Hemos venido exponiendo en los precedentes trabajos de esta pequeña serie cómo el casco histórico de nuestra Villa de Puerto Real es susceptible de funcionar como una auténtica “máquina (o nave) del Tiempo” de modo que se hace posible (contempladas las cosas desde esta perspectiva) realizar un viaje a través de las diferentes épocas de la Historia que han conocido la Real Villa y su término municipal por el sencillo expediente de darse un paseo por la trama ortogonal de las calles y plazas de nuestro casco histórico y sus aledaños inmediatos.
En los episodios anteriores de esta serie hemos paseado por nuestra Historia (fundamentalmente a través de nuestras calles y nuestros monumentos) desde la Antigüedad romana (con el Horno romano de “El Gallinero”, del siglo I d.C.) hasta la transición de los siglos XVIII y XIX, con diversos monumentos e hitos patrimoniales adscritos a dichas dos referidas centurias de nuestra Historia, con alguna incursión incluso más reciente.
En la continuación de nuestro particular viaje a través del tiempo y la Historia merced a los hitos patrimoniales de Puerto Real, encontraremos en el Paseo Marítimo a la altura de la Barriada de Matagorda, apenas visibles y casi cubiertos por el fondo fangoso de nuestro mar tan somero, los restos irreconocibles de lo que fueron los muelles de una antaño fértil zona industrial como fuera aquella que, hoy ocupada por la referida Barriada y sus aledaños, en su día acogiese a la Fábrica Lavalle, a la Portland y a la Fipe, con la gran y airosa chimenea tristemente desaparecida y que tantos portorrealeños recuerdan todavía.
Paseando por el Paseo Marítimo, en bajamar, pueden verse un par de bloques informes que pueden pasar por piedras semienterradas y que en realidad son los vestigios de los muelles que servían para dar salida a las producciones (cementos, ladrillos…) de estas últimas instalaciones fabriles de nuestro casco histórico, que marcaron los ritmos de la vida de ese litoral de la Villa hasta bien entrado el siglo XX que se nos fue y que pertenecen a las postrimerías del Ochocientos y la primera mitad del Novecientos, como señalamos…
En ese mismo entorno, otro hito histórico muy transformado será el “Manchón del Hospital”, conservado parcialmente bajo las formas de los jardines de la Barriada y de la Plaza “Madre Loreto”, un entorno cuya urbanización se completa sólo a mediados del siglo XX y que está histórica y fuertemente vinculado con la iglesia de La Victoria y con su convento añexo, que tradicionalmente se conoce -precisamente por las funciones que desempeñó- como “el Hospital”.
En este mismo entorno de la Ribera del Muelle encontraremos, si bien bajo una construcción moderna, otro de los hitos referenciales, históricos y sentimentales, de todo portorrealeño: la Punta (o Puntilla) del Muelle, balcón sobre las aguas del interior de la Bahía y que mantiene una cierta continuidad en sus perfiles (pese a las transformaciones, refacciones y aún intervenciones de obra nueva que se han sucedido en el tiempo) desde el siglo XIX, cuando fuera muelle de la ciudad y asiento y base de un histórico balneario municipal ya desaparecido (a no confundir con el Balneario cercano a la playa de La Cachucha, también desaparecido y que fue siempre privado) cuya gestión se arrendaba por parte del Ayuntamiento [a título particular señalaremos que uno de sus arrendatarios sería Eduardo Álvarez Alfaro, compositor del pasodoble “Portorrealeña” (o “Portorrealeña Querida”, no “puertorrealeña”, que es un modismo reciente), padre del maestro Pedro Álvarez Hidalgo, y mi tío abuelo (hermano de mi abuelo materno, Manuel Álvarez Alfaro)].
Otro elemento histórico que nos lleva hasta el siglo XIX es la Torre del Sagrario de la Prioral de San Sebastián, esto es, la parte de la Prioral que linda con la calle de La Palma y se asoma a la Plaza de la Iglesia; dicho ala de la Prioral fue erigida gracias a la iniciativa de la familia de la Rosa (que fueron condes de Vegaflorida, un linaje al que dedicamos varios estudios hace unos años) entre las postrimerías del siglo XVIII y los mediados del siglo XIX, constituyendo el último eslabón construido del conjunto del espacio sacro de la Prioral portorrealeña.
También en el corazón del casco histórico portorrealeño encontraremos la Plaza de la Cárcel, hoy Blas Infante, que nos habla de la existencia en dicho histórico rincón -en el encuentro de las calles de la Plaza y Sagasta- del antiguo ayuntamiento local, anterior a las Casas Consistoriales de la Plaza de Jesús: de dicho edificio municipal se conservaron tras el traslado de la sede consistorial al palacete de la Plaza de Jesús en 1906 la escuela y los calabozos municipales, calabozos que dieron nombre a esta plaza portorrealeña, conocida tradicionalmente como “Plaza de la Cárcel” (una denominación que paulatinamente se va perdiendo, por desgracia).
Del siglo XIX, justo en el extremo opuesto del caserío histórico, es la reja con fecha de 1857 de la finca aledaña a lo que fuera la antigua iglesia de San Benito, en el entorno del antiguo cementerio del mismo nombre, único vestigio (junto con algún olivo que se conserva aún en la actualidad) del antiguo olivar que perteneciera a la referida desaparecida iglesia de San Benito (que fuera derribada a mediados del siglo pasado).
Y también al siglo XIX, aunque localizado lógicamente a cierta distancia del casco urbano local, pertenece el cementerio de San Roque, construido a finales del Novecientos, en 1885, un modelo de edilicia funeraria digno de visita y que se conserva aún en activo adaptado a las circunstancias y necesidades del siglo XXI en que nos encontramos, y en el que han encontrado el eterno descanso generaciones enteras de portorrealeños.
Igualmente lejos del casco histórico local y localizado en otro histórico pago portorrealeño se encuentra el Muelle histórico de Matagorda, que pertenece cronológicamente al siglo XIX y que junto a la capilla también histórica de Astilleros nos lleva hasta la segunda mitad del Ochocientos, constituyendo un singularísimo, único, ejemplo de ingeniería industrial española y europea de mediados-finales del XIX y que forma parte de la Historia de la construcción naval mundial, de una parte, y de la Historia de la Bahía gaditana y de Puerto Real, de otra.
En la Plaza de Jesús (literalmente destrozada hace unos por la misma inepcia fatua que atentó contra el Porvenir y los Jardines Históricos del Ayuntamiento Viejo, y que estuvo en la raíz de la pérdida de la Caja del Agua del Muelle, del siglo XVIII, entre otros infortunios para el Patrimonio Local…) podemos encontrar un testimonio (en su ubicación, que no ya en sus formas, desafortunadamente…) de la conformación de la trama urbana portorrealeña desde el siglo XVIII hasta el siglo XX, un siglo XVIII cuando se configura el espacio de la plaza y un siglo XX cuando se daría forma, en 1928, a la Plaza de Jesús que perdimos, con forma de salón, elevada respecto al viario, con la perdida farola central, etc., etc., etc…
Y hay más hitos, más elementos de nuestro Patrimonio que nos pueden conducir asimismo por ese viaje a través del tiempo, como el Molino Dominico de Aceite de la calle Barragán, o la Casa de las Columnas (siglo XVIII), o el Antiguo Casino (siglo XIX), situado en el tramo de la Plaza de Jesús entre las calles Soledad y Nueva, emblemático edificio decimonónico de la Villa protagonista de algunos relevantes actos de la vida social del Puerto Real del Ochocientos, o el mismísimo Parque de Las Canteras (comprado por la Villa, por suscripción popular, en 1909), o la Cortadura (siglo XIX), o el pago de El Trocadero con sus históricos Diques de Carena o el Fort Luis (siglos XVIII-XIX).
Puerto Real es una verdadera “máquina del tiempo”, como hemos visto, una nave que nos ha llevado por los siglos que median -muchos- entre la Antigüedad Clásica y el siglo XX sin movernos del viario portorrealeño y por los pagos inmediatos al casco histórico de la Real Villa, todo un recorrido por nuestra Historia y por nuestras señas de identidad.