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jueves, 21 noviembre, 2024
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Historia de Puerto Real: Las tierras del actual Puerto Real en la Mitología Clásica

Queremos retomar y reconsiderar en estas líneas, actualizado, un argumento que desarrollamos originalmente el 17 de septiembre de 2016 en esta misma cabecera de “Puerto Real Hoy”, un texto en el que nos acercamos a tiempos y perspectivas organizadas desde premisas basadas en el pensamiento mítico-religioso, tratando de comprender las posibilidades que se abren desde dichas premisas y perspectivas a la hora de acercarnos al territorio que hoy da forma a Puerto Real.

Decíamos entonces que a la hora de considerar la inteligencia y la comprensión humana del mundo que nos rodea, esto es, considerando las diversas formas de análisis que los humanos hemos desarrollado para entender y explicar la realidad que nos rodea y en la que nos encontramos inmersos, es imprescindible comenzar señalando que existen dos modelos básicos de pensamiento humano, dos formas de interpretación del mundo que coexisten y que se combinan (y que en absoluto resultan modelos contradictorios entre sí) para ayudarnos a comprender y explicar (y explicarnos) mejor el mundo que nos rodea, el mundo en que nos encontramos; se trata del pensamiento mítico-religioso y el pensamiento lógico-racional. En lo tocante a este particular quizá el historiador del pensamiento y de las ideas religiosas que con mayor tino haya profundizado en estos temas haya sido el rumano Mircea Eliade1, cuyos trabajos sobre Historia de las Religiones (en general) y sobre el pensamiento dual y el tiempo cíclico (en particular)2 revolucionaron la concepción existente hasta mediados del siglo XX sobre la coexistencia de “mito” y “logos”.

El Hombre antiguo, nuestro antepasado de hace miles de años (y circunscribiremos el marco temporal de nuestra atención al mundo clásico grecolatino, por mor de la concisión y de la directa relación de este mundo antiguo con nuestras mismas raíces como horizonte cultural en la actualidad), emplea los recursos que tiene a su disposición (como hacemos nosotros hoy día: en este sentido es de señalar que un error muy común es el de hacer depender la idea del análisis de la realidad e conómica y tecnológico/científica desarrollada por cada sociedad en la Historia) para entender y, por tanto, “ordenar” (sólo se puede establecer el “orden” en lo que se entiende: la realidad que no se comprende aparece ante nosotros como una realidad “caótica”, desordenada; el Cósmos, el “Orden”, siempre es una realidad pulcra y -a su modo-armónica: de hecho, entre los significados del término “cosmos” en griego se cuenta precisamente el de “orden”) el mundo que le rodea y en el que se inserta, el mundo al que no puede renunciar porque representa la base de su misma vida y sustento y al que no puede tampoco renunciar a comprender por más que (o precisamente porque) le desborde, le supere (al individuo considerado como tal unidad del ser). Sin exclusión del razonamiento lógico (del pensamiento lógico-racional), será el pensamiento mítico-religioso el que proporcione las bases de la inteligencia (esto es, del entendimiento) del mundo para el Hombre antiguo y el que sirva como cauce para la expresión de dicha inteligencia (insistimos, comprensión) del mundo.

Hesiodo
Hesiodo

Lo que conocemos como el “mito” no es sólo un relato religioso (y mucho menos un “cuento”, una “narración” inventada ya sea para asustar a los niños, ya sea para pasar las largas tardes de invierno junto al calor de un hogar): es el vehículo por el cual el Hombre antiguo trata de aproximarse al conocimiento del mundo en el que vive, y es el procedimiento empleado por las sociedades antiguas para integrarse en el marco natural así como para “antropizar” tal marco.

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Dicho de otro modo, el mito es el mecanismo de expresión y regulación de la integración bidireccional (de la interacción) entre Hombre y Naturaleza, la herramienta utilizada por las sociedades del Mundo Antiguo para explicar lo que les rodea, lo que incluye (llegado el caso) el justificar e incluso defender el control desarrollado por el humano sobre el medio natural, tal y como encontramos (en nuestra tradición judeocristiana) expresado en el Antiguo Testamento, en el Génesis 1:28, por ejemplo, cuando en dicho pasaje se recoge el mandato divino de crecer, multiplicarse y dominar la naturaleza (ser la especie dominante en la Tierra) que Yahvé reserva para la estirpe de los humanos, algo que vino a materializarse en el hecho de que el Hombre y la Divinidad, de manera conjunta, dieran nombre a las especies de la naturaleza (seguimos en la tradición judeocristiana), lo que situaba al humano en un plano de superioridad respecto al resto de los animales, algo de enorme trascendencia pues no sólo ponía de manifiesto que el humano era capaz de expresarse con palabras, con un lenguaje organizado, sino que esa facultad (y lo que representaba a nivel mental) le acercaba al elemento divino y le permitía (de la mano del elemento divino, creador) “organizar” el mundo, poner “orden” en las cosas (al nombrarlas y así permitir que cada cosa -en este caso, cada animal, cada ser vivo- pudiese tener (de la mano del nombre que le es otorgado por el humano con el permiso de la divinidad) su propio lugar en el mundo y de este modo pudiese encontrar parte de su esencia precisamente en su nombre; así se lograba convertir un paisaje caótico, desordenado (donde las cosas no tenían siquiera nombre) en una realidad “cósmica”, organizada, ordenada, donde se podía “llamar a las cosas por su nombre” (como diríamos empleando una expresión no por coloquial menos acertada), pues en el nombre de las cosas se encuentra parta de su esencia, de su naturaleza íntima, de su ser más profundo y verdadero.

Hércules Farnesio. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles
Hércules Farnesio. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

El mito, así pues, desarrollado y expuesto (y transmitido) a través del relato mítico (que es el vehículo de expresión y transmisión del mismo), no es en absoluto un “cuento”, insistimos, sino un vehículo para entender y explicar la realidad (y por ende, para organizarla), una realidad que trasciende al Hombre antiguo, que desconoce sus claves (¿acaso nosotros las conocemos?) y que trata de comprenderla y explicarla con los medios de los que dispone (materiales, intelectuales y mentales), tal y como hacemos nosotros hoy.

En nuestro contexto histórico y cultural, Tartessos, que surge siempre (aún hoy) de entre las brumas de lo mítico, viene a constituir uno de los ejemplos quizá más cercanos a nuestro entorno geográfico y a nuestra tradición histórica y cultural de cómo el mito representa un mecanismo de explicación de una realidad: el ciclo tartesio se abraza con la mitología griega y aún con la fenopúnica, de modo que personajes míticos como el tartesio Gerión y el griego Heracles (con todos sus resabios del fenicio-púnico Melkart) coinciden en un mismo relato mítico (construido por amalgama, podría decirse, a lo largo del tiempo -de mucho tiempo), fundiendo -al menos- dos ciclos originalmente quizá distintos y destinados a perpetuarse en el relato ya único de las hazañas heracleas y la derrotada agresividad geriónida.

Las tierras del Suroeste andaluz, que incluyen al ámbito del Estrecho de Gibraltar (el antiguo Fretum Gaditanum de los romanos), a la Bahía de Cádiz y al ámbito del Bajo Guadalquivir (el viejo flumen Baetis romano y aún el más viejo Tertis o Tartessos) forman parte, como es sabido, de la herencia cultural del mundo mediterráneo, en cuyos horizontes se integran desde la Antigüedad.

Ello ayuda a explicar que desde dicha Antigüedad Clásica no pocos autores, al detenerse en la descripción -o siquiera en la simple mención- de esta comarca de la Bahía de Cádiz, hayan hecho a su vez alguna mención de la tierra firme frontera (como diría el grecolatino Estrabón) a las islas de Cádiz, a ese archipiélago gaditano que habría estado formado por las islas que hoy yacen bajo Cádiz (caso de Eritía y Kotinoussa), la menor y la mayor del archipiélago de las Gadeirai , junto a la isla sobre la que descansa la actual San Fernando (Antípolis) y el islote de Sancti Petri, un archipiélago gaditano que “cerraría” la Bahía de Cádiz quedando abiertos dos pasos a la misma desde el mar: el caño de Sancti Petri al sureste y la propia boca noroccidental de la Bahía, donde ante las islas gaditanas se extendería acaso la costa sur de la no menos mítica insula Cartare, esa gran isla formada merced a la comunicación por esteros y caños que habría existido entre la Bahía y el ámbito del Guadalete, al Sur, y el lago Ligustino y el ámbito del Guadalquivir, al Norte, una insula Cartare que hoy conocemos como la comarca de la Costa Noroeste de la provincia de Cádiz, y en la que se localizan términos municipales actuales como los de Rota, Sanlúcar de Barrameda o Trebujena.

Una de estas referencias procedentes de autores de la Antigüedad, a la que podemos a su vez contar entre las más llamativas y curiosas por el efecto conjunto de su misma naturaleza y de su remota procedencia (en lo temporal y en lo geográfico), es la que encontraremos en un texto del escritor griego Hesíodo, uno de los padres de nuestra tradición literaria occidental.

Este autor, natural de la región griega de Beocia (en la Hélade continental europea) y que vive y escribe entre los siglos VIII y VII antes de Cristo, es considerado, junto con esa magna a la par que brumosa figura a la que conocemos bajo el nombre de “Homero” (lo que literalmente significa “el ciego”: resulta un cuando menos significativo guiño que la oscuridad reine sobre el nombre de uno de los padres de la cultura occidental, una metáfora quizá de nuestro desconocimiento, de nuestra oscuridad relativa que aún preside el conocimiento que tenemos sobre él), el padre de la literatura griega y, por extensión, uno de los pilares de nuestra literatura europea y occidental.

Una de las obras más importantes de este autor griego, de Hesíodo, es su “Teogonía”, un texto en el que el beocio recoge el relato del origen y nacimiento de los dioses griegos; en esta obra y por extraño o curioso que nos parezca, se menciona a la antigua Gades (bajo su nombre griego de Eritea/Eritía) y al medio físico inmediato, el entorno, de la misma, un medio físico en el que no resulta complicado reconocer el paisaje que todavía hoy (y pese a la natural evolución del referido espacio, de este entorno geográfico y, una vez más, histórico, una evolución que se manifiesta y se hace especialmente presente en la recesión del medio acuático en el mismo), dos mil setecientos años después de la composición de la “Teogonía” (nada menos), presentan el litoral interior de la Bahía gaditana y, más en particular, el arco oriental (y nororiental) de la misma, con la abundancia de caños, canales, marismas y esteros que conocemos, además de la presencia de ríos como el chiclanero Iro o el Guadalete así como de profundos brazos de mar como el río San Pedro (que es un paleocauce del Guadalete, algo sobre lo que hemos hablado en textos anteriores), unos cursos, canales y caños que podemos considerar como herederos de aquéllos en los que hemos de reconocer esas “corrientes” (esos cursos) de los que el beocio Hesíodo hace mención en su texto.

Así vemos cómo en dos pasajes de la obra de Hesíodo se narra cómo “Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido con Calírroe hija del ilustre Océano; a éste [a Gerión] lo mató el fornido Heracles por sus bueyes de marcha basculante en Eritea rodeada de corrientes” (versos 285 y siguientes), y se nos habla más tarde asimismo de “Gerión, al que mató el fornido Heracles por bueyes de marcha basculante en Eritea rodeada de corrientes” (en los versos 979 y siguientes de la Teogonía). ¿El entorno de Cádiz, reflejado en el mito? Sin duda. Y en ese entorno, entre el río Guadalete, el San Pedro, el caño de Sancti Petri, el caño de Suazo y el río Iro, las tierras que hoy componen el perfil del término municipal de Puerto Real.

Naturalmente no podemos pensar que Hesíodo está haciendo mención de “Puerto Real” en sus párrafos, compuestos hace casi tres milenios (siendo que Puerto Real como entidad administrativa, como realidad histórica con tal nombre y tal identidad existe, como sabemos, desde finales del siglo XV de nuestra Era, mucho, mucho tiempo después de que el texto de Hesíodo fuera una realidad); lo que es indudable es que el beocio está hablando en su “Teogonía”, en los versos a los que hemos hecho referencia, de este espacio geográfico, de este entorno físico, de este paisaje, retratándolo -siquiera sucintamente- en el que podemos considerar como uno de los testimonios literarios, escritos, más antiguos acerca de las tierras de la Bahía de Cádiz.

Y en ese texto, uno de los más antiguos de nuestra cultura, de nuestra tradición cultural, se encuentra el retrato, multisecular, del paisaje en el que hoy se inserta el término municipal de Puerto Real.

Notas

1. El historiador de las religiones rumano Mircea Eliade (Bucarest, Rumanía, 9 de marzo 1907 – Chicago, Estados Unidos, 22 de abril 1986) es autor de una ingente obra sobre el pensamiento religioso y la Historia de las religiones, entre cuyos títulos traducidos al castellano se encuentran obras clásicas como “Herreros y alquimistas”, “El mito del eterno retorno” o “Lo sagrado y lo profano”, entre otras de su enorme producción, unos estudios en los que este investigador se adentra en los mecanismos profundos de la organización y los modos del pensamiento humano y los vehículos de interpretación de la realidad que las sociedades humanas han desarrollado a lo largo de los siglos para comprender y explicar su ubicación y su forma de estar en el mundo.

2. Sobre el pensamiento religioso en general, como hemos señalado.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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