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sábado, 4 enero, 2025
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Historia de Puerto Real: Reflexiones sobre identidad y Patrimonio (II)

La pérdida de Patrimonio Cultural e Histórico -y por supuesto de Patrimonio Natural- conduce inevitablemente al desarraigo de los pueblos, porque lo que ello lleva aparejado e implica es la pérdida de señas de identidad, de referentes identitarios de un cuerpo social, lo cual a su vez implica pérdida de identidad de dicho cuerpo social.

Con ello y por ello, en lugar de que ese cuerpo social que pierde referentes pueda seguir construyéndose día a día como tal cuerpo social (pueda continuar con su proceso histórico, diacrónico, de existencia, que implica crecimiento y cambio), lo que se busca conseguir es que se paralice, se esterilice como sociedad, de modo que una ciudad, una comunidad con referentes vivos (y por ello, mestizos, mixtos), se convierta en una “unidad habitacional” sin vida, sin fuerza, sin carácter. En un “dormitorio”. No queremos continuar sin traer a colación que la identidad es un proceso (un gerundio, algo en movimiento, una acción, como diría mi profesora de griego clásico del Bachillerato), que está en permanente construcción: la identidad no es algo fijo ni estático, no es algo que “se construyó” en un determinado momento “de una vez” y “para siempre”, no es algo que tenga un “Año Cero” a partir del cual todo haya fraguado y se haya “cerrado” in aeternum.

Paseo María Auxiliadora de Puerto Real en su camino hacia Las Canteras.
Paseo María Auxiliadora de Puerto Real en su camino hacia Las Canteras.

La identidad es, puede decirse, un proceso que se construye con el paso de las generaciones, con la interacción de los humanos (como individuos y como grupos sociales y culturales, como sociedades) entre sí y de los humanos (desde la perspectiva anterior, individual y colectiva) con el Patrimonio Histórico, Cultural y Natural del que los humanos (repetimos deliberadamente el término) forman parte, que les envuelve y que en buena medida ellos mismos construyen y modelan. Pues bien, con la pérdida de Patrimonio asistiremos al desarrollo de un círculo vicioso en el cual una cosa llevará a la otra, de modo que la pérdida de Patrimonio conducirá a la pérdida de identidad, la pérdida de identidad llevará a la pérdida de arraigo, el desarraigo llevará a la desorientación del cuerpo social, y todo ello finalmente acarreará una terrible pérdida de calidad ciudadana, de calidad de vida ciudadana en un cuerpo social desorientado y desarraigado de sí mismo que habrá perdido en buena medida la sensibilidad respecto a sus propias señas identitarias y con ello el respeto por sí mismo, lo que le resultará letal a la hora de seguir creciendo integrando en su seno lo que de bueno le llegue de fuera: conducirá a una suerte de arterioesclerosis cultural que no hará sino perjudicar a dicho cuerpo social en sí mismo y en sus relaciones con lo que le rodea.

Puerto Real corre el peligro de convertirse (¿de haberse convertido?) en un paradigma de esta fórmula. Es una ciudad, una comunidad, históricamente “aluvial”, conformada (precisamente gracias a sus buenas perspectivas y situación económica, a ser tierra de recepción de personas llegadas de fuera atraídas por las posibilidades de trabajo que aquí han existido) por gentes de acá y de allá a finales del siglo XV, cuando es fundada por la Corona de Castilla en 1483; la portorrealeña es una comunidad que merced a factores como el comercio indiano, la Real Armada, la construcción naval (ya desde los siglos XVI, XVII y XVIII, y luego con la reactivación de dicho sector en el siglo XIX con personajes históricos como el marqués de Comillas, fundador de la Compañía Trasatlántica y de alguno de los astilleros de la Bahía, como los empresarios vascos Echevarrieta y Larrínaga, por ejemplo, que invirtieron en el esfuerzo industrial de la Bahía de Cádiz durante la Restauración) va a seguir siendo en una medida no menor una ciudad de aluvión; ello es decir que será en buena medida un modelo de convivencia donde personas de geografías y horizontes culturales lejanos y distintos entre sí puedan asentarse e integrarse (si queremos expresarlo de un modo simple) por el mecanismo tradicional de encontrar trabajo y casarse (esto es, siguiendo los mecanismos económico y social básicos de integración), entrando a formar parte de la comunidad local e indudablemente contribuyendo con ello a mejorarla (casos particulares aparte) tanto desde el punto de vista cultural como desde el punto de vista genético.

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Paseo María Auxiliadora de Puerto Real en su camino hacia Las Canteras.
Paseo María Auxiliadora de Puerto Real en su camino hacia Las Canteras.

Pero quizá a finales del siglo XX esta tendencia empezaría a frenarse cuando no a invertirse…

La pérdida de identidad de Puerto Real como fenómeno tangible y sensible acaso comienza en época contemporánea, reciente, a fines del siglo XX; quizá desde la conformación de los primeros ayuntamientos democráticos (señalo el hito por ubicar el proceso cronológicamente, no porque entienda o considere que guarda directa relación con ello); desde el año 1979 en adelante asistimos a un paulatino proceso por el que se produce un fomento del desarraigo y de la desidentificación de la ciudad consigo misma, proceso que se va a articular fundamental pero no solamente en base a la destrucción [casi me atrevo a decir que sistemática] de Patrimonio Histórico local portorrealeño; decimos esto no porque no se trate de que priorizamos una cuestión que nos es particularmente cercana al ser el Patrimonio Cultural uno de nuestros ámbitos de desenvolvimiento; lo decimos porque la pérdida de elementos patrimoniales de nuestro Patrimonio Cultural local es una realidad innegable acentuada desde los años 80 del siglo pasado.

Plaza de Jesús en Puerto Real.
Plaza de Jesús en Puerto Real.

En este sentido, en orden disperso y sin pretensiones de exhaustividad, podemos hablar de la Caja del Agua del Muelle, un monumento y un jalón de nuestra Historia desde el siglo XVIII que nos hablaba de navegaciones a Indias, de hidráulica, de ingeniería civil, de ciencia y técnica, del maestro Ruiz Florindo (perteneciente a una saga de arquitectos de la localidad sevillana de Fuentes de Andalucía, donde hemos tenido ocasión de hablar de su trabajo en nuestra Real Villa), del paisaje urbano, humano y económico del Puerto Real del Setecientos, una Caja del Agua del Muelle pareja con la de El Porvenir y que era la terminal del acueducto dieciochesco que construyera el maestro alarife Antonio Ruiz Florindo por encargo del Ayuntamiento de la época para traer agua a la Villa que fuera destruida por completo y sin miramientos (pese a nuestras protestas) a principio de los años 90 del Novecientos.

Podemos hablar de la desmembración y mutilación del parque de El Porvenir, un Jardín Histórico del siglo XIX que perdió mucho de su configuración original (y con ello de su carácter e identidad) al verse desprovisto por decisión municipal (arbitraria a todas luces) de su cerramiento, de sus históricos pilares y jarrones metálicos (que de seguro recordaremos pintados de color verde) que servían a modo de jambas de sus accesos, y de buena parte de sus bancadas originales con sus respaldos de hierro forjado, elementos datados en la década de los 80 del siglo XIX (hoy los respaldos supervivientes, menguantes en número, cuentan con casi siglo y medio de Historia), cuando se configura el espacio de “La Laguna” y se da forma al Parque de El Porvenir, siendo alcalde de Puerto Real D. Antonio Capriles.

Farola de la Plaza de Jesús.
Farola de la Plaza de Jesús.

Podemos así mismo hablar de la en no pocos aspectos muy poco feliz (hay quien la tilda de verdadero horror) intervención que se llevó a cabo en la iglesia de San José, una iglesia de finales del XVIII erigida por el Gremio de Carpinteros de Ribera de la Villa y dedicada a la Sagrada Familia (de hecho es la iglesia de Jesús, María y José), hoy reconvertida en centro cultural, de la que desaparecieron (¿dónde están…?) las rejas de los tragaluces de la cripta del templo (las ventanitas a ras de suelo en la fachada del antiguo templo por la Calle Real), unas rejas datadas en el siglo XVIII, para ser sustituidas por unas rejerías contemporáneas de (cuando menos) regular estética que en cualquier caso nada tienen que ver con la naturaleza, cronología y carácter del edificio, al que no precisamente honran; baste además ver cómo se “descascarilla” el revoque del exterior del monumento para comprender mejor por qué hay quien introduce la palabras “horror” en este contexto (sin entrar a valorar ahora la estética de la fachada del Centro de Interpretación (¿…?) de la Historia de la Villa, inmediato al templo.

Podemos igualmente hablar de la intervención en la Casa de Cargadores (luego en parte reinventada como Tienda de Montañés) del siglo XVIII sita en la confluencia de las calles de la Plaza y Sagasta (frente a la Plaza de la Cárcel, hoy nominada como Plaza de Blas Infante), con -de nuevo- la pérdida de absolutamente todas las rejas del siglo XVIII de la casona (¿dónde estarán…?) sustituidas por unas rejas contemporáneas de una estética, como en el caso de la Iglesia de San José bastante dudosa por no decir algo mucho más grueso.

Podemos hablar de la aberrante la pérdida de la mayoría de los chalets históricos (villas de recreo más bien) del entorno del Pinar de Las Canteras y el Paseo de María Auxiliadora, caso del Chalet de Comes (acaso el de más fama de todos ellos), unos chalets históricos que tienen su equivalente en otras ciudades de nuestro entorno (caso de los “Hotelitos de la Playa” de Sanlúcar de Barrameda) y que son la muestra de la presencia de una potente burguesía urbana del Puerto Real de muy finales del XIX y principios del XX.

Podemos, cómo no hacerlo, de la completa y literal destrucción de la Plaza de Jesús. ¿Qué delirio, qué mente alucinada pudo estar tras este espanto, tras este atentado contra nuestra Historia, nuestro Patrimonio, nuestras señas de identidad, nuestro paisaje sentimental? ¿Quién y por qué (la segunda pregunta es retórica, la primera no: baste ver quién ostentaba la vara de mando municipal cuando se cometió ese crimen contra Puerto Real) lo hizo? Sólo la estupidez unida a la vanidad y envuelta acaso en megalomanía (la obsesión de dejar huella, la que sea, a costa de lo que sea, aunque sea la huella de una garra, o de una pezuña) pueden acercarnos a las claves de esa destrucción que aún lamentamos los portorrealeños y que nos privó de un espacio histórico -que tuvimos ocasión de estudiar y publicar dentro y fuera de esta cabecera- que contaba, en la configuración de plaza de salón, ligeramente elevada respecto al resto del viario, que se remontaba a fines del siglo XIX y muy principios del XX, un espacio histórico destruido para siempre y que pese a ello debería ser reconstruido siguiendo el modelo que existió hasta que alguien decidió arrasarlo: una vez más propondremos, ahora desde estas páginas virtuales, que alguna Corporación Municipal valiente decida deshacer ese desaguisado y recuperar la Plaza de Jesús en su configuración perdida [*nota: frente a lo que sucede con otros ilustres équidos, como Babieca, el caballo del Cid Campeador, Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, Cordobés, el caballo de Hernán Cortés, Incitato, el caballo de Calígula, o Traveller, el caballo del general Robert E. Lee, me es desconocido el nombre del caballo de Atila, aquel que arrasaba con la hierba cuando la pisaba, dejando sólo tierra baldía a su paso, pero su equivalente en Puerto Real es bien conocido por sus pisadas].

Una destrucción, la de la Plaza de Jesús, que se remataría con la pérdida de un elemento identitario clave para muchos portorrealeños y allí situado hasta su pérdida: la farola de los leones que presidía el centro de la Plaza, que desapareció un buen día y cuya desaparición sigue sin cicatrizar en el recuerdo de miles de vecinos (sí, miles aún: todavía no estamos vivos quienes recordamos la farola) de Puerto Real.

Y una destrucción que pudo haber sido mucho mayor, pues la misma cabeza preclara que destruyó la Plaza de Jesús y causó la desaparición de la farola quiso destruir la unidad de conjunto del Ayuntamiento Viejo emplazado en una de las fachadas de la Plaza, un conjunto conformado por el propio edificio, su coetánea verja perimetral (que lo cierra y lo configura por la referida Plaza de Jesús y la calle Soledad) y su pequeño jardín (conformado por parterres singulares, independientes entre sí); esta configuración hace del edificio un monumento único en el casco histórico de Puerto Real, el de palacete con jardín delantero, del que sólo existe otro modelo en nuestra Villa, la casa que fuera del historiador D. Antonio Muro Orejón sita en la calle Sagasta. Sólo consiguieron destruir los parterres del jardín del monumento, pudiéndose evitar (con el concurso de quien suscribe en dicha evitación) la destrucción de la verja perimetral histórica (de muy principios del siglo XX: hoy cuenta con más de siglo y cuarto de Historia a sus espaldas) y con ello la degradación, estéril y absurda, de un conjunto monumental que habría quedado irremediablemente mutilado (como hicieron con el Parque de El Porvenir) quizá por el estúpido y bovino capricho de alguno.

Seguiremos, quizá, en próximos párrafos tratando este asunto de la destrucción de elementos patrimoniales de Puerto Real, algo que se enmarca en el proceso que señalábamos al comienzo de este artículo: la desarticulación de la identidad de una comunidad (en este caso, Puerto Real) de la mano de la merma irreparable de su Patrimonio Histórico y Cultural, y con ello del proceso de destrucción de la identidad de dicha comunidad, a la que acaso se ha pretendido convertir en un mero espacio habitacional a merced de fuerzas y poderes, políticos y económicos, que encuentran en la masa a un aliado y en el Pueblo a, cuando menos, un obstáculo a reconducir…

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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