Si en alguna pasada edición de estos artículos de Historia abordábamos la hipotética relación del Almirante Cristóbal Colón con Puerto Real -allá por las postrimerías del siglo XV- recordando en dichos párrafos cómo a diversos inmuebles de la Real Villa la tradición (una tradición cuyos ecos se van perdiendo a medida que las generaciones más jóvenes sustituyen a las mayores) les atribuye el que sería histórico privilegio de haber albergado al navegante genovés en un supuesto estadío de tan ilustre personaje en nuestra ciudad (unos inmuebles entre los que cabe mencionar a varias casas localizadas en la calle de la Plaza, así como a las dos posadas históricas de Bello y de la Espada, amén de a algunos puntos del entorno de las actuales plazas de los Descalzos y de Pedro Álvarez Hidalgo, al cabo de la referida calle de la Plaza –arteria principal del día a día portorrealeño, sin duda), hoy que encaramos el año de la Conmemoración del V Centenario de la I Vuelta al Mundo por la Expedición Magallanes-Elcano (que entre 1519 y 1522 circunnavegó la Tierra tras zarpar de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519 y regresar –la nao Victoria, única superviviente del Viaje- a la misma Sanlúcar tres años después de su partida, el 6 de septiembre de 1522, con sólo 18 hombres a bordo comandada por el marino vasco Juan Sebastián de Elcano) queremos traer a colación algunas de las posibles causas que dieron en la relativa postergación inicial (respecto a los propósitos iniciales de la Corona de Castilla) de la Villa portorrealeña en la aventura transoceánica y la proyección americana de la Monarquía Hispánica, ya que si bien Puerto Real alcanzaría a desempeñar un rol fundamental en la Historia de las navegaciones oceánicas y la proyección ultramarina (mediterránea, africana, atlántica…) de la Corona de España, en un principio nuestra población estuvo llamada a cumplir un papel aún mayor del que llegaría a alcanzar andando el tiempo (especialmente a partir de los siglos XVII y XVIII), siendo ésta una de las razones esenciales para su misma Fundación en 1483 por los Reyes Católicos.
De este modo, no es difícil detenerse a considera el papel que la Villa de Puerto Real, como única ciudad portuaria de realengo en la Bahía gaditana en los momentos de su Fundación en las postrimerías del Cuatrocientos, podía haber desempeñado en los viajes transoceánicos desde finales del referido siglo XV, y sin embargo la Real Villa se vería pronto relegada a un rol -si se quiere- de tono secundario durante buena parte del periodo virreinal, un papel éste cuya mejora se plasmaría finalmente a lo largo del siglo XVIII en buena medida como consecuencia de la evolución de los acontecimientos y, en dicho contexto, como consecuencia asimismo del traslado de la Casa de Contratación (y con ello de la administración y gestión del comercio entre España y sus territorios americanos) desde la ciudad de Sevilla a Cádiz en el primer cuarto del Siglo de las Luces, en 1717 (de lo que hace dos años conmemoramos el Tricentenario y a lo cual dedicamos el Ciclo de “Encuentros con la Historia” que -dedicado a la divulgación histórica sobre nuestra localidad y bajo la coordinación de quien suscribe estas líneas- organiza cada año el Ateneo de Puerto Real.
En cualquier caso, el caso sería que la Real Villa portorrealeña, creada por la Corona castellana en uno de los últimos jalones de la repoblación tardomedieval emprendida por Castilla en los territorios recuperados al dominio islámico en el meridión de la antigua Baetica romana (y reintegrados de ese modo a la tradición cultural latina) dejaría de ser el único puerto de la Corona de Castilla en la Bahía a la muerte de don Rodrigo Ponce de León “el Viejo”, en 1492, pocos años después de la misma Fundación de Puerto Real. De esta forma, la ciudad de Cádiz volvería a formar parte (por acuerdos entre la Reina Isabel I y la Casa de los Ponce, que reintegraron el solar gaditano a Castilla) del realengo castellano (en realidad revirtiendo como tal realengo tras un breve período de usurpación señorial por parte de la Casa de Arcos), reportando a Castilla las indudables -y harto evidentes- ventajas que para la Monarquía Hispánica habrían de representar la localización, el puerto y la tradición marinera de la referida insula gaditana.
Entre otras razones para la Fundación de la Villa de Puerto Real por parte de Castilla (algo de lo que nos hemos ocupado con anterioridad en artículos precedentes al hablar de la geoestrategia castellana tardomedieval en esta geografía meridional hispana), una de las esenciales sería la de dotar a la Corona de un puerto en el ámbito de la Bahía, pues la usurpación de la ciudad de Cádiz por la Casa de los Ponce de León había despojado al Estado de un puerto de realengo en este ámbito geográfico, acarreando un sensible perjuicio a los intereses estatales en lo relativo al control del ámbito marítimo del Estrecho de Gibraltar y de la zona de interacción, vital desde el punto de vista de la geoestrategia (política, militar, económica…) entre los continentes europeo y africano y entre los ámbitos marinos atlántico y mediterráneo, ya que como es bien sabido las localidades de la Bahía y la costa gaditanas estaban en manos de distintas Casas nobiliarias, siendo (a la pérdida -que se revelaría finalmente casi momentánea, o al menos breve- de Cádiz en beneficio de los condes de Arcos) Jerez el único realengo en el contexto costero noroccidental de la actual provincia de Cádiz, con un término jerezano al que pertenecían hasta su emancipación como Villa propia e independiente las tierras que hoy conforman el término municipal de Puerto Real, con espacios y pagos tan relevantes de cara a la navegación como los de La Carraca (portorrealeña hasta 1925), El Trocadero, La Matagorda o el Bajo de Las cabezuelas, todos los cuales quedarían englobados en el término de la nueva puebla portorrealeña a fines del siglo XV.
A todo ello habría finalmente que sumar el hecho de que la flamante Villa de Puerto Real pasaría de nuevo a la dependencia (al menos teórica, y breve) de Jerez de la Frontera (ciudad de la que se había emancipado originalmente -y contra la voluntad del muy poderoso Concejo jerezano- en 1483) nuevamente, pero ya como enclave urbano con identidad propia, tan solo poquísimos años después de la Fundación (entre 1487 y 1488), una dependencia portorrealeña respecto a la ciudad jerezana que no se quebraría definitivamente hasta el reinado del César Carlos V (en 1547); así, tendremos que todo ello (junto a la competencia de enclaves marítimos de primer orden, como las costas onubenses o, ya más cerca de nuestro término municipal, de ciudades tan potentes como El Puerto de Santa María o Sanlúcar de Barrameda) explicaría cómo lo que pudo haber sido inicialmente, Puerto Real como verdadero eje de la proyección oceánica de la Monarquía Hispánica en el ámbito meridional de la misma, no llegaría a ser, no llegaría a plasmarse como tal realmente tal y como más que posiblemente se planeó por parte de la propia Corona de Castilla reinante Isabel I, si bien sí es cierto que la Villa llegaría a tener un papel esencial en dicho contexto andando el tiempo.
Así y de este modo Puerto Real se desarrollaría como un vital enclave de asistencia técnica para las flotas americanas, como un espacio esencial en la referida proyección marítima de la Monarquía Hispánica, con sus fortalezas (como la de La Matagorda, por ejemplo), sus astilleros, sus fábricas y arsenales, desde el siglo XVI hasta el definitivo ocaso de la presencia de España en el Nuevo Mundo, un ocaso que se materializaría finalmente en términos absolutos en una fecha tan próxima a nosotros como la del año 1898.