Continuamos hoy nuestro pasear por las calles de Puerto Real con nuestro “paisano tricentenario”, que nos viene acercando a la Villa uniendo la realidad de hace tres siglos con el momento actual, cuando conmemoramos el Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz, acontecimiento histórico que marcaría los ritmos del siglo XVIII en nuestra localidad, un siglo XVIII enormemente próspero en lo económico y fértil en lo demográfico, cuando Puerto Real conocería un notable crecimiento en los dos referidos aspectos (los de su economía y su población) gracias a verse incluida en los circuitos de amplio radio de la gestión del comercio y, en general, la economía imperial de la Monarquía Hispánica, todo lo cual encontraría un reflejo en el urbanismo de la ciudad -de la Villa- y, como consecuencia de ello, en nuestro Patrimonio Histórico, bien es verdad que tan mermado, antes del Tricentenario, por avatares como el de la ocupación anglo-holandesa de 1702 en el contexto de la Guerra de Sucesión Española (1700-1714), y después del Tricentenario (un siglo después), por las consecuencias de la invasión francesa en el marco de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), circunstancias ambas de las que se hiciera ya eco don Antonio Muro, insigne historiador (y catedrático de la Universidad de Sevilla que fue, amén de académico de la Hispalense de Bellas Letras) a quien podemos considerar como el auténtico padre de la Historiografía local portorrealeña.
Como señalábamos en el anterior artículo, con esta pequeña serie que venimos desarrollando desde hace unas semanas es nuestra intención la de acercarnos a un tema que -estando en 2017- nos lleva hasta 1717, cuando se produjo un hecho histórico que, como adelantábamos en lo que se refiere en concreto a Puerto Real, impulsaría el desarrollo del conjunto de la Bahía de Cádiz a lo largo del siglo XVIII, esto es, el traslado de la Casa de Contratación (sede de la gestión oficial del comercio de la Monarquía Hispánica con los mundos ultramarinos) de Sevilla (donde fuera establecida dicha institución a principios del siglo XVI, en 1503) a la ciudad e isla de Cádiz, acontecimiento del que en este año 2017 se conmemora el Tricentenario, hecho de cuyo impacto, como es lógico y como venimos señalando, no habría de quedar al margen nuestra Villa de Puerto Real, y que traería a la localidad un enorme beneficio, reflejado en el próspero siglo XVIII vivido por la ciudad merced a los benéficos efectos de este trascendental cambio histórico.
Y como decíamos, en este mismo ámbito espacial e histórico venimos tratando de ponernos en la mirada de un paisano (o paisana) portorrealeño de hace ya trescientos años, un portorrealeño que pudiese conducir sus pasos por las calles y el entorno del Puerto Real de hoy en día, un paisano del año 1717 que en el actual año 2017 pudiese caminar por nuestras calles y plazas, por nuestro solar urbano, por nuestro casco histórico y que, por ello, pudiese encontrarse cara a cara con algunos, no pocos, elementos de nuestro Patrimonio que le resultasen en mayor o menor medida familiares, pues ya existían en su época, con otros elementos que encontrase entera o medianamente alterados, pues los mismos han sentido el paso del tiempo en mayor o menor medida, y aún con otros que le resultasen sorpresivos al hallarlos enteramente novedosos, por no hablar –como decíamos- de aquellos otros que incluso llegase a echar a faltar, perdidos a causa del -a la larga- siempre demoledor efecto del paso del tiempo.
En nuestro paseo dejábamos atrás, la pasada semana, la Plaza de la Cárcel (hoy, también, de Blas Infante), con la “Casa de la Rubia” (espléndido ejemplo de casa histórica, que lo ha sido también de “tienda de montañés” hasta no hace muchos años, y que aún conserva usos comerciales en su planta baja), en la confluencia entre las actuales calles Sagasta y de la Plaza, en pleno casco histórico portorrealeño.
Encaminando nuestros pasos en dirección Oeste por la calle de la Plaza, llegaríamos hasta el engarce de dicha arteria urbana con la calle Cruz Verde, en la que nuestro paisano de hace dos siglos, embocado el camino hacia la Ribera del Muelle, podría reconocer quizá la traza de la misma (como sin duda haría con la traza de la propia trama urbana histórica de la Villa), ya que no las casas históricas que en la misma se conservan (que datan del XVIII, pero de momentos posteriores al suyo), en su tramo entre la referida calle de la Plaza y la calle Amargura, si bien no habría posiblemente de resultarle extraña la Cruz Verde que preside el Rincón de la Cruz Verde, en la que antaño fuera conocida como Plazuela de la Cruz.
De las connotaciones históricas del símbolo de la Cruz Verde (un símbolo conservado por partida doble en sendas hornacinas sitas en la calle de su nombre, una en la Plazuela antedicha y la otra, esquinera, en la gran casa de la confluencia entre la misma calle Cruz Verde y la actual (antes Carretera Nueva) calle Teresa de Calcuta –la casona que alberga la sede de la entidad Asprodeme- esquina ésta que representa el punto más elevado en el casco histórico de la Villa sobre el nivel del mar), y de las relaciones que guarda dicho símbolo con el Santo Oficio (esto es, la Inquisición) nos habla ya don Antonio Muro (un argumento que retoma nuestro paisano adoptivo Francisco Ruiz, quien lo ha introducido en su novela histórica de título “Septem”, una narración ambientada en el Puerto Real a caballo entre la época moderna y la actual, una lectura que me tomo la libertad de recomendar a propios y extraños y que nos acerca, desde la perspectiva de la literatura histórica, al Puerto Real de hace unos siglos de forma amena e instructiva).
Cruz Verde y Santo Oficio (esto es, la Inquisición) andaban de la mano (siendo la primera un símbolo del segundo), y quizá no resultaría del todo extraño a nuestro paisano “tricentenario” reconocer dicho símbolo, hoy “congelado” como singular elemento ornamental en dos espacios céntricos de nuestro viario (y, como alguna vez hemos ya dicho, un día, quizá cuando seamos mayores, contaremos algunas pinceladas sobre la momentánea desaparición de la Cruz Verde de la Plazuela, una desaparición que se produjo hace no muchos años, que fue breve, brevísima, y que afortunadamente se resolvería sin mayores consecuencias…, una solución en la que tangencialmente algo tuvo que ver quien suscribe…, dando una idea que condujo, a la postre, a un final feliz…).
Casas de ricos comerciantes, de regidores de la Villa, de jueces, de oficiales de las Reales Armadas, de aristócratas (como las edificadas algo más tarde gracias a la prosperidad del Setecientos por la familia de la Rosa, el cabeza de la cual ostentaba el título de conde de Vegaflorida, otorgado por Felipe V a principios del Setecientos, un colectivo familiar benefactor de la Prioral, por ejemplo, entre otros edificios monumentales reformados, completados o incluso construidos por estos de la Rosa en Puerto Real y en la misma Cádiz capital desde el siglo XVII y a lo largo del XVIII), muchos de los cuales debieron su prosperidad y su fortuna en buena medida al comercio transoceánico y su nobleza, también en buena medida, a la apuesta ganada en la Guerra de Sucesión, cuando no pocos de estos comerciantes de nuestro paisaje se pusieron al servicio del aspirante Borbón al Trono, finalmente vencedor en le Guerra de Sucesión Española, cuya fortuna haría las suyas… Se trata, en fin, de unas casas que habrían sido levantadas en gran medida una vez pasado el desafortunado asalto anglo-holandés a la Villa de principios del siglo XVIII, unas casas a las que, con mayor o menor fortuna, la Francesada respetó, unas casas (las que tuvieron suerte), en fin, que conseguirían sobrevivir incluso a la destrucción causada en nuestro caserío histórico por los invasores napoleónicos, y que, pasados todos estos avatares, aún se yerguen airosas en la calle Cruz Verde, precisamente muy cerca de la mar, para dar con su elegante presencia testimonio del peso y el papel jugado por el conjunto de las aristocracias urbanas y comerciales del Siglo de las Luces en la Historia de la Bahía, de Puerto Real y de las Indias (Occidentales, pero también Orientales), y entre aquéllas, de la aristocracia y la burguesía portorrealeña en las décadas finales del Antiguo Régimen, del contexto de la Sociedad Estamental (un mundo que desaparecería con el fin del siglo XVIII).
Estas casas quizá podrían ser reconocidas, cuando menos en su tipo y su naturaleza, por nuestro lejano paisano, pudiendo resultar a éste llamativos sus blasones y los escudos emplazados en las fachadas, y encontrando cierta familiaridad en sus portadas monumentales, así como en la estética de sus varios cuerpos, en sus cornisas y en su innegable armonía estética formal exterior.
Y, en la ribera, en el Muelle, nuestro paisano de hace trescientos años encontraría la histórica Media Luneta, que pertenece al siglo XVIII, pero a momentos posteriores a los suyos, emplazada formando parte del resto conservado del cantil que se conserva de la obra emprendida y realizada en el XVIII, a la que pertenecen elementos singulares como las escaleras de piedra que desde la breve altura del muelle conducen hasta donde duermen, hoy como hace tres siglos, nuestras barquillas. La Media Luneta y las escasas estructuras conservadas de la Ribera del Muelle dieciochesca se revelarían sin duda ante nuestro paisano de hace trescientos años como una realidad familiar pero quizá desconocida, como una parte del que sería el paisaje cotidiano de un Puerto Real a caballo entre los siglos XVIII y XIX, ligeramente posterior a su época.
Y en el mismo ámbito de la Ribera del Muelle encontraría este portorrealeño tricentenario, igualmente, algunas de las casas históricas de dicho entorno: unas casas bajas, esencialmente de una planta, que guardan en sus entrañas -entre otros elementos de su identidad- arcos que mucho tienen que ver con la propia ribera, sus usos, sus actividades económicas y costumbres, y que nos hablan de barcas, de botes, del mantenimiento, cuando no de la construcción de barcas en la misma ribera, en la playa, sobre la arena, como se ha hecho hasta hace bien poco tiempo, como durante siglos han hecho, magistralmente, nuestros carpinteros de ribera portorrealeños (“de ribera”, como no casualmente su propia denominación indica): nuestros carpinteros navales, maestros en el arte de crear verdaderos peces de madera, héroes y dueños de las olas dentro y fuera de la Bahía.
Este paisaje de la Ribera del Muelle, salvedad hecha de los matices de determinados elementos singulares pertenecientes en algunos casos al mismo siglo XVIII pero a momentos posteriores a los contemporáneos al traslado de la Casa de Contratación (así como de las intrusiones, por así decirlo, contemporáneas), habría sin lugar a dudas de resultar en líneas generales enormemente familiar para este paisano nuestro de hace tres siglos, que podría, por ejemplo, contemplar los perfiles de la iglesia de La Victoria desde allí, emplazada en su altura respecto al nivel de la orilla del mar.
Estas casas, sus arcos guardados, su inmediatez al mar, el retrato fósil de un cantil ahora desdibujado por el paso del tiempo pero aún legible bajo los perfiles de los edificios y el viario actual, un paisaje ribereño en el que destacaría andando el siglo XVIII la Media Luneta del Muelle, un paisaje marcado por los reflejos de las olas, por la presencia del mar, presidido por unos peldaños que llevan al mar, todo ello con certeza, sería reconocible a los ojos de este paisano de hace tres siglos…, a quien ahora dejaremos -por el momento- sentado en este entorno de la Ribera del Muelle que desde su mismo siglo se asoma a la mar, para que pueda contemplar lo que queda hoy en día de lo que fue una vez.
Repasa cómo sería el Puerto Real de 1717:
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz.
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (II).
- 1717-2017. Notas sobre el Puerto Real del Tricentenario del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz (III).