Hemos venido contemplando cómo dentro de la Iglesia Prioral de San Sebastián (aunque sería mejor y más correcto decir que se trata del subsuelo de la Prioral) existe todo un mundo subterráneo que remonta sus orígenes (cuando menos) a medio milenio atrás en el tiempo: un mundo de sepulturas individuales, de criptas y panteones funerarios de la aristocracia del Antiguo Régimen, de capillas sepulcrales bajo las capillas de la iglesia… Un mundo funerario, un mundo bajo el suelo que forma parte de ese “Puerto Real subterráneo” al que venimos dedicando los últimos capítulos de esta serie de artículos sobre la Historia local y nuestro Patrimonio Histórico y Monumental.
Hemos visto, además, cómo llega a producirse una cierta “jerarquización” entre estos espacios subterráneos. De este modo, algunos de estos lugares funerarios (y por ende subterráneos) se consideraban más dignos, más “nobles” que otros, de acuerdo con los principios de una sociedad como la que los gestase (la del Antiguo Régimen), y conforme a su ubicación en el conjunto del templo y a su naturaleza (disposición, dimensiones, características específicas de cada tumba o cripta…), de forma que poseer una sepultura en un determinado lugar llegaba a ser un signo de estatus social, incluso de ostentación, de un relativo lujo, siendo algo que iba aparejado a la posesión de dicho estatus social en una sociedad estamental como la de la Europa de los siglos de la Edad Moderna.
Así, el hecho de poder acceder a la propiedad (o al menos a la posesión) de uno de estos lugares de sepultura de la Prioral debía constituir uno de los “anhelos sociales” de no pocos vecinos de la Villa. Las capillas de la parroquia, con sus bóvedas inferiores, encerraban en sí y en sus entrañas un valor añadido sobre el resto del recinto fúnebre templario (y quizá sobre otros espacios funerarios sitos en otros edificios religiosos de la localidad): recibir sepultura en una de estas capillas funerarias estaba reservado sólo a un muy reducido número de portorrealeños.
Aún menos debían ser aquellos que podían contar con una de estas capillas para hacer de ella una cripta familiar, un espacio privado y cerrado -prohibido- para todos aquellos que fuesen ajenos al grupo que creó la fundación sepulcral en cuestión y que gozaba de ella; en relación con este particular, conocemos documentalmente la existencia de una capilla familiar en la iglesia de San Sebastián de Puerto Real, la Capilla del Señor San José y Nuestra Señora del Sagrario (la antigua capilla del Sagrario del templo, espacio ubicado hoy entre la Sacramental actual y el Altar Mayor), propiedad desde su fundación, aproximadamente en los años cuarenta del siglo XVII, de la portorrealeña familia de los Hurtado de Ávila y Cisneros, en la cual recibirían sepultura los integrantes de este grupo familiar desde la fundación de la misma hasta los finales del XVIII.
Muchas de las capillas no poseerían tal carácter de sepulcros “familiares”, ya que su espacio era compartido por distintas personas, unas personas entre las cuales podían no existir lazos de consanguinidad, si bien es cierto también que ciertas tumbas de estas capillas se transmitirían por vía hereditaria dentro de una misma familia. Quizá el nexo de unión entre las personas no emparentadas enterradas en estas tumbas radicase en el pertenecer a una determinada cofradía, concretamente a la que se ubicaba en la capilla bajo la cual recibían sepultura; de este modo, quizá, estas tumbas (estos espacios subterráneos) podrían ser propiedad (o para su uso, quizá exclusivo) de los cofrades de una determinada hermandad en cuestión, si atendemos al hecho de que cada una de las capillas cuya existencia hemos podido constatar en el espacio de la Prioral (capillas para el culto, en las naves de la iglesia), tiene su cofradía homónima: de esta manera cabe señalar que existían la cofradía de Nuestra Señora de los Remedios, la de Nuestra Señora del Rosario, la de Los Dolores o la de las Ánimas del Purgatorio.
Una vez llegados a este punto es oportuno advertir que los datos que venimos manejando (y que continuaremos a continuación aportando, acerca de determinadas capillas, tanto cultuales como sepulcrales -y en este segundo caso, por ende, subterráneas), hacen referencia a las denominaciones antiguas de las mismas, al nombre que estos espacios de culto tenían durante los siglos de la Edad Moderna (esto es, del XVI al XVIII) en los que el “Mundo Subterráneo” de la Prioral –este mundo funerario al que venimos haciendo referencia- debió gozar de una intensa vida y actividad.
Dos de entre todas las capillas existentes en el contexto de este recinto sacro destacarían por sus funciones sepulcrales en el conjunto de las mismas, y ello además desde bien pronto: la capilla de Nuestra Señora de los Remedios, y la capilla de Nuestra Señora del Rosario, y de forma más especial si cabe aún la primera de las mismas. La antigua capilla de Los Remedios -muy modificada en su aspecto debido a las obras e intervenciones de principios del siglo XX, llevadas a cabo con motivo del cambio de Patrona de la Villa y la institución como tal de la Virgen de Lourdes- se corresponde con la actual capilla de la mencionada Virgen de Lourdes, junto al Presbiterio.
Casi con toda probabilidad de acierto puede pensarse que esta capilla habría poseído su propia cripta en su subsuelo, una cripta funeraria, una capilla funeraria (ese mundo subterráneo paralelo al “aéreo” existente en la Prioral…) donde recibirían sepultura no pocos de los portorrealeños de la época… De otra forma no sería fácil explicar cómo pudo este espacio subterráneo albergar un número tan elevado de sepulturas, en ocasiones realizadas con un escaso margen de tiempo entre los enterramientos.
En el contexto de los recintos auxiliares que formarían las capillas (de cara a los enterramientos de la parroquia), la capilla sepulcral de Nuestra Señora de los Remedios es, en el estado actual de la investigación y por lo que sabemos aún hoy (y para ampliar los datos, con la información documental de los enterramientos en la Prioral, remitimos una vez más al estudio que publicamos con M.J. Izco Reina sobre la Prioral, el libro titulado La Iglesia Parroquial de San Sebastián de Puerto Real. Medio Milenio de Historia. Sevilla, 2001), el espacio de esta naturaleza, de entre los existentes en San Sebastián, el que recibe y alberga un mayor número de inhumaciones (hemos podido constatar un total de dieciséis en nuestro estudio antes citado), unos enterramientos que se producirían esencialmente (de acuerdo con la información proporcionada por la documentación manejada) entre los años 1631 y 1705, aunque sabemos que ya antes de dichas fechas (en el año 1625) se realizaría la compra de una sepultura sita en este mismo lugar.
Quienes encuentran lugar para su eterno descanso en esta capilla de Los Remedios (hoy, repetimos, de Lourdes) son tanto hombres como mujeres, y hallamos tanto clérigos como laicos, sin una necesaria relación familiar entre ellos, si bien sabemos que algunas de las personas allí sepelidas serían hermanos de la Cofradía de Los Remedios. Podríamos apuntar asimismo una cierta preferencia por parte de los miembros del estamento eclesiástico por ser inhumados en esta capilla funeraria; así, y en este sentido, podemos señalar los casos de los curas Lucas Pérez, Diego Álvarez y Juan Alonso Mojarro, además del comisario del Santo Oficio de la Inquisición Juan Palomino, quienes serían enterrados en la bóveda (o cripta) sepulcral existente bajo la Capilla de Nuestra Señora de Los Remedios, hoy -como venimos diciendo- de Nuestra Señora de Lourdes.
Continuando con lo relativo a este “mundo paralelo”, subterráneo, que existe bajo nuestros pies en Puerto real, y que tanta relación guarda con el mundo funerario (aunque trascienda de lo funerario, con lo que no mantiene ni mucho menos una relación de exclusividad), cabe señalar que también el que fuera Señor de Puerto Real a mediados del siglo XVII (aunque nunca pudo ejercer este señorío de manera efectiva), el almirante don Francisco Díaz Pimienta, en una de sus cartas de última voluntad, deja constancia de su intención de, a su muerte, ser enterrado en el principal templo portorrealeño, quizá en la que fuera capilla de los Remedios.
Abriremos un breve paréntesis para abordar someramente la interesante figura de Díaz Pimienta (padre, puesto que fueron dos: el padre y el hijo, homónimos); cabe señalar que en su día quien esto suscribe ha tenido la oportunidad (hace ya unos años) de publicar (en medios de prensa de difusión provincial) algunos artículos sobre dicho personaje (véase al respecto M.J. Parodi Álvarez y M.J. Izco Reina: “El General Díaz Pimienta. Señor de Puerto Real”, en Diario de Cádiz, 17/VII/2000 y 24/VII/2000).
Francisco Díaz Pimienta, un personaje que sacude los esquemas del inmovilismo social en la España barroca, que es protagonista de un singular ascenso social en su época, y que protagoniza, asimismo, un particular capítulo de la Historia de Puerto Real, nació en Cuba, en la ciudad de La Habana en 1598; al parecer no era “limpio de sangre”, ni por parte de padre ni de madre, siendo hijo de un tal Pimienta, nacido en las Canarias (aunque con un origen familiar portugués y judío), y de una esclava mulata llamada Catalina. Creció de manera humilde, desempeñando bajos oficios, pero una vez entrado en el azaroso mundo del comercio se vería favorecido por la suerte: se enriqueció navegando a las costas africanas (a Angola) y traficando con esclavos, para luego crear unos astilleros en La Habana donde construiría y repararía sus propios navíos.
En la Carrera de Indias conseguiría sus mayores éxitos económicos y, en paralelo a su fortuna, su encumbramiento social; como constructor naval llegaría a contar con un gran peso en dicha actividad bajo el reinado de Felipe IV; y, siendo oficial de las Reales Armadas, no por ello abandonaría sus negocios comerciales. Reforzaría su posición social con su matrimonio con Alonsa Jacinta de Vallecilla, hija de Martín de Vallecilla y Ochoa, almirante de la Armada de la Carrera de Indias, y general de la Flota de Nueva España. Consolidado su ascenso económico, comenzaría, a partir de 1644, a asentar los cimientos de su ascenso social (mediante su ennoblecimiento) y el de su familia; así, una vez conseguido el hábito de Santiago (elemento de prestigio y relevancia en la sociedad española de la época), llegaría a comprar el señorío de la Villa de Puerto Real a Felipe IV, en 1646, por 36.916 ducados de plata; sus herederos lo mantendrían (con la franca oposición de los vecinos a esta circunstancia) hasta 1676 (cuando la Villa recompraría su libertad).
Hecha esta semblanza breve del personaje, es de señalar el almirante fallece en 1652 ostentando aún el señorío sobre la Villa; el acceso a la bóveda de los Remedios arrojará luz sobre la cuestión de si el panteón funerario de los Díaz Pimienta llegó a erigirse en el subsuelo de la Prioral o no.
En diversos testamentos se han podido encontrar datos que ayudan a conocer la realidad de esta Capilla de Nuestra Señora de los Remedios: así, en la carta de última voluntad del portorrealeño Juan Alonso Mojarro, se menciona (en 1668) la existencia de un estrado de madera donde se ubicaría una imagen de Cristo (Archivo Histórico Provincial de Cádiz, Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 68, f. 229); además ya en 1653, unos años antes de este referido testimonio, se haría quizá referencia a esta figura, a esta imagen, en el testamento de Leonor de Baeza, documento que proporciona un dato acerca de su ubicación al colocarla …en el lado izquierdo como se entra en la capilla… (AHPC, Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 71, f. 175). Es de entender que cada capilla tendría, como era de esperar, ya que en las mismas podrían celebrarse ceremonias, su propio altar.
Similar al anteriormente considerado de la capilla (funeraria) de Los Remedios parecería ser el caso de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, requerida como lugar de sepultura por algunos portorrealeños (si bien en un número inferior a lo que sucediera en el caso de la capilla anterior); parecería producirse un cierto incremento en el número de personas que solicitaban ser enterradas en este lugar a principios del siglo XVIII respecto a momentos anteriores.
En la capilla del Rosario, actual antecámara de capilla Sacramental, se ha podido hallar referencias relativas a al menos nueve sepulturas establecidas allí entre los años 1634 y 1704 (seis de las cuales corresponderían a personajes femeninos y las tres restantes a varones). Años antes de las fechas citadas, a finales del siglo XVI, en 1587, el testamento de Estefanía Ramírez menciona el deseo de la titular de recibir sepultura en la Iglesia Mayor, no especificando el lugar en concreto para dicho enterramiento, si bien se señala con claridad que debe producirse el sepelio donde estaba enterrado el suegro de la interesada, llamado Antón Ramos.
Otra cuestión interesante de este testamento es la mención que en el mismo se hace de esta capilla del Rosario y de su homónima cofradía (AHPC, Protocolos notariales, sec. Puerto Real. L. 23, s/f.), cuando la antedicha señora Ramírez señala su voluntad de que …se me digan en cada un año en la dicha iglesia en la Capilla de Nuestra Señora del Rosario (cierto número de misas)…; al mismo tiempo se especifica que dichas misas deben ser ofrecidas …por la cofradía y hermanos de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario de esta Villa…
Como continuamos viendo, las capillas de la Prioral van desvelando su rol como espacios funerarios, y, de este modo, van asimismo dejándonos ver el “mundo subterráneo” que se esconde bajo el subsuelo de la parroquia de San Sebastián, cuando menos desde el mismísimo siglo XVI, incluso desde antes (como vemos en el caso de Estefanía Ramírez, de 1587, o de su suegro, sepultado ya antes de dicha fecha) de la fecha de la consagración del templo en 1592.
Y seguiremos en próximos párrafos desgranando la historia de estos espacios subterráneos de la Villa, algunos funerarios, otros quizá no, pero todos dormidos bajo nuestros pies desde hace, en algunos casos, varios siglos…