Dice el tango (o canta…) que “…veinte años no es nada…” (aunque los que no somos de papel, sino de carne y hueso, sabemos que veinte años sí es algo, sí es mucho…), y si un par de lustros mal contados (cuatro, en realidad) no es nada, no sé lo que diría el poeta cuando de lo que se trata es de celebrar, de conmemorar nada más y nada menos que 536 años, con la de lustros (exactamente 107) que caben dentro de 536 años…
Puerto Real ha cumplido el pasado 18 de junio 536 años de Historia. Más de medio milenio (medio milenio y tercio de siglo bien despachaíto) de continuidad histórica, de vida cotidiana en el mismo espacio, en un contexto físico privilegiado (el de este rinconcito de la Bahía de Cádiz) en el que han vivido desde hace tanto tiempo como el que señalamos tantas y tantas generaciones de portorrealeños.
Como todo portorrealeño sabe, la Real Villa fue fundada por la Corona de Castilla en 1483, por Carta Puebla dada en Córdoba y fechada el 18 de junio de dicho año, en plena guerra de Granada -una guerra que se saldaría con la incorporación de dicho territorio -el último estado islámico de la Península Ibérica- a los que compondrían el conjunto de los reinos de la Corona de Castilla.
La soberana de Castilla, la reina Isabel I, contó con poderosas razones de índole geoestratégica (las hemos abordado en textos precedentes de esta misma serie) para dar forma a una nueva población en el contexto de la Bahía de Cádiz, desgajando los territorios que habrían de componer el término municipal de la misma del seno del enorme, inmenso, alfoz jerezano (el alfoz es el territorio que pertenece a un municipio) al que hasta entonces habían pertenecido las tierras y pagos (como los de La Matagorda, La Cabezuela, El Trocadero o La Argamasilla –siendo este último el que albergaría el casco urbano de la reciente fundación) que serían, a partir de entonces, Puerto Real.
Sabido es, gracias especialmente al padre (junto a Juan Moreno de Guerra) de nuestra Historiografía reciente, el profesor Antonio Muro Orejón, quien fuera autor de numerosos trabajos sobre la Historia de Puerto Real a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo XX, entre los cuales destaca su estudio –precisamente- sobre la desaparecida Carta Puebla de la Villa, cómo fueron las circunstancias en las que se inserta la Fundación de Puerto Real, como nosotros mismos hemos considerado en párrafos precedentes.
Privada de puerto en la Bahía de Cádiz, pues todas las localidades de dicho entorno estaban en manos de una u otra Casa nobiliaria (El Puerto de Santa María, en manos de los de la Cerda, Rota y Cádiz -ésta última por usurpación, y con ella el señorío de La Puente, hoy San Fernando- en poder de los Ponce de León…), la Corona de Castilla se resolvió a crear un puerto real (sic) propio, desgajando para ello ciertos territorios del alfoz de Jerez de la Frontera, como señalábamos hace un momento, y dando forma a una nueva población de marcado carácter marítimo, portuario, en el referido año de 1483.
Con ello además la reina de Castilla trataba (con éxito, ciertamente) de poner coto a las pretensiones expansionistas de la Casa de los Ponce de León: el conde de Arcos, Rodrigo Ponce de León El Viejo, marqués de Cádiz por usurpación de dicha ciudad (se había apropiado de la misma aprovechando la debilidad de la Corona en el contexto de la guerra entre el rey Enrique IV y su hermana y finalmente sucesora, la reina Isabel I, Isabel La Católica) había tratado al menos en dos ocasiones (en 1480 y 1481) de hacerse con el control de la tierra firme frontera (como la llamaría muchos siglos atrás Estrabón) a su flamante dominio insular gaditano, tratando –sin consumarlo- de llevar a cabo la –finalmente fallida- ocupación de algunos pagos del referido litoral de la Bahía como serían los de La Matagorda, La Cabezuela y aun el de El Trocadero, unos espacios todos y cada uno de los cuales -por esos entonces- adscritos al término municipal del gran realengo meridional (por la enorme extensión de su alfoz) del Reino de Sevilla, la ciudad de Jerez de la Frontera.
El panorama del momento, pues, presentaba rasgos de agitación señorial, intentos de usurpación sobre el realengo jerezano, falta de puerto marítimo regio en la Bahía pues si bien Jerez tenía dos puertos, el fluvial de El Portal del Guadalete, y el marítimo de El Trocadero, la Corona de Castilla no disponía de una verdadera ciudad marítima, un enclave urbano portuario, en esos momentos en el seno de la Bahía gaditana, algo que comprometía severamente los intereses del estado castellano en el contexto del control del litoral hoy gaditano, un espacio de frontera en pugna entre portugueses, magrebíes y castellanos, por no hablar de otras naciones vivamente interesadas en dicho espacio marítimo, económico, estratégico y político, caso de las Repúblicas Serenísimas de Génova y Venecia, del Sultán de Turquía (un poder en auge, especialmente tras la conquista de Constantinopla por los otomanos), de la misma Corona de Aragón (ligada por el matrimonio de su soberano Fernando con la reina castellana, Isabel, pero Corona independiente y soberana per se en fin de cuentas en dichos entonces), o de otros reinos más septentrionales, caso de la Inglaterra que acababa de salir de la Guerra de las Dos Rosas y que bajo la nueva dinastía de los Tudor trataba de encontrar un lugar bajo el sol en el contexto de las grandes potencias marítimas de la Europa de la época.
Geoestrategia, política, intereses señoriales y estatales, afanes económicos, todo ello, así pues, subyace bajo los motivos de la creación de una entidad administrativa nueva, la Villa de Puerto Real, a finales de la Edad Media, en este contexto meridional del entonces reino de Sevilla, del que era soberana la de Castilla, Isabel I de Trastamara, más conocida como Isabel la Católica, a quien Puerto Real debe, en último extremo, su razón de ser como tal unidad poblacional, como ciudad, como comunidad con identidad en el espacio y en el tiempo desde hace ahora nada menos que 536 años.
No significa ello que no hubiera existido poblamiento en este mismo entorno con anterioridad a la Fundación de la Real Villa por los Reyes Católicos (esto es, Isabel I y su consorte, el rey de Aragón, Fernando de Trastamara), pues como es bien sabido la riqueza del Patrimonio Arqueológico de nuestro actual término municipal deja constancia sobradamente de la continuidad del poblamiento en este rincón de la Bahía desde tiempos prehistóricos (como demuestra, por ejemplo, el yacimiento de El Retamar) hasta época romana (como, entre otros muchos sitios arqueológicos de nuestro término, nos lo hacen ver yacimientos como el de El Gallinero, o el complejo arqueológico que se ubica en la nada desdeñable zona que se extiende entre Puente Melchor y el Barrio de Jarana -ambos emblemáticos lugares de nuestra geografía local inclusive).
Hablar de Puerto Real es hablar de una entidad administrativa que ahora cumple 536 años, de un sentir y un ser en el espacio, de una forma de ser en el mundo que tiene que ver con el campo y con la mar, con la agricultura, con la pesca y, especialmente, con la industria de la construcción naval; y que tiene que ver con el marisqueo de las personas que dejaron de ello constancia en El Retamar, hace miles de años, y con los hornos de ánforas romanos en los que se envasó el famoso garum de la Antigüedad a lo largo de medio milenio (entre los siglos I d.C. y V d.C., al menos, como constatan yacimientos como los mencionados de El Gallinero y Puente Melchor, merced a sus cronologías respectivas), un garum elaborado de cierto con las capturas de pescado de nuestras aguas, entre otras…
Y tiene que ver con esa actividad de construcción naval en la Bahía de la que ya dejase constancia Julio César en sus textos hace más de dos mil años, porque hace más de dos mil años ya sabíamos construir barcos en estas aguas, en estas playas, en estas tierras, hasta el punto de que el mismo Julio César encarga a Balbo que le procure barcos construidos en nuestra Bahía, que le construya barcos en nuestro paisaje, unos barcos que habrían de servir a César en sus campañas militares de mediados del siglo I a.C., nada menos.
Y es hablar de la Rayhana y la Sarrana medievales islámicas, dos realidades poblacionales menores, dos alquerías, posiblemente ubicadas en el actual término municipal portorrealeño, porque consideramos que la alquería de “Rayhana” (o Rayana/Rayane/Rayhane, que de tales formas puede aparecer), un topónimo quizá procedente de un latino “Regina/Regiana”, y la de “Sacrana (Sarrana/Xarrana) no debieron ser la misma entidad: parecería quedar consolidada la existencia de una alquería de “Rayhana” localizada acaso en el término de Puerto Real, acaso a caballo entre el mismo y sus inmediaciones (en el Marquesado, en el Pinar de los Franceses -quizá entre los términos de Puerto Real y de Chiclana de la Frontera).
No parece tampoco existir dudas en relación con la existencia de una alquería de “Sacrana” (quizá relacionada con el fundus Sacranensis de CIL XV, 4451 y que quizá pueda ponerse en relación con los vestigios arqueológicos romanos que se localizan en la zona arqueológica de “Puente Melchor-Barrio de Jarana”, en nuestro término), que habría podido encontrar continuidad en el tiempo en la medieval alquería de “Sarrana”, pequeño núcleo poblacional que habría estado ligada (como todo el actual término municipal portorrealeño) a la Jerez medieval, y de la cual las fuentes medievales islámicas señalan que habría sido cuna de un personaje preeminente en la Cora de Jerez en el siglo XII, el visir-secretario Abu Bakr Muhammad b. Abd al-‘Aziz (que habría muerto entre los años 1141 y 1142); este personaje de la administración de la taifa xericiense habría muerto (al menos, habría desaparecido de las fuentes) de manera casi coincidente (sic…) con la toma de Jerez por los almohades procedentes del Norte de África, lo que aconteció las mismas fechas. Si se trata de casualidad o de hechos consecuentes no lo sabemos, pero en cualquier caso es posible que bajo los perfiles del referido Abu Bakr Muhammad b. Abd al-‘Aziz encontremos el primer testimonio conocido de un portorrealeño (avant la lettre) con nombre propio en las páginas de la Historia.
Es mucho lo que queda por estudiar, y mucho lo que queda por saber; Puerto Real ha resistido al invasor y renacido de sus cenizas en varias ocasiones, como en 1702 tras ser asolada por los angloholandeses (en el contexto de la Guerra de Sucesión Española), o a principios del siglo XIX tras la ocupación francesa (en el seno de la Guerra de la Independencia frente a Napoleón); ahora conmemoramos más de medio milenio de Historia, de identidad, de carácter, que no es poco. Y podemos felicitarnos por ello.