Una de las obras descriptivas de mayor relevancia de nuestro país en los últimos tres siglos es, sin lugar a dudas, el “Viage de España” (sic), trabajo publicado de forma póstuma (su autor murió antes de que los últimos volúmenes del mismo pudieran ver la luz) por don Antonio Ponz, …secretario que fue de Su Majestad y Consiliario de la Real Academia de San Fernando, individuo de la Real de la Historia y de las Reales Sociedades Bascongada y Económica de Madrid, etcétera… (sic), según reza la portada de la edición facsímil de esta obra publicada por Ediciones Atlas en Madrid en el año 1972.
Este verdaderamente ingente trabajo, que quiere ser una recopilación monumental de datos de la España de fines del siglo XVIII, sería finalmente concluido y editado por el sobrino del autor (que se haría responsable del término de la edición de la obra a la muerte de don Antonio, como hemos señalado), Joseph Ponz, viendo originalmente el trabajo la luz en la Villa de Madrid, en la imprenta de la viuda de Joaquín Ibarra (nótese que autor e impresor, curiosamente, no sobrevivirían al trabajo…, que sería editado por el sobrino del primero y la viuda del segundo, respectivamente).
El estudio del ilustrado Antonio Ponz sería una iniciativa de la Corona: Carlos III, al modo de Augusto, quiso buscar (y encontró, naturalmente) un Estrabón particular que viajase por los Reinos de España recogiendo un estado de la cuestión de los mismos, con especial atención a lo relativo al Patrimonio Histórico, Monumental, Cultural (entendido desde una perspectiva tradicional, esto es, con especial atención a los monumentos históricos, a los bienes inmuebles y muebles) de las tierras peninsulares.
Este trabajo, recopilado en un total de 18 volúmenes, no sólo debía ser una suerte de retrato enciclopédico, por así decirlo, del estado de cosas en la España de Carlos III, sino que bajo las intenciones que lo promovieron (y los párrafos y párrafos que lo compusieron -y lo componen) subyacía un propósito oculto, una voluntad secreta que sólo al soberano y al autor del trabajo (fallecido en el transcurso de la desbordante acometida) competía y concernía…
Y es que Carlos III no solamente envió a un clérigo -el antedicho abate Ponz, como era conocido en los círculos eruditos de su época- a lomos de un borrico, con unos cuadernos y recado de escribir a que recorriese los caminos de España recogiendo las impresiones de un viaje realmente agotador (y recabando información, por ejemplo, sobre las propiedades que fueron jesuíticas), sino que bajo los ropajes talares de ese viajero erudito se guardaba un agente del Rey, un emisario regio que viajaba con la misión de tomar nota de todo lo que aparecía ante sus ojos, mucho más allá de los afanes culturales -auténticos, por otra parte- del cometido de este cosmógrafo dieciochesco.
De este modo, el soberano envió por los caminos de España a un agente que, con su condición de sacerdote y su encargo de perfil cultural (amén de con su reconocido prestigio)[1], podía encontrar muchas facilidades para acceder a instituciones, personas, lugares y que de la mano de su misión oficial podría escrutar -convirtiéndose de este modo en los ojos del Rey- la realidad de un país que la Corona estaba empeñada en modernizar al calor de la Ilustración y el espíritu racionalista del Siglo de las Luces, que tanto se empeñase Carlos III en imprimir a sus dos reinados, primero en el meridión italiano, en el Reino de las Dos Sicilias (donde reinó entre 1735 y 1759 como Carlos VII de Nápoles) y a continuación -a la muerte de su hermano Fernando VI (que reinó entre 1746 y 1759), a quien Carlos III sucediera en el Trono de San Fernando- ya en España (donde el patrón de Antonio Ponz reinaría entre 1759 y 1788).
Ponz, el agente del Rey, recogía en sus cuadernos el estado de cosas que encontraba en la España gobernada por los ministros de Carlos III, regida por los designios ilustrados del Rey-alcalde (pues es uno de los epítetos por los que pasaría a la Historia el hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio), e iba más allá de un trabajo de naturaleza puramente cultural y carácter estadístico básico, si bien lo que dio a la imprenta respondería esencialmente a la parte “pública” de su tarea, y no a la encomienda secreta que su trabajo llevaba aparejada.
Traemos a colación ahora en estos párrafos el estudio de Ponz porque entre los paisajes que retratan las páginas de este autor ilustrado se dedican algunas líneas al Puerto Real de la época de Goya y Carlos IV, el Puerto Real de la última década del Setecientos, acaso el siglo de mayor esplendor en la Historia de la localidad, justo antes de la invasión francesa, la Guerra de la Independencia y la pérdida de los territorios virreinales, de la América continental española, ya a principios del siglo XIX, esto es, el Puerto Real de los últimos momentos de la que viene siendo considerada de forma tradicional como acaso el mejor de los períodos de su Historia.
Queremos pues fijar ahora nuestra atención por un momento en uno de los pasajes que retrata Antonio Ponz en sus páginas, en concreto el fragmento de su texto en el que se hace referencia al sistema del paso entre Puerto Real y El Puerto de Santa María merced al puente sobre el río San Pedro, un hito de nuestra Historia acerca del cual nuestro ilustrado autor y viajero literalmente dice:
Tenemos aquí, pues, en esas someras líneas la descripción del estado y naturaleza del puente de barcas sobre el R
ío San Pedro a finales del siglo XVIII, cuando era una estructura aún nueva y flamante (había sido construida en 1790), tal y como lo llegaría a conocer de primera mano el erudito clérigo Antonio Ponz, que lo habría cruzado en su periplo por las tierras de la Bahía de Cádiz, un tema al que nos hemos acercado en ocasiones precedentes[2] y al que no hemos querido renunciar a volver a acercarnos ahora siquiera para dejar constancia que sobre el mismo nos ofrece, de forma directa, un viajero ilustrado de hace casi doscientos cincuenta años, el historiador Antonio Ponz.
REFERENCIAS
[1] D. Antonio Ponz (Castellón, 1725 – Madrid, 1792), notable pintor, erudito a la antigua usanza e historiador, fue académico de la Real de la Historia (desde 1773), secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y miembro de la Real Sociedad Económica de Madrid y de la Real Sociedad Bascongada (como se indicaba al comienzo de este texto), siendo una figura esencial del panorama cultural de la España de la segunda mitad del siglo XVIII, brillando especialmente bajo el tercer soberano de la Casa de Borbón, Carlos III (1759-1788), a quien sirvió durante todo su reinado, especialmente bajo los auspicios del conde de Campomanes (1723-1802), directo comitente del “Viaje” de Ponz, ministro del antedicho Carlos III.
[2] Así, y en coautoría con M.J. Izco fueron publicados en su día en “Diario de Cádiz” los siguientes artículos: “Noticias sobre el Puerto Real del XVIII: Antonio Ponz (I)”, el 13 de marzo de 2001; “Noticias sobre el Puerto Real del XVIII: Antonio Ponz (II)», el 18 de marzo de 2001; “Noticias sobre el Puerto Real del XVIII: Antonio Ponz (III)”, el 25de marzo de 2001; ya en esta cabecera de “Puerto Real Hoy” hemos dedicado con anterioridad varios espacios con mayor detenimiento a tratar sobre el puente del río San Pedro en época moderna, publicando los siguientes artículos: “De pasos y puentes: el puente del río San Pedro. Algunas notas (I)” [en https://puertorealhoy.es/pasos-puentes-puente-del-rio-san-pedro-algunas-notas-i/ (2523 palabras)], el 11 de febrero de 2017; “De pasos y puentes: el puente del río San Pedro. Algunas notas (II)” [en https://puertorealhoy.es/de-pasos-y-puentes-el-puente-del-rio-san-pedro-algunas-notas-ii/ (2052 palabras)], el 18 de febrero de 2017; “De pasos y puentes: el puente del río San Pedro. Algunas notas (III)” [en https://puertorealhoy.es/pasos-puentes-puente-del-rio-san-pedro-algunas-notas-iii/ (2497 palabras)], el 25 de febrero de 2017.