Continuando con estos párrafos dedicados al “mundo subterráneo” de Puerto Real en general y de la Prioral de San Sebastián en particular, un “mundo subterráneo” estrechamente relacionado con la función funeraria de dicha iglesia, un “mundo subterráneo” conocido por noticias tradicionales y, especialmente, gracias al estudio histórico de documentación recogida en archivos (de lo cual hemos dado cuenta en las referencias bibliográficas que acompañan anteriores artículos de esta serie), queremos acercarnos hoy a otros espacios “escondidos” de la parroquia de San Sebastián, unos espacios que yacen silentes bajo nuestros pies cuando nos encontramos en dicho histórico edificio.
Las dos capillas mencionadas en capítulos anteriores de esta serie (las de Los Remedios y del Rosario) son las que habrían recibido un mayor número de sepulturas, si bien otras capillas de la Prioral de San Sebastián participan asimismo de estas funciones funerarias, aunque dicho fenómeno habría quizá podido tener una dimensión menor en estos espacios; uno de estos espacios con una menor frecuencia atestiguada de enterramientos es en la Capilla de las Ánimas del Purgatorio (espacio que dataría del siglo XVII), donde solicitarían recibir sepultura algunos portorrealeños, como Lucas Franco Ramírez y su esposa, además de Mariana Galván (en 1652 y 1702, respectivamente).
Este lugar, esta capilla de Ánimas, guardaría relación con la cofradía de las Ánimas Benditas del Purgatorio, de la cual contamos con noticias ya en 1649; de nuevo es posible observar la relación (que ya hemos mencionado con anterioridad) entre Capilla/Cofradía/enterramientos (si bien en este caso no sabemos que las personas allí sepultadas fueran hermanos de dicha cofradía).
Es oportuno traer a colación aquí la referencia conocida sobre la existencia de una lápida en esta capilla con la siguiente inscripción: “Del Honrado caballero Gutiérrez de Cetina, Regidor de Puerto Real y de sus Herederos”. Esta sepultura y la identidad de este Cetina dieron mucho que hablar desde fines del XIX: en 1883 se publicó la noticia del descubrimiento en Puerto Real del sepulcro del poeta Gutierre de Cetina, si bien los Cetina portorrealeños, quizá descendientes de aquel autor, constan en la Villa a principios del Seiscientos, lo que representa varios años después del fallecimiento del referido poeta. El Gutiérrez (o Gutierre) de Cetina portorrealeño de mayor fama fue Regidor Perpetuo y Alguacil Mayor, desde la década de los treinta del siglo XVII, siendo hijo de Alonso de Cetina (el cual fue caballero Veinticuatro y Alcalde Mayor de Jerez de la Frontera quien, tras enviudar dos veces, entraría en religión).
Otro de los lugares subterráneos del templo que algunas personas solicitan para su sepultura en el siglo XVII sería la Capilla Mayor, como sería el caso de cuatro ejemplos que conocemos (datados todos entre los años 1600 y 1652, esto es, grosso modo, la primera mitad del Seiscientos), como es el del matrimonio Hernández-López, perteneciente a las clases pudientes locales del siglo XVII, quienes en 1600 señalan su voluntad de ser enterrados “…en la iglesia mayor de San Sebastián desta villa en una sepultura mía y de mi mujer Catalina López que tenemos en la dicha iglesia dentro de la Capilla Mayor della junto a los escaños de los regidores…”.
Entre las capillas laterales de la Prioral quizá sea de la de Nuestra Señora de los Dolores aquélla sobre la cual dispongamos de más información. La creación de este referido espacio debió adscribirse a los años centrales del Setecientos, coincidiendo con dos circunstancias concretas, cuales serían la creación en Puerto Real de la Confraternidad Servita de Nuestra Señora de los Dolores (Orden Tercera de los Servitas), en el año 1759, y la instalación en la Real Villa de una familia gaditana, los de la Rosa (que ostentaban el título de condes de Vega Florida tras ser ennoblecidos por Felipe V, a principios del siglo XVIII, y que jugarían un relevante papel en el Puerto Real del Setecientos), una familia muy vinculada -por su devoción a la misma- a Nuestra Señora de los Dolores (y una familia a la que, por mi cuenta o en compañía, he dedicado no pocas páginas, párrafos y artículos, ya se trate de trabajos de investigación como de artículos divulgativos).
Esta capilla de Los Dolores no dispondría de cripta a mediados del siglo XVIII, ya que sabemos que en el año 1761 recibe sepultura bajo dicha capilla (pero no en una cripta como tal) Dª. Manuela Arnaud, esposa del tercer conde de Vegaflorida (o “Vega Florida”), tal como ella misma lo señala en su testamento, donde nos habla, además, del lugar específico para su enterramiento y de la lápida que debe cubrirlo, la cual se corresponde con la que se conserva (desubicada) en el suelo de la pequeña cripta existente bajo el camarín de la Capilla del Sagrario.
Cabe hacer una digresión para señalar que esta lápida ha sido tradicionalmente mal identificada por la Historiografía local portorrealeña: tradicionalmente se pensaba que pertenecía a Gutierre de Cetina, lo que se repetía en toda mención que se hacía de la misma; ello fue así hasta que a fines del año 1996 quien suscribe junto con otro colega (J.M. Alcedo) procedimos a su limpieza y su correcta identificación: para nuestra inicial sorpresa, en lugar de aparecer el esperado nombre de Gutierre de Cetina, aparecieron los nombres de los condes de Vegaflorida, don Francisco de la Rosa y Levazor y doña Manuela Arnaud, su esposa.
Las medidas de esta lápida son: 1,55 m. por 0,66 m. de superficie y 9 cm. de espesor; posee una inscripción que ha de considerarse como compuesta de dos partes; en una primera se hace referencia a Dª. Manuela Arnaud, y reza: “Aquí yaze D. Manuela Arnaud muger de D. Fran. De la Rosa y Levazor que falleció en 10 de febrero de 1761”. A la muerte de su esposo, el referido D. Francisco de la Rosa y Levazor (fallecido en octubre de 1772, once años largos después de la desaparición de su esposa), se le habría añadido el resto del texto que ostenta la lápida: “esta sepultura es propiedad de D. Fran. De la Rosa y Levazor y de sus her. Conde de Vega Florida. Falleció en 20 de octubre de 1772. Reqviescant in pace”.
Estos citados D. Francisco y Dª. Manuela eran los padres del cuarto conde de Vegaflorida a quien (en capítulos anteriores) hemos visto enterrarse en el recién estrenado cementerio de San Benito (en 1824), pese a poseer esta sepultura en la Prioral: de ello inferíamos (junto a los datos que manejábamos en dichos textos precedentes) que la función funeraria de la parroquia de San Sebastián ya se habían suspendido para las fechas del óbito del mencionado cuarto conde de Vegaflorida (y más que posiblemente habría sido así desde 1798-1800, como hemos también señalado en los precedentes párrafos de esta serie).
El tercer conde de Vegaflorida (el mencionado don Francisco de la Rosa y Levazor) ordena en sus últimas voluntades gozar como lugar de sepultura de la Capilla de los Dolores: “…mando que mi cadáver, amortajado con el hábito que dispusieren mis albaceas, sea sepultado en la sepultura que mía propia tengo en la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la Iglesia Prioral de esta referida villa, con entierro de honras enteras…” (AHPC. Protocolos Notariales, sec. Puerto Real. L. 132, f. 748).
Noticias documentales que nos hablan de espacios subterráneos de la Prioral, revelándonos, al menos sobre el papel de los documentos antiguos, la ubicación y existencia de sepulturas, criptas y capillas funerarias sobre las cuales venimos tratando en esta serie dedicada a lo que se esconde bajo nuestros pies en Puerto Real. El viaje virtual que hace ya unas semanas emprendimos por el Puerto Real subterráneo nos tiene aún prendidos a la iglesia de San Sebastián, cuyos espacios subterráneos nos son conocidos sólo gracias a la documentación histórica, pero no aún gracias a la investigación arqueológica (cuyos resultados, en un futuro, deberán arrojar definitivamente la luz necesaria sobre estos espacios “durmientes”).
Los anteriores párrafos nos han ido llevando por diferentes capillas y espacios funerarias de la Prioral a lo largo de distintos siglos (XVI, XVII y XVIII), cuando muchos vecinos de Puerto Real se enterraron en estos espacios subterráneos (ya fuesen tumbas individuales, capillas familiares, criptas de cofradías religiosas) que reposan bajo nuestros pies cuando nos encontramos en la parroquia de San Sebastián, un edificio que es, quizá, el monumento histórico más relevante de la Villa, por su naturaleza, su Historia y su significado en nuestro pasado, algo que se ve reforzado gracias al papel desempeñado por este templo en la vida cotidiana de nuestros antepasados, en sus vidas y en sus muertes).
En los párrafos inmediatos nos hemos acercado a la antigua capilla de Los Dolores; este lugar (la Capilla de Los Dolores) sufriría una radical transformación en la primera mitad del siglo XIX, época en la cual se levantó la actual Capilla del Sagrario. Desconocemos las razones precisas que motivaron el cambio de localización de la Capilla Sacramental, que pasó de la capilla propiedad de los Hurtado a esta nueva localización (la actual), así como el momento en que se produjo tal cambio (en 1787 actuaba como Capilla Sacramental la capilla de los Hurtado); este cambio coincide en el tiempo con la decadencia material de esta notable familia portorrealeña: de hecho, este colectivo familiar (descendiente de don Juan Hurtado de Cisneros, creador de esta capilla hacia 1640) desaparecería de la Real Villa tras los agitados años iniciales del Ochocientos.
Al mismo tiempo, las obras de la nueva capilla del Sagrario, auspiciadas y promovidas por los de la Rosa, habrían concluido después de 1844, suponiendo para el conjunto de la Prioral la culminación de las líneas mayores de su proceso evolutivo como templo y cobrando así la parroquia su actual configuración formal. Tras este último añadido estructural “mayor”, sólo son reseñables el adosado de estructuras en la zona de la calle de la Palma, tras la Capilla Mayor, además de las reformas realizadas en el atrio (como sus escalinatas, que en su configuración presente datan nada menos que de 1885[1], o su ensolado actual, de guijarros de colores, que data de 1930 de acuerdo con lo que reza una inscripción de cantos rodados que se encuentra en el mismo suelo del atrio), y las obras acometidas tras el incendio acaecido en 1936 bajo la dirección del arquitecto Germán de Falla (o las obras de reforma en los espacios anejos a la iglesia por la zona de la calle San José).
Abordaremos las referencias relativas a la capilla de Nuestro Señor San José y Nuestra Señora del Sagrario. La primera referencia documental sobre esta capilla data de 1649, e indica que la propiedad de la misma pertenecía al citado Hurtado de Cisneros: se trata del testamento del licenciado Rodrigo Cobos Monte, cura de la Iglesia Mayor de San Sebastián, una de cuyas cláusulas señala, al referirse al lugar donde debían oficiarse algunas misas por su salvación, que dichas misas debían decirse“…en la Capilla del regidor don Juan Hurtado de Cisneros…” (AHPC. Protocolos Notariales, sec. Puerto Real. L. 60, f. 41).
Los Hurtado de Cisneros poseían -ya a mediados del siglo XVII- esta capilla en la Prioral, espacio de referencia y de manifestación del prestigio social de este linaje local. Esta capilla funeraria parecería ser la única que posee un carácter estricta e íntegramente familiar dentro de este templo, como panteón de un determinado grupo familiar, en este caso el de los Hurtado, un lugar reservado de manera exclusiva para que la sepultura de los herederos y descendientes de su fundador.
El testamento del propio patrono y fundador de esta capilla (dado el 17 de junio del año 1657) nos ofrece la información relativa a la creación de este espacio funerario por voluntad de don Juan Hurtado de Cisneros, ya que él mismo afirma: “…mando cuando la voluntad de Dios Nuestro Señor fuere de mi llevar de esta presente vida, sea enterrado en la Iglesia Mayor de esta dicha villa, en mi capilla de Señor San José y Nuestra Señora del Sagrario de la cual soy fundador…” (AHPC. Protocolos Notariales, sec. Puerto Real. L. 59, f. 630)
Don Juan Hurtado sería finalmente sepultado en su capilla funeraria, como habrían de hacerlo sus descendientes durante más de un siglo, hasta finales del XVIII. Así, sabemos que cuentan con sepultura en tal espacio algunos de los hijos del fundador de este espacio, como sería el caso de don Lorenzo Hurtado de Ávila (en 1680), o de don Juan Hurtado de Ávila (en 1691); sería precisamente el testamento de este último personaje el que refleja la partición que se hizo de la referida capilla sepulcral entre los cuatro hijos del fundador, informándonos también acerca de cómo estos enterramientos se llevan a cabo en una bóveda interior de la capilla: este último personaje, Juan Hurtado de Ávila especifica además en su testamento que quiere recibir sepultura en “…mi capilla del Señor San José y Nuestra Señora del Sagrario, en el cañón que está en ella, en el cual tengo la cuarta parte como uno de los cuatro herederos de don Juan Hurtado de Cisneros, mi padre…” (AHPC. Protocolos Notariales, sec. Puerto Real. L. 74, f. 528).
Hasta el momento presente este paseo por el Puerto Real subterráneo nos ha llevado por distintos espacios sepulcrales de la Prioral, unos espacios funerarios que venimos contemplando en los capítulos de esta serie, y que constituyen uno de los jalones de este capítulo de nuestra Historia, de la Historia de Puerto Real. Unos espacios sólo conocidos hasta ahora gracias a la investigación histórica y documental, y que formaron parte de la vida cotidiana de los portorrealeños posiblemente hasta los primeros años del siglo XIX.
Seguiremos en los párrafos por venir desgranando más jirones de este “Puerto Real subterráneo”, que no sólo tiene que ver con el mundo funerario, ciertamente, pero que tanta relación guarda con el mundo sepulcral de nuestros templos históricos (San Sebastián, La Victoria y San José, los conservados…, por no hablar de iglesias ya desaparecidas, como las de San Juan de Letrán o San Benito vieja, entre otros edificios religiosos que conocieron asimismo estas funciones sepulcrales). Y a muchos de estos episodios de esta Historia nos acercaremos próximamente[2] .
Referencias
[1] No estaría mal traer a colación cómo en su día (en el período comprendido entre 1999 y 2003) el aspecto histórico del atrio de la Prioral -y con ello del conjunto del monumento- corrió grave peligro, pues existió la voluntad municipal de mutilar al monumento cercenando algunas partes del mismo, como la reja y las escalinatas: en realidad se pretendía eliminar (¡nada menos!) el atrio, una idea descabellada (por decirlo suavemente) que habría causado un gravísimo e irremediable perjuicio al Patrimonio Histórico local; afortunadamente pudimos ayudar a que este disparate no se consumase, y alguna vez lo contaremos en estas páginas virtuales… Otro tanto sucedió cuando los mismos “iluminados” impulsos efectivamente destruyeron (ya en el mandato 2003-2007, si no nos falla la memoria) el modesto jardín histórico del Ayuntamiento Viejo: no conseguimos evitar que culminasen dicha mutilación del conjunto exterior del referido Ayuntamiento, pero sí logramos impedir –in extremis– que, como era intención de los autores de dicha mutilación, destruyesen las verjas del Ayuntamiento, que conforman una unidad con el edificio desde finales del XIX y principios del XX. Y también lo contaremos con más detalle.
[2] Estos datos aparecen recogidos en el libro La Iglesia Parroquial de San Sebastián de Puerto Real. Medio Milenio de Historia, publicado en Sevilla, en 2001, del que somos autores M.J. Izco y yo mismo.