Hace ahora seis años y medio, el 21 de enero de 2017, publicábamos en esta serie un artículo titulado “Algunas consideraciones sobre la Arqueología local”, un texto que venía a ser el vigésimo primero que veía la luz en este espacio dedicado a la “Historia de Puerto Real” y que con tal título (“Historia de Puerto Real”) genérico viene apareciendo en el digital “Puerto Real Hoy” desde hace casi una década, que se dice pronto.
Hoy, más de seis años después de la publicación de estos párrafos, la situación no sólo no ha mejorado sino que ha seguido deslizándose por una pendiente aciaga y oleosa que viene conduciendo al Patrimonio local hacia un estado peor y nada deseable, pese a los golpes de titular (hay quienes viven en los titulares, olvidándose de una realidad que les resulta acaso incómoda) que a veces han jalonado la hemeroteca local y que, lamentablemente, no han encontrado una proyección adecuada en el mundo real.
Tal estado de descuido y merma tiene muchas raíces y motivos, pero también tiene nombre y apellidos; en este sentido, basta con poner la vista en los años transcurridos desde la publicación de estas referidas líneas, sobrevolar a golpe de ojo ese casi lustro y medio, para tener presentes rostros y nombres, sin necesidad de mencionarlos. Casi podríamos reconocerlos (a los dueños de dichos rostros) por el eco de los golpes de pecho que alguno (alguno que debería haber hecho, y que no hizo…) se sigue dando, pues es demasiado habitual que los sillones -o su sombra, o su calor- sigan pegados a las posaderas de quienes antes o después se han visto abocados (pese a su resistencia a ello) a abandonarlos, o se han visto abandonados por dichos sillones (sillones a los que hay quienes prefieren llamar poltronas).
Hoy, en agosto de 2023, queremos volver a traer a colación aquellas líneas de enero de 2017 que no son ni mucho menos las primeras que dedicamos al Patrimonio Arqueológico de Puerto Real, a la necesidad de su gestión, su protección, su conservación, su investigación y su divulgación (cuestiones que no son, naturalmente, privativas del Patrimonio Arqueológico local, sino que son de extender a todas las formas, aspectos, manifestaciones y componentes de nuestro Patrimonio). Y queremos hacerlo porque parece que, en general, estamos insertos en una suerte de “adanismo” (algo de lo que muchos se hacen eco), por el cual los contadores estuvieran siempre a cero, y nadie fuera responsable de las cosas de las que una vez fue, por propia decisión (o casi) además, responsable desde su ámbito de responsabilidad (sí, estoy repitiendo palabras a posta) pública. Vaya en este sentido mi saludo y respeto a quien, como mi colega y amigo Antonio Villalpando, sí supo estar a la altura de sus responsabilidades y trató de mejorar la situación desde su ámbito de responsabilidad.
Decíamos entonces, y decimos ahora…
La realidad de la evolución natural de los estudios de naturaleza arqueológica en el término municipal de Puerto Real, cuyos primeros orígenes se remontan a mediados del pasado siglo XX, con los trabajos de la arqueóloga María José Jiménez Cisneros fundamentalmente, ha venido a revelar y poner de manifiesto el peso y papel (nada desdeñable) de la presencia romana en unas tierras (las que conforman el moderno término municipal de Puerto Real) que, por otra parte, era sabido que participaban de la excepcional circunstancia de su centralidad en un marco geográfico comarcal (el de la Bahía de Cádiz) cuyos límites vienen, grosso modo, delimitados por la existencia de puntos referenciales de capital relevancia a la hora de comprender la Romanidad en este entorno.
De este modo, algunos enclaves urbanos (ya existentes como tales en la Antigüedad) como los de Gades-Cádiz, Asido Caesarina-Medina Sidonia, Portus Menesthei-Puerto de Santa María y el eje Hasta Regia/Ceret-Jerez de la Frontera vienen a representar auténticos hitos capitales para la mejor y completa comprensión de la Antigüedad romana en nuestro entorno inmediato, y el espacio físico que -más que el azar- el diseño medieval castellano confirió al territorio de la Villa de Puerto Real en su Fundación como Villa de Realengo en 1483 de la mano de los Reyes Católicos (por razones que ya hemos abordado, que son bien conocidas, y que podremos matizar aún más en futuros artículos de la presente serie dedicada a la divulgación histórica sobre nuestra Villa), vino a desplegarse en la Antigüedad como un entorno con una marcada vocación funcional entre los núcleos poblacionales citados, todos y cada uno de los cuales cuentan con una Historia propia que camina pareja, en sus límites cronológicos, con los del territorio antiguo de nuestra Real Villa de Puerto Real.
El marco de la Bahía de Cádiz, o, por ampliar el radio considerado, el marco general de los cursos inferiores de los ríos Guadalquivir y Guadalete, o, dicho de otro -y mejor- modo, el ámbito conformado por el amplio paleoestuario y Bahía del Baetis (conocido en parte como lago Ligustinus merced a las fuentes clásicas), en el que se encuentra recogida la Bahía de Gades (sic) viene a conformar uno de los espacios ciertamente privilegiados de la Romanidad en la Península Ibérica; no se trata de establecer referencias comparativas, ni de asentar una artificial “jerarquía” de romanidad en este Occidente, sino de reconocer que, cuando menos en el contexto de la prouincia Baetica, creada por Augusto en las postrimerías del siglo I a.C., puede ser considerada la existencia de dos grandes ejes territoriales, económicos y políticos: de una parte, el triángulo Corduba–Astigi–Hispalis (Córdoba-Écija-Sevilla), y de otra el marco de la Bahía de Gades, y ello en función de las características económicas, poblacionales, administrativas (entre otras) de ambos ejes de referencia.
No hablaremos aquí con detenimiento de los resultados ofrecidos por la epigrafía, la numismática o la arqueología (datos contrastables con la información proporcionada a su vez por las fuentes literarias) en uno u otro marco. Señalaremos tan sólo, a los efectos que nos ocupan, que el mayor volumen de actividad, la mayor intensidad de la presencia de estos territorios béticos (en los que se integra nuestro territorio) en el conjunto general del Mundo Romano (algo de lo que son prueba, y no anécdota, tanto las evidencias materiales representadas por epígrafes, monedas, estatuaria, yacimientos arqueológicos…, como el peso de las élites locales en la cúpula del poder -senatorial e imperial- del estado romano (con una notable presencia de senadores béticos, con Trajano o Adriano a la cabeza, a principios del siglo II d.C.) vienen a consolidar un marcado perfil por lo que respecta al rol desempeñado por los ejes andaluces (béticos, mejor dicho), interior y costero, y definidos por la presencia y papel del río Betis, en el complejo y articulado mundo romano.
Por lo que se circunscribe a nuestra localidad, frente al que puede ser considerado como un relativamente más lento despegue de los análisis históricos sobre la misma, hemos asistido a un relativamente más veloz desarrollo de los estudios de naturaleza arqueológica relativos a nuestro término, los cuales han marchado al ritmo marcado (por así decirlo) por dos tambores: el de la gestión pública del Patrimonio y el de la evolución urbanística de la localidad (y no entraremos a contemplar aquí las -pocas- luces y las -muchas- sombras de este particular en los últimos 25 años, desde la promulgación de la primera Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía, en 1991, con la netamente negativa gestión de este particular en Puerto Real en estas pasadas décadas…). La administración, pues, primero estatal y luego (desde mediados de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, merced a la Ley del PH española de 1985 y la andaluza de 1991, y luego la de 2007) autonómica, y su aplicación de la Legislación vigente (Leyes y Decretos específicos sobre Patrimonio Monumental, Histórico, Arqueológico…) junto a la “industria del suelo” (con la correspondiente necesidad de incrementar los ritmos de intervención administrativa -lo que es decir, arqueológica), merced a la necesidad de aplicar la referida normativa legal a la igualmente referida “industria del suelo” (una vez más, por así decirlo), han llevado a que los estudios de carácter arqueológico se hayan incrementado en nuestro territorio, como ha venido a suceder en el conjunto general de la Comunidad Autónoma de Andalucía, si bien no desde la perspectiva de la investigación, ni tampoco de manera armónica de la mano del –pasado- crecimiento urbanístico.
El territorio que hoy ocupa el término municipal de Puerto Real ha pasado, en el relativamente corto espacio de tiempo (en términos históricos) de una cincuentena de años, de la condición de “semidesierto” arqueológico, por así decirlo, a revelar -al menos en parte- su riqueza y su potencialidad, insertándose de este modo en el conjunto general de los territorios protagonistas de la evidencia de la presencia romana en este Suroeste de la antigua provincia Baetica, algo en lo que ha marchado en paralelo (grosso modo) con la generalidad de la situación andaluza, aunque en nuestro caso no haya servido para el desarrollo de un espacio de conocimiento, de estudio e investigación propio verdaderamente.
Si durante décadas, yacimientos arqueológicos como los de “Paso a Nivel” (hoy “Puente Melchor”), el “Km. 666”, o el del “Pinar de Villanueva”, venían a representar prácticamente la única expresión material de esta presencia romana en el actual término municipal de Puerto Real, o lo que es lo mismo, en el arco costero interior oriental de la bahía de Cádiz (dicho lo mismo de otro modo), la situación y el panorama han variado sustancial y notablemente desde los años noventa del Novecientos (que ya es el siglo pasado) hasta nuestros días, aunque queda por delante ciertamente mucho camino por andar aún. La actual situación de crisis (que aún colea, y lo que queda…) vendrá a incidir (como viene haciendo), a todas luces, en la ulterior evolución de la cuestión, si bien esta misma situación no puede ni debe convertirse en la excusa para que la gestión del Patrimonio Histórico (y Arqueológico) desde la perspectiva (y la responsabilidad) local entre en parada, en recesión o quede abandonada a la espera de “tiempos mejores” (sic).
En nuestra localidad, la prevista y aún no realizada Carta Arqueológica del Término Municipal va quedando obsoleta, como documento administrativo y como herramienta de trabajo. La vigente Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía, de 2007 (la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía), y su Reglamento de aplicación (cuya aprobación de seguro habrá de venir en breve, tanto por cuestiones técnicas como por evidentes razones de oportunidad y de necesidad) establecen nuevas herramientas, nuevos documentos, tales como las Cartas Patrimoniales, que superan (y engloban) a las anteriores Cartas Arqueológicas, a las que incluyen.
Y podríamos hablar largo y tendido de casos y cosas, realmente; por ejemplo, de la zona de Casines, y lo hecho y lo no hecho en su urbanización; de hallazgos puntuales en el casco urbano (de los cuales hemos tenido ocasión de hablar en episodios anteriores de esta serie, y en lugares precedentes en el tiempo), del yacimiento de El Gallinero, que tantos sinsabores nos costó hasta su preservación y después de la misma (sí, ese mismo yacimiento cuya mala gestión tantas veces denunciamos, tantas veces pusimos sobre el tapete, como cuando se empleó como “depósito” de materiales varios…, hasta que finalmente se ¿recuperó? para “medalleo” de algunos –que ya no están, que ya no son- sin que realmente se le pudiera proveer de una sistemática de difusión y puesta en valor real… Sí, un día hablaremos de casos y cosas que se “hicieron” de manera “espontánea”, sin que “nadie” tuviera que ver con la recuperación de determinados espacios, bienes, elementos de nuestro Patrimonio Histórico…, que nos vamos haciendo mayores y no está mal que determinadas cosas vayan siendo conocidas…).
Digamos que en el caso concreto de Puerto Real, por el momento y aparte de los resultados de intervenciones puntuales, de urgencias y de controles de obras, apenas contamos, como documentos generales, con los resultados de los trabajos de prospección de campo que se llevaron a cabo hace ya lustros, a finales de los años 80, ya que la Carta Arqueológica que tantas veces reivindicamos y que finalmente pareció ser asumida por distintas formaciones en diferentes momentos de nuestra historia política reciente no se está llevando a cabo ni hay noticias que vaya a realizarse, cuando, además, va a quedar obsoleta como documento y como herramienta únicos, pasando a requerirse un documento superior, la Carta Patrimonial, que la incluye y la engloba. Algo que no debe caer en saco roto, por el bien de Puerto Real como ciudad, y de los portorrealeños como ciudadanos.
Se hace, pues, imprescindible no sólo el trabajo de difusión, de divulgación, que desde hace años tratamos (quien escribe) de llevar adelante por nuestros meros y solos medios, sino la puesta en marcha de una sistemática de acción que tenga que ver con (y haga posible) el desarrollo de estructuras y de líneas de acción en materia de Patrimonio Histórico, de Patrimonio Monumental, de Patrimonio Arqueológico, que lleve no sólo al desarrollo y ejecución de una Carta Patrimonial de la Villa, sino a la implementación de políticas de gestión reales, prácticas y efectivas, de nuestro Patrimonio Cultural y Natural, de cara a su preservación, a su socialización y a su mejor conocimiento y divulgación en el seno del cuerpo social, lo que resulta a todas luces esencial con vistas a su conservación.
Sólo de este modo podremos desarrollar políticas integrales y reales de conservación de nuestro Patrimonio Cultural y Natural que hagan verdaderamente factible la preservación del mismo para las generaciones futuras, lo que no deja de representar una obligación para quienes hoy día conformamos los perfiles de la ciudadanía portorrealeña; sólo desde la concienciación y la acción podremos tratar de garantizar, en la medida de lo posible, la preservación del Legado de nuestra Historia.