Hace unos años, en 2003 (hace más de tres lustros, que se dice pronto), tuve la suerte de contar con la confianza de un buen y querido amigo, Miguel Romero González, para poder preparar entrambos el libro La Barriada de Matagorda. Una Historia Viva, 1957-1973, que viera la luz en Gráficas Cruz, en Puerto Real, en dicho año de 2003.
Tal volumen fue en realidad el Catálogo de una Exposición (y las Actas de unas Jornadas) que se celebraron en Puerto Real en dicho año y que tuvieron como eje de su interés y centro de su atención la no por breve menos interesante historia de la Barriada de Matagorda (“Villamuergo”, como ha quedado cristalizada en la memoria de no pocos portorrealeños), un experimento social del tardofranquismo -la creación de una barriada obrera en las proximidades del Astillero de Puerto real- que duraría escasamente 16 años, período comprendido desde la propia creación de la Barriada en 1957 hasta la desmantelación de la misma, en 1973, por unas autoridades franquistas acaso preocupadas por la existencia, con un Franco en plena decadencia física y cercano a su deceso, a su desaparición (que era de imaginar llevaría aparejada la desaparición asimismo del régimen y la dictadura), de un espacio obrero homogéneo en sí, compacto y concienciado, en un municipio como el de Puerto Real, un pueblo de base obrera profundamente cargado de conciencia social y política en la España de la dictadura franquista.
Se optaría, pues, por desmantelar la Barriada de Matagorda dispersando progresivamente a sus moradores en diferentes barriadas creadas ya en el casco urbano de la propia Villa de Puerto Real, de modo que se disolvería ese núcleo (antecedente no tan remoto del actual poblamiento en la zona del Río San Pedro) poblacional compacto, resolviendo de ese modo el tardofranquismo el posible problema que podría representar una masa de población homogénea y bien definida, establecida en un núcleo habitado asimismo compacto e identitario, en unos años, los del tardofranquismo tan inciertos como complejos e inmediatamente anteriores a los no menos agitados años de la Transición a la Democracia en España.
La Historia de la Barriada de Matagorda, su concepción, su realización como proyecto (casi como experimento, podría decirse) sociológico del franquismo, su brevedad en el tiempo (escasamente 16 años de existencia) y su propia desmantelación forman parte no sólo de la Historia del Puerto Real contemporáneo, sino de la sociología de la dictadura franquista, algo no aislado de modelos precedentes en el tiempo en geografías europeas (por ejemplo) distintas de la nuestra, como en el caso de Inglaterra, Francia, Alemania o los Países Bajos, o Italia, en el período inicial del siglo XX y en el período de entreguerras (como se conoce a los años entre las dos Guerras Mundiales).
Hablar o en este caso escribir acerca de un hito de nuestro pasado como es la Barriada de Matagorda de Puerto Real no significa sola ni principalmente llevar a cabo una labor histórica. No es tan sólo “historiar” un período de nuestro pasado colectivo, del pasado más reciente de nuestra ciudad, de la Historia contemporánea de Puerto Real. No es tampoco entregarse a un ejercicio de la memoria para reconstruir un paisaje que ya, y desde hace unas décadas, no existe, unos edificios y calles que ocuparon un día un espacio material en nuestra geografía local y que hoy, y desde hace tiempo, han dejado de ser, que dejaron de ser desde hace ya más de cuarenta años, casi cincuenta en realidad. Es, en buena medida, adentrarse en la Historia sentimental de cientos, de miles ya, de personas que tienen en dicha geografía perdida uno de los espacios esenciales de su trayectoria vital, uno de los paisajes fundamentales de su bagaje personal e íntimo, y por ello, aventurarse en la Historia de “Villamuergo” es algo especial y distinto.
La Barriada de Matagorda no sería tan sólo un ejemplo y un modelo de barrio obrero industrial generado por los intereses y necesidades de una instalación industrial, de una fábrica, de una factoría, en este caso la factoría de Matagorda, los astilleros de Matagorda, nuestro histórico “Dique”. Ni responde sólo a unos patrones y modelos característicos de implantación del sistema en el marco físico de las ciudades. Podríamos, en este caso, traer a colación los ejemplos ingleses o franceses ya del siglo XIX (como señalábamos antes), o incluso también los intentos españoles del primer tercio del siglo XX, cuando se trataba por parte del capital de, bajo la apariencia de mejorar las condiciones de vida de la clase obrera, procurarse las mayores ventajas y facilidades acomodando a los trabajadores y sus familias lo más cerca posible de las fábricas.
Este concepto de cercanía, además, no sólo tenía que ver con lo físico, con unas viviendas situadas prácticamente a tiro de piedra de los centros fabriles, sino todos los campos de la vida de los trabajadores (y sus familias), de forma que el tiempo de estas personas girase fundamentalmente alrededor de sus puestos de trabajo (lo que es decir, de los intereses de sus patronos), con una inmediatez que abarcaba también los campos de lo económico, lo social, lo educativo (en el caso de la descendencia), y etcétera, etcétera. De esta forma, las barriadas obreras podían contar, por ejemplo, con servicios como economatos (o tiendas propias), con escuelas y una mínima dotación de servicios sanitarios, lúdicos o de otros tipos, acordes en cualquier caso con el sentido de los tiempos y con las necesidades materiales de la empresa, lo cual no siempre había de garantizar la existencia de lo antes mencionado, ni tampoco las óptimas condiciones de dichos servicios.
En cualquier caso, hablar de la Barriada de Matagorda (o escribir sobre la misma, como decimos) supone también llegar a detenernos en la memoria colectiva, íntima y sentimental de cientos de personas, de las miles que hace unos años pudieron visitar la exposición fotográfica dedicada a la Barriada, de las miles que de una u otra forma sienten a dicha Barriada como algo propio y aún vivo, porque vivieron allí, porque nacieron allí, porque sus familiares acaso fallecieron allí, porque la visitaban con asiduidad para dar encuentro a sus amigos, a sus familiares y parientes, porque han sentido, han vivido, la Barriada como un episodio propio de su pasado familiar, de su memoria personal e íntima.
Gracias a la iniciativa de algunas personas que forman parte de esa Historia, y muy especialmente de Miguel Romero, contamos con un texto, con libro que supone un ejercicio de Historia sentimental, sencillo y directo, en el que muchas personas podrán reconocerse, al que acaso habrá quien lo considerará incompleto, pero que supone un intento (que no es poca cosa), de que las voces de tantos no se difuminen en el tiempo, de que las imágenes de tantos no se diluyan en la luz.