[Este artículo, con el título «Sobre la interacción de los medios marítimo y terrestre y su papel en la economía de la Bahía de Cádiz en época romana altoimperial. Algunas notas», fue recogido originalmente en las Actas de las VI Jornadas de Historia de Puerto Real. Cádiz, 1999, pp. 23-39; como señalábamos la pasada semana, se publica ahora en “Puerto Real Hoy” fraccionado en dos entregas, siendo ésta la segunda de las mismas].
Retomamos ahora el discurso sobre la interacción entre los medios marítimo y terrestre en el ámbito de la Bahía de Cádiz (con inclusión de las tierras del actual término municipal de Puerto Real) en época romana (en época altoimperial, de manera más específica), tema en el que nos adentrábamos en la anterior entrega de esta serie dedicada a la Historia de Puerto Real y que completamos en los párrafos que siguen.
La Economía de los ríos
Hemos querido separar del discurso general de la Bahía de Cádiz los aspectos relativos a los dos cursos de agua propiamente fluviales de su entorno inmediato, los ríos Iro y Guadalete. El Iro es un cauce de marcada estacionalidad que recibe los aportes de arroyos de la zona como los de las Tortas, Salado, Palmeka, del Cañuelo, de la Cepa, de Valsequillo, de Saltillo y de la Cueva; atraviesa la ciudad de Chiclana (víctima de la violencia de sus inundaciones) yendo a desaguar al Atlántico a través de la desembocadura del caño de Sancti Petri (44). El Guadalete por su parte puede ser considerado como el gran agente transformador de la Bahía de Cádiz. Si el estuario del Guadalete hubo de formarse a partir de uno de los paleobrazos de desembocadura del río Guadalquivir (45), lo más significativo en la evolución geológica (e histórica) de la Bahía es su paulatino proceso de colmatación, acelerado en tiempos recientes por la acción humana, proceso en el que el río Guadalete -merced a sus aportes- juega un notable papel (46).
La acción humana ha contribuido igualmente a las transformaciones de la Bahía: rellenos como los efectuados en los Paseos Marítimos de Puerto Real y Gallineras (en San Fernando), o a la entrada de Cádiz por el puente Carranza y Zona Franca han cegado caños y transformado el litoral, pero las actuaciones de mayor impacto han sido las llevadas a cabo en terrenos de la Matagorda, en Puerto Real, donde a la construcción de los modernos Astilleros o la más reciente factoría de Dragados han seguido las obras realizadas para establecer los muelles del Bajo de la Cabezuela; estas obras han alterado la dinámica natural de sedimentación de los aportes del Guadalete y el río San Pedro, de modo que la boca de este último sufre un proceso de colmatación arenosa (47). Otras intervenciones sobre el medio (además de la transformación masiva de los esteros en salinas en el siglo XIX y la puesta en explotación de parte de dichas salinas como piscifactorías, recuperándolas así como esteros, en el presente siglo XX) han sido la canalización del Guadalete en su desembocadura a principios del presente siglo de manera que se evitase la formación de depósitos arenosos en la misma (48) y la desecación de las marismas de Las Aletas y de Cetina (al norte del término portorrealeño), antigua comunicación acuática entre el San Pedro-Guadalete y los yacimientos de la zona (vid. supra), efectuada en los años cincuenta del presente siglo con el objeto de recuperar esas tierras para el cultivo, proyecto que se ha mostrado como totalmente inviable debido a la alta salinidad de las mismas.
Respecto al papel desempeñado por el Iro en las actividades económicas de la zona no es mucho lo que podemos decir. Ignorado por las fuentes clásicas, el río de Chiclana debió contar con cierta importancia de cara al transporte de las producciones de los alfares de su comarca, como demuestra la alineación de varios de éstos en torno al río. De este modo contamos con noticias sobre la existencia de un horno romano en la C/ Marqués de los Castillejos nº. 13, inspeccionado por M. Beltrán quien señala la evidente vinculación entre estas instalaciones y el Iro, merced a la proximidad física entre ambos (49). L. Lagóstena por su parte proporciona noticias (llegadas a él por vía oral, según confiesa) sobre la existencia de otros tres hornos romanos (destruidos) en el casco urbano de Chiclana y relacionados con el río Iro: «…el primero situado en la Calle La Fuente, dentro de la ciudad, al margen izquierdo del Río Iro. El segundo y tercero, ambos ubicados en el margen derecho del río, igualmente en el caso urbano, se localizaban en la Antigua Bodega de la mar uno y en la Huerta del Rosario, el otro» (50).
Son estas las noticias con las que contamos acerca de la existencia de instalaciones alfareras romanas (sin mayores precisiones sobre su cronología) en el marco del actual casco urbano de Chiclana; junto a estas instalaciones cabe reseñar, siguiendo a Lagóstena (51), la existencia de cundo menos otros dos establecimientos anfóricos similares, los de «Fontanar» y «Casa de Huertas»; en ambos casos nos encontramos en las inmediaciones del casco urbano y del río Iro (estando el segundo más cerca de este curso que el primero); el yacimiento del Fontanar se sitúa sobre una elevación de 38 metros y se encuentra al N.E. del núcleo urbano; Casa de Huertas, por su parte, presenta una conexión más directa con el Iro, ya que se encuentra sobre una elevación de 29 metros y a sólo 300 metros del cauce actual del río (52). Tanto Beltrán como Lagóstena sitúan en estas instalaciones de Chiclana uno de los ejes básicos (junto con Puerto Real y San Fernando) de la industria salazonera de la Bahía, con lo que parecería consolidarse un cierto grado de semiespecialización por sectores en la zona (53), si bien hemos de insistir en que muy bien puede tratarse más de una cuestión de evolución temporal, (del tiempo que se habría tardado en conseguir la rentabilidad de la vid y el olivo en el área, frente a unas factorías de salazón que contaban con una notable tradición prerromana) que de especialización geográfica en sí (54).
Considerando la vinculación entre la vía navegable y las figlinae siguiendo esquemas de relación entre éstas (vía acuática-alfares) como los trazados por Bonsor o Chic para el Guadalquivir (55), podríamos establecer el límite de la navegación en el Iro (una navegación sometida a la fuerte estacionalidad del propio río, con períodos de estiaje y crecidas violentas) dentro de los márgenes del actual casco urbano chiclanero, contando con una ligera penetración tierra adentro más allá de este perímetro representada por los yacimientos de Casa de Huertas y Fontanar, lo que supone unos cinco kilómetros al interior desde la salida al mar del Iro por el caño de Sancti Petri, si bien el acceso al citado caño de Sancti Petri (verdadero «colector» del extremo meridional de la Bahía de Cádiz, al que hemos de imaginar una mayor anchura y profundidad respecto a las actuales) podría haber resultado más directo aún a través de los caños y canales (como el de Bártivas) situados inmediatamente al N.O. de Chiclana de la Frontera (zona hoy de marismas) y que podrían haber puesto en comunicación el río Iro con un caño de Sancti Petri cuyo curso hubiera podido seguir una trayectoria más oriental, o incluso directamente con la Bahía (56).
En el caso del Guadalete encontramos unas posibilidades de navegación más considerables que en el Iro, hasta el punto que podemos considerarlo un verdadero puerto de mar aún hoy (57). Si el límite para la navegación marítima en la actualidad lo encontramos a dos Km. río arriba del curso, en el moderno puente de San Alejandro que permite el acceso al casco antiguo de la ciudad, no siempre hubo de ser así; prueba de ello son los restos de embarcaciones pesqueras que se encuentran en las riberas del Guadalete justo corriente arriba del citado puente, así como los varaderos de pesca que se sitúan en la ribera derecha del río, entre los restos del antiguo puente (derruido en los años setenta del presente s. XX) y la estructura del moderno (58). El límite de la acción de las mareas está a la altura del Portal del Guadalete, doce Km. al interior (al N.E. del Pto.de Sta.María), lugar que ha sido identificado por algunos investigadores con el «ad/at portum» latino (59); en dicho emplazamiento encontraremos vestigios de la navegabilidad del Guadalete hasta punto tan al interior en tiempos históricos.
No son muchas las noticias sobre la presencia de barcos romanos en el interior del Guadalete, río arriba de El Portal, pero las pocas con las que contamos muestran a todas luces que dicha navegación debió realizarse de forma ordinaria hasta tiempos más recientes. Así, si Bonsor ya señalaba la funcionalidad de las mareas en el Guadalete, fenómeno cuyos efectos se hacían sentir hasta El Portal (60), Pemán proporciona la noticia del hallazgo a mediados del presente s. XX de los restos de una embarcación «…al parecer romana…» en la Marisma de las Mesas de Asta, en un lugar llamativamente denominado «El Muelle» (61). De la navegabilidad de las marismas entre el Guadalquivir (caso similar a la marisma jerezana) y el Guadalete rinde cuentas Chic, proporcionando noticias sobre el hallazgo de diversas embarcaciones en dicho entorno (62); a estas referencias sumaremos las relativas a la continuidad de la navegación por el Guadalete hasta la marisma jerezana en épocas medieval y moderna. De este modo, Hipólito Sancho de Sopranis revela la existencia de comercio marítimo e instalaciones pesqueras en punto tan al interior como el Cortijo Casarejo (en término de Trebujena) (63) en plena segunda mitad del siglo XV (en 1467); podemos poner en relación con esta información los testimonios de Chic (64) sobre el hallazgo en 1980 de un pecio medieval (datado merced a la cerámica del estrato en torno al s. XIV) en el Cortijo de la Herradura (El Portal), a seis metros de profundidad (lo que da idea del nivel de colmatación del terreno).
Con estos datos no podemos albergar dudas acerca de la continuidad de la navegación por el Guadalete hasta las postrimerías de la Edad Media, pero será un estudioso de la zona, A. Rodríguez del Rivero, quien nos proporcione otras noticias sobre la continuidad de esta actividad en un estudio que cuenta con más de 50 años (65); según este autor, las naves de Jerez de la Frontera utilizaban como fondeadero (hasta las postrimerías del siglo XV) la ensenada natural de la Bahía gaditana hoy ocupada por el casco urbano de Puerto Real (66), población fundada como villa de Realengo por los Reyes Católicos en 1483 con el objeto de dotar de una ciudad propia a la Corona de Castilla en la Bahía de Cádiz (donde todas las localidades eran señoríos de los Ponce de León, los Medinasidonia o los Medinaceli), para lo cual se creó la nueva población segregándola del gran núcleo de Jerez, cuyo casco urbano quedaba demasiado lejos del contacto directo de la costa para los intereses de Isabel y Fernando (67). Junto a este dato, Rodríguez del Rivero proporciona igualmente noticias sobre el servicio de galeras de Jerez de la Frontera en el siglo XVII (con disposiciones de 1642 para el servicio de presos de las cárceles jerezanas como galeotes y con reglamentos de pesca de ese mismo año); menciona también la existencia de una Cofradía de Pescadores en Jerez (en 1661), situada bajo la protección de San Telmo (santo especialmente relacionado con los marineros y las actividades náuticas) y de la cual sólo podían ser miembros gentes de la mar (según los Estatutos de la referida Cofradía aprobados en 1588).
También relata Rodríguez del Rivero la construcción de un «arrecife-muelle» (es decir, un muelle que sirviera al tiempo de protección de la ribera y de camino) en el Portal en 1621 (68); este dato puede ser relacionado con las estructuras análogas halladas en el Portal (pilotes de madera relacionados con embarcaderos o con obras de protección de las orillas) a las que Chic hacía referencia (69); Rodríguez las relaciona con las necesidades de mantener el tráfico por el Guadalete, tal como sucedería en época romana, un tráfico fluvial vinculado con el Nuevo Mundo (a través de la Casa de Contratación), vinculación que quedaría demostrada por la Real Orden de 1809 concedida a Jerez habilitando a dicha ciudad como puerto marítimo para el comercio con América; los últimos coletazos de esta actividad marítima jerezana vendrán con el avanzar el siglo XIX: si en 1842 se ordena al Ayuntamiento de Jerez la entrega de madera para la reparación del navío «Soberano», en 1858 desaparecería la Ayudantía Militar de Marina de Jerez, manteniéndose (aguas abajo del Guadalete) la del Puerto de Santa María (dependientes ambas de la Capitanía Militar de Marina de Cádiz), lo que, junto a la sedimentación del río, iría marcando el declinar de la navegación marítima aguas arriba del Puerto de Santa María (70).
Sobre el uso como vía navegable del Guadalete en la Antigüedad, además de los pecios hallados en su curso y en la marisma jerezana, ha de tenerse en cuenta la disposición de las figlinae de la zona en relación con el río (71), de modo que tales establecimientos puedan servirnos de guía para reconstruir el hecho potencial de la navegación por el río en su curso interior. Ya en 1979 Chic señala la conexión entre el río y un punto tan al interior como el alfar de San Isidro del Guadalete, al que se añade toda una serie de homólogos entre Arcos de la Frontera y la costa: Pago del Águila (Vegas de Cobiche), el citado S. Isidro del Guadalete (a 12 Km. al E. -río arriba- del Portal), Rancho de Perea, S. Ignacio, Cejos del Inglés, Alto de las Cruces, El Tesorillo (72). Esto nos lleva de nuevo a plantear la necesidad del establecimiento de obras de canalización y regulación artificiales en el Guadalete de cara a permitir la navegabilidad de éste (73). Cabe decir que el establecimiento de un puente fijo sobre el Guadalete a su paso por Arcos no se llevaría a cabo hasta fecha tan reciente como 1868, ya que las avenidas del río y la falta de medios darían al traste con varios proyectos (74).
Otro factor a tener en cuenta ha de ser el establecimiento de explotaciones fundiarias en el ámbito de la Bahía y, en concreto, en relación con el Guadalete. En efecto, desde punto tan al interior como Arcos de la Frontera (Arci), la campiña gaditana presenta evidencias de su explotación y ocupación en época romana, de modo que hemos de coincidir con Rodríguez Neila y Chic García a la hora de destacar el papel de terrateniente que la oligarquía gaditana habría desempeñado (y desarrollado) con la asimilación de su ciudad en el marco de los esquemas políticos y económicos y sociales) romanos (75). De esta forma encontramos vestigios de explotaciones fundiarias romanas en relación con los ríos Guadalete y Majaceite (76) y en el resto de la campiña de Arcos (77); a éstas han de sumarse las situadas río abajo del actual municipio arcense, como las identificadas por Santero y Perdigones (78) o por Chic García (79), hasta llegar a tierras del Puerto de Santa María y, finalmente, al mar (80), por no hablar de las explotaciones vitivinícolas de tierras jerezanas (ya estudiadas por Beltrán, Chic y Marín y Prieto) y su papel en la economía exportadora de la Bética, ya señalado -siquiera de un modo general- por Estrabón (81).
Por todo ello, la ausencia de obstáculos (en forma de puentes, molinos, aceñas) hasta la misma Arcos (y ello hasta tiempos recientes), la existencia de pasos transversales mediante barcas (como demuestran topónimos como el de la «Barca de la Frontera» o tan al interior como en la misma ciudad de Arcos), la existencia de restos de naves romanas y medievales en puntos de la marisma jerezana y de las proximidades del Portal del Guadalete, la continuidad de las actividades marinas (incluso con representación de la Administración estatal) por el Guadalete (hasta El Portal) hasta la segunda mitad del s. XIX, la presencia de restos materiales que testimonian la intervención humana de cara a mejorar la navegación por el río (como las estructuras de madera relacionadas con embarcaderos y con obras de contención de las riberas y regulación del caudal), la existencia de alfares junto al río y en la marisma del mismo en una zona tan al interior como en San Isidro del Guadalete (a más de 12 kilómetros río arriba de El Portal), así como la vinculación cierta entre la ocupación humana de la campiña (villae) y el cauce fluvial, la demostrada navegación del río Guadalete corriente arriba del casco urbano de la actual localidad de El Puerto de Santa María (una navegación no obstaculizada por los puentes anteriores al actual de San Alejandro), la condición de puerto de mar de esta ciudad (aún hoy día), las condiciones del estuario y marisma del Guadalete, todo ello demuestra sobradamente la continuidad de la navegación por el mencionado río más allá del punto considerado tradicionalmente como máximo para tal actividad, el límite de las mareas en el Portal del Guadalete.
Notas:
- Vid. al respecto A.A.V.V., La Provincia de Cádiz Pueblo a Pueblo. Cádiz 1995-1996, cp. 4, «Chiclana de la Frontera» (s/p.).
- C. Zazo, «Paleogeografía de la desembocadura del Guadalquivir al comienzo del Cuaternario (Provincia de Cádiz, España)», Actas I Reunión del Cuaternario Ibérico. Lisboa 1985, pp. 461-472; para una opinión matizada del particular, vid. G. Chic, «Gades y la desembocadura del Guadalquivir«, Gades 3, 1979, pg. 14. Sobre una unión artificial realizada por manos humanas en tiempos históricos entre los cauces de los ríos Baetis y Guadalete contamos con diversas referencias; entre éstas cabe destacar el estudio realizado por G. Chic, F. Díaz y A. Caballos, «Un posible enlace entre las marismas del Guadalquivir y el Guadalete durante la Antigüedad Clásica», en Actas de la V Reunión del Grupo Español de Trabajo del Cuaternario. Sevilla 1981, pp. 199-209; vid. igualmente G. Chic, «Portus Gaditanus«, Gades 11, 1983, pg. 110 y notas 29-31 (para la conexión antigua entre ambas corrientes y los intentos de recuperarla en los ss. XVI-XVII); asimismo Rodríguez habla de las disposiciones tomadas en fecha tan tardía como 1809 para la unión de los ríos en cuestión, disposiciones que quedarían en meros trámites administrativos «…por falta de fondos para tan magna obra…» (A. Rodríguez, «Xerez de la Frontera y el fondeadero de su escuadra (hoy Puerto Real) en la Antigüedad», en Archivo Hispalense 12, 1945, pp. 34-35); sobre los intentos y proyectos para realizar esta conexión entre los ríos Guadalete y Guadalquivir en época moderna, cfr. M.M. González Gordón, Jerez-Xerez-Sherrish. Noticias sobre el origen de esta ciudad y su vino. Jerez 1970, pp. 66-ss.
- Vid. F. Borja, «Evolución del litoral y síntesis climática. Paleoensenada y llanura del Guadalete», en Geografía Física. Bahía de Cádiz. Guadalete. Grazalema. Jornadas de Campo. Cádiz 1989, pp. 25-35; vid. n. 12, supra.
- Se trata de un paleocauce del Guadalete hoy convertido en brazo de mar que divide los municipios de Puerto Real y Puerto de Santa María y que resulta aún navegable para pequeñas embarcaciones (incluso en bajamar) hasta más de seis Km. al interior de su curso, debiendo ser salvado sobre sendos puentes por la vía férrea y por la N.IV (hoy autovía en su tramo entre Puerto Real y Jerez); conecta con el mar por la playa de Valdelagrana y el proceso de colmatación de su boca se encuentra tan avanzado en la actualidad que se puede cruzar a pie por la misma en la bajamar, con lo que el San Pedro lleva camino de convertirse en una particularmente alargada laguna interior (lo que técnicamente recibe el nombre de «lagoon»). En su conferencia de título «Entre lo Púnico y lo Romano. Las transformaciones de la Bahía Gaditana en época Republicana» (vid. supra, nota 40), L. Lagóstena hizo mención de la existencia de un pecio romano en el río San Pedro, navío que contaría en su cargamento con ánforas vinarias del Mediterráneo Oriental (rodias) y Dressel 20 de producción local (cuya presencia aboga claramente por la existencia de unas producciones oleícolas destinadas -siquiera en parte- a la exportación en tierras de la Bahía de Cádiz ya en el siglo I de nuestra Era, pese a los tópicos que parecen adjudicar al entorno de la Bahía un escaso -por no decir nulo- papel en la economía aceitera de la feliz Bética).
- Vitrubio (De Arch. V.12) aconseja no construir en las bocas de ríos puertos artificiales por el peligro de su colmatación merced a los depósitos sedimentarios transportados por los ríos.
- M. Beltrán, «Problemas de la morfología y del concepto histórico-geográfico que recubre la noción tipo. Aportaciones a la tipología de las ánforas béticas», en Méthodes Classiques et Méthodes Formelles dans l’Étude des Amphores. Roma 1977, pg. 103.
- L. Lagóstena Barrios, op. cit., pg. 122 (cursiva del autor).
- Alfarería Romana, op. cit., pp. 122-124.
- Cumpliéndose las condiciones de C. Pemán Pemartín («Alfares y embarcaderos romanos en la provincia de Cádiz», A.E.Arq. 32, 1959, pg. 171) sobre la distancia y elevación de los alfares respecto a los cursos de agua; en este caso se trataría de prevenir las riadas del Iro.
- Vid. nota 26, supra.
- Cfr. G. Tchalenko, Villages antiques de la Syrie du Nord; le massif de Bélus à l’époque romaine 1-2. París 1953, pp. 413-415, quien destaca la necesidad de una fuerte inversión inicial y de mano de obra especializada (los agrónomos latinos al especificar las necesidades de agua y los instrumenta de un fundus, contaban entre éstos últimos a las naves; junto a otros útiles una parte más del instrumentum eran las naves, según el Digesto, 33.7.12), para mantener unas explotaciones que no rendirían beneficios hasta unos 10-12 años después de su puesta en activo; vid. K. Greene, The Archaeology of the Roman Economy. London 1986, pp. 138-139; igualmente R. Duncan-Jones, (The economy of the Roman Empire. Quantitative Studies. Cambridge 1982, pp. 39-ss.), destaca (analizando a Columela) las necesidades de capital y trabajo iniciales que conllevaba el cultivo de la vid (con vistas no ya al autoabastecimiento, sino a la comercialización del producto); al mismo tiempo (op. cit., pg. 327), señala la abundante mano de obra especializada necesaria: para mantener una explotación de 100 iugera (28.800 piés cuadrados, 25’182 áreas) se requerían 16 individuos con dedicación completa (Catón, XI. 1), lo cual aún pareciendo exagerado al propio autor rinde una idea de lo costosa que una explotación vitivinícola resultaría; G. Chic, «La región de Jerez en el marco de la Historia Antigua», I Jornadas de Historia de Jerez. Jerez de la Frontera 1988, pp. 28-ss., ofrece una clara imagen del papel de los vinos de la comarca interior de la Bahía en la economía exportadora bética en el tránsito de las Eras y los principios del Imperio (vinos como los gaditanus, hastensis, nabrissensis, y ceretanus, así como sus derivados, los arropes y sancochos –defrutum y sapae– y las conservas de uvas). Otras fuentes sobre el laborioso cuidado de la viña, Catón XI y XIII; Columela, De Re Rustica III.3; S. Isidoro Sevillano, Etimologías XVII.5; Palladio, Opus Agric. I.11.
- G.E. Bonsor, Expedición arqueológica a lo largo del Guadalquivir. Écija, 1989; G. Chic García, La Navegación por el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla en época romana. Écija, 1990.
- Una Bahía parte de cuyas tierras emergidas hoy (esteros, marisma y salinas) habría estado cubierta de agua en la Antigüedad. Sobre el Caño de Sancti Petri y la navegación romana por la Bahía y la existencia de un fondeadero marítimo en dicho caño vid. M. Gallardo, C. García, C. Alonso y J. Martí, «Carta Arqueológica subacuática de la Bahía de Cádiz», en Cuadernos de Arqueología Marítima 3, 1995, pp. 105-122; para el puerto romano de Gades y el canal Bahía-Caleta, vid. M.E. Aubet, Tiro y las colonias fenicias de Occidente. Barcelona 1987, pp. 232-ss.
- Vid. nota 40, supra.
- Ambos ejemplos testimonian la navegabilidad del Guadalete corriente arriba del antiguo puente de San Alejandro (si bien aparecen en las inmediaciones de donde éste se encontraba), al que no hemos de suponer un obstáculo para la navegación.
- Vid. tal reducción en G. Chic García, «Portus Gaditanus«, en Gades 11, Cádiz 1983, pp. 111-112; del mismo autor, «Lacca«, en Habis Nº. 10-11, 1979-1980, pp. 275-276 y nota 125.
- Bonsor, op. cit., pg. 92, señala la existencia de un punto de control administrativo y fiscal romano en el Guadalete a la altura de la localidad del Puerto de Santa María; al tiempo rinde cuenta (sin más detalles) de la presencia de restos romanos a los que identifica con figlinae en El Portal y sus inmediaciones (en el antiguo brazo del Guadalete, llamado «Madre Vieja»).
- C. Pemán, «Alfares y embarcaderos romanos en la provincia de Cádiz», en AEArq. 32, 1959, pg. 173; no se dan en ese trabajo más datos sobre el pecio, sólo la noticia de su hallazgo.
- Chic, «Gades y la desembocadura del Guadalquivir», Gades 3, 1979, pg. 11 (en las marismas de las Mesas de Asta, en la marisma de Lebrija, en la marisma de Rajaldabas, en Trebujena, donde se hallasen estructuras correspondientes a un horno cerámico, y en la marisma de Ebora, donde se encontraran además restos de instalaciones alfareras romanas).
- H. Sancho de Sopranis, Historia Social de Jerez de la Frontera al fin de la Edad Media. I. La vida material., Jerez 1959, pg. 64.
- G. Chic («Lacca«, en Habis 10-11, 1979-1980, pp. 264-265, n. 64), detalla el hallazgo de dos anclas de hierro, cordajes (deshechos al secarse) y lapas sobre los restos del pecio, lo que según el autor demostraría su prolongada inmersión; al mismo tiempo revela Chic la presencia de restos anfóricos, incluso de fallos de cocción (que estima podrían corresponder a Dressel 10), lo que indicaría la existencia en las inmediaciones de un alfar, justo encima de una serie de pilotes cuyo conjunto es identificado por Chic como una estructura de contención de las riberas como las de más entidad existentes en el Baetis; vid. sobre estas últimas G. Chic, La Navegación por el Guadalquivir…, op. cit., pp. 23-26 y 29-42; para las estructuras de madera halladas en Sevilla relacionadas con la canalización del río, vid. L.J. Guerrero, «Un ancla bizantina hallada en la plaza Nueva de Sevilla», en Museos 2, 1983, pp. 95-98; esta estructura de contención (que quizá pudiera relacionarse con un embarcadero de madera y muelles fluviales romanos) ayuda a revelar la importancia del Guadalete como vía fluvial inscrita en el tráfico comercial de la Bética.
- Trabajo que no ha contado con gran difusión, ya que no lo encontramos en los estudios consultados, pese a sus noticias sobre fuentes directas; A. Rodríguez del Rivero, «Xerez de la frontera…», art cit., pp. 31-35 (vid. n. 45, supra).
- Quizá el «litus curense inflecto sinu» de las fuentes (Plinio, N.H. III.7); sobre la relación de este topónimo pliniano con los «curetes» de Justino (XLIV), G. Chic, «La región de Jerez en el marco de la Historia Antigua», en I Jornadas de Historia de Jerez. Jerez 1988, pg. 22 y n. 23; igualmente, vid. R.R. Chenoll, «Sobre el origen del topónimo pliniano Litus Curense«, en Baetica 5, 1982, pp. 151-152.
- Vid. al respecto A. Muro Orejón, «La villa de Puerto Real, fundación de los Reyes Católicos», trabajo publicado en el Anuario de Historia del Derecho Español XX, 1950, pp. 746-757.
- A. Rodríguez, art. cit., pg. 34.
- Vid. n. 64, supra.
- A. Rodríguez, art. cit., pp. 34-35; la clausura de la Ayudantía Militar de Marina de Jerez no prueba por sí sola el cese de la actividad; en el caso del Puerto de Santa María, su Ayudantía ha sido recientemente clausurada (en la presente década de los noventa), sin que ello signifique que el Guadalete haya dejado de ser navegable hasta ese punto.
- Vinculación entre alfares y vías navegables (no sólo en lo que se refiere al Sur de Hispania, sino en términos generales) señalada por autores como Pemán («Alfares y embarcaderos…», art. cit., pp. 169-173), Bonsor (Expedición…, op. cit.) o Chic (La Navegación…, op. cit.).
- Sobre Vegas de Cobiche, vid. J. y J. de las Cuevas, Arcos de la Frontera. Cádiz 1979, pg. 33, n. 205; G. Chic, «Lacca«, en Habis 10-11, 1979-1980, pp. 263-264 y notas 52-58; G. Pemán, «Alfares y embarcaderos…», art. cit., pp. 169-173; G. Chic, F. Giles y A. Sáez, «Horno cerámico romano del Rancho de Perea (San Isidro del Guadalete)», B.M.C. I, 1978-1979, pp. 43-49; L. Lagóstena, Alfarería romana…, op. cit., pp. 30-62; M.D. López de la Orden, I. Pérez, «Depósito de ánforas en las cercanías de Rota», B.M.C. I, 1978-1979, pp. 51-54.
- Un río «…de carácter pluvial y de fuerte pendiente hasta pasado Arcos…», y de notable estacionalidad, sometido al irregular régimen de lluvias de la comarca gaditana (Chic, «Lacca«, art. cit., pp. 262-263), y a la acción de las mareas (recordemos que El Portal es el límite de las mareas en el Guadalete). Para la intervención humana sobre el río en la forma de obras de regulación no contamos con ejemplos aplicables claramente a su curso, si bien las estructuras de madera encontradas (en un estrato romano) en El Portal (cfr. Chic, «Lacca«, art. cit., pp. 264-265) pueden pertenecer a una infraestructura de regulación y canalización del cauce del río, como señala Chic (loc. cit.); esto, junto con la hipotética unión artificial entre este río y el Baetis (G. Chic García, F. Díaz del Olmo y A. Caballos Rufino, «Un posible enlace…», art. cit., pp. 199-209) en época romana indicaría el interés del Imperio por llevar a la práctica los planteamientos teóricos legales relativos a la protección de los cursos navegables. Cabe reseñar la existencia -otra vez – de un paraje denominado «La Barca»: se trata de «La Barca de la Frontera», a 5 Km. al este de San Isidro del Guadalete; la referencia a una «Barca» (coincidiendo con un curso acuático) en la toponimia de un lugar indica la existencia pretérita de un cruce sobre la vía fluvial, de modo que la navegación (siquiera en forma de paso transversal) sobre ésta aparece como un hecho palpable. El Guadalete se encuentra -hasta Arcos de la Frontera- dentro de la cota de los cien metros de altitud, por lo que la pendiente que salva es mínima en su recorrido entre esta población y su desembocadura.
- Vid. J. y J. de las Cuevas, Arcos de la Frontera. Cádiz 1979, pp. 12-ss.; sobre la identificación del Guadalete con el «Wadilakka«/»Guadibecca» de las fuentes medievales (y su ausencia de las fuentes antiguas) y el origen de Arcos/Arci/Arcilacis, vid. J. y J. de las Cuevas, op. cit., pp. 28-ss.; vid. también G. Chic, «La región de Jerez…, art. cit., pg. 23 y n. 23, quien remite a C. Sánchez Albornoz, «Otra vez Guadalete y Covadonga», en Cuadernos de Historia de España I y II, Buenos Aires 1944, pp. 11-114; vid. también A. Schulten, Geografía y Etnografía Antiguas de la Península Ibérica II. Madrid 1963, pg. 47; para el origen (a partir de la unión de su corriente con la del Majaceite) y la identificación del río y del núcleo romano de «Lacca«, vid. G. Chic, «Lacca«, Habis 10-11, 1979-1980, pp. 273-274; también G.E. Bonsor, Expedición arqueológica…, op. cit., pp. 92-ss.; J. y J. de las Cuevas, loc. cit.
- J.F. Rodríguez Neila, El Municipio Romano de Gades. Cádiz 1980, pp. 122-ss.; G.Chic, «Portus Gaditanus«, Gades 11, 1983, pp. 116-ss.; sobre el establecimiento de colonos itálicos y la expansión del sistema-villa en la Bahía de Cádiz, vid. E. García Vargas, «La producción…», art. cit., pp. 56-ss.; una breve nota del doblamiento en la campiña portorrealeña en L. Perdigones et alii, «Informe Arqueológico sobre los terrenos afectados por la variante de la carretera N-IV a su paso por el término municipal de Puerto Real. Cádiz» (informe de la Consejería de Cultura y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, Cádiz 29/IX/1991).
- J.M. Santero y L. Perdigones, «Vestigios romanos en Arcos de la Frontera (Cádiz)», en Habis 6, 1975, pp. 331-348.
- Como señalaran los de las Cuevas y colacionara Chic (J. y J. de las Cuevas, op. cit., pp. 26-27; G. Chic, «Lacca«, art. cit., pp. 269-ss.) al hablar de la villa del Santiscal (río arriba de Arcos) y las villae de la campiña arcense: «…Soto del Almirante, Matite, Atrera, Aznar (…), Vallejas (…), «Concejo», «Vega de Cobiches» (…). E igual ocurre en la margen derecha del Guadalete, al Oeste de Arcos. En la «Cruz de las Carreras» (…). Por la conocida colada de Jadramil, en el olivar del Tesorillo (…). En otro olivar, en «la Garrapata» (…), en la colada de «San Rafael» (…), en «El Jaudón» (…), en «Casablanca».
- Yacimientos como los de Gédula, Aznar o Albalá (vid. Santero Santurino y Perdigones, art. cit.).
- “Cerro de Alcolea” (Cortijo de Albardén), «El Torno» (entre San Isidro del Guadalete y «La Barca», siguiendo el curso del río), «Parcela del Almendro» (vid. al respecto el artículo de G. Chic, F. Giles y A. Sáez, «Horno cerámico romano del Rancho de Perea», Boletín Museo de Cádiz I, 1978-1979, pg. 48.
- Y encontrar así las explotaciones estudiadas por M. Lazarich y su equipo (vid. M. Lazarich et alii, «Prospección arqueológica …», art. cit., pp. 89-97; eid., «Informe preliminar de la primera campaña…», art. cit., pp. 98-100); igualmente E. García («La producción…», art. cit., Habis 27, 1996, pp. 49-62; «Las ánforas del alfar…», art. cit., III J.H.P.R. Puerto Real 1996, pp. 33-81; La Producción…, op. cit., y L. Lagóstena («Alfarería romana…», art. cit., B.M.C. VI, 1993-1994, pp. 107-116; «El alfar…», art. cit., Habis 24, 1993, pp. 95-104; Alfarería…, op. cit., fundamentalmente.
- Estrabón, III.2.6. (144); cfr. G. Chic, «La región de Jerez en el marco de la Historia Antigua», I Jornadas de Historia de Jerez. Jerez de la Frontera, 1988; sobre los vinos gaditano-jerezanos y sus características identificativas en la Antigüedad romana, notas 27 y 54, supra.