El pasado lunes, Puerto Real perdió a una de sus figuras más queridas y respetadas, Antonio Troya, quien falleció a los 96 años de edad. Troya, que fue párroco en varias iglesias de la localidad entre 1970 y 1985, dejó una huella imborrable en la comunidad por su profunda fe, su compromiso social y su capacidad de conectar con los feligreses desde la sencillez y el amor al prójimo.
Troya fue nombrado hijo adoptivo de Puerto Real, un título que recibió con humildad y que reflejaba el cariño que el pueblo le profesaba. Durante la ceremonia de entrega de este honor, Troya declaró con convicción: “Yo amo a Jesús de Nazaret, soy su discípulo, y quien me ha dado a Jesús ha sido su Iglesia”. Esta declaración, hecha con singular énfasis, resonó en todos los presentes y resumió la esencia de su vida y su servicio.
José Antonio Hernández Guerrero, amigo y compañero de Troya, lo describe como un hombre de “obstinada fidelidad al fondo de los evangelios” y una persona capaz de «armonizar la contemplación y la acción en su vida diaria». Según Hernández Guerrero, en una nota publicada por la Diócesis de Cádiz y Ceuta, Troya era «un exégeta excepcional, con una capacidad única para captar el mensaje evangélico y explicarlo con claridad y sencillez. Su enfoque de la fe, despojado de lo superfluo, se centraba en lo esencial, lo que le permitió conectar de manera especial con los desafíos de su tiempo y lugar».
Durante su vida en Puerto Real, Antonio Troya fue «un faro de esperanza y solidaridad, abordando problemas sociales como la inmigración, el paro, la droga y la marginación con una profunda comprensión de la realidad y un compromiso activo». Su vida austera, caracterizada por lo que Hernández Guerrero llama una “pobreza evangélica, no era solo una elección personal, sino una llamada a la conciencia de todos aquellos que lo conocieron».
El velatorio se celebra en el Tanatorio de Puerto Real, y el funeral tendrá lugar mañana, 14 de agosto, a las 17 horas en la Iglesia de San Sebastián de Puerto Real. «Con su fallecimiento, Puerto Real pierde a un hombre de cuerpo frágil pero de espíritu robusto, un sacerdote que vivió y predicó con autenticidad los valores cristianos de perdón, generosidad y solidaridad. Que descanse en paz», finalizó Hernández Guerrero.