Queremos ocuparnos ahora, ya entrado el año 2017, de un argumento que nos lleva atrás en el tiempo, nada menos que trescientos años atrás, hasta el año del traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, en 1717, efeméride de la que se viene celebrando el Tricentenario, y que vendría a sancionar una situación ya existente en el momento, esto es, el papel fundamental de la Bahía gaditana en el contexto general del comercio transoceánico español en tiempos de la Colonia y las relaciones económicas con América, especialmente, ya en el siglo XVII, cuando la Bahía de Cádiz había llegado a convertirse, en demérito de Sevilla, en el verdadero eje nodular de la economía imperial española, una situación que se vería sancionada, como decimos, con el establecimiento de la sede administrativa de dicha economía imperial en la ciudad y Bahía de Cádiz a partir de 1717, momento en el cual la Monarquía Borbónica (en el marco general de sus afanes reformadores en la recientemente adquirida Corona de España por Felipe V, primer soberano de la vieja Dinastía navarra en el Trono de San Fernando) trataría de imprimir criterios racionalizadores en la gestión de los asuntos económicos, fruto de lo cual sería el referido asiento de la Casa de Contratación en la ciudad insular gaditana.
No han sido muchos los trabajos (de una u otra entidad y naturaleza) que en estos últimos tiempos (en estos meses inmediatos, y a lo largo de este 2017 en curso) y desde diversas perspectivas se han aproximado a la efeméride en (y desde) Puerto Real, frente a lo que sucediera en 2012, en la conmemoración del II Centenario de “La Pepa”, cuando encontrásemos diferentes iniciativas (unas fértiles, otras estériles de consuno) que dedicasen su atención a dicha cuestión histórica. Una de las iniciativas a mencionar en este sentido es la emprendida por el Ateneo Literario de Puerto Real, que organizase ya en 2016 una mesa redonda en torno a dicha efeméride, en la que tuvimos el honor de participar; igualmente, y ya en este año 2017 en curso, en el seno del programa denominado “Encuentros con la Historia”, desarrollado asimismo por el Ateneo portorrealeño, se viene desarrollando un ciclo de conferencias de naturaleza histórica (a razón de una por trimestre) en torno al eje temático de la efeméride del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz en 1717[1].
Ahora centraremos nuestro interés en algo que tiene mucho que ver con nuestro Patrimonio Histórico, con la realidad del Puerto Real de 2017, con el estado de nuestros monumentos artísticos, históricos, de nuestra riqueza patrimonial y monumental, en resumidas cuentas, con especial atención al Puerto Real del siglo XVIII (no solamente de aquel lejano 1717, aún convaleciente de la devastación que habrían ocasionado los avatares de la ocupación angloholandesa producida en los muy primeros momentos de la Guerra de Sucesión, en 1702, cuando la Real Villa se viera asolada por las tropas combinadas de dichas naciones, al servicio del aspirante austríaco al Trono de España, el entonces archiduque Carlos, luego emperador Carlos VI).
Y para “entrar en materia”, lanzaremos al aire una pregunta: ¿qué reconocería un vecino de Puerto Real (o vecina) de 1717 (o del Setecientos, en general), si tuviera ocasión de dar un paseo por las calles del actual casco histórico del Puerto Real de 2017? O, dicho de otro modo, ¿qué queda, grosso modo, del Puerto Real de 1717 en el casco histórico del Puerto Real de 2017…?
Sabemos, de lo que dejó constancia en sus trabajos el profesor Antonio Muro (verdadero “padre” de la Historiografía portorrealeña), que la mayor parte del casco histórico de la Villa sufrió las consecuencias de la mencionada ocupación anglo-holandesa a principios del siglo XVIII, y que a resultas de dichos infortunados avatares, de dichos hechos históricos aciagos, nuestra Real Villa habría de quedar muy mermada en su caserío, y por extensión, en sus monumentos, algunos de los cuales cayeron asimismo víctimas de la ofensiva invasora (por así decirlo), perdiéndose con ello en buena medida la huella del primer Puerto Real.
El tiempo, sus circunstancias y las consecuencias de su acción, a lo largo de los siglos XIX y XX, se encargarían además, por su parte, de ir poco a poco mermando y erosionando el paisaje de nuestro casco histórico, haciendo desaparecer edificios monumentales que sí existían a lo largo del Setecientos, mientras, de otra parte, algunos hitos de nuestro Patrimonio surgirían (o se verían completados, como la Prioral de San Sebastián -ya existente a principios del siglo XVIII- en el aspecto que hoy conocemos) a lo largo de los referidos dos siglos precedentes.
En los párrafos que seguirán a éstos, y que comenzamos ahora, tenemos la intención de ir desgranando el perfil de algunos de los hitos monumentales de nuestro casco histórico existentes en el momento presente, en 2017, que un portorrealeño de 1717 (o, en líneas más generales, del siglo XVIII, insistimos) podría reconocer como parte integrante de su propia realidad cotidiana, del Puerto Real de principios del ya lejano siglo XVIII.
Entrando en materia, si un vecino del Puerto Real de hace trescientos años apareciera hoy, por arte de magia, por las calles de La Villa uno de los monumentos que sin duda reconocería sin mayor problema, aunque no sin cierta sorpresa o perplejidad por su parte (al verla con el aspecto que actualmente muestra, con el ala del Sagrario completa, un ámbito que se añadiría al templo precisamente a finales del XVIII y la primera mitad del XIX), sería la Iglesia Mayor Prioral de San Sebastián, la parroquia de San Sebastián. Sin lugar a dudas se trata de nuestro principal monumento histórico, de nuestro principal edificio monumental, de, por así decirlo, la “joya de la Corona” de nuestro Patrimonio Monumental inmueble local.
Su construcción pudo arrancar ya en las postrimerías del siglo XV (en paralelo a la Fundación de la Villa y como consecuencia de la misma), quedando terminado el edificio en su cuerpo principal ya en el siglo siguiente, el XVI, y siendo consagrado a finales del referido siglo XVI por el entonces obispo de la sede gaditana, Antonio Zapata y Cisneros (sobrino nieto del Cardenal Cisneros), quien ascendería en la escala eclesiástica viéndose elevado a la dignidad cardenalicia y quien llegaría a culminar una muy brillante carrera política en la Corte (entre otras responsabilidades y cargos, tras su paso por Roma y tras haber sido Virrey de Nápoles, ocupó el cargo de inquisidor general del Reino).
Este portorrealeño tricentenario no tendría mayores problemas para poder identificar y reconocer los aspectos formales externos de la iglesia de San Sebastián, si bien de seguro habría de quedar sorprendido al poder contemplar el aspecto de la misma en la zona de la calle de La Palma, ya que (como decíamos) la capilla del Sagrario, con el camarín y la cúpula de la misma, como sabemos (estructuras que fueron fruto de la generosidad de la poderosa familia de los de la Rosa, que estaba en posesión del título condal de Vega Florida, la cual hizo una contribución para la ampliación del templo en dicha zona del mismo a finales del XVIII, e impulsaría así mismo la reforma de la iglesia de San Benito, no la actual, sino la antigua, víctima de la piqueta en el siglo XX), no serían concluidas hasta mediados del siglo XIX, muy lejos de los años contemporáneos al traslado de la Casa de Contratación a Cádiz a principios del siglo XVIII.
Así, nuestro “portorrealeño tricentenario” (no habría problema en llamarlo así, en adelante) podría reconocer el exterior de la iglesia (en sus líneas maestras), y se sentiría sin lugar a dudas, como adelantábamos, ciertamente extrañado ante la presencia de las estructuras (coronadas por la cúpula de la sacramental) que la Prioral presenta en la confluencia del atrio y la calle de La Palma.
El ensolado del atrio (que, al menos en la parte de los cantos rodados -los “chinos pelúos” dicho empleando el léxico portorrealeño- data de 1930, según la fecha que presenta dicho suelo, que lo data, y que sanciona su casi centenaria condición hoy por hoy) sería otro elemento totalmente novedoso para nuestro visitante, como habría de serlo la reja que cierra el entorno del referido atrio, reja que data de la segunda mitad del siglo XIX (por no hablar de las estructuras de acceso por la calle de La Palma, fruto de unas obras aún no lejanas en el tiempo hoy día) si bien el atrio en sí sería seguramente una estructura fácilmente reconocible para este portorrealeño de 1717[2].
Cosa distinta habría de ser el interior del templo; tras el incendio de 1754 (que afectó fundamentalmente a la cubierta del edificio), la iglesia de San Sebastián habría conocido una organización interna bastante estable hasta principios del siglo XX, cuando se transformó la actual capilla de la Patrona, junto al presbiterio, convirtiéndose el espacio de la capilla en un modelo inspirado en el de la francesa Gruta de Lourdes. Esto seguramente sorprendería a nuestro paisano tricentenario, como habrían de llamarle la atención las cubiertas pétreas del templo (fruto de la reforma acometida tras el incendio de 1754), así como los altares y retablos de piedra que presenta en la actualidad el referido templo, cuya construcción sería una consecuencia de la reforma de Germán de Falla (que siguió al incendio de 1936), y que existen desde la reconsagración de la iglesia en 1946.
La cripta (o las criptas) de la iglesia serían de seguro un elemento que nuestro portorrealeño de 1717 echaría asimismo a faltar (cerrado, e incluso perdido, el acceso a dichos espacios funerarios de la Prioral). Sabemos que el templo cumplía una más que relevante función funeraria desde sus primeros momentos, al menos desde la primera mitad del siglo XVI, probablemente incluso aún antes de ser completado, y también mucho antes de su consagración en 1592 (fecha aportada por la inscripción de la recuperada columna fundacional que se conserva en el exterior de la Portada de las Novias), y sabemos (algo ya apuntado por nuestro paisano J.J. Iglesias y en lo que quien suscribe ha abundado en diferentes trabajos -en solitario o con otros colegas que se han incorporado, de manera temporal, en algún momento a esta línea de trabajo) que a principios del siglo XIX (si no ya a finales del siglo XVIII) los enterramientos en la Prioral se verían interrumpidos de manera definitiva, como consecuencia de diferentes circunstancias entre las que concurrían algunas como la epidemia de fiebre amarilla de 1800-1801 que asolaría la población, las nuevas normativas legales de la época (especialmente tras el impulso dado en la línea de la restricción de los enterramientos en el interior de los edificios religiosos por el rey Carlos III ya a finales del Setecientos), o la propia colmatación de los espacios funerarios del templo…, todo lo cual habría de llevar a que la Prioral perdiese finalmente su función funeraria en la transición entre los siglos XVIII y XIX, como hemos visto en diversos trabajos precedentes a estas líneas.
Continuaremos en artículos siguientes con las andanzas de nuestro “paisano tricentenario” por el Puerto Real de 2017, contemplando qué elementos habrían de resultarle conocidos en nuestro paisaje monumental en ese hipotético paseo por las calles de nuestro casco histórico…
REFERENCIAS:
[1] La conferencia del primer trimestre de 2017 ha sido impartida por Francisco Pérez Aguilar en un acto tenido en el Centro Cultural Iglesia de San José.
[2] Un día hablaremos de quién, cómo y cuándo quiso destruir el atrio policentenario, la histórica reja de dicho atrio, la solería casi centenaria del mismo (si estamos en 2017 y el suelo de cantos rodados es de 1930, dicho pavimento tiene 83 años, nada menos) y con ello y de ese modo, el conjunto histórico de la Prioral; dicha abominación pudo evitarse, pero estuvo muy cerca de producirse; lo sabemos de primera mano, y la cuestión tiene nombre y apellidos; y sí, un día estará bien hablar con detalle del tema…