Y es que todo no consiste en exigir a otros, ni en contemplar lo que hacen otros: debe ser la iniciativa local la que tome alguna medida al respecto, como han hecho las vecinas localidades de Cádiz y San Fernando desde un principio. No es tampoco cuestión de exagerar roles y papeles: “La Pepa” es hija de San Fernando y Cádiz como es hija de su tiempo, de la Revolución Americana, de la Revolución Francesa, de la herencia española, de los criollos que aquí trabajaron y se esforzaron en su redacción representando a los Territorios del Nuevo Mundo, es hija de la Guerra y de los espíritus libres (o, al menos, liberales, lo cual no era poco entonces) que en ella depositaron sus esperanzas. Puerto Real puso en todo ello aparentemente poco: unos baluartes, un trocito de terreno, una barrera defensiva. Justo la línea que los franceses nunca consiguieron rebasar.
La Guerra de Independencia española se desarrolla, como sabemos, a principios del siglo XIX, y forma parte del contexto general de lo que se ha dado en llamar las “Guerras Napoleónicas”, que sacudieron Europa en las dos primeras décadas del Ochocientos. En el caso español (aunque se puede extender el término y hablar de “caso ibérico, ya que la misma cronología y circunstancias generales de lucha contra el invasor francés son grosso modo válidas igualmente para nuestro vecino peninsular, Portugal), la guerra se desarrolla entre los años 1808 y 1813.
En lo que atañe a España, este período histórico, insistimos, se desarrolla (en un sentido amplio) entre la toma de los barcos franceses surtos en la Bahía gaditana desde la derrota de Trafalgar (en 1805) y al mando del almirante Rossilly, la batalla de Bailén y el Dos de Mayo y la salida (expulsión más bien) de los ejércitos napoleónicos de España, en 1813, y, si se quiere, hasta la derrota definitiva de Napoleón I en los campos de batalla de Waterloo, en el año 1815, batalla en la que los aliados congregados contra la Francia imperial (con unas fuerzas básicamente compuestas por elementos angloprusianos), a las órdenes del británico Wellington y del germano Blücher (subordinado al anterior), terminaron doblegando al gran corso sobre el campo, siguiendo las pautas marcadas por el prusiano von Clausewitz, quien si bien nunca llegó a dirigir tropas contra el emperador de los franceses en un campo de combate fue, sin embargo (y como tal puede ser considerado), uno de los principales artífices reales (si no el principal, desde la óptica de la táctica y la estrategia) de la definitiva derrota militar de Napoleón Bonaparte.
Ciudades como Cádiz y San Fernando, vecinas de la Bahía y hermanas de Puerto Real, fueron centros de atención en el Segundo Centenario de “La Pepa”. Ambas fueron una (de hecho, administrativamente hablando lo eran, y en espíritu de defensa ante el francés) y ambas sostuvieron la causa de la Independencia de España frente a los invasores galos, una causa a la que contribuyeron gentes de allende los mares, a la par que otros enemigos de Bonaparte como portugueses e ingleses, aliados de última hora.
Pues bien, la localidad de Puerto Real como es sabido fue ocupada, tomada, por los franceses, quienes establecieron en La Villa y en la vecina población de El Puerto de Santa María (como en Chiclana de la Frontera o en Sanlúcar de Barrameda, por citar otros ejemplos de nuestro entorno gaditano), instalaciones militares tales como cuarteles y baterías; el caserío portorrealeño sufrió como consecuencia de todo ello una considerable destrucción a manos de los ocupantes, quienes habrían demolido casas en una altísima proporción y número con vistas a satisfacer sus necesidades tácticas, de acuerdo con los datos proporcionados en sus estudios al respecto por el profesor Antonio Muro, el gran historiador de Puerto Real.
Pero a Villa de Puerto Real no fue tan sólo un cuartel francés, y cuenta por su parte con un pequeño papel en la defensa de la España de la época, ya que en su término municipal se encuentra parte del que fue frente de batalla entre españoles y franceses durante los años de la ocupación, una línea de defensa, como hemos señalado previamente, nunca rebasada por el invasor y constituida por los baluartes de piedra que se encuentran al pie del Puente Suazo, en la orilla portorrealeña del caño. Es, a qué negarlo, una superficie de terreno mínima (casi una anécdota en lo cuantitativo), por lo que toca a la extensión de la superficie portorrealeña afectada, pero es una anécdota de capital importancia para comprender la evolución de los acontecimientos.
Instalado en Puerto Real el Cuartel General de los ejércitos franceses en la Bahía Gaditana, durante el primero de los hitos históricos señalados (la Guerra de Independencia española), el “Fort Louis” (como popularmente aún se le conoce en Puerto Real), baluarte defensivo de la Bahía sito en la portorrealeña isla de El Trocadero, habría de servir (desde 1810 y hasta fines de 1812) como base para las baterías francesas que trataban, infructuosamente, de someter con su fuego al Castillo de Puntales, puntal (valga la expresión) de la defensa de Cádiz ante el invasor galo; ambas fortalezas se convertirían de este modo -una del lado español y otra, el Fort Louis, del lado francés- en los ejes fundamentales del duelo artillero que sostuvieron Cádiz y sus sitiadores durante dos largos años.
De este modo, el Castillo de San Luis entra a formar parte de la Historia común de España y Francia, creando un punto específico de conexión material (el espacio físico de la isla y caño de El Trocadero) que deviene síntesis y nodo espacial de un conflicto (intelectual, moral, ideológico) que trasciende del mero y simple enfrentamiento bélico entre dos naciones (una que trata de conquistar, otra que se defiende): el conflicto que se materializa en la transición del Antiguo Régimen al Mundo Contemporáneo, de la mano de la acción transformadora (y debeladora de lo antiguo) de la Revolución Francesa.
Puerto Real, muy mermado por la ocupación durísima de las tropas francesas invasoras, perdería buena parte de su caserío urbano, lo que es decir de su casco histórico, el mismo que habría sido reconstruido a lo largo del próspero siglo XVIII tras la destrucción de los anglo-holandeses a principios del Setecientos.
La destrucción causada por la devastadora presencia del ejército invasor en La Villa, la pérdida del Imperio Transatlántico y con ello del feraz comercio que había animado la economía de la Bahía gaditana desde fines del siglo XV (y en la Bahía, a Puerto Real, precisamente fundado por los Reyes Católicos a fines del Cuatrocientos), la merma en el número de pobladores de La Villa, todo ello serán los factores negativos con los que Puerto Real habría de encarar el comienzo del siglo XIX, tan lejos de la prosperidad que le había procurado a nuestra ciudad el siglo XVIII.
Cabe señalar que tras los sucesos bélicos de la Guerra de la Independencia, encontraremos nuevamente en El Trocadero un punto de referencia básico para España y Francia: en el Fort Louis se produciría la fallida defensa de las libertades (de la Libertad), pero invertidas ahora las tornas; en 1823, un ejército francés se encuentra de nuevo a las puertas de Cádiz, pero en esta ocasión no son las armas de la Revolución las que baten las murallas gaditanas: esta vez, los llamados «Cien Mil Hijos de San Luis», al mando de los cuales se encontraba un príncipe real francés, el duque de Angulema, vienen a España para restablecer al monarca español, Fernando VII (que se considera a sí mismo como un prisionero de los liberales), en sus poderes absolutos: la Santa Alianza Europea ha “movido ficha” y trata de prolongar allá donde sea posible la ya agonizante existencia de los estados absolutistas entre las Monarquías del Viejo Continente, bajo los auspicios de la Rusia Imperial de los Romanov, del Imperio Austríaco de los Habsburgo y de la Francia monárquica de los últimos Borbones que reinaron en el Trono de San Luis (todo esto, o casi, sería barrido por las revoluciones liberales europeas del año 1848).
En agosto de 1823 el soberano español, Fernando VII (quizá ya menos “deseado” que diez años antes) se encuentra en la isla gaditana, retenido por los liberales; el Gobierno liberal español trata de sostener los principios de la Constitución de Cádiz de 1812 (que son hermanos de los principios de la Ilustración dimanados de la Revolución de 1789) frente a la agresividad de una conservadora Europa que no va a consentir que en ningún rincón del Continente el constitucionalismo pueda mantenerse en el Poder (ante la aquiescencia británica, donde los gobiernos -liberales o conservadores- por más a disgusto que contemplasen las alianzas continentales, se encontraban más preocupados por su Imperio que por la Libertad en Europa). Así, esos «Cien Mil Hijos de San Luis», franceses, llegarán a la Bahía Gaditana, tomarán por asalto el Castillo de San Luis (imposible no observar la comunidad onomástica entre asaltante y asaltado) y, ahora sí, conseguirán lo que diez años antes el águila napoleónica se pudo alcanzar: la rendición de Cádiz.
Este segundo hecho de armas no sólo llevaría a la caída del Gobierno Constitucional español, sino a la inmortalización del nombre del pago de El Trocadero en pleno corazón de Francia, en la capital, París, donde existe la plaza de “Trocadero” como una palpabilísima prueba más de la indisoluble relación de esta isla gaditana, portorrealeña, la de El Trocadero, y su baluarte defensivo, el Fort Louis, con la común Historia de Francia y España, hasta el punto de que este espacio geográfico cuenta con un peso específico intrínseco en el pasado de ambos países, de modo que tanto España como Francia pueden reclamar para sí su propio papel, contemplado con la relativa distancia que proporcionan los casi dos siglos transcurridos desde entonces, en los hechos de armas citados y su propio espacio físico en la isla de El Trocadero.