En los dos capítulos precedentes de esta serie hemos venido abordando el estado de la cuestión en Puerto Real desde la perspectiva del estado y situación de algunos aspectos de las defensas de la Villa al cabo de casi un siglo de su Fundación por los Reyes Católicos en las postrimerías del siglo XV, en el año 1483, para lo cual hacíamos referencia a la situación histórica del contexto geoestratégico en el que la referida población se insertaba, desde mediados del siglo XIII cuando este espacio del suroeste peninsular fue reintegrado en los horizontes culturales herederos de la Latinidad (a los que históricamente pertenecía) merced a la acción de la Corona de Castilla, reinando en la misma el Rey Sabio Alfonso X.
Señalábamos (a la hora de hablar, por ejemplo, de comerciantes y piratas gaditanos, y del comercio de productos norteafricanos, y viceversa, de piratas norteafricanos y de la actividad económica -por ejemplo la predatoria- desde el Sur al Norte del Estrecho de Gibraltar) cómo desde la ocupación cristiana de Cádiz (en la década de los sesenta del siglo XIII), las relaciones de estas costas con los enclaves norteafricanos habrían de ser constantes, pues de estos lugares se obtenían diferentes productos de interés, sobre todo en lo relativo a materias primas necesarias para el abasto de los talleres gaditanos: cera para las cererías, cueros de bovino, oro en polvo para luego ser fundido, en ocasiones especias y tejidos, y asimismo un sensible volumen de esclavos, de una variada procedencia, unos esclavos que con el tiempo llegarían a formar un grupo relativamente numeroso de población servil en el seno de la sociedad gaditana medieval.
El visitador Bravo de Laguna encontraría en Puerto Real una población desprovista de construcciones defensivas, como sabemos, desnuda de murallas. Para remediar esta carencia aconsejaría reforzar el papel defensivo de la recién erigida iglesia parroquial de San Sebastián (que, recordemos, no sería consagrada hasta 1592, como además reza la inscripción de la columna emplazada al exterior de la iglesia, junto a la Portada de Las Novias), así como la edificación, con presteza, de una torre en la zona de La Matagorda.
Con tales palabras, el comendador de los Hornos, Luis Bravo de Laguna, venía a aceptar la confianza que el rey Felipe II depositaba en él, y acometía su tarea como visitador (i.e., inspector) de las costas atlánticas de Andalucía; los informes elaborados por Laguna (publicados en parte ya en 1957 por el historiador Hipólito Sancho de Sopranis), nos permiten acercarnos a la que habría sido la realidad de los sistemas defensivos de las costas de gaditanas a fines del Quinientos.
A comienzos de marzo de 1577 Bravo llegaba a Gibraltar, donde comenzaría su inspección por las localidades costeras de las actuales provincias de Cádiz y Huelva; tras una estancia breve en este primer punto de su inspección (una semana, apenas), pasaría a Tarifa, y desde allí a Chiclana de la Frontera, llegando a Cádiz en a finales del mismo mes de marzo. Su estancia en esta plaza sería más prolongada en comparación con sus visitas anteriores a las localidades citadas, cosa lógica considerando lo oportuno de dotar a esta ciudad (verdadera cabeza de la Bahía y del Golfo gaditano) de un cuerpo de fortificaciones que pudiese salvaguardar a una de las principales plazas para la política económica y la geoestrategia global de la España de aquella época (una geoestrategia de carácter imperial).
Desde Cádiz este personaje de la administración regia dirigiría sus pasos hacia La Villa de Puerto Real, deteniéndose antes en el lugar de La Puente (la Isla de León, la actual ciudad de San Fernando), donde inspeccionaría el castillo de San Romualdo; su impresión sobre este hito concreto de las costas gaditanas sería, al parecer, positiva, si consideramos lo expuesto por sus palabras:
No sería hasta el día 9 de abril cuando tendríamos las primeras noticias acerca de la llegada de Bravo de Laguna a Puerto Real, donde habría de permanecer apenas tres o cuatro días; estas referencias aparecen en las Actas del Cabildo portorrealeño de aquellos momentos, en cuyas páginas, y de forma resumida, se hace mención de la necesidad de fortificar la iglesia Prioral de San Sebastián, así como de llevar a cabo la construcción de una torre en el pago de La Matagorda.
Estas básicamente habrían de ser las disposiciones que Luis Bravo señalaría como más oportunas para ser realizadas a corto plazo en nuestra ciudad, ante el estado de indefensión de la cual nada mejor que las palabras del inspector, recogidas en la relación que haría para el rey Felipe II, unas palabras en las que no se hace ninguna referencia sobre ningún torreón, baluarte o atalaya, ni en el casco urbano de la población, ni en los pagos -cercanos a la misma y pertenecientes a su Término Municipal entonces como hoy- de El Trocadero y de La Matagorda:
La primera propuesta planteada, fortificar el edificio de más calidad y mejor factura de la trama urbana de la Real Villa, el recién erigido (tal vez aún en construcción en 1577) templo de San Sebastián, iglesia fuerte toda de cantería, que podría cumplir la función, llegado el caso de ataque o asalto a la localidad, de último reducto para la población, un espacio fuerte en el que podrían debían refugiarse y defenderse los vecinos portorrealeños mientras alcanzaba a llegarles ayuda desdeel exterior; de hecho, esta naturaleza de reducto fuerte explica la peculiar naturaleza defensiva de este singular edificio sagrado, dotado de una sólida torre campanario provista de saeteras, una torre semejante a una atalaya y con un claro perfil defensivo apreciable a simple vista.
Así, nos encontramos ante una iglesia, la de San Sebastián mártir, en el primigenio núcleo urbano portorrealeño (donde quizá otro templo, cercano a la plaza presidida por el Cabildo local –la Plaza de la Cárcel, hoy de Blas Infante- desempeñaba la función de parroquia -la desaparecida iglesia de la Santa Misericordia o San Juan de Letrán), que acabaría siendo la iglesia Mayor Prioral (siguiendo las disposiciones en este sentido de los Reyes Católicos, dictadas en el contexto de la Fundación a fines del siglo XV) de la Villa a mediados del siglo XVI, algo que conllevaría un proceso de evolución y crecimiento del templo, e implicaría una gran y continuada transformación arquitectónica de su fábrica a lo largo de los siglos.
Bravo de Laguna aludiría, para ayudar a justificar su idea de fortificar el templo de San Sebastián, a la buena construcción del mismo y a la notable calidad de sus elementos, todo lo cual convertían a la Prioral en el edificio más sólido de la Villa portorrealeña, dotada de anchos y sólidos muros que superan el metro de espesor, construida con piedra de las canteras portorrealeñas (de la cantera del atalaya de barguetas, según rezan las Actas del año 1547), las mismas que servirían para ayudar a erigir la Capilla Real de la Catedral hispalense, como sabemos.
La torre, atalaya sacra del casco urbano de Puerto Real es sin duda el elemento que mejor simboliza el pasado y el carácter defensivo de este relevante edificio religioso local, y sus vanos, hechos en forma de saeteras, vienen a representar el ejemplo más claro de ello. El ya citado Hipólito Sancho de Sopranis anotaría en su trabajo sobre el viaje de inspección del visitador Luis Bravo de Laguna que ya se había tratado de acondicionar -desde unos años antes de la propia llegada del inspector regio a la Real Villa- la antedicha torre de la Prioral de San Sebastián para que pudiera servir (junto al templo, aún inacabado) como refugio para los vecinos en caso de un peligro inminente.
En los próximos párrafos de esta serie el centro de nuestro discurso lo constituirán cuestiones como la torre defensiva que debía erigirse en La Matagorda (de acuerdo con Bravo de Laguna) así como la disponibilidad de los vecinos portorrealeños para su recluta en caso de necesidad bélica.