Bajo las calles y plazas del Casco Histórico de Puerto Real quiere la tradición que se encuentren túneles, pasadizos, espacios subterráneos que forman parte del imaginario colectivo común, que se encuentran tan profundamente insertos en nuestro acervo general que cuando parece que se pueda poner en duda su existencia (cosa que jamás hemos hecho en estos párrafos dedicados al “Puerto Real subterráneo), siempre encontraremos a alguien que -con o sin motivos reales para ello- defienda su existencia: hasta tal punto son una realidad…
Y es que no son pocas las noticias sobre la existencia de estos espacios subterráneos en el casco viejo de nuestro pueblo. Junto a los espacios de esta naturaleza existentes bajo las iglesias históricas de Puerto Real (a los que hemos dedicado buena parte de esta serie), no son precisamente pocos los vecinos del casco viejo que refieren alguna experiencia relativa al descubrimiento de alguno de estos espacios (especialmente de pasadizos o túneles) en (o, mejor sería decir, “debajo de”) sus casas.
Así, a lo largo de los años no han sido pocos (insistimos) los paisanos que en una u otra ocasión me han puesto en conocimiento de estas experiencias por ellos habidas, de algunos de estos hallazgos de espacios con entidad propia (de acuerdo con sus descripciones) bajo el suelo de sus viviendas; el hundimiento de un suelo, obras en la planta baja de uno u otro inmueble, arreglos en el viario…, son factores que han determinado la constatación (de acuerdo con estos testimonios) de la existencia de estos “espacios de sombra” bajo nuestro suelo local…
A las criptas de las iglesias históricas conservadas (San Sebastián, La Victoria y San José) podrían sumarse (incluso) los espacios subterráneos que pudieran haber albergado algunos de los templos y edificios religiosos históricos ya desaparecidos (caso de las iglesias de San Juan de Letrán, en la calle Sagasta, o San Benito vieja, desaparecida a mediados del siglo XX y situada en su día en el espacio entre las actuales calles de la Plaza y Obispo Añoveros), o conventos como el de San Diego, en las inmediaciones de la Plaza de los Descalzos (que de los religiosos de dicho convento recibe su nombre), por citar algunos casos.
No es de descartar que pese a los siglos de Historia y pese a la transformación del espacio urbano en el que se insertaban esos edificios religiosos, y más aún, pese a la desaparición de dichos edificios religiosos citados (y ya desaparecidos), los [hipotéticos] espacios subterráneos que los mismos hubieran podido albergar puedan haberse incluso conservado físicamente (bajo tierra, y a pesar de la destrucción de los edificios de los que fueron parte en su día), sin pasar por alto que -de haber existido éstos realmente- hayan podido dejar su impronta (como otros casos) en la memoria colectiva de los portorrealeños, entrando a formar parte de los perfiles de este “Puerto Real subterráneo” del que venimos hablando en estos últimos textos.
Es posible apuntar, de todos modos, cuál podría ser la naturaleza de algunos de dichos espacios subterráneos tan bien conservados en el imaginario colectivo local, sin por ello desechar o descartar la existencia de túneles, pasadizos y demás espacios subterráneos destinados efectivamente a poner en comunicación diversos edificios (o espacios de la localidad) entre sí.
Así, los más de quinientos años de historia con los que cuenta Puerto Real desde su fundación a finales del siglo XV, sin contar con la posible preexistencia de un núcleo de poblamiento incluso anterior en el solar sobre el que los Reyes Católicos ordenarían erigir el casco urbano de la Villa del Cuatrocientos, son elementos a considerar a la hora de abordar este asunto: medio milenio es medio milenio, dicho sea coloquialmente, y tanto tiempo puede dar para mucho en términos de acción humana en un espacio concreto y habitado con continuidad a lo largo de dicho lapso de tiempo.
¿Espacios subterráneos en Puerto Real? Conocemos algunos, como los aljibes de las casas históricas del centro, que son, efectivamente, espacios subterráneos de la Villa, y que en algunos casos (y casas) pueden estar conectados con otro aljibe, especialmente en los casos de casonas construidas por un mismo grupo familiar, como las casas que fueron de los de la Rosa, en la calle Cruz Verde (las grandes casas de la referida calle Cruz Verde, en las inmediaciones de la Ribera del Muelle), en el siglo XVIII.
En esta misma categoría de los viejos aljibes, y con una naturaleza y funcionalidad similar, podríamos incluir los pozos de las fincas del caserío histórico, que cuentan asimismo con una (lógica) naturaleza subterránea y que, desaparecido su uso, pueden haber quedado fosilizados como túneles verticales, perdido su uso como pozos y perdida incluso (algo no obviable ni descartable) la memoria y el recuerdo de su existencia como tales pozos.
Aljibes (interconectados con otros aljibes, en algunos casos) y pozos (fosilizados como “túneles verticales”) pueden formar parte de esta trama de espacios subterráneos que subyacen bajo los suelos de nuestras calles, plazas, y demás espacios públicos y privados en el Casco Histórico, sin que ello desmerezca ni vaya en detrimento de la más que cierta posibilidad de que existan túneles construidos a propósito bajo nuestro subsuelo, destinados originalmente a poner en conexión diferentes edificios históricos (desaparecidos o no en la actualidad) de la población.
En este sentido, hay que señalar cómo en localidades de nuestro entorno se conservan túneles (y túneles de considerables dimensiones) cuya memoria sólo “flotaba”, desvahida, de un modo vago en el imaginario colectivo de la población, siendo que su antigüedad no era tal que pudiera guardar relación directa con su olvido; valga mencionar en este contexto y ocasión el gran túnel que el IX duque de Medinasidonia, Gaspar Alonso Pérez de Guzmán, hace excavar para comunicar su Palacio Ducal (su residencia) con el castillo de Santiago, en la Sanlúcar de la primera mitad del siglo XVII, salvando una distancia de varios centenares de metros y encontrándose su acceso en el mencionado castillo a una considerable profundidad.
Pues bien, ese túnel existe, no es una leyenda urbana, tiene unas dimensiones notables (de extensión y profundidad), su acceso por una de sus cabeceras puede observarse aún hoy, casi 400 años después de su factura, y comunica dos edificios históricos conservados (los mencionados castillo y palacio), la datación y antigüedad de los cuales es muy anterior a la construcción del referido túnel (el castillo data de la segunda mitad del siglo XV y el palacio es aún anterior: si como residencia de los señores de Sanlúcar data de finales del XIII y principios del XIV, como ribat islámico puede remontarse incluso a mediados del siglo IX, como hemos tenido ocasión de publicar).
Nada nos lleva a pensar que en Puerto Real no existan túneles como el sanluqueño apenas mencionado, que data de siglo XVII, que comunica dos edificios mucho más antiguos que el propio túnel que los conecta, que se desarrolla bajo el viario del casco histórico de la localidad de Sanlúcar -en una zona del Barrio Alto sanluqueño que ya en el siglo XIV se encontraba intramuros, formando parte del corazón histórico de la población-, que existe aún hoy y cuya memoria permanecía envuelta entre brumas en el imaginario colectivo local.
El tema que nos viene ocupando desde hace unas semanas, el tema del “Puerto Real subterráneo”, está tan presente en el imaginario colectivo portorrealeño como para haber llegado a formar parte de los referentes de nuestros horizontes histórico-sentimentales locales, integrándose en el conjunto de lo que los hijos e hijas de Puerto Real entendemos como parte de nuestra realidad histórica.
Y ello obedece no sólo a que pueda tratarse de una realidad, de una información sería mejor decir, transmitida de padres a hijos, de generación en generación en Puerto Real, sino al hecho de que realmente existen espacios subterráneos bajo nuestras calles, plazas, edificios y monumentos, en el Casco Histórico, que desde hace siglos nos acompañan en silencio, perdidas sus funciones y clausuradas (pero no desaparecidas) sus estructuras, y mucho menos perdida ni borrada por completo la memoria, siquiera sea bajo la sombra del recuerdo, de su existencia y su pasada funcionalidad.
En varios de los primeros artículos dedicados a este tema, como recordaremos, hemos abordado la cuestión de las criptas existentes en nuestras iglesias históricas, San Sebastián, La Victoria y San José, iglesias todas las cuales cuentan con una (si no con más, como puede muy bien ser el caso de la Prioral) de estas superficies subterráneas, uno de estos espacios, de estas criptas, destinadas a funciones cultuales y funerarias.
En los casos de la Prioral y de La Victoria conocemos la existencia de sus criptas fundamentalmente gracias a la documentación relativa a los enterramientos que en las mismas tuvieron lugar (en los siglos XVI al XVIII, en el caso de San Sebastián, más que posiblemente en los siglos XVII-XVIII en el caso de la recoleta capilla de los Mínimos Victorios), si bien contamos asimismo con la constancia de la existencia de un espacio de esta naturaleza en la Prioral (la pequeña cripta que se guarda bajo el Camarín de la Capilla del Sagrario, inserta en un ala del templo cuya construcción data de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, y que fuera fruto del mecenazgo de los de la Rosa, condes de Vega Florida, algunos de los miembros de la cual familia recibieron sepultura en la iglesia de San Sebastián a finales del Setecientos, antes de la edificación de esta parte de la Prioral, construida precisamente por su voluntad, expresada por testamento).
En la Prioral he podido constatar igualmente la existencia de los que parecen muy bien ser los peldaños de la escalera que podría conducir a la cripta mayor (situada quizá bajo el presbiterio del templo, pero de eso hablaremos en otra ocasión…), y es de mencionar que su ubicación casi coincide con uno de los lugares donde la tradición quiere que exista una posible conexión entre los espacios “aéreo” (por así decirlo) y subterráneo de la referida iglesia.
En lo que toca y atañe a la iglesia de La Victoria, junto a la documentación relativa a enterramientos, contamos con alguna imagen (parcial e incompleta) de la cripta (gracias a la cortesía de quien nos la cedió hace unos años), amén de con las referencias orales acostumbradas relativas a la existencia de un espacio de esta naturaleza bajo su suelo. Y en San José, finalmente, sí contamos con una cripta, la única susceptible de ser visitada: es el único espacio del “Puerto Real subterráneo” que, por el momento podría visitarse.
Hemos hablado de otros espacios reales (como los mencionados) que forman parte de este conjunto aún envuelto en sombras de lo que damos en llamar el “Puerto Real subterráneo”… Así, aljibes (y es de agradecer, una vez más, la información que al respecto ofrecen y comparten los vecinos de Puerto Real), pozos, pasadizos y pasillos subterráneos (que caprichosamente “aparecen” de repente en el curso de unas obras en tal o cual casa del centro histórico de la Villa) conforman los perfiles de esta realidad umbrosa y callada que sostiene nuestros pasos.
Sabemos, porque algunos de nuestros paisanos nos han puesto en conocimiento de esos datos, que es fama que en la Petitorre pueden existir pasadizos, como sabemos que puede suceder en las entretelas de las Casas de Cargadores de Indias de la calle Cruz Verde (donde la vieja plazuela de la Cruz, tan cerca de la antigua Ribera del Muelle del XVIII), donde se nos dice que los aljibes se comunicaban…
Sabemos que en tal o cual casa del casco histórico (en la calle Soledad, en el ámbito de la Plaza de Jesús, en la calle Vaqueros, en la calle Real) existen espacios subterráneos dormidos, que han vuelto a despertar -siquiera momentáneamente- por mor de una obra, de un arreglo de solería, de un incidental (y nada de lamentar) hundimiento de un suelo.
Y la tradición quiere (y algunos vestigios, como los existentes en los aledaños de la Plaza de Jesús y del Callejón del Obispo, parece que sugieren) que puedan existir determinados pasadizos entre algunos edificios históricos (supervivientes al pasado, o incluso ya desaparecidos) de la localidad, unos corredores o túneles alguno de los cuales (de los que pudieran estar relacionados con este particular) ha servido, por ejemplo, de bodeguita a los propietarios recientes del inmueble en cuestión (lo que, en algún caso, hemos podido llegar a constatar directa y personalmente).
Y no son de excluir tampoco, en este horizonte que nos ocupa del “Puerto Real subterráneo” posibles sótanos ya olvidados existentes en el subsuelo de algunas casas del centro histórico, el olvido de los cuales los haya llevado a engrosar las listas de estos espacios subterráneos aún ignotos de Puerto Real, a los que volveremos a acercarnos en el siguiente texto de esta serie.