La Bahía de Cádiz es un espacio con tanta densidad histórica, con tanto peso en el Mundo Antiguo, como para contar con un considerable reflejo (en cantidad y calidad de la información) en las fuentes clásicas. Son varios los autores de la Antigüedad que se detienen a considerar uno u otro aspecto de la Historia o la Geografía de las islas gaditanas, su entorno, y las costas de la actual provincia de Cádiz, desde Estrabón a Pomponio Mela, pasando por Rufo Festo Avieno, Cayo Plinio o -ya en época más reciente- tratadistas árabes medievales como El Idrissi.
De otra parte, no son tampoco precisamente escasas las fuentes históricas clásicas (grecorromanas) que presentan testimonios de una u otra naturaleza sobre la Bahía de Cádiz hace dos mil años; queremos centrar nuestro interés de forma específica ahora en algunos de aquellos textos y autores que se detienen en el estado de cosas del territorio antiguo en el que se inserta el actual término municipal de Puerto Real, esto es, en la curva de la costa oriental y nororiental interior de la Bahía de Cádiz.
Es oportuno señalar que cada vez son más los trabajos y estudios cuyo interés se centra en la realidad histórica portorrealeña anterior a la fundación la localidad por parte de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón, a finales de la Edad Media, en el año 1483.
La arqueología, especialmente activa en nuestro término municipal en las últimas tres décadas, está contribuyendo a revelar aspectos antes enteramente desconocidos de nuestro pasado más lejano y remoto; de este modo tanto las huellas prehistóricas del poblamiento humano como la presencia del Mundo Antiguo en el territorio de nuestro interés, el arco costero interior de la Bahía gaditana extendido entre las islas del Trocadero y de León, territorio en el que se encuentra el actual término municipal de Puerto Real, han dejado de estar envueltos enteramente en las brumas de lo desconocido para convertirse en un episodio del libro de nuestra Historia como sociedad en el tiempo y el espacio, como ciudad y grupo humano.
En el marco de ese interés por la realidad “Antigua” hemos de orientar el objeto de nuestra atención sobre el campo historiográfico: algunos autores y tratadistas de la Antigüedad decidieron plasmar por escrito sus impresiones y conocimientos sobre las tierras en las que hoy vivimos para así facilitar la labor de cuantos habríamos de venir mucho después, al mismo tiempo que para informar a sus contemporáneos sobre la realidad de estas tierras y riberas.
La comarca de la Bahía gaditana, como señalábamos, cuenta con no pocas referencias entre los historiadores y geógrafos clásicos y postclásicos, pero nos ocuparemos en la presente oportunidad de los que nos hablaron en su día sobre el territorium antiguo de la que hoy es la moderna localidad de Puerto Real.
Así, diferentes autores antiguos tratan sobre este espacio y asunto; de este modo, Rufo Festo Avieno (siglo IV d.C.) refiere el lago de las bocas del río Baetis: el renombrado Lacus Ligustinus. Por su parte Pomponio Mela (siglo I d.C.), gaditano originario de Tingintera, ciudad emplazada en el actual Campo de Gibraltar, menciona la existencia del bosque Oleastrum en la tierra firme de la Bahía gaditana, señalando asimismo la existencia de un gran lago en la desembocadura del referido río Baetis.
El también romano Claudio Ptolomeo (siglo II d.C.), por su parte, habla del bosque sagrado (Lucus) de olivos silvestres de la bahía, el acebuchal u Oleastrum; y Cayo Plinio (siglo I d.C.) el Viejo, por la suya, menciona igualmente el referido bosque Oleastrum, ubicándolo en el ámbito de la Bahía de Cádiz antigua.
Estas referencias, apuntadas por los mencionados autores clásicos, vienen a poner el foco sobre las tierras de la Bahía de Cádiz y de ese enorme espacio geográfico que es la comarca entre los ríos Guadalete y Guadalquivir, en el marco del cual se encuentra -en su límite oriental- el actual término municipal de Puerto Real, que encuentra más espacio en las referencias del texto de Estrabón (geógrafo griego al servicio del emperador Augusto), quien escribe a caballo entre los siglos I a.C. y I d.C., y que nos habla en el libro III de su Geografía acerca de los canales, cauces y esteros de la Bahía gaditana, un paisaje muy similar al que aún se conserva en la ribera del término municipal portorrealeño.
Este pasaje estraboniano muestra una imagen que se corresponde -salvas las distancias del tiempo y de la evolución del marco geográfico- con el paisaje que tan bien conocemos de la ribera de nuestro término, salpicado de caños y esteros, de salinas y canales, tan utilizados por los ribereños como vías de comunicación (de acuerdo con Estrabón).
Considerábamos en el anterior texto referido a las fuentes clásicas sobre el territorium antiguo hoy ocupado por el término municipal de Puerto Real algunos datos proporcionados por varios autores de la Antigüedad relativos al marco físico en el que se inserta el término municipal de la actual localidad de Puerto Real. Así, entre estos mencionados autores de la Antigüedad, Rufo Avieno, en el verso 284 de su obra Ora Marítima, menciona la existencia del lago existente en las bocas del Betis-Guadalquivir: el así llamado Lacus Ligustinus, colmatado hoy y ocupado en buena medida por el Parque Natural de Doñana.
En su Geografía (libro III, capítulo 4) el tingenterano Pomponio Mela, gaditano del Estrecho, hace referencia a la existencia del bosque Oleastrum en el arco costero de la tierra firme de la comarca de la Bahía gaditana, aparte lo cual -en relación con el tema que nos interesa y ocupa ahora- el de Tingentera se limita a señalar en su referida obra –la antedicha Geografía, III.5- la existencia de un “gran lago” en la desembocadura del Baetis, si bien sin mencionar su nombre. Por su parte, Claudio Ptolomeo (II.40.10) apunta la existencia -en este mismo contexto geográfico de la Bahía de Cádiz- del bosque de olivos silvestres (el acebuchal u Oleastrum) que también mencionase Mela, y en el que debemos encontrar un espacio sagrado, dedicado a la divinidad del Hércules Gaditano.
Cayo Plinio Secundo (Plinio “el Viejo”), por su parte, además de hacer mención igualmente del bosque Oleastrum (en su obra Naturalis Historia, III.15), al ubicar geográficamente la ciudad de Gades (N.H., III.7), señala al respecto que la tierra firme frente a Gades recibía el nombre de costa Curense, al tiempo que realiza una puntualización sobre la forma física de la misma. De esta manera, Plinio la describe como …litus Curense inflecto sinu…, es decir, “…litoral Curense de curvado seno…”, pero sin entrar en ulteriores detalles acerca de la naturaleza de las tierras de dicho entorno y su inequívoca relación con el mar que las bañaba.
Como hemos visto, el citado Plinio el Viejo explica que la tierra frente a Gades recibía el nombre de litoral “Curense”; podemos señalar al respecto que los “Curetes”, presuntos habitantes originales y primeros de estas tierras, eran en el mundo mitológico clásico, unos seres míticos que cuidaron de Zeus-Júpiter en su primera infancia, mientras la cabra-ninfa Amaltea se encargaba del referido dios de la Luz en su lactancia. Las tierras que consideramos cuentan también, así pues, con un espacio propio en el relato mítico del nacimiento (la teogonía) de Zeus, el “padre de los dioses y los hombres” (algo sobre lo que volveremos en futuras entregas de esta misma serie dedicada a la divulgación histórica sobre Puerto Real y sus tierras a lo largo de nuestro pasado).
Significativamente las particulares condiciones de estas costas gaditanas estudiadas por el mencionado geógrafo heleno Estrabón, contemporáneo del emperador Augusto, son descritas de forma muy similar por el romano Plinio (Vetus), quien falleciera víctima de las consecuencias de la erupción del Vesubio del año 79 d.C., la misma que destruyó Pompeya y Herculano, en la Bahía de Nápoles. Plinio señala cómo en la Bética “…en unos sitios los mares van comiéndose a la larga las orillas, en otros es la tierra la que avanza sobre la aguas…” (cfr. C. Plinio, “Naturalis Historia”, III.16).
Esta acción de las mareas haría posible penetrar con mayor profundidad en las tierras mediante el empleo de medios sutiles, de embarcaciones ligeras (botes, barcas, barquillas, pateras, chalanas y demás pequeñas embarcaciones, dando forma a un paisaje muy similar al nuestro, al actual, al que tan bien conocemos), y mantener de este modo la navegabilidad en los caños de los que no se retirasen las aguas con la bajamar.
Igualmente habrían de servirse de estas vías acuáticas las instalaciones de arsenales y puertos como el famoso Portus Gaditanus (o Portus Balbus), la existencia del cual es mencionada por el paisano de esas tierras atlánticas hoy gaditanas Pomponio Mela (III.4), un famoso puerto (´epíneion) que habría sido construido en época augústea (en la transición entre los siglos I a.C. y I d.C.) por el rico y poderoso fenogaditano Balbo el Menor en la tierra firme frontera sita frente a las islas gaditanas (según especifica por su parte Estrabón, Geografía, III.5.3), esto es, en el litoral Curense de curvado seno señalado a su vez por Plinio (III.7-15) y al que hacíamos ya referencia supra.
Un Portus Gaditanus que la tradición, la historiografía tradicional, ha querido localizar en tierras del actual término municipal de Puerto Real, y que formaría parte de la red de apoyo a la fabricación de materiales cerámicos de cara al envasado de producciones agrícolas y, especialmente, marinas (como el garum y sus derivados), destinadas a entrar en los cauces mayores del comercio romano ya bajo Augusto, al producirse la implantación de los modos económicos romanos (organización del territorio, colonización del mismo, producción orientada a satisfacer los canales comerciales romanos…) a lo largo del siglo I a.C. en estas tierras occidentales de la provincia Baetica, precisamente creada por el emperador Augusto en el contexto de su reforma de la administración romana en general y de Hispania en particular, en un intento (afortunado) de racionalizar la gestión del territorio y permitir ampliar el calado de la romanidad en este ámbito extenso del Mediodía peninsular ibérico.
Estrabón, al señalar la utilidad de los esteros como vías de comunicación, apunta el valor (económico y como agentes de la cohesión del territorio) que tendrían estos cursos interiores. Indica que los nativos fundaron sus núcleos de población junto a los esteros y caños, ya que éstos podían ser convenientemente utilizados como vías de comunicación y transporte, lo que contribuiría a la agilidad económica de las tierras así como a la progresiva cohesión del territorio, en beneficio de Roma. Estrabón no se refiere (al comparar las utilidades de esteros y ríos) a la extracción de agua para su consumo directo, ya que el agua que circulaba (y circula) por los esteros y caños procede del mar, sino a su uso activo como vías de comunicación, de transporte y, por tanto, de comercio.
De la vinculación entre los esteros y la navegación marítima dejan constancia igualmente las fuentes clásicas: las instalaciones relacionadas con esta última actividad que hubieran podido existir en esta zona (como en el caso del arsenal-puerto de Balbo) se habrían contado entre las que habrían sido apremiadas por César en la comarca de la Bahía gaditana para la construcción de embarcaciones mayores, las cuales le eran necesarias para sus campañas contra los veneti (en el Norte de las Galias) y contra los britani (en la actual isla de Inglaterra).
Es bien notorio, como vemos en esta somera aproximación, el reflejo de aque disponen estas tierras que hoy componen el arco litoral del término portorrealeño en el cuerpo general de las fuentes clásicas grecolatinas (algo acerca de lo cual hemos querido hoy traer a colación un pequeño botón de muestra a estos párrafos), como no podía ser menos tratándose de un espacio, el de la Bahía de Cádiz, con tan notable papel y tan grande peso específico en el contexto global del mundo clásico, en general, y del mundo grecorromano en particular.