 hasta junio del año 1808, cuando estos buques de guerra de la armada imperial napoleónica serían capturados por las fuerzas españolas comandadas por el almirante Juan Ruiz de Apodaca, ya desatadas las hostilidades entre Francia y España en dicho año de 1808, siendo finalmente incorporadas dichas unidades navales a la lucha a las armas y banderas españolas y con ello a la lucha por la independencia contra el invasor galo (entre otra literatura histórica al respecto, véase el libro Apresamiento de la Escuadra francesa del Almirante Rosily en la bahía de Cádiz, el 14 de Junio de 1808, de Enrique Barbudo Duarte –Jerez, 1987).
Este singular hecho de armas (el “combate de Santa Isabel”, como también es conocido) tuvo lugar a lo largo de varios episodios concatenados que se desarrollaron entre los fuertes de Puntales (en Cádiz), de Matagorda y de San Luis (estos dos últimos en Puerto Real), en unos primeros momentos, para luego ser definitivamente rematada la acción en el caño de La Carraca (un pago por entonces adscrito al término municipal portorrealeño: a este respecto cabe recordar que hasta 1925, esto es, casi unos ciento veinte años más tarde de que acontecieran los hechos mencionados, La Carraca y la Isla Verde formaron parte del término municipal de Puerto Real, como había sido desde la Fundación de la Villa en 1483).
De nuevo somos testigos curiosos de nuestro pasado y de nuestra Historia tratando de que no permanezca ignorada, y de que no queden relegados a los cajones del olvido sucesos como el anotado en estos párrafos, especialmente cuando se trata de sucesos ligados a otros que vendrían no mucho después en el tiempo, que se desarrollarían igualmente en nuestro término municipal, y que tendrían que ver directamente con la evolución de la Historia de España en los siglos XIX y XX, como sería el caso de los hechos de armas de El Trocadero, cuando el constitucionalismo español conocería su primera defensa, fallida, contra las fuerzas de la reacción. Y de todo ello hablaremos en próximos párrafos de esta serie.