Hoy seguiremos adelante con el pasear por la trama urbana portorrealeña con nuestro paisano del Tricentenario, un deambular que nos viene acercando a la Villa de hace tres siglos, ahora que nos encontramos en el Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz, un hecho histórico que habría de marcar el devenir del siglo XVIII en España, en la Bahía gaditana y en Puerto Real, y que resultaría una época de gran prosperidad que permitiría nuestra ciudad experimentar un gran crecimiento en su economía y en su población, viéndose aún más imbricada en los grandes circuitos económicos de la gestión del comercio y, en general, en el núcleo administrativo matriz de la economía imperial de la Monarquía Hispánica, uno de los verdaderos eje principales de la economía-mundo de la Modernidad.
Todo esto encontraría su reflejo en el desarrollo del urbanismo de la Real Villa y, a resultas de ello, se vería beneficiado asimismo nuestro Patrimonio Histórico, que resultaría tan sacudido -y se vería tan severamente perjudicado- por los nefastos efectos del asalto anglo-holandés de 1702, un episodio de la Guerra de Sucesión Española (1700-1714) que destruyó buena parte de nuestro caserío (como habría de suceder un siglo después del Tricentenario, a consecuencia de la ocupación francesa en el marco de la Guerra de la Independencia Española -1808-1814), circunstancia de la que ya se hiciese eco nuestro don Antonio Muro a quien, como siempre señalamos, podemos considerar como el verdadero “padre” de los estudios históricos locales en el caso de la real Villa portorrealeña, junto al también historiador don Juan Moreno de Guerra (Puerto Real, 1878-Paracuellos del Jarama, 1936), que le precedió en estas lides históricas a principios del pasado siglo XX (y a quien hemos ya dedicado ya unos párrafos en artículos precedentes).
Como venimos señalando en los artículos precedentes, con esta pequeña serie que venimos presentando en “Puerto Real Hoy” desde hace unas semanas queremos acercarnos al tema del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz, desde Sevilla, en 1717, un asunto que desde 2017 nos retrotrae tres siglos; en este año 2017 se quiere conmemorar el Tricentenario, un hecho del cual no quedaría al margen nuestra Villa de Puerto Real, y que traería a la localidad un gran beneficio, visible en la prosperidad del siglo XVIII que viviría la ciudad merced a este suceso de enorme repercusión histórica.
Acompañábamos en los precedentes párrafos a un paisano nuestro, un portorrealeño de hace trescientos años que se reencontraba con su pueblo en estos principios del siglo XXI en esta visita “virtual” y comparativa entre el Puerto Real de 1717 y el de 2017, mediando trescientos años de distancia de tiempo entre uno y otro momentos de nuestra Historia.
Tras un paseo por la Ribera del Muelle, nuestro paisano tricentenario podría encaminar su caminar hacia la calle Ancha, desde cuyo arranque en la ribera habría podido volver a contemplar -como hiciera al principio de su encuentro con el Puerto Real de hoy- la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, silueta reconocible para él pese a las modificaciones experimentadas por el templo con los añadidos que hemos considerado en párrafos precedentes, especialmente por lo que toca a la zona de la calle de la Palma, con las capillas añadidas al cuerpo principal de la iglesia merced a las mandas y la generosidad evergética de los miembros de la familia de la Rosa, condes de Vegaflorida, a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Ya en la propia calle Ancha, nuestro paisano de hace trescientos años podría encontrarse con algunas de las casonas históricas de dicho entorno, quizá no existentes en su época (y que tuvieron la fortuna de sobrevivir a la invasión francesa, como es el caso de la casa de los Guerra de la Vega, emplazada en la orilla izquierda de la calle una vez rebasada la calle Amargura -según se marcha en dirección Norte), pero que de seguro habrían de evocarle, con su aspecto y su espíritu en general, su propia época.
Encarando la referida calle Amargura llegaría hasta el Manchón del Hospital, donde podría sorprenderse con la contemplación de la iglesia de La Victoria, erigida en el siglo XVII, con su torre del XVIII, si bien no le pasarían inadvertidos detalles como la transformación de su aspecto exterior respecto a lo que él conociera en su día así como la pérdida del convento (el de los Mínimos Victorios) al que acompañaba el templo, por no hablar de la diferencia de aspecto, sustanciosísima, entre la actual Plaza Madre Loreto y lo que en su día fuera una mancha de terreno a las afueras del solar urbano.
Siguiendo el curso de la peatonal calle Victoria (cuyo nombre deviene de la iglesia aledaña, si bien la pronunciación tradicional hace sonar su nombre como “Vitoria”, lo cual nos ha llevado alguna vez a conversaciones anecdóticas y muy divertidas con algún que otro despistado paisano que se empecinaba en insistir en que el nombre de la calle viene de la ciudad vasca), el paseo devolvería a nuestro paisano hasta la principal arteria urbana del solar portorrealeño, volviendo a la calle de la Plaza y (caminando por la misma) cruzarse en su camino con la calle Cruz Verde, de nuevo, y con la calle de La Palma; subiendo a lo largo de esta última vía nuestro paisano de hace dos siglos podría llegar hasta la plaza de La Iglesia.
Allí podría contemplar la trasera de la Prioral, donde -como señaláramos en su día, en los primeros párrafos que dedicásemos a este tema que nos viene ocupando las últimas semanas con nuestro “paisano tricentenario”- las estructuras de la capilla del Sagrario de San Sebastián y las cúpulas que allí se yerguen marcarían una notable diferencia con la imagen que debió conocer este portorrealeño de hace trescientos años, ya que dichos elementos son posteriores a su época. Otra sorpresa sería, igualmente, la hornacina del Señor Chiquito, nueva, como el edificio que la alberga, para el paseante del tiempo.
Entre otros elementos desaparecidos en la plaza de La Iglesia respecto a 1717, quizá uno de los más destacados sería la iglesia de San Andrés, tan vinculada a los carpinteros de ribera portorrealeños, que se contase entre las víctimas de la “Francesada” y que resultó destruida en el contexto de la invasión napoleónica, a principios del siglo XIX; sin duda este paisano de hace tres siglos la echaría en falta en su caminar por ese entorno de nuestro casco histórico local.
La calle Real (lugar de paso por la Villa del antiguo Camino Real que llevaba de Madrid a Cádiz) llevaría a nuestro caminante tricentenario hasta las inmediaciones de la iglesia de San José (o de Jesús, María y José, dicho con mayor propiedad), obra que no debía ser aún ni un proyecto en 1717, ya que data de los últimos años de ese mismo siglo XVIII; podemos imaginar su sorpresa al contemplar la presencia de este señero edificio en nuestro tejido urbano, que se combinaría asimismo con el no menor sorpresivo efecto que sin duda tendría en este personaje el estado y uso de dicho edificio religioso, convertido hoy día en centro cultural (con el centro de interpretación cultural anexo) respecto a lo que alguien del Setecientos podría esperar que fueran los usos de un edificio religioso, de un templo.
Posiblemente la calle Vaqueros devolviera a nuestro paisano hasta el gran cauce urbano de la calle de la Plaza, un camino por donde podría volver a contemplar algunas casas de su época, de entre las no muchas que pudieron sobrevivir a la enorme destrucción del caserío local que trajo consigo el ataque a Puerto Real de la tropa anglo-holandesa de 1702 (uno de los efectos de la Guerra de Sucesión Española, que se produjo entre 1700-1714), algo que ya constatase don Antonio Muro en sus trabajos históricos sobre Puerto Real en esta época tan agitada, tan convulsa de su Historia.
Así, quizá algunas casas como la de las “portadas gemelas”, que se asoma a nuestro callejero entre las calles Real y Vaqueros, y que presenta uno de los más notables ejemplos existentes (preservados, cabría decir) de estas portadas gemelas -y en casos como éste, múltiples, ya que se trata de una triple portada- en el casco histórico de la localidad, habrían de resultar quizá enormemente familiares para nuestro paisano, pues si bien no todas las antiguas casonas podrían ser de su época, su estilo sí habría de resultarle definitivamente familiar…
La calle de La Plaza esperaría a nuestro paisano de hace tres siglos para conducir sus pasos hasta la plaza de Jesús, verdadero centro neurálgico de la vida local, espacio en torno al cual (y en cuyas inmediaciones) se organizasen algunos de los ritmos esenciales de la vida local desde principios del siglo XX (con el traslado a la misma de la sede de la Casa Consistorial precisamente en los primeros años del Novecientos, pero que en los momentos históricos a los que pertenece nuestro paisano presentaba un aspecto y funciones muy distintos de lo que llegaría a desarrollar con el paso del tiempo.
La actual Plaza de Jesús, de hecho, sería un espacio abierto a las inmediatas afueras del casco urbano de la Villa, consolidado por aquel sector en la calle Nueva ya a finales del siglo XVII (la existencia de la calle Nueva consta ya en 1693); de hecho, el espacio urbano (y urbanizado) de la Plaza de Jesús se iría consolidando y conformando, como tal a lo largo precisamente del siglo XVIII, de modo que comenzase dicha centuria (dicho pronto y mal) siendo casi (o poco más) que un descampado a las afueras de la localidad (o un espacio abierto y semiurbanizado del extrarradio inmediato de la Villa, si queremos) para terminarlo siendo ya un entorno plenamente integrado en el casco urbano de la población, y no sólo eso, sino siendo uno de los ámbitos de crecimiento de dicho casco urbano, que se desarrollaría en buena medida con este espacio como pivote, dándose lugar, por ejemplo, a la constitución de la zona de La Jarcia, que antes de ser una zona de habitación, surgiría primero como un contexto industrial, constituido en el espacio inmediato a las tierras que una vez fueron de la iglesia de San Benito (no la actual, sino la antigua, demolida a mediados del siglo XX, que habría contado entre sus propiedades con huerta y olivar, de lo que queda algún fósil como puede apreciarse en el tramo final de la propia calle de la Plaza por aquella zona).
Así, nuestro paisano de hace trescientos años encontraría hoy en día una Plaza de Jesús absolutamente desconocida para él, sucediéndole como en el caso del Manchón del Hospital o en la zona de El Porvenir: se encontraría en todos los casos mencionados con tres espacios urbanos, plenamente urbanos, hoy día, que en su tiempo, en los albores del siglo XVIII, no serían sino un embrión de lo que llegarían a ser con el tiempo, tres casi descampados anejos al cuerpo principal del casco urbano de la época, de esos comienzos del siglo XVIII en los que se produjo el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, en 1717.
Y, junto a lo ya considerado en éstos y en los precedentes párrafos, otros hitos de nuestro paisaje local como la calle Nueva, el Mercado de Abastos, la desaparecida ermita de San Roque o el Palacio del Obispo (la “Casa del Obispo”, como es -o era- popularmente conocida), son algunos de los elementos conservados o desaparecidos (algo que abordaremos en los párrafos que vienen) que conformarían parte del paisaje sentimental, y a la vez real, naturalmente, que podría contemplar, quizá, nuestro paisano tricentenario en estos albores del siglo XXI, con algunos de los cuales volvería a reencontrarse en su paseo de esta primavera de 2017.
Pero de eso, como estamos diciendo, seguiremos hablando al amparo de las siguientes y venideras entregas de esta pequeña serie…
Lee otros capítulos de esta serie en:
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (I)
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (II)
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (III)
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (IV)