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viernes, 22 noviembre, 2024
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Naves mayores en el Litus Curense… (V)

Abordábamos la pasada semana, en el artículo de la presente serie (que cerramos hoy) dedicada a las embarcaciones mayores que en época romana pudieron surcar las aguas tranquilas de la Bahía de Cádiz, algunos de los aspectos relativos a las potencialidades que ofrecía la navegación de este tipo de naves de notable porte por ámbitos acuáticos interiores, tales como cursos fluviales amén de otros tipos de cauces internos, como los caños, esteros y canales de la Bahía gaditana, activos hoy como hace dos mil años para determinados tipos de embarcaciones (hoy esencialmente menores).

Columna trajana en Roma.
Columna trajana en Roma.

Entre otras cuestiones a las que nos acercábamos en los párrafos precedentes estaban las relativas a los avatares de la construcción naval en el ámbito de la Bahía de Cádiz hace más de dos mil años (algo que debía formar parte de los horizontes cotidianos de los habitantes de estas tierras y orillas, como se desprende de la dinámica lógica del entorno, su desenvolvimiento económico y las capacidades de un marco como el de esta comarca, sin obviar la interacción con los navegantes fenicios, una interacción que debió potenciar las condiciones de base de esta zona (al tiempo que debió beneficiarse de las mismas), de lo que tenemos noticia, por ejemplo, gracias a los testimonios escritos de algunas fuentes clásicas, como las mencionadas en el anterior artículo, entre las que hemos de recordar los textos relativos a los avatares de Julio César en Hispania, pues es precisamente a los hechos militares del propio César a los que debemos las noticias sobre este particular.

En este sentido, cabe preguntarse de qué tipo pudieron ser las embarcaciones que el antedicho Cayo Julio César hizo construir en Hispalis y en los astilleros y arsenales de Gades y su entorno (en el que había de destacar el territorium antiguo del actual término municipal de Puerto Real). Dejando sentado que habría de tratarse de unidades destinadas preferentemente a un uso militar (como se desprende de los motivos que originaron su construcción), Robert Flacelière nos informa de que «… en el siglo V (a.C.) y hasta la época romana, el navío de guerra normal es la triere, barco de tres hileras de remos». Siempre según este mismo autor galo, las trieres o trirremes habrían llegado a medir hasta «… cincuenta metros de largo (eslora) por algo menos de siete de ancho (manga)»[1]. Por su parte, C.G. Starr afirma que la nave mayor estándar de las flotas helenísticas y romano-republicanas (esto es, entre los siglos III y I a.C., aproximadamente) habría sido la pentecóntera, denominada así por estar provista de cinco hileras de remeros[2]. En cualquiera de los dos casos señalados, nos encontramos ante unidades de gran porte cuyo uso y utilidad práctica (bélica, entendido el uso bélico como uso de combate, que no era el único empleo, pero sí quizá el esencial) en vías interiores podría parecer a priori relativamente escaso, si bien cuya construcción en las mismas podría tener altos visos de verosimilitud, merced a la seguridad que tanto el río bético como los caños de la Bahía podían proporcionar de cara a la existencia en sus ámbitos de instalaciones de construcción y reparación naval: encontrar un entorno útil y resguardado (como el del interior de la Bahía de Cádiz, o aún el de la Hispalis romana) donde construir naves sería, en tiempos romanos como en los actuales, algo a no desdeñar.

Reconstrucción Liburna. Limes del Rhin.
Reconstrucción Liburna. Limes del Rhin.

Otra información nos es suministrada por el citado Chester Starr[3], cuando señala el hecho de que en la célebre columna Trajana, las naves fluviales que aparecen representadas responderían en su forma y tipo al de las liburnae, lo cual indicaría un uso en vías interiores (al menos en el «azul» y amplio Danubio) de este modelo de embarcación provista de dos hileras de remos (más ligera que las anteriores, como señalábamos al comienzo del presente artículo). En las campañas dacias, así pues, el ejército del emperador Trajano se habría servido de estas embarcaciones (y de otras) más ligeras (como se refleja en los testimonios de su monumento conmemorativo, la Columna romana) para el desempeño de operaciones bélicas de diversa índole por el curso del río Danubio (uno de los mayores del continente europeo) y como auxiliares para las operaciones terrestres[4].

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De nuevo las fuentes acudirán a ilustrarnos sobre la evolución de operaciones militares desarrolladas en el curso de cauces interiores hispano-lusos. Uno de los episodios de las encarnizadas luchas sostenidas por cesarianos y pompeyanos en Hispania (en el siglo I a.C.) se desarrollará precisamente en el curso del río Baetis-Guadalquivir; sin que sepamos el calibre y porte de las unidades protagonistas de la acción, el Bellum Hispaniense[5] nos relata un episodio bélico a resultas del cual varias embarcaciones fueron quemadas en puerto sin haber llegado a entablar combate. Un testimonio de la presencia de barcos de envergadura (en algún caso posiblemente incluso militares) en el curso de ríos peninsulares en época romana (si bien varios siglos después de los avatares cesarianos) es el de las naves halladas en el seno de un antiguo brazo del Guadalquivir; se trata de restos de varias embarcaciones (cuando menos de tres) encontradas en diversas excavaciones en las inmediaciones de la Plaza Nueva de la capital hispalense. En uno de los casos -según L.J. Guerrero- se trataría de un dromon bizantino (con lo que podemos situar ese hallazgo en fecha tan tardía como la segunda mitad del siglo VI de nuestra Era, más de medio milenio después de los hechos cesarianos, marcando de este modo una línea de continuidad entre los siglos I a.C. y VI d.C. en lo relativo al empleo de embarcaciones militares en el ámbito de la antigua Bahía de Gades y el curso del Baetis en los límites cronológicos, casi, de la Romanidad). En otro de los casos, sin que Guerrero especifique una cronología, sí cabe señalar que se habría tratado de una unidad de cierta envergadura, con quilla, proa diferenciada y cuadernas (no sería una embarcación de fondo plano ni menos una monóxila).

En el caso del dromon bizantino cuyo ancla fue protagonista de uno de los descubrimientos, nos encontramos ante una unidad militar que habría participado en las operaciones bélicas llevadas a cabo en la Sevilla bajoimperial-altomedieval por los romaioi (esto es, aquellos a los que nosotros llamamos “bizantinos”, y que siempre se consideraron a sí mismos como romanos) en el marco de sus luchas con los visigodos por el control de los territorios béticos (o por el mantenimiento del status quo en los mismos), o bien en el curso de la intervención bizantina en las luchas intestinas de la monarquía visigoda (e.g., la guerra que enfrentó a Leovigildo y Hermenegildo, entre los años 580-583 de la Era Cristiana)[6].

Hippoi en Canarias
Hippoi en Canarias

Otro testimonio de índole semejante pero de cronología (y marco geográfico) muy diferente (y anterior) es el aportado por los vasos decorados de Lliria. En dos de estos vasos hallados en la localidad levantina de Lliria, en la provincia de Valencia, se narra una escena de persecución en un ambiente que según García Bellido se localiza en «…cualquiera de las charcas litorales de las cercanías de Valencia.»[7]. Una embarcación tripulada por varios individuos provistos de arcos y flechas persigue a otra más pequeña pilotada por solo dos tripulantes, mientras desde tierra firme, junto a unas chozas construidas sobre pilotes (¿palafitos?), otro individuo parece disparar sus flechas contra la embarcación perseguidora en defensa de la que huye, siendo su ataque contestado desde la barca mayor. Ambas embarcaciones presentan en sus proas sendas cabezas de animales[8], y la mayor de las dos parece aprovechar también la fuerza del viento para desplazarse, ya que muestra una rudimentaria vela sostenida entre dos mástiles. Se trata en este caso de embarcaciones de escaso calado y bien preparadas para la navegación en aguas de escasa profundidad o incluso someras (en el caso de una de ellas podría tratarse incluso de una barca monóxila), en un ambiente prerromano, pero resultan harto ilustrativas del uso bélico de las naves en los cauces interiores y en las zonas lacustres, como de seguro habría sido el caso de la Bahía gaditana.

Cabe pensar que si bien en los cursos y entornos interiores cuya naturaleza lo permitiera podría desarrollarse la industria de la construcción naval, las posibles escaramuzas y encontronazos (cuando no combates) que tuvieran lugar en los cursos interiores debieron tener un carácter menor y de complemento de las operaciones terrestres[9], espina dorsal de las campañas militares en un marco continental. Por ello, es fácil suponer que las unidades involucradas en estas acciones fluviales, por la naturaleza del terreno en el que debían desenvolverse y por las características de las acciones en que se verían inmersas, deberían ser -en la mayor parte de los casos- igualmente de porte menor, dejando aparte los episodios de aproximación y desembarco a núcleos costeros emplazados en estuarios, rías y desembocaduras de ríos, como en el caso de la campaña de César -por mar y tierra- en la norteña ciudad y puerto indígena de Brigantium el 61 a.C. (cfr. Dión Casio XXXVII.53), en la actual Galicia (Brigantium, en la ría de Betanzos).

Tal y como en una cita anterior tratábamos de presentar un esbozo de lo que pudo ser el paisaje de la antigua Bahía de Gades realizando una aproximación a uno de los elementos constitutivos de dicho paisaje, las embarcaciones ligeras, verdadera espina dorsal de los intercambios y la interacción entre la tierra firma y el horizonte general de los mercados imperiales romanos, con los precedentes páragrafos hemos tratado de «redondear» los trazos esbozados con anterioridad, acercándonos a la categoría de las embarcaciones que hemos dado en llamar «mayores», i.e., aquéllas verdaderamente destinadas (por su misma naturaleza) a poner en conexión las tierras (y aguas) de la Bahía con el resto del entramado económico y territorial de la Romanidad, asegurando de este modo la proyección exterior de Gades y su inmediato retroterra[10].

Las imágenes cotidianas de quienes vivieron en estas mismas tierras y se bañaron en estas mismas aguas (sic) hace dos mil años debieron incluir en su cotidianidad a estos tipos de naves, todas las cuales surcaron nuestras olas, fueron acariciadas por nuestras mareas y buscaron acomodo en estas arenas para limpiar fondos, reparar heridas de cada día y dejar pasar temporales de poniente invernales; ayer como hoy nuestras playas y nuestro litoral fueron refugio de barcos, barcos que dieron sentido y tradición a nuestra realidad, hace dos mil años como hoy día.

REFERENCIAS:

[1] Cfr. R. Flacelière, op. cit., pg. 321.

[2] Vid. C.G. Starr, The Roman Imperial Navy. Connecticut, 1975, pg. 52.

[3] Starr, op. cit., pg. 54.

[4] No hará falta recordar que por «operaciones bélicas» no hemos de entender tan sólo los combates propiamente dichos; el transporte de tropas y suministros, las patrullas de vigilancia, la evacuación de heridos o prisioneros, las misiones de descubierta y las avanzadillas son todos cometidos al alcance de las unidades navales, el desempeño de las cuales podía haber supuesto un motivo más que suficiente para la representación de estos efectivos junto al resto de las unidades militares que participasen en las campañas de la Guerra de Dacia.

[5] B.H., XXXVI, 2.

[6] L.J. Guerrero Misa, «Un ancla bizantina hallada en la Plaza Nueva de Sevilla», en Museos 2, 1983, pp. 95-98; para la presencia y la impronta bizantina en la capital sevillana (y el carácter del antiguo curso del Guadalquivir a su paso por la misma, antes de los recientes descubrimientos y hallazgos arqueológicos en distintas zonas del casco histórico de la capital hispalense, como el Patio de Banderas y el entorno del Alcázar, la Plaza de la Encarnación o el entorno de la antigua Fábrica de Tabacos y del Palacio de San Telmo), vid. también F. Collantes de Terán Delorme, Contribución al estudio de la Topografía Sevillana en la Antigüedad y en la Edad Media. Sevilla, 1977, pp. 32-ss., o L. de Alarcón y de la Lastra, El río de Sevilla y sus problemas a través de la historia. Sevilla, 1952, pp. 12-ss.; E.A. Thompson, Los Godos en España. Madrid, 1969, pg. 88; para no pasar por alto los horizontes divulgativos más tradicionales, es de mencionar J.M. Mena, Historia de Sevilla. Sevilla, 1970, especialmente pp. 32-33 (discutido por Guerrero sobre la argumentación de Mena acerca de la presencia bizantina en Sevilla a principios del siglo VII); igualmente cabe mencionar el estudio clásico de Antonio Blanco Freijeiro, Historia de Sevilla I. De la Prehistoria a los Visigodos. Sevilla, 1979, pp. 182-186.

[7] A. García Bellido, «La Navegación Ibérica en la Antigüedad según los textos clásicos y la Arqueología», en Estudios Geográficos, 16. 1944, pp. 540-ss.; para un estudio más detallado sobre el ambiente y el empleo de las lagunas litorales levantinas, vid. en M. Parodi Álvarez, Ríos y lagunas de Hispania como vías de comunicación. La Navegación interior en la Hispania romana. Écija-Sevilla, 2001, el capítulo dedicado a la navegación en lagos y lagunas; vid. al respecto también A. García Bellido, «Cartagena en la Antigüedad», en I.P., 9-10, 1943.

[8] Como las descritas por Estrabón en su Geografía (II.3.4) para las proas de los barcos de los gaditanos, los hippoi gaditanoi (precisamente, los “caballos gaditanos” -literalmente); por otra parte, y en relación con estos antiguos “mascarones de proa” avant la lettre, ya Herodoto (III.LIX), entre los siglos VI y V a.C., nos habla asimismo de las naves con proa en forma de jabalí de los cidonios (un elemento éste, el jabalí, que cumpliría la misma función identificativa en estos navíos cretenses que el caballo en los barcos de Gades).

[9] Así en el caso de la conquista cristiana de Sevilla, donde el peso de la campaña militar recayó sobre las acciones terrestres, pero la acción de la flota castellana (procedente del Norte de la Península Ibérica, fundamentalmente) en el río Guadalquivir resultó determinante a la hora de la toma de la ciudad; vid., e.g., M. González, En torno a los orígenes de Andalucía. Sevilla, 1988 (cap. II).

[10] Cfr. A. Padilla Monge, «La Transferencia de Poder de Gades a Asido. Su estudio a través de la perspectiva social», en Habis 21, 1990, 241-258; sobre la proyección exterior de la Bahía de Gades, vid. J. Millán León, Gades y las navegaciones oceánicas en la Antigüedad (1000 a.C.-500 d.C.). Écija, 1998; igualmente, E. García Vargas, La Producción de ánforas en la Bahía de Cádiz en la época romana. Écija, 1998; así mismo, M.J. Parodi Álvarez, Ríos y lagunas de Hispania como vías de comunicación. La Navegación interior en la Hispania romana. Écija 2001.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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