Como venimos planteando en los párrafos precedentes (en una línea de argumentación que hemos desarrollado asimismo en artículos anteriores al hablar con antelación acerca de la venidera -casi inmediata, en realidad- Conmemoración de 1820-1823 / 2020-2023, en torno al primer Constitucionalismo español y los hechos de El Trocadero, que darían al cabo al traste con el primer intento de gobierno democrático en nuestro país, sostenido bajo los principios de la Constitución de Cádiz de 1812 -“La Pepa” a comienzos del siglo XIX, un constitucionalismo aceptado a regañadientes por un Fernando VII que hizo cuanto pudo para sustraerse de los impulsos liberales y del gobierno constitucional, lográndolo precisamente en 1823 merced a la intervención de las potencias conservadoras europeas lideradas por los imperios austríaco y ruso y por la Francia de Luis XVIII), entendemos que el sentido de una conmemoración histórica debe conjugarse con cuestiones tales como la socialización del conocimiento, la difusión de los valores de la Historia y el Patrimonio Histórico y la extensión en el cuerpo social, por ello, de una carga de elementos en positivo sobre el peso y el papel que en la construcción cotidiana de una sociedad más crítica (y por ello más capaz de la autocrítica), más reflexiva y más y mejor preparada para el análisis y, por todo ello y en definitiva, más libre.
La verdadera fuerza de una conmemoración histórica, si hemos de centrarnos en lo elemental, en lo más acaso cierto e inmediato, reside en la capacidad de los “momentos singulares” de la Historia para servir como catalizadores, como auténticos “aglutinadores” de fuerzas, de sinergias, centrando la atención de la ciudadanía, focalizando las agendas de las administraciones, e incluso creando oportunidades para la inversión privada en torno a la conmemoración en cuestión.
Con todo y con ello, lo esencial, en nuestro modo de ver, gira en torno a la función pedagógica de las conmemoraciones en el seno del cuerpo social, ya que la Historia es un vehículo de socialización del conocimiento y de sensibilización de la ciudadanía que es susceptible de incidir de una manera positiva en todo el espectro de edad del referido cuerpo social, ya que el hecho histórico singular puede ser explicado tanto al segmento más joven, trabajándolo por ejemplo desde los centros escolares, como al resto de escalas de edad de la ciudadanía.
El trabajo en el sector infantil y juvenil de la población, con un gran peso en el mismo por parte de los centros de enseñanza y de las comunidades educativas, resulta verdaderamente fundamental de cara a la sensibilización no sólo de este segmento más joven sino del conjunto de la sociedad, pues sucede que los escolares (de los distintos niveles del sistema educativo, pero acaso con más incidencia incluso los más jóvenes) pueden (y suelen) convertirse en transmisores del conocimiento, en verdaderos “cicerones” de la socialización del conocimiento, a través de los cuales dicha sensibilización es susceptible abarcar un campo mucho más amplio y de extenderse a otros espacios y contextos del cuerpo social trascendiendo sobradamente los límites de edad del segmento escolar, convertidos los estudiantes en verdaderos “embajadores” del conocimiento por ejemplo en el seno de sus propios núcleos familiares.
Por tanto, la conmemoración de una efeméride (que puede tener tintes de mucha mayor envergadura, y que no deja de contar con una carga ideológica -como todo hecho histórico en realidad) no es solamente la oportunidad de una celebración determinada, ni una ocasión para singularizar el momento (político, social, económico…) que se esté viviendo en cada caso y en cada escenario, sino que debe contar con una trascendencia en lo temporal y en lo político, de manera que dicha conmemoración pueda ir más allá de la circunstancia cronológica puntual y concreta de los momentos de su desarrollo (y de la fecha o fechas de referencia) y pueda llegar a convertirse en una herramienta de acción cultural y social, como decimos, más allá de unas fechas determinadas, específicas.
De este modo se conseguirá una mayor rentabilidad social y cultural del hecho conmemorativo, al incidir en un espectro de tiempo mayor, y con ello a una sostenibilidad del impacto de la efeméride (entrando en lo material) tanto las agendas de comunicación (en las redes sociales como en los medios informativos), como en las agendas de actividades culturales (y educativas, y lúdicas, y festivas, y de otra/s naturaleza/s).
En el caso de la conmemoración de 1820-1823/2020-2023 se trata además de una efeméride que no solamente tiene que ver con la fecha en la que tuvo lugar la toma de la portorrealeña isla del Trocadero -y del Fort Luis en ella emplazado- por el ejército francés de los “Cien Mil Hijos de San Luis”, comandado por el duque de Angulema (el príncipe Luis Antonio de Borbón, sobrino del rey Luis XVIII y futuro heredero del trono de San Luis -sería el Delfín de Francia al ascenso de su padre, Carlos X, al trono galo en 1824), lo que ocasionaría la definitiva caída del gobierno liberal español, la liberación del soberano hispano Fernando VII y la recuperación por parte de éste de sus poderes absolutos, quedando derogada la Constitución de 1812 y siendo perseguidos los liberales (con el exilio de muchos y la muerte de no pocos, como el mismo general Riego, cuyo pronunciamiento en Las Cabezas de San Juan en 1820 permitiría la llegada al poder de los liberales y la instauración de un gobierno constitucional durante el así llamado “Trienio Liberal” entre 1820 y 1823 precisamente).
La efeméride de 1820-1823/2020-2023 tiene que ver con el constitucionalismo español, con el primer intento de gobierno democrático en España (una de las primeras experiencias de esta naturaleza en Europa y en el mundo, realmente), y con la defensa de las libertades, la Constitución y la Democracia, cuyo último baluarte, cuyo último bastión sería precisamente nuestro pueblo, Puerto Real, con la defensa de El Trocadero y el Fort Luis en el ya lejano verano del año 1823.
Tales, y no otros, son los verdaderos pilares de una conmemoración que en realidad trata sobre Democracia, sobre Libertad, sobre Constitución y constitucionalismo, y por ello, sobre tolerancia, sobre igualdad, sobre esos principios que conforman la esencia de la vida democrática contemporánea, esas libertades irrenunciables que forman parte de nuestro ordenamiento jurídico y de nuestro desenvolvimiento como sociedades modernas e igualitarias (o que buscan serlo -o eso quiero seguir pensando, y en ello estoy, estamos- de manera más plena).
Este hecho singular, la defensa de las libertades que tuvo lugar en nuestro pueblo hace ahora casi doscientos años, llegaría a conllevar incluso intervenciones humanas que acarrearían alguna modificación en determinados espacios del paisaje de nuestro término, como sería el caso de la configuración del caño de La Cortadura, creado precisamente en aquellos momentos con la intención de servir como una barrera acuática (artificial) que comunicando el río San Pedro con el caño de El Trocadero pudiese conformarse como un refuerzo de las defensas de la zona ante el inminente asalto del ejército invasor (el de los así denominados “Cien Mil Hijos de San Luis”) francés enviado a España por las potencias conservadoras europeas para restablecer a Fernando VII (como veíamos) en sus poderes absolutos en el verano de 1823.
Hablar hoy día de defensa de las libertades, de defensa del constitucionalismo, de los principios de igualdad, libertad y fraternidad, de quienes (como los defensores del Trocadero en 1823) se esforzaron -y de qué manera- por conseguir sembrar la semilla de un mundo mejor, un mundo regido por principios democráticos frente al autoritarismo, un mundo donde la idea de que todas las personas somos iguales con independencia de cualquier factor (nacimiento, raza, sexo, religión, etc., etc…), un mundo donde fuera (donde sea) posible que todos seamos ciudadanos, y no súbditos (y para ello es imprescindible la educación, la formación, la conciencia, el fomento del espíritu crítico, pues son muchas las formas de control, las formas de dominio, y seguimos estando muy lejos de ser ciudadanos libres, tan lejos como estamos del reparto de la riqueza y del acceso al control de los medios de producción…).
Todo ello, la defensa de las libertades, la defensa de la Constitución, de la sociedad democrática, de un mundo más libre y más justo, todo ello conforma los perfiles de la conmemoración de 1820-1823/2020-2023 en (y desde) Puerto Real. Nuestra ciudad, reivindicativa, luchadora, obrera, trabajadora, merece tomar conciencia de sí misma, de su papel capital en el sostenimiento y defensa del primer constitucionalismo español, del primer gobierno democrático que tuviera España entre los años 1820 y 1823, un constitucionalismo que tuvo en El Trocadero, y por ello en Puerto Real, su último bastión, su último baluarte, su última defensa. Y es justo y bueno conmemorarlo, para que no se pierda esa memoria, para que las generaciones más jóvenes sepan quiénes somos, de dónde venimos, y qué papel hemos jugado en la Historia de la Democracia en España, en Europa y en el mundo, ahora que corre tanto peligro.