Como señalábamos en el precedente artículo, queremos acercarnos, ya que nos encontramos en el año 2017, a un tema que nos lleva a trescientos años atrás, hasta el año 1717, cuando se produjo el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, un acontecimiento histórico que vino a marcar los ritmos del desarrollo de la Bahía de Cádiz (entre otras muchas cosas) durante el ilustrado Siglo de las Luces, y del que se trata de celebrar el Tricentenario, y que tendría unas enormes repercusiones en Puerto Real, pues este vascular de la dirección del comercio internacional de la Monarquía Hispánica hacia la Bahía de Cádiz (sancionado con el referido traslado de su Casa rectora) no habría de dejar indiferente a Puerto Real, ocasionando a la Villa un gran beneficio al integrarla de pleno en unos circuitos en gran radio, algo que redundaría, en fin, en el tan próspero siglo XVIII que conocería nuestra ciudad de la mano de estos cambios.
Decíamos en los párrafos precedentes que no han sido muchos los trabajos y actividades que en estos últimos meses, y a lo largo de lo que llevamos de este aún flamante 2017 se han aproximado a la efeméride desde diferentes perspectivas en Puerto Real. Decíamos igualmente que una de las iniciativas puestas en marcha en relación con esta conmemoración es la desarrollada por el Ateneo Literario de Puerto Real (que ya organizó en 2016 una mesa redonda sobre la efeméride, en la que quien suscribe pudo participar); ya en este año 2017, y en el contexto del programa de “Encuentros con la Historia”, desarrollado asimismo por el Ateneo portorrealeño (y que coordina quien firma estos párrafos), se ha puesto en marcha un ciclo de conferencias de carácter histórico (con una periodicidad trimestral, a lo largo del año) que gira en torno al gran eje temático del traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz en 1717[1].
Retomamos ahora el hilo argumental que comenzamos a trazar en los anteriores párrafos, cuando dejábamos a un hipotético vecino de Puerto Real de la época, los comienzos del siglo XVIII, (nuestro “portorrealeño tricentenario”) caminando por el Puerto Real actual, tratando nosotros de aprehender sus sensaciones ante la vista de hitos monumentales para él conocidos y desconocidos, esto es, de monumentos de nuestra ciudad que pudieran haber sido conocidos por alguien de dicho momento histórico, así como otros que a todas luces, por más recientes, fueran totalmente ignotos para el mismo; así, lo teníamos ubicado, cuando dimos fin al artículo precedente a éste, en la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, donde podría reconocer unos espacios y donde sin duda habría de sorprenderse ante la evolución de otros (como la capilla de la actual Patrona), o incluso por la presencia (como es el caso de la estructura de la capilla Sacramental, muy posterior a la época del traslado de la Casa de Contratación) de otros espacios en el conjunto de la Prioral.
La ornamentación y aun el aspecto interior del citado templo en su conjunto habría de ser asimismo otro elemento muy novedoso (y desconocido) para el visitante, como lo serían las imágenes contenidas en los distintos espacios del mismo, de factura contemporánea en algunos de los casos (especialmente en lo relativo a los titulares de las Cofradías la sede de las cuales se encuentra en la Prioral), o con una disposición o procedencia igualmente novedosas respecto a lo que fuera en 1717. Algunos de los cuadros que adornan los muros de la iglesia serían asimismo una realidad nueva para el visitante: unos son contemporáneos, otros proceden de otros templos (como en el caso del San Andrés, o el San José con el Niño y San Juanito, ambos procedentes de la iglesia de San José, vinculados al gremio de carpinteros de ribera que alzó dicho templo en las postrimerías del Setecientos).
En la misma parroquia de San Sebastián, otro elemento que sin duda llamaría la atención de este paisano del Tricentenario sería la cubierta interior de la misma, en el aspecto que ésta muestra ante los ojos del visitante del templo, abovedada. Y ello causaría su sorpresa porque dicho aspecto es una resultante del incendio que sufrió la Prioral en 1754, que llevaría a la pérdida de parte de su aspecto original, con la cubierta de artesonado de madera perdida como consecuencia de dicho incendio y sustituida por la estructura abovedada que ahora conocemos.
Y también sería causa de su sorpresa (o, al menos, de su curiosidad) el aspecto que presentan las capillas laterales (tanto las capillas propiamente dichas, caso de la del Nazareno, o la de Los Dolores, por citar algunas como las mesas de altar con retablos adosadas a los muros de la iglesia), con los altares de piedra que fueron erigidos tras la intervención en dirigida por Germán de Falla (hermano del gran compositor) en la Prioral de San Sebastián tras la guerra civil (una intervención que devolvería a la parroquia al culto religioso en 1946, diez años después del inicio de la contienda civil), desconocidos para alguien de su época, por no hablar de la pérdida de la función funeraria de la iglesia (desde la transición de los siglos XVIII al XIX), siendo imposible para este paisano de hace trescientos años reconocer espacios (como capillas funerarias, criptas y sus accesos, tumbas…) de todo punto normales y cotidianos en su época, y que formaban parte del paisaje habitual del templo y de los ritmos cultuales del mismo, y ahora (y desde hace más de dos siglos) invisibles al ojo contemporáneo no entrenado…
Dejando atrás la iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, otro de los monumentos -de los edificios históricos- que este paisano nuestro de 300 años atrás no podría reconocer al pasear por las calles de Puerto Real sería la iglesia de San José (o de “Jesús, María y José”), pues este edificio religioso data de fines del XVIII, muy lejos de la época del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz; construido por el gremio de carpinteros de ribera (de tanto predicamento en una localidad como Puerto real, tan fuertemente vinculada con la construcción naval durante el Antiguo Régimen), vino a sustituir como sede religiosa y capilla del mismo a la ermita de San Andrés, que en su día existió en la plaza de la Iglesia, edificio en mal estado ya a fines del XVIII y que finalmente caería víctima de la segunda gran destrucción de Puerto Real, la causada por la ocupación napoleónica durante la Guerra de la Independencia a principios del siglo XIX.
Por cerrar este recorrido de nuestro paisano por los templos históricos portorrealeños (habiéndole sido posible reconocer a la Prioral pero no a la iglesia de San José, inexistente en sus días), la iglesia de La Victoria sería asimismo un elemento de nuestro paisaje urbano reconocible para el “portorrealeño tricentenario” pese a las transformaciones exteriores experimentadas por este monumento histórico a lo largo del tiempo.
Datado este templo en el siglo XVII (y su torre en el XVIII), su aspecto externo, como apuntábamos, habría de resultar –respecto a su época- ligeramente distinto a los ojos de nuestro paisano (englobado el templo en la manzana del casco urbano donde se encuentra, y sensiblemente alterado en sus formas y aspecto el edificio anexo a la iglesia, que en su día formase parte de las estructuras conventuales de las que la misma iglesia de La Victoria formaba parte), como sucedería asimismo con su interior (especialmente en lo que atañe a la pavimentación, el suelo, y algunos de los aspectos ornamentales del mismo); en cambio, cuestiones esenciales del templo, inherentes a la identidad del mismo como la estructura del retablo del altar mayor y las imágenes de los titulares del Santo Entierro (de finales del XVII, fruto de la gubia de Luisa Roldán, “La Roldana”, especialmente por lo que se refiere a la imagen de Nuestra Señora de La Soledad, única de su género y única de su categoría autentificada hasta hoy como obra de la Roldana), sin embargo, deberían a todas luces resultar conocidas para nuestro paisano de 1717.
Llegados a este punto hemos de recordar (como señalase ya en su día el profesor Antonio Muro, auténtico “padre” de la investigación histórica en Puerto Real, y por añadidura, de la Historiografía portorrealeña, sin pasar por alto la figura de otro insigne historiador portorrealeño, unas décadas anterior a don Antonio Muro, Juan Moreno de Guerra, asesinado en Paracuellos del Jarama en 1936 en los primeros momentos de la Guerra Civil española, y a quien -a su figura, su perfil, su papel como primer historiador portorrealeño y su obra, en general- hemos dedicado algunos artículos con anterioridad), que Puerto Real fue asolado por los avatares de la Guerra de Sucesión Española (un conflicto que, ya en los campos de batalla, ya en los frentes diplomáticos se desarrollaría entre 1700 y 1714, en sus límites cronológicos máximos), de modo que desafortunadamente la mayor parte del casco histórico de la Real Villa sufriría las consecuencias de la ocupación anglo-holandesa -en el contexto de dicha guerra civil de principios, precisamente, del Setecientos- a principios del siglo XVIII, de modo que como consecuencia de dichos tristes sucesos, de dichos infortunados acontecimientos, históricos, sí, pero aciagos igualmente, el caserío urbano de nuestra Villa habría de resultar muy mermado, lo que igualmente haría mella en sus monumentos, de manera que algunos de los mismos caerían también a resultas de la ofensiva y presencia de las fuerzas invasoras, de modo que con ello habría de perderse en buena medida la huella del primer Puerto Real, de ese Puerto Real que habría de representar y constituir el nicho ecológico (por así decirlo) de nuestro paisano de hace trescientos años.
Como ya señalásemos, el tiempo, sus avatares y los efectos de su acción, durante los siglos XIX y XX se encargarían además de ir mermando y erosionando (y con ello, transformando y modelando) poco a poco el paisaje de nuestro casco urbano (y con ello de nuestro casco histórico), haciendo desaparecer unos edificios monumentales, haciendo aparecer otros y completando otros hitos de nuestro Patrimonio (como la Prioral de San Sebastián -ya existente a principios del siglo XVIII) a lo largo de los siglos precedentes.
La trama urbana del casco histórico de la Villa (que tiene la categoría de Monumento Histórico-Artístico desde 1984) sería otro de los hitos monumentales de la localidad que nuestro paisano de hace trescientos años podría reconocer con suma facilidad; la estructura de la trama urbana, de la traza del viario urbano (al margen de las innegables transformaciones sufridas en el caserío, con la pérdida de edificios, con la aparición de edificios nuevos, con la colmatación de espacios no edificados y ocupados por solares o por huertas urbanas)[2], fruto de las disposiciones fundacionales establecidas por los Reyes Católicos en la Carta Puebla de la Villa, cuando se estableció el trazado hipodámico, en damero, de las calles de nuestro caserío (que se relacionan entre sí en perpendicular y en paralelo, sin apenas excepción significativa en el casco histórico aún hoy día, más de medio milenio después de la Fundación de la Villa, allá por 1483), sería un elemento harto familiar para nuestro visitante, habituado a caminar por calles paralelas y perpendiculares entre sí a principios del siglo XVIII, como nosotros hoy día, 300 años más tarde.
No entraremos a considerar ahora aquellos elementos singulares de nuestro pasado monumental que, perdidos en uno u otro momento de nuestra Historia, habrían podido resultar familiares para nuestro “paisano tricentenario”, elementos que habrían formado parte de su paisaje cotidiano, y que no existen ya hoy en día; casos como el ya mencionado de la ermita de San Andrés, el de la antigua iglesia de San Benito (a no confundir con la actual), o la media luneta perdida del muelle (existe una, también del siglo XVIII, pero fueron dos las que dieron forma al muelle y la ribera del Setecientos) habrían de contarse en el listado de los monumentos que este portorrealeño de hace trescientos años habría podido conocer en su época y que hoy no podría contemplar en el casco urbano, histórico, de nuestra ciudad.
En siguientes párrafos continuaremos acercándonos a ese imaginario paseo de un paisano nuestro de 1717 por las calles y plazas de Puerto Real, y seguiremos considerando qué elementos de nuestro actual Patrimonio Histórico podrían ser reconocibles -y reconocidos- por tal paisano, ahora que han pasado solamente trescientos años desde el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, a principios del siglo XVIII.
REFERENCIAS:
[1] Y como dijimos, la conferencia del primer trimestre de 2017 fue impartida por nuestro paisano Francisco Pérez Aguilar en un acto desarrollado hace unas semanas en el Centro Cultural “Iglesia de San José”.
[2] Señalaremos que la última de las huertas urbanas -históricas- del casco histórico de Puerto Real, la así llamada “Huerta de la Camarona” (que conocimos en primera persona), localizada en la confluencia de las calles de la Plaza y Ángel, desapareció muy a finales del siglo XX, mientras la Huerta de Pley -que ha dejado toponimia urbana en la barriada que ocupa el lugar de la antigua huerta, precisamente- desaparecería como tal espacio de cultivo en la segunda mitad de dicho siglo XX.