Tópos significa “lugar” en griego. Tópos, en este sentido hace referencia a un lugar determinado en el espacio (en un plano físico), y de ahí devienen en castellano palabras como, por ejemplo, “topografía” (con todo su campo semántico); estar en un sitio determinado es, pues, estar en un tópos, desde un punto de vista etimológico y geográfico (y una ciudad, en cuanto es un “sitio”, puede ser considerada igualmente un tópos). Pero tópos alberga en su significado, asimismo, el de “lugar común”, el de algo que se repite no necesariamente sin sentido, pero quizá sí sin razón, o al menos sin razones objetivas para la iteración del aserto (cualquiera que éste sea). De ahí en castellano el término “tópico”, que hace referencia precisamente a un lugar común, a un aserto establecido por costumbre más que por contraste.
En demasiadas ocasiones la Historia (y la Historia local no es una excepción) más que una disciplina científica basada en la búsqueda, en la investigación, en la indagación, se ha construido sobre la base de lugares comunes, de tópicos preestablecidos que no resistían la luz y que se venían abajo en cuanto alguien les metía la uña (sic) o, dicho de una manera más ortodoxa (y menos coloquial), en cuanto alguien los sometía (a los tópicos) a la prueba del contraste, de la investigación y de la puesta en común de su pretendida singularidad con otros elementos de referencia que pudieran arrojar algo de luz sobre el asunto del que se estuviese tratando (ya se tratase de la supuesta “gracia” de los andaluces, o la no menos pretendida tacañería de los catalanes, por poner dos ejemplos fácilmente reconocibles, plasmados y reproducidos literalmente ad nauseam en un sinnúmero de chascarrillos y chistes de mayor o menor fortuna).
De este modo, sabemos que [muy probablemente] ni el emperador Nerón quemó Roma (de hecho probablemente su papel fuera por completo el contrario al del incendiario loco que tocaba la lira mientras la ciudad ardía para gloria de su pretendida locura, imagen construida a posteriori, pero muy cerca, de su muerte, por sus opositores políticos, esa misma oligarquía que lo derribó y a la que perjudicaban grandemente las reformas económicas -fiscales- del mismo Nerón), ni el mariscal de campo alemán Erwin Rommel se suicidó, ni el dictador Stalin era un revolucionario de izquierdas, ni Augusto, fundador del Imperio Romano, era precisamente un dechado de virtudes, por ejemplo. Sabemos también que las guerras [pretendidamente] de religión albergan poderosas razones económicas (estratégicas, políticas…) y que los EEUU no fueron ni única ni principalmente a “defender la democracia” a Kuwait, a Iraq, o a Siria…
Y así como con tantos y tantos tópicos que poco a poco (unos más rápidamente que otros) se han ido debelando, desmontando, con el paso del tiempo o con el contraste de los datos precisos y necesarios para tal fin (y lo uno marcha parejo de lo otro, por lo general). Otros tópicos más afortunados (y es de entender el término “afortunados” en tanto en cuanto que efectivamente perduran: no hacemos ninguna valoración de sus contenidos o su naturaleza), sin embargo, sobreviven -y no precisamente mal- al paso del tiempo; en relación con éstos, que cada cual busque los suyos, que no es imprescindible, ni tampoco está en nuestra intención, alimentarlos (y en manera alguna ayudar a mantenerlos) ahora y desde aquí por el expediente de mencionarlos en estos párrafos de texto.
Uno de los tópicos más asentados en la tradición local en relación con la Historia de Puerto Real, quizá el más levantisco y difícil de debelar, sea el que relaciona “Fundación de la Real Villa” (en 1483) con “poblamiento humano” en el territorio hoy perteneciente a Puerto Real, adscrito a su moderno término municipal. Haremos hincapié en el tema unos párrafos más abajo, pero no queremos dejar de mencionar aquí que la Arqueología se ha encargado (y sobradamente, además) de desmontar este tópico (no formulado pero existente en más de una cabeza y en más de un texto escrito de naturaleza [real o pretendidamente] histórica) y que hoy por hoy la investigación en curso avanza por unas líneas que poco tienen que ver con las que aún continúan siendo líneas maestras de algunos que no sabiendo renovar su discurso, por no ser (en apariencia al menos) capaces de ampliar sus conocimientos, siguen repitiendo lo mismo desde hace treinta años (o menos).
El pasado más remoto de la Real Villa puede, a priori, aparecer como un argumento aparentemente contradictorio en sí mismo, ya que Puerto Real como tal núcleo poblacional habitado, estable y configurado cuenta con algo que no es ciertamente común para todas las poblaciones del planeta Tierra: un Año Cero, una fecha de inauguración, un “primer año”, a partir del cual ir organizando la progresión cronológica de la ciudad. Aunque pueda parecernos una particularidad digna del apelativo de “curiosa”, esta circunstancia no resulta tan extraordinaria, después de todo, examinada a la luz de su contexto histórico, del momento en el que se produce.
Son muchas las ocasiones en las que una u otra Civilización, uno u otro estado (trátese del Egipto faraónico, de la mesopotámica Asiria imperial o de la mismísima Roma, por citar algunos casos) han creado enclaves poblacionales determinados -capitales o no de dichos estados- cuya trayectoria histórica ha podido ser organizada y seguida de forma relativamente cómoda “desde” el mismo año de su creación original, de su fundación da capo; en este sentido, la ciudad de Roma (paradigma del modelo junto con la que habría de ser su rival, la norteafricana colonia fenicia de Cartago) -por seguir con uno de los ejemplos mencionados supra- habría sido fundada, de acuerdo con la propia tradición romana, no en un “período”, sino en un año concreto, año que la referida tradición establece en el 753 a.C., fecha “canónica” entre otras también propuestas por diferentes fuentes antiguas, mientras Cartago, la ciudad de la reina Elissa, habría sido fundada por los tirios (por tirios huidos de su propia ciudad, Tiro, de seguir a la tradición) el 814 a.C., escasas décadas antes de la fundación de Roma.
Pero no es necesario ir tan lejos en el espacio. En nuestro propio entorno físico inmediato y siguiendo con un paralelismo de la Antigüedad, es fama que la ciudad de Cádiz (bajo el nombre de Gadir) fue fundada por colonos fenicios (provenientes de las costas orientales del Mediterráneo) hace, como siempre, unos Tres Mil años (y merece la pena escribir el dato con mayúsculas), plus minus, cosa sabida desde siempre (insistimos) por la Historia (esto es, merced a las fuentes literarias) y que la Ciencia arqueológica parece estar confirmando en los últimos años gracias a los varios repertorios de materiales aportados a nuestro bagaje de conocimiento como consecuencia de diversas excavaciones arqueológicas en el solar y casco urbano de la ciudad de Cádiz (con yacimientos tales como los de “Casa del Obispo” o “Calle Ancha”…).
En el caso de Puerto Real, contamos con una fecha fundacional, 1483, y con unas circunstancias muy específicas que hicieron posible la génesis de este enclave poblacional con entidad propia, en lo que nos detendremos en el correspondiente capítulo (procuraremos no adelantar acontecimientos). Este hecho clave, la existencia (por así decirlo) de un Año Cero en nuestra Historia como comunidad, ha supuesto -junto a la escasez o incluso ausencia de estudios arqueológicos en el término municipal portorrealeño, que sólo se han desarrollado de forma estable y continuada desde los años setenta del pasado siglo XX, y más especialmente desde la década de los noventa del mismo siglo- una suerte de “losa” mental que ha acarreado un cierto enfoque determinado y parcial de la Historia de Puerto Real, algo que puede resumirse en la tan manida por repetida frase de “Puerto Real fue fundado en el año 1483 por los Reyes Católicos”. Y punto, o poco menos.
Como ejemplo de la existencia de dicha “losa” cabe reseñar cómo no hace tanto (unos lustros tan sólo), aún había quien se empecinaba (aunque parezca mentira) en marginar el pasado romano del territorio portorrealeño, llegando a poner en tela de juicio la relevancia del mismo como fase significativa dentro del conjunto global de la Historia de nuestro solar. El tiempo no ha dado la razón a los escépticos: los hallazgos producidos en estos últimos tiempos (con la aparición en su día de otro yacimiento destacado en la zona como es el de la “Villa Romana del Mosaico del Barrio de Jarana”) en la que hemos definido como la zona arqueológica de “Puente Melchor-Barrio de Jarana” han venido a despejar con mayor nitidez aún las posibles dudas y reticencias que todavía pudieran existir en algunas mentes (esperamos) respecto al papel que la romanidad desempeñó en estas tierras…, o quizá sería mejor decir respecto al papel que estas tierras desempeñaron en época romana.
Es bien cierto que estas “dudas” (ya inconsistentes) pueden corresponder a un enfoque conservador de la Historiografía local (construido y mantenido sobre “tópicos”, sobre lugares comunes sin apenas contraste), a un relativo inmovilismo, contrario a la integración en el volumen total de nuestra Historia de los nuevos datos que van configurándola a medida que se producen y/o descubren (caso de los yacimientos y hallazgos arqueológicos); no es menos cierto, además, que el estudio continuo de las nuevas evidencias que nos brinda la arqueología puede representar un esfuerzo notable que no todos están dispuestos a asumir (y no nos detendremos a calificar la postura del científico que se resiste a estudiar, o del maestro que no revisa los contenidos de la disciplina sobre la que ejerce su magisterio: ello le llevará irremediablemente al anquilosamiento y a la pérdida de calidad), pero ello no debe llevar obligatoriamente aparejado el descarte sistemático de una época determinada del conjunto de nuestro pasado histórico, como consecuencia aparente de lo que podríamos considerar una cierta parcialidad por parte de algunos a la hora de afrontar el estudio de nuestra disciplina, así como la divulgación histórica, tarea imprescindible para el mejor conocimiento de la misma, aspecto que en tantas ocasiones falta (o aparece como una labor secundaria) en el conjunto del esfuerzo relacionado con la disciplina histórica.
Esta circunstancia del enfoque “conservador” de nuestra Historia local, unida a un relativo inmovilismo en la investigación ha podido acaso acarrear en algún momento la configuración de una suerte de “pasado oficial”, de una Historia establecida como tal y poco sujeta a reconsideración, a re-estudio y re-análisis, refractaria al contraste con los nuevos avances (especialmente quizá en lo relativo al campo concreto de la Historia Antigua, la Prehistoria y la Arqueología) de la investigación, pero afortunadamente el avance de los estudios y la savia nueva aportada por jóvenes investigadores (y por otros no tan jóvenes) sigue enriqueciendo el panorama historiográfico local para beneficio de todos, y la Historia de Puerto Real, felizmente, trasciende hoy -estamos convencidos- de tópicos y lugares comunes que quizá a fines del siglo pasado casi llegaron a aherrojarla.