Las órdenes religiosas mendicantes, de las que tenemos un ejemplo en las comunidades franciscanas, habrían de encontrar en las villas y ciudades de la Bahía (y la costa) gaditana de comienzos de la Modernidad un entorno propicio donde llegar a establecer sus conventos y de este modo poder desarrollar sus devotas actividades, las de carácter contemplativo tales como las relacionadas con el rescate de cautivos cristianos en el Norte de África.
Desde su Fundación en 1483 Puerto Real estaría durante más de un siglo falta de la presencia de órdenes religiosas establecidas de manera estable en el contexto de su término municipal. De este modo no sería sino hasta el primer tercio del siglo XVII cuando hicieran acto de presencia en nuestra localidad las dos primeras congregaciones regulares en esta población, dos comunidades franciscanas, mendicantes, esto es, que subsistían de las misericordias y limosnas recibidas de los vecinos del lugar donde se asentaban, a cambio de la predicación y cura de almas que ejercían estos religiosos. La más antigua de las dos mencionadas sería la comunidad de San Francisco de Asís (de franciscanos descalzos), asentada en Puerto Real a principios del Seiscientos, en el año 1618, y vinculada a la hermandad de la Vera Cruz.
La que nos atenderemos en mayor medida en estos párrafos en cambio será la segunda de las citadas, la de los frailes Mínimos de La Victoria, de San Francisco de Paula, cuyo centro espiritual en la actual provincia de Cádiz estaría localizado desde comienzos del siglo XVI en la vecina localidad de El Puerto de Santa María, desde donde debieron estos frailes llegar a la Real Villa portorrealeña en el primer tercio del siglo XVII, en torno al año 1630.
Los orígenes del establecimiento de esta comunidad en la Villa de Puerto Real no están claros, pero en su día se encontró un documento en el Archivo Histórico Provincial que arroja luz y pistas en relación con la llegada de los Mínimos a Puerto Real; se trata de un documento relativo a una donación hecha por una portorrealeña en 1633, parte de cuyo contenido reza como sigue:
De acuerdo con lo aportado por este documento (y por esta donación), los frailes Mínimos, de forma provisional, habrían optado por establecerse en la portorrealeña ermita de San Benito, por entonces a las afueras del caserío local, en espera de llegar a conseguir un solar donde poder edificar la que pudiera ser su definitiva casa conventual, la cual no había comenzado a ejecutarse aún en el año 1633.
La descripción que se realiza de las casas cedidas a la citada orden religiosa, y especialmente la ubicación de las mismas …que están a la mar… son datos que bien nos pueden estar indicando su correspondencia con el recinto conventual que los Mínimos llegarían a ocupar no muchos años más tarde; en este sentido Raimundo de Lantery nos habla en sus “Memorias”, redactadas a fines del siglo XVII, del convento de Mínimos de Puerto Real, señalando que sus balcones daban al mar: de hecho –y en este sentido- aún en el momento presente no es mucha la distancia que separa el antiguo convento de la orilla y las aguas de la Bahía, siendo que en el siglo XVIII la calle adyacente –la actual calle Ribera del Muelle- conformaba ya el frente litoral de la ciudad, un frente litoral que se ha ido retirando, alejándose de la edificación en cuestión sólo unas escasas decenas de metros; por tanto, muy bien podría ser esta donación el germen de lo que representan la iglesia de La Victoria y alguno de sus edificios circundantes, antaño convento, luego hospital (de la Misericordia).
Estos datos obtenidos del antedicho documento notarial, complementan las notas ya apuntadas en su día por don Antonio Muro (padre de la historiografía local junto a Juan Moreno de Guerra) en relación con el origen de esta congregación en nuestra Villa, cuando este insigne historiador mencionaba en sus párrafos que este convento de La Victoria fue fundado en 1635 por doña María Álvarez, esposa del capitán Bartolomé Lucatelo, la cual, según el profesor Antonio Muro, al morir en 1685 hizo al dicho convento heredero de sus bienes.
Sería quizás en dicho año 1635 cuando los frailes Mínimos se habrían establecido en su recién construido convento portorrealeño, el cual habría sido erigido en el espacio de los solares asimismo donados a dicha comunidad por doña Juana Tomé, viuda del capitán Díaz Cascos. Tanto doña María Álvarez y su esposo, como otros muchos vecinos de la localidad, serían protagonistas de las [que hay que entender como] constantes donaciones que vendrían a representar el principal recurso económico de esta comunidad (si bien es de señalar que algunos personajes foráneos harían su contribución asimismo en estos legados; así, la principal imagen escultórica de nuestra Villa, la Virgen de la Soledad, es una donación de su autora, la gran imaginera Luisa Roldán a dichos frailes, materializada en 1688).
Haciendo un breve memento histórico, es de señalar que la orden franciscana se fundaría en 1209 por San Francisco de Asís, con la aprobación del Papa Inocencio III. De la misma emanarían tres ramas independientes: los Observantes (franciscanos propiamente dichos); los Capuchinos (frailes mínimos capuchinos), creados en 1528 por fray Matteo de Bacio, en la ciudad de Pisa, e introducidos en España en 1578, donde se dedicaron a misiones populares; y finalmente los Mínimos (frailes mínimos conventuales), orden fundada en 1452 por San Francisco de Paula, en Cosenza.
La génesis del convento de Mínimos portorrealeño sería similar a la instalación de esta orden en El Puerto de Santa María, tercera entre las fundaciones que en tiempos de los Reyes Católicos harían los seguidores de San Francisco de Paula en tierras andaluzas (tras las de Málaga y Andújar). En esta ciudad los Mínimos habitaban desde 1503, de forma provisional, en la ermita de San Roque, hasta que finalizaron las obras de su definitiva casa conventual.
De la misma forma que existía en Puerto Real un estrecho vínculo entre la comunidad de Franciscanos Descalzos y la cofradía de la Vera Cruz (lo mismo que sucedía en localidades fronteras a la Villa como Jerez de la Frontera o Cádiz), la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad estaría ubicada en un convento franciscano, en el de Mínimos de la Victoria, herencia del caso portuense, donde en el monasterio de Santa María de La Victoria tendría su capilla y sede esta cofradía desde el año 1566.
De este modo esta orden franciscana asentada en la Villa de Puerto Real quizá en los años treinta del siglo XVII (quizá a finales de la década de los 20 de dicho siglo), tendría su casa central (de la que dependería la institución portorrealeña) en La Victoria de El Puerto de Santa María, y fruto de esta palpable influencia (y proximidad) sería ya no sólo el nombre de la sede portorrealeña, pues se denominaría de la misma forma que la sede portuense, perdurando hasta hoy el apelativo de “La Victoria” para su iglesia, anexa al que fuera su convento, sino también la especial devoción por la Soledad, cofradía que estaba ya alojada entre los muros conventuales de El Puerto de Santa María desde el año 1566 y que igualmente formaría parte de la realidad piadosa de los Mínimos portorrealeños, pues al parecer, la construcción del convento de nuestra Villa coincidiría en el tiempo –grosso modo– con la creación de la Hermandad de la Soledad en Puerto Real, ubicada en este mismo lugar, de la que ya existen testimonios en 1651, pero cuyo origen -es presumible- habrá que datar en el periodo (anterior a esa fecha) que transcurre entre los años 1635 y 1650, en la primera mitad del Seiscientos.
Así, el convento de La Victoria, panteón de marinos ilustres andando el tiempo, anexo al hospital que aún mantiene su cáscara en pie junto a la iglesia homónima, viene acompañando los ritmos de la vida portorrealeña desde hace casi cuatrocientos años, asomado desde su imperceptible atalaya del Manchón del Hospital a la ribera de la Bahía, y albergando desde finales del Seiscientos a la imagen de la Virgen de La Soledad, obra de la Roldana.