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jueves, 19 diciembre, 2024
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Historia de Puerto Real: Apuntes sobre los paisajes de Puerto Real (III)

Seguiremos adelante en los siguientes párrafos abundando en el tema planteado en los artículos precedentes, relativo a los diferentes paisajes de nuestro término municipal local.

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En lo que tiene que ver con la configuración del paisaje litoral de Puerto Real en la actualidad, es de señalar que ésta tendría difícil explicación si no se tuviera en cuenta el papel desempeñado en la evolución del mismo por la mano del hombre a lo largo de la Historia. Como consecuencia de una intensa antropización y de la utilización del mismo como fuente de recursos de diferente índole (pesca, sal, obtención de piedra ostionera, y no sólo en lo que tiene que ver con actividades extractivas), este paisaje se vería transformado profundamente, apareciendo en el mismo una serie de subunidades, todo ello a consecuencia de la referida actividad antrópica.

A pesar de esta antropización (acaso porque la mano del hombre tendió a aprovechar lo que la naturaleza daba…) y la mayor parte de las actuaciones llevadas a cabo a consecuencia de la misma, en buena medida se conservaron las características naturales de las amplias zonas húmedas de nuestro contexto litoral, salvedad hecha de las acciones realizadas en las décadas que abrieron la segunda mitad del siglo XX, las cuales representaron un cambio de uso (principalmente industrial), y por tanto una notable transformación en el seno de este paisaje (aunque con antecedentes en épocas precedentes, todo sea dicho).

En líneas generales estos espacios se caracterizan por su juventud geológica, de manera que ha de tenerse en cuenta que los mismos siguen aún evolucionando en su desarrollo geomorfológico. Formado este paisaje litoral por un bien diferenciado crisol de ecosistemas íntimamente relacionados entre sí, es posible distinguir en el mismo varias subunidades estructurales, como las playas, salinas y esteros, las marismas y las planicies fangosas; todas estas subunidades tienen como común denominador entre ellas (y como nexo de unión) el contexto acuático.

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Las marismas

Se caracterizan, entre otras cuestiones, por su formación geológica reciente, como el resto de nuestra banda litoral. Estos terrenos (de formación cuaternaria) tienen su origen en depósitos fluviales compuestos en la mayor parte por arcillas, limos, y -en menor medida- arenas finas que en la actualidad continúan con su proceso de sedimentación. Se trata de suelos con un alto grado de salinidad, lo que es una consecuencia de su propio proceso de génesis a partir de materiales depositados en lo que en otro tiempo fue una zona marina.

Salina de la Marisma de Cetina.
Salina de la Marisma de Cetina.

Entre otros elementos que caracterizan este paisaje, el mismo se distingue por un relieve falto de pendientes, lo que le otorga una naturaleza propia y una perspectiva marcadamente horizontal, plana. La capa freática se encuentra muy próxima a la superficie –en líneas generales, a menos de un metro de profundidad- tratándose de terrenos de difícil drenaje merced a la propia composición edáfica de sus suelos, lo que genera estéticas distintas y distintas visiones del medio de acuerdo con la estación del año en que nos encontremos. Todo ello repercute sobre el sustrato vegetativo de estos espacios, de modo que se hace apenas posible la existencia de sustrato arbóreo, al tiempo que se produce la aparición casi exclusiva de plantas halófilas -amantes de la sal. Entre las plantas existentes en este medio podemos señalar los tarajes (prácticamente la única planta del estrato subarbustivo que vive en estos lugares), los almajos, los salados, las sapinas, las altabacas y otras especies de esta citada naturaleza halófila.

Este medio marismeño es un entorno de una muy alta riqueza y productividad biológica, lo que ayuda a explicar el gran potencial en peces y moluscos de la Bahía, a pesar de la sobreexplotación a que la misma se ha visto sometida a lo largo del tiempo. La acción combinada de una alta insolación y del viento de Levante han propiciado históricamente el desarrollo de la actividad salinera, que con sus cientos de explotaciones ha venido configurando el singular paisaje de la Bahía de Cádiz a lo largo de los siglos. En la actualidad y desde hace ya unos años se viene consolidando el aprovechamiento piscícola de especies de fácil cría en este contexto y este medio por medio de piscifactorías, lo que viene a constituir un perfil relativamente nuevo en la actividad antrópica sobre este entorno. Es asimismo de destacar en estas zonas el aprovechamiento histórico de las mareas en los caños existentes en las marismas como fuerza motriz para la molienda del grano, formando parte de este particular paisaje los molinos de agua, basados en la fuerza de la mera en los caños y esteros (fenómeno ya constatado por el geógrafo griego Estrabón en su monumental obra titulada Geografía, hace dos mil años, bajo el reinado del emperador romano Augusto). En el término municipal portorrealeño –y en lo relativo a este tipo de instalaciones- sólo quedan los restos de un molino conocido como “de Calacho” (o “galacho”, o aun “Gabacho”), construido en piedra ostionera y ubicado en la conocida como “Marisma Seca”[1].

Las salinas y los esteros

El sistema tradicional de funcionamiento de las salinas se basa en dejar entrar el agua del mar, por gravedad y merced al efecto de las mareas, mediante un sistema simple de canales (mejor conocidos en nuestro entorno como caños), hasta llegar a unos depósitos, unas charcas o saladares, de escasa profundidad y notable extensión, donde merced a la acción de los vientos (especialmente el de Levante) y la evaporación propiciada por la fuerza solar, el líquido elemento marino se concentra hasta alcanzar su punto de saturación, pasando de allí a otros estanques denominados de “cristalización”, en donde se produce finalmente la precipitación de la sal y luego la definitiva cristalización de la misma. A posteriori la sal así obtenida se apila en amplios montones que pueden alcanzar hasta 20 metros de alto y que habrían dado origen a la idea de los Montes Albi (los “Montes Blancos, literalmente) del contexto de la costa gaditana en la Antigüedad, unas elevaciones que no corresponden a montes nevados (ni bajo la cual denominación hay que buscar las crestas de la Sierra de Cádiz), sino a las colinas de sal que adornarían en la Bahía (y en otros espacios de nuestra costa) el contexto litoral de este rincón de la Baetica Felix romana.

Imagen de una visita a la salina La Esperanza de Puerto Real.
Imagen de una visita a la salina La Esperanza de Puerto Real.

Este sistema de obtención de la sal marcaría desde tiempo inmemorial los ritmos paisajísticos de gran parte de nuestro marco litoral, y llevaría a dar una nueva utilidad a antiguos espacios marismeños si bien éstos continuarían ligados a su anterior fisonomía. Hasta hace no demasiados años buena parte de las salinas conservaba su antigua disposición (su parcelación), algo que guarda relación con su baja rentabilidad, sumado a la división de la propiedad en muchas manos[2].

Acerca de la rentabilidad de estos espacios salineros trata ya en el siglo XIX Pascual Madoz[3], quien explica que en término de Puerto Real existían (a mediados del Ochocientos) 45 salinas que -con 26.242 tajos de labranza- producían 52.484 lastres o 48 fanegas de sal[4].

En la actualidad buena parte de las antiguas explotaciones salineras aún perdura como entidades paisajísticas, aunque cada vez son menos los montes de sal que se observan en estos enclaves singulares, y cada vez se encuentran más abandonadas -y degradadas- las típicas casas salineras, casas totalmente adaptadas al medio y dotadas de especiales características etnográficas dignas de conservación que formaban parte de estos peculiares enclaves.

De otra parte encontramos también los esteros, pequeñas parcelas de agua marina procedente de los caños y cuya comunicación con los mismos se lleva a cabo a través de unas compuertas que, una vez abiertas, permiten la entrada, con el agua, de diversas especies de alevines y peces de la Bahía de Cádiz, muchos de ellos muy apreciados gastronómicamente[5]; una vez cerradas, estas compuertas impiden que dichos peces puedan volver a los caños desde donde llegaron a los esteros. Criado el pescado, se produce el “despesque”, lo que consiste en vaciar la compuerta de un estero para de este modo extraer del mismo el pescado que contiene. En esta verdadera ceremonia era algo tradicional consumir una parte del producto in situ, asado el pescado en tejas con fuego alimentado por sepinas. En la actualidad muchas de estas explotaciones han abandonado la actividad de extracción de la sal para dedicarse al aprovechamiento piscícola; esta actividad, aunque siempre acompañó a la producción salinera de manera secundaria, constituye hoy día una verdadera fuente potencial de riqueza en estos contextos, así como una también potencial garante de la futura conservación de los mismos como parte integrante del paisaje litoral propio del término municipal de la Villa de Puerto Real.

Referencias:

[1] Del mismo solamente se conserva parte del muro de Poniente y las esclusas por las cuales corría el agua que servía para mover el mecanismo de la molienda, todo lo cual fue realizado en la tradicional piedra ostionera.

[2] Circunstancia motivada por la fragmentación de los patrimonios familiares de la mano de herencias muy repartidas, lo que daba origen a la existencia de un elevado número de propietarios para explotaciones pequeñas cuando no minúsculas, lo que las convertía en poco rentables.

[3] Véase su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid, 1846-1850.

[4] La fanega equivale (en la provincia de Cádiz) a 54,4 litros de capacidad; en la fecha se vendía a 30 reales cada una.

[5] Como doradas, sargos, robalos, lisas, lenguados y anguilas.

Redacción
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1 COMENTARIO

  1. El bueno de Manolo Parodi erre que erre con las cosas de su pueblo. Hay que agradecerle que además de mostrar a los puertorrealeños/portorrealeños de cuna o de arraigo, nos enseñe a «sentir» a Puerto Real como algo propio, a sentirnos orgullosos de nuestra historia, nuestras costumbres, nuestra cultura.
    Gracias Manolo, todos somos contingentes, pero tú eres necesario.

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