Siempre fui muy aficionado a los personajes de Ivà, el gran dibujante y autor de cómics catalán Ramón Tosas Fuentes (1941-1993), de cuya imaginación saldrían las “Historias de la Puta Mili”, por ejemplo, o la adaptación al cómic del personaje del “Makinavaja”, que desde la canción (inevitable acordarse de Rubén Blades y su “Pedro Navaja”, retroalimentación del personaje de Ivà, trasunto además del “Mack the Knife”, del clásico estándar americano, personaje que hunde sus raíces en el Mackie Messer de Bertolt Brecht, trasladado a la famosa “Ópera de los Tres Centavos”, y que a su vez encuentra su inspiración en el Mac Heath de la ópera del inglés John Gay “The Beggar’s Opera”, que data de 1728) saltaría a las páginas del cómic y desde ahí a escenarios y pantallas…, unos personajes a los que conocí, como tantos, como miles, y disfruté (también como tantos, como miles…) en las páginas de la revista “El Jueves”, a mediados de los ochenta (quién lo diría, el siglo pasado…), cuando, adolescente de instituto, comprábamos la revista entre unos pocos y la leíamos a carcajadas (lo diría de otra forma, pero en el formato escrito acaso quedaría demasiado coloquial…, acaso) aprendiendo de esa forma que la vida te da sorpresas, más desde la teoría que desde la práctica, en realidad…
Centrando nuestro interés en el inolvidable Maki, cabe señalar que han sido varios los actores que lo han encarnado en la pequeña o la gran pantalla, amén de sobre las tablas de los teatros, protagonizando las felices (sí, y en buena medida felices gracias tanto a la calidad de los intérpretes como al celo profesional del tristemente desaparecido Ramón Tosas, que supervisara estas adaptaciones de su obra) “encarnaciones” de este personaje.
Entre estos actores, imprescindible mencionar a Ferrán Rañé, que lo llevó al teatro, a Andrés Pajares, que lo llevase al cine en dos ocasiones, y a José Rubianes Alegret, el llorado Pepe Rubianes, que lo llevaría a la televisión, en una serie que recogió con notable fidelidad las andanzas de ese entrañable ladrón tierno y moderno, un poco trasnochado pero con los pies bien asentados sobre el terreno que pisaba, que era el Makinavaja de Ivà, cabeza inaudita de su propia tribu, con el Abuelo, la Maru, el Popeye, el Moro, el Pitufo y el Pirata y la demás fauna que poblaba el homónimo bar de este último, en el Raval (que otrora fuera el Barrio Chino, antes de que Barcelona, o una parte “oficial” de Barcelona decidiera avergonzarse de su propia historia) a sus espaldas, un Maki siempre presto a dar un golpe tanto como a deshacer algún entuerto en su entorno, tan hampón como tierno, si ello es posible, y todo ello en la Barcelona de la inmediata postransición, entre los primeros 80 y los primeros 90 del (¡ay!) siglo pasado.
Y a Pepe Rubianes (1947-2009), gran actor nacido en Galicia y recriado en Cataluña (teatro, cine, televisión…, y no sólo actor, sino creador en un más amplio sentido: director, mimo, monologuista, autor…) le han puesto una calle en la Barcelona que lo viera pasear, trabajar, vivir en fin de cuentas (que no es poco) durante décadas, hasta el punto de llegar a definirse a sí mismo como un ser “galaico-catalán”, lo que dice mucho de su íntima vinculación sentimental con la ciudad que lo acogiera y que en estos pasados días, ha querido honrarle -más que merecidamente- dedicándole un espacio en su viario público.
Rubianes, con o sin Makinavaja, es de seguro merecedor del reconocimiento de su ciudad de adopción, que le llega, es bien cierto, casi una década después de su fallecimiento… (en 2009), y si es seguro que a nadie le amarga el dulce de que sus convecinos le rindan un homenaje, quizá al Maki-Rubianes le podríamos oír su conocido latiguillo po fueno, po fale, po malegro al saber que había sido objeto del citado reconocimiento.
Hasta ahí, todo bien, todo estupendo. Que un gran artista, un gran creador y actor, reciba el reconocimiento de su ciudad (de la ciudad en la que vive y trabaja) y con ello de sus convecinos, es, ciertamente algo bueno, y que una ciudad decida honrar (aunque sea años después de su fallecimiento, con lo que ello conlleva -que el homenajeado no se entera del homenaje, por ejemplo) a uno de sus vecinos ilustres es también, y cómo no, algo meritorio y positivo desde todo punto de vista. Lo malo son los costes.
Lo malo de las cosas a veces no es el hacerlas, sino el cómo hacerlas; no sólo es lo que se hace, sino cómo se hace. En inglés existe un refrán que dice que manners make a man, lo que ampliando el rango de la frase e incluyendo al 100% de la población (y no sólo al segmento masculino) puede traducirse por no sólo por “las maneras definen al caballero” (bajo un prisma clásico), sino por “las maneras definen a la persona”… En fin de cuentas, las formas son los fondos, y una persona (incluso una institución) se define (en lo privado como en lo público) por el modo que tiene de hacer las cosas, por la cordialidad, la humanidad, incluso la elegancia (o la ausencia de todo ello) con que hace las cosas.
Y ciertamente es una lástima que el homenaje a Pepe Rubianes en la ciudad que lo viera crecer como artista, consagrarse en el ámbito de su oficio y su vocación, dar lo mejor de sí mismo al mundo, trabajar y, finalmente, abandonar este mundo, se haya visto empañado por la falta de garbo, de clase, de elegancia con la que ha salpicado la ocasión la alcaldesa de Barcelona. Sería de cuplé fácil decir que “[la señora] Colau se ha colao”, pero en fin de cuentas no tiene uno siempre el modo Góngora activado, por lo que ruego se me disculpe y permita la licencia del ripio fácil que acabo de hacer.
En realidad, renombrar una calle es algo normal, algo habitual… Las ciudades crecen, ciertamente (bueno, al menos algunas), y siempre es posible encontrar una calle, una plaza, una rotonda, un parque, un espacio público en fin de cuentas donde ubicar el nombre, por ejemplo, de una persona de mérito; es bien cierto además que en no pocas ocasiones no se recurre a viario nuevo para ello, sino que se reserva a las personas ilustres un espacio en el ámbito (dentro de lo posible) de los cascos históricos o, en su defecto, del marco más céntrico posible de los cascos urbanos, por lo que se hace necesario, cuando no imprescindible, renombrar los espacios del viario, entregando al olvido unos nombres para poner otros nuevos a las mismas calles, plazas, avenidas, parques…, y así ad nauseam a lo largo de los años.
La señora Colau, alcaldesa de Barcelona, ha decidido (suya es la responsabilidad, por lo que suya es la decisión, en último extremo, por tanto) quitar el nombre del almirante Pascual Cervera a un trozo del viario público de su ciudad, e imponer al mismo el nombre del actor Pepe Rubianes, y eso no debería ser noticia en realidad, más allá del eco que pudiera tener en nuestra ciudad el hecho de que un vecino ilustre de la misma sufriese esa pérdida, algo ciertamente no precisamente feliz pero que entra en los parámetros de lo normal, de lo habitual, de lo estándar.
Que Pepe Rubianes esté más ligado a la ciudad de Barcelona que el almirante Cervera, desde la perspectiva de los hechos vitales de uno y otro personajes históricos, o que la percepción de la vinculación de Rubianes con la ciudad catalana pueda ser mayor que en el caso del oficial gaditano es todo menos extraordinario: puede en efecto suceder que los barceloneses sientan como más propio, como más suyo, al actor gallego que al marino andaluz, y ello no tendría nada de extraordinario, que cada cual tiene derecho a sus sentimientos.
Podría suceder, sí, que en efecto la relación del artista con la ciudad condal fuera más estrecha que la del militar nacido en Medina y afincado en Puerto Real, y que por ello se decidiese, se hubiera decidido, el cambio de nombre en el viario, perjudicando a uno, Cervera, en beneficio del otro, Rubianes (algo a lo que la memoria de ambos es completamente ajena), pero a nadie se le escapa que en la decisión de borrar el nombre del almirante Pascual Cervera del viario barcelonés han primado los criterios políticos (y se dirá que aun ello es legítimo, y no se faltará a la verdad, tanto en que se trata de un criterio de naturaleza política como en que es un criterio legítimo, delicado pero válido) sobre los que se refieren a los innegables méritos de uno y otro, Cervera y Rubianes, en lo que tiene que ver con su papel en la Historia de España, uno desde los hechos de armas y el otro desde el campo de los hechos artísticos.
En lo que toca a don Pascual Cervera, que cuenta con un espacio propio en la Historia de España como en la Historia y el viario portorrealeño, sería prolijo entrar en su perfil y sus méritos: abocado a una situación sobrecogedora, sobre sus hombros recayó la responsabilidad de enfrentar un destino insalvable, y guste más o guste menos el asunto, se enfoque desde la perspectiva ideológica que se enfoque, no es posible negar el valor, la bonhomía y el espíritu de sacrificio personal y de protección sobre todas las personas a su cargo que supieron guiar los pasos del almirante Cervera a lo largo de su carrera y muy especialmente en los hechos de armas que marcaron su entrada en la Historia, en la Guerra de Cuba, en 1898.
Todo ello no cabe en las desacertadas palabras de la alcaldesa Colau, Ada sin hache, acaso también sin gracia, proferidas desde la mala fé (que no desde el desconocimiento) en un momento en el que lo que tocaba era, en cualquier caso, el homenaje a Pepe Rubianes más que el ataque al almirante Cervera. No es que se expresase mal, es que se dejó llevar por el simplismo reduccionista que en demasiadas ocasiones guía los pasos de quienes, como es el caso de la señora Colau, deberían hacer gala al menos de una cierta grandeza de espíritu habida cuenta de las grandes responsabilidades que sobre sus espaldas se acumulan.
Sí, las formas definen a la persona; el desacierto, la inquina y la grosería definen también a la persona, y de todo ello hemos sido testigos en el caso de la damnatio memoriae practicada sobre un personaje ilustre de la Historia de España, un vecino de Puerto Real cuya memoria no habrá de quedar mermada por la lamentable, penosa y pequeña, torpe estrechez de miras de la alcaldesa de Barcelona, la señora Ada (sin hache) Colau.