En el moderno término municipal de la actual Villa de Puerto Real la Arqueología (si bien sería mejor hablar del avance de la investigación arqueológica e histórica) está sirviendo poco a poco como una herramienta para sacar a la luz (nunca mejor dicho) no pocos aspectos hasta hace no mucho mal conocidos -cuando no enteramente desconocidos- del pasado más remoto de las que hoy son nuestras tierras.
De este modo tanto los significativos testimonios de la presencia humana en este ámbito territorial en tiempos prehistóricos como la brillante evidencia del Mundo Antiguo en el contexto del arco costero interior de la Bahía gaditana que se extiende entre las islas de León y de El Trocadero, unas tierras en buena medida localizadas en el actual término municipal portorrealeño, han dejado de pertenecer al campo de la oralidad tradicional, del conocimiento remoto (y en buena medida adscrito al campo del saber no escrito) para comenzar a ser otro capítulo más del gran libro de Historia que los humanos llevamos muchos miles de años escribiendo de manera ininterrumpida en estas tierras.
Es de señalar que algunos testimonios sobre la que pudo ser la realidad de estas tierras en tiempos muy anteriores a la creación legal y administrativa de una entidad poblacional llamada Puerto Real (la Fundación de la Real Villa se produjo como sabemos a finales del siglo XV, en 1483 más concretamente, de manos de la Corona de Castilla), son los que nos brindan las fuentes clásicas, los escritores de la Antigüedad grecolatina.
De esta forma algunos autores de la citada Antigüedad Clásica pusieron por escrito sus conocimientos sobre esta zona, plasmando en sus textos sus impresiones y noticias (en algunos casos su conocimiento directo, en otros casos noticias llegadas a ellos indirectamente) sobre las tierras en las que hoy vivimos, facilitando de esta forma la tarea de quienes habríamos de venir acaso muchos siglos más tarde, los historiadores y lectores que hoy día cimentamos buena parte de nuestro propio conocimiento en el suyo y que podemos apoyarnos en los textos supervivientes de aquellas épocas.
Sabemos que en el Mundo Antiguo (como hoy día, en realidad aunque no seamos conscientes de ello) conviven con completa normalidad dos modos, dos formas, de pensamiento, el pensamiento mítico-religioso y el lógico-racional (de acuerdo con los modelos del gran historiador del pensamiento Mircea Eliade), y que a la hora de explicar el mundo y desarrollar su relato (un relato histórico, geográfico, mítico, naturalista) el geógrafo, historiador o tratadista antiguo se desenvuelve con total naturalidad entre ambos horizontes (el mítico y el lógico).
Hacemos este apunte a modo de inciso porque son consideraciones (muy brevemente anotadas) a tener en cuenta, ya que no podemos caer en el error (como sucede en demasiadas ocasiones) de desechar como impropia o poco útil la información que proviene del relato antiguo construido desde la mirada de lo mítico, restándole de ese modo a dicho relato su valor histórico e historiográfico.
Es de entender que los campos del mito y de la lógica van de la mano en los autores clásicos (no entran en contradicción en el relato de las fuentes antiguas), y de tal modo (como un espacio de interacción) deben ser atendidos y considerados por quienes nos acercamos a ellos con los ojos del siglo XXI, por quienes somos herederos de Aristóteles, Descartes, de Kant y de Ortega, por ejemplo, sin que dejemos de ser también hijos de Homero, de Herodoto, de Tito Livio y de Virgilio.
Apuntada -siquiera brevemente- esta cuestión, podemos señalar que distintos autores romanos tratan en sus párrafos acerca de este particular rincón de la Bahía de Cádiz que hoy llamamos Puerto Real; de este modo Pomponio Mela, autor latino originario de Tingintera, ciudad del actual Campo de Gibraltar (Algeciras o Tarifa), menciona en su obra titulada De Situ Orbis (III.5) un bosque sagrado denominado Oleastrum existente en la Antigüedad (Mela escribe en el siglo I d.C.) en el arco costero de la tierra firme de la Bahía gaditana, señalando igualmente la existencia de un gran lago en la desembocadura del río Baetis.
En el referido pasaje de su obra, el tingenterano Mela habla del lucus quem Oleastrum adpellant, es decir, del “bosque sagrado” (lucus) al que llaman “Oleastro” (quem Oleastrum adpellant), esto es, del “Acebuchal sagrado”, que como tal podría interpretarse (Oleastrum como “acebuchal” o incluso como “olivar” –sagrado en cualquier caso): un olivar o acebuchal consagrado a la divinidad (relacionado con Hércules) y una de cuyas posibles localizaciones habría sido el seno de este litoral curvado del interior de la Bahía gaditana hoy ocupado por el término municipal portorrealeño.
Así, otra fuente de interés para esta cuestión es el tratadista romano Plinio el Viejo (Cayo Plinio Secundo Vetus) quien falleciera el año 79 d.C. en la erupción del Vesubio en el ejercicio de sus responsabilidades como almirante de la flota romana del Miseno cuya base estaba en la Bahía de Nápoles y que por orden del antedicho Plinio llevase a cabo una misión “humanitaria” de rescate de las víctimas de la mencionada erupción volcánica (en cuyo desarrollo falleció el almirante).
El noble y erudito Plinio fue autor de una obra enciclopédica (por su carácter, contenidos y naturaleza), la así titulada Historia Natural (Naturalis Historia), en la que el autor hace referencia a su vez al mencionado bosque Oleastrum y lo localiza igualmente en el contexto geográfico de la Bahía de Cádiz antigua (Historia Natural, III.15).
Plinio “el Viejo” además de hacer mención del bosque Oleastrum, al ubicar geográficamente la ciudad de Gades (Naturalis Historia, III.7) especifica en relación con este asunto que la tierra firme frente a Gades recibía el nombre de costa Curense, y la describe como litus Curense inflecto sinu, es decir, como el “litoral Curense de curvado seno”, una anotación que (sin perjuicio de otros marcos) se adapta muy bien al ámbito litoral interior de la Bahía de Cádiz, desde las actuales localidades de Rota y El Puerto de Santa María hasta San Fernando, pasando naturalmente por el actual término municipal de Puerto Real (que ocupa en gran medida el arco territorial que cita Plinio en sus párrafos hace dos mil años).
Otro autor romano, el egipcio Claudio Ptolomeo (que escribe en el siglo II d.C., décadas después que el tingenterano Mela y el noble Plinio Secundo) escribe también sobre el referido bosque de olivos silvestres de la Bahía gaditana, el antedicho acebuchal u Oleastrum, un pasaje y una cita que encontramos en la Geografía ptolemaica, II.40.10.
Como podemos observar encontramos diferentes referencias clásicas que se detienen a siquiera mencionar una zona costera de forma curvada localizada frente a las islas gaditanas y comprendida, grosso modo, entre los límites de las mismas, esto es, entre el actual islote de Sancti Petri (en el meridión de esta geografía insular) y el extremo Noroeste de la actual ciudad de Cádiz.
En esta costa hoy gaditana se encontraba en la época antigua, de acuerdo con las referencias de estas fuentes clásicas que venimos considerando, un lucus o bosque sagrado de acebuches (u olivos), el “Bosque Oleastro”, un espacio sacro, un santuario (una zona de naturaleza religiosa, en definitiva) consagrado a una divinidad, en cuyas inmediaciones un dios como Melqart, transmutado en el Hércules Gaditano, cuenta con su gran santuario insular (la actual isla de Sancti Petri), y donde asimismo otras divinidades mayores y menores se dan cita, desde Juno y Krónos (o Astarté y Baal, en función de que nos apoyemos en sus denominaciones grecolatinas o fenopúnicas), a aquellos Curetes que acaso daban nombre a este litoral Curense, y en los que quizá sea posible encontrar a los mismos y muy ruidosos Curetes que cuidaron del dios Zeus-Júpiter en su primera infancia, mientras la cabra-ninfa Amaltea se encargaba de la lactancia del Dios de la Luz (el citado Zeus), antes de dejar atrás su envoltorio mortal mutado en el Vellocino de Oro y ser proyectada por su antaño protegido a las Estrellas en forma de constelación…
Cabe señalar que el retrato que las citadas fuentes antiguas presentan de lo que hoy es la campiña costera de Puerto Real (una campiña ribereña, abrazada por el litoral actual y por la marisma, que hace dos mil años conformaba un espejo de agua interior en torno al cual se distribuían las propiedades agrarias, los fundi y las villae rusticae -y maritimae) es ciertamente evocador.
La combinación entre los datos que nos brinda la Arqueología (con la aportación de la epigrafía, de la numismática…) y la información contenida por las fuentes clásicas habrá de servir para ir poco a poco completando el puzzle de nuestro pasado más remoto, y contribuirá a su vez a dar forma a los capítulos de nuestro Libro de Historia, siempre en construcción.
Por ahora, y permitiéndonos cierta licencia, es posible admitir que la idea de un enorme acebuchal, acaso un olivar, un bosque sagrado -un santuario- poblado de ninfas, de dioses y semidioses, aparece como una imagen muy evocadora a la hora de considerar cómo podría haberse mostrado aún la geografía que Roma encuentra cuando llega por vez primera hasta estas tierras de la Bahía, allá por el siglo III a.C.