A la hora de hablar sobre el binomio que conforman identidad y Patrimonio (cuestión a la que nos hemos acercado en no pocas ocasiones precedentes, dentro y fuera del ámbito de esta cabecera y desde diversos formatos) no estará de más detenernos a considerar que los bienes patrimoniales existentes en ámbitos locales constituyen unas netas referencias tanto desde la perspectiva del Patrimonio Cultural, como monumentos históricos (y como BIC en su caso), como desde la perspectiva del Patrimonio Natural, debido a su valor como elementos integrantes y muy valiosos del contexto de los paisajes (naturales y culturales) en los que cada uno de dichos monumentos (y todos en su conjunto, en su caso) se inserta y del que forma parte.
En este sentido, dichos elementos patrimoniales locales, por su propia naturaleza y por su ubicación, comparten los valores del Patrimonio Cultural y Natural (o “ecocultural”) representando unos claros hitos en el primero e integrándose con pleno derecho en el segundo, por su propio emplazamiento, por su relación inmediata con sus respectivos contextos y por su propia condición (de cada uno de ellos) de referente visual para el poblamiento en sus respectivas localizaciones, algo que se hace palpable por ejemplo si se considera la conexión visual entre dichos hitos patrimoniales y el paisaje (urbano, rural, humano…) que les acoge y del que acaban formando parte de manera destacada, fundiéndose con el mismo en cada uno de los casos en cuestión.
Amén de las funciones intrínsecas de los hitos patrimoniales monumentales, es de señalar que los mismos forman parte de la intensa historia del diálogo del hombre con su entorno, con su paisaje natural y, en el caso de Puerto Real y su casco urbano en concreto, del diálogo del hombre en tierra con el hombre en el mar, siendo a la misma vez y por tanto un reflejo y consecuencia del diálogo entre la tierra y la mar, y a esa categoría de hitos de ese diálogo, de manera singular en cada caso, pertenecen los bienes patrimoniales portorrealeños, en buena medida costeros, ya que son elementos singulares referenciales y destacados de este diálogo histórico entre la tierra y el mar, un diálogo desarrollado a lo largo de los siglos desde distintas perspectivas, tales como la de la defensa y la poliorcética, la monumentalidad, el simbolismo de la Historia y el Poder, o la proyección y la presencia de una ciudad litoral que se proyecta sobre el mar quizá con una imagen de actualidad (de inmediatez temporal) en cada momento de su Historia, de cosmopolitismo, porque es la imagen que Puerto Real -como ciudad costera- acaso ha querido -y podido- históricamente proyectar antes quienes se acercan a la Real Villa por el mar y desde el mar, de ese modo accediendo visualmente de manera inmediata a los hitos monumentales, patrimoniales, que el casco histórico de la ciudad ofrece a la vista. De de esta forma estos hitos monumentales en general se constituyen como verdaderos referentes, cada uno en su categoría y en su estilo, de este discurso atávico, histórico y simbólico de la pluricentenaria y muy intensa interacción entre el hombre y el mar en y desde Puerto Real.
Cada uno de estos monumentos y el conjunto de nuestro casco histórico (el marco en el que se insertan, del que forman parte y al que conforman) refleja de múltiples formas la actitud de quienes los construyeran ante el mar hacia el que estos hitos patrimoniales se proyectan y que les da razón de ser, porque es el mar el que da razón de ser a estos hitos patrimoniales antrópicos de ámbito costero, y cada uno de estos monumentos no solamente refleja la actitud, original y distinta en cada caso, de los constructores hacia el mar y hacia lo que viene del mar -que es decir hacia otros hombres, hacia otros horizontes culturales- sino que forma parte del discurso histórico simbólico y cultural de la comunidad que los ha generado en cada caso con sus particularidades, con sus raíces, con su carga simbólica y con su propia identidad.
La identidad de Puerto Real en buena medida guarda toda la relación con el mar, desde la misma raíz de la Fundación de la Real Villa, elemento crucial en la geoestrategia marítima de la Corona de Castilla (como ya hemos contemplado en estos párrafos, en textos precedentes), hasta el sello industrial de su potente Historia, de su presente y de su futuro en el ámbito de la construcción naval. Los pagos costeros portorrealeños, como los de El Trocadero, La Cabezuela, Matagorda, la antigua Argamasilla donde hoy se encuentra el Casco Histórico portorrealeño, o el Barrio de Jarana y la zona del Puente Suazo, con la moderna zona de Tres Caminos, por no hablar de pagos otrora portorrealeños y arrebatados a nuestro alfoz como el de La Carraca, se alinean en el litoral de nuestro término municipal como perlas hiladas en un collar en torno a la Bahía gaditana, y nos hablan de una Historia en la que es claramente protagonista la interacción entre los medios terrestre y marítimo.
Las torres de nuestras iglesias, aviso y señal para los navegantes de otros tiempos, se dan la mano con las modernas alturas de los Pórticos de Astilleros o las Torres de la Luz de la Bahía de Cádiz, una de las cuales se encuentra en término portorrealeño, mientras los arcos de la Prioral encuentran un alcance y reflejo contemporáneo en esos radiantes lomos de los puentes que cruzan la Bahía, el viejo Carranza y el moderno Puente de la Constitución de 1812, que también tienen en solar portorrealeño, en cada caso, uno de sus arranques.
Las alturas de las casas de Cargadores portorrealeños, con la Petitorre como buque insignia, oteros destacados sobre las ondas, desde el litoral de la Villa contemplan a sus más abundosas hermanas en la ciudad de Cádiz, y nos hablan, unas y otras, de barcos de vela, de navíos de aviso, corsarios y almirantes, de Flotas de Indias y de trabajo, de mucho trabajo, serio, consecuente y honesto, el de tantas personas, tantos portorrealeños nativos o de adopción como hicieron posible que los navíos de la Corona de España surcasen impolutos, impecables, certeros y seguros, las aguas de los océanos desde la Fundación de la Real Villa por los Reyes Católicos, allá por junio, un 18 de ese mes, en puertas del verano de 1483, nada menos.
Es esencial mantener vivo y con buena salud el antedicho binomio conformado por identidad y Patrimonio, pues la pérdida de identidad conduce al desarraigo: la pérdida de Patrimonio acarrea una inevitable y letal pérdida de identidad, y la pérdida de identidad conduce inequívocamente al desarraigo, a la pérdida de arraigo, y a su vez el desarraigo conduce a la pérdida de calidad ciudadana, al debilitamiento de los grupos humanos, a la descomposición del cuerpo social. La merma del Patrimonio, la pérdida de bienes patrimoniales, de hitos del Patrimonio de una sociedad, de una ciudad, llevará inevitablemente a la desarticulación de ese cuerpo social.
Pensemos cuanto Patrimonio hemos perdido en las últimas décadas, y pensemos si dicha grave merma patrimonial ha tenido y tiene alguna consecuencia en el cuerpo social portorrealeño.