Apuntábamos en el anterior artículo que con esta pequeña serie que comenzábamos hace unas semanas queremos tratar de acercarnos, puesto que nos encontramos en 2017, a un tema que nos lleva hasta el año 1717, cuando hace justamente tres siglos se produjo un hecho histórico que marcaría el desarrollo de la Bahía de Cádiz durante el siglo XVIII, el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla (sede de la gestión oficial del comercio de la Monarquía Hispánica con los mundos ultramarinos) a la ciudad e isla de Cádiz, acontecimiento del que en estos meses de 2017 se viene a celebrar el Tricentenario, un hecho del que no habría de quedar al margen Puerto Real, ya que vendría a ocasionar a la Villa un notable beneficio al verse ésta integrada lleno en unos circuitos económicos de gran radio (para lo que fue fundada por los Reyes Católicos, todo es de decir), todo lo cual habría de redundar, hay que decirlo, en el muy próspero siglo XVIII que nuestra ciudad viviría gracias a los efectos de estos cambios.
En este contexto, tratábamos de ponernos en el lugar de un portorrealeño de hace trescientos años que pudiese encontrarse en el Puerto Real de hoy día, un paisano de 1717 que en 2017 pudiese pasear por nuestras calles y encontrar elementos de nuestro Patrimonio que le resultasen familiares, pues ya existían en su época, otros que encontrase entera o medianamente alterados, pues han sentido el paso del tiempo en mayor o menor medida (y no necesariamente sólo ni principalmente para mal, que también hay excepciones aunque el tiempo no bromea…), y aún otros que le sorprendiesen al resultarle enteramente novedosos, por no hablar de aquellos otros que echase a faltar, perdidos debido al -a la larga- siempre demoledor efecto del paso de los siglos.
Así pues, en este paseo nuestro por las calles del actual Puerto Real en la compañía de nuestro “paisano tricentenario”, de ese portorrealeño de 1717 al que de manera virtual hemos querido traer hasta nuestros días para ver, entre otras cosas, qué elementos de nuestro paisaje urbano le resultarían familiares, hemos tenido ya ocasión de considerar las iglesias históricas de la Villa, la Prioral de San Sebastián y las iglesias de San José y de La Victoria, además del propio viario del casco histórico de la localidad, unos elementos a todas luces singulares de nuestro Patrimonio Histórico, Monumental, Artístico y Cultural (e igualmente de nuestra identidad como portorrealeños) unos elementos que se presentarían (unos conocidos, otros desconocidos) ante los ojos de este extraordinario visitante, pese a los cambios que en estos trescientos años transcurridos desde 1717 tales hitos habrían podido experimentar (y que realmente han experimentado).
Si orientásemos nuestro caminar hacia la zona del actual Parque de El Porvenir, el aspecto de ese espacio urbano tan característico, tan esencial y propio de Puerto Real, sin duda vendría a representar una sorpresa para nuestro “paisano tricentenario” ya que esa zona, conocida tradicionalmente como “La Laguna”, no llegaría a urbanizarse plenamente (y con ello a entrar en los perfiles ya urbanos de la trama del casco histórico local) hasta bien entrado el siglo XIX; el Parque de El Porvenir, de hecho, data de la segunda mitad del Ochocientos, aunque es cierto que dicha zona lagunar comenzaría a recibir el “impacto urbano” de la ciudad (cuyo casco urbano consolidado le era inmediato) ya en el mismo siglo XVIII en el que se comienza a ordenar dicho espacio de la mano de la canalización de aguas que representaría el acueducto de Ruiz Florindo.
Situado en uno de los accesos a la Villa, lugar de entrada para bestias y portes, espacio de canalización de viajeros, mercancías, vehículos y demás elementos en tránsito en su llegada a la localidad y su salida de la misma (elementos entre los que han de contarse, como apuntábamos, las bestias destinadas al matadero, alejado de este entorno), la zona de “La Laguna” conocería diversas intervenciones de mejora destinadas a contribuir a la mayor salubridad del espacio, unas intervenciones que llevarían, como señalábamos, finalmente, a la definitiva y completa inclusión de este espacio en la trama urbana de la ciudad.
En este sentido, uno de los elementos de dicha zona que sería, pese a sus cambios, reconocible para este visitante sería la Posada de Bello (al margen, como decimos, del aspecto que la misma muestra desde hace unos años –poco afortunado ciertamente, tras una intervención que como tantas cosas de la vida podría haber sido más feliz…), y que es una de las fondas o posadas de arrieros existentes en las entradas de la población (como es el caso de la Posada de la Espada, sita en la cruz de las calles de la Plaza y San Francisco, que en su día sí estuvo emplazada en uno de los accesos a la Villa aunque hoy se encuentre desdibujada esta situación, y alguna otra que creemos existe en el casco histórico de la ciudad pese a ser difícil de reconocer), unas fondas precisa y esencialmente destinadas a los viajeros -y arrieros- en tránsito, a albergarlos y proporcionarles un punto de apoyo (al modo de las “stationes” y “mansiones” romanas de hace dos mil años) en sus itinerarios, viajes y recorridos, entre otras funciones cumplidas por estas edificaciones, que representan además un espacio de naturaleza netamente económica en el Puerto Real del Antiguo Régimen (de los siglos XVI, XVII y XVIII, por ejemplo).
La Posada de Bello, aun y a pesar de su aspecto (…), podría ser un elemento de referencia para este “paisano tricentenario” en el entorno del Porvenir (del antiguo pago de La Laguna), como no lo sería la “Caja del Agua” (o el “Arca del Agua”), obra de ingeniería civil de finales del siglo XVIII que serviría como cabecera de la nueva conducción de aguas a la Villa desde Malasnoches, el acueducto obra del maestro Ruiz Florindo. Esta “Caja del Agua” (uno de los hitos de nuestro Patrimonio, algo que no nos cansaremos de repetir), no sería un elemento reconocible para nuestro visitante, resultando un elemento desconocido para un portorrealeño de 1717, pues su construcción habría de resultar muy posterior (aun habiéndose producido en el mismo siglo XVIII, pero a finales del mismo) a la época del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz.
Otros elementos no reconocibles -en líneas generales- para este visitante del pasado serían las torres de ventilación del ya mencionado acueducto de Ruiz Florindo (y los tramos aéreos del mismo -que afloran sobre la tierra), pues toda esta gran obra hidráulica, como sabemos y venimos señalando, data de la segunda mitad del siglo XVIII, y no de los principios del mismo, por lo que su presencia habría de ser un ejemplo de elemento monumental histórico pero desconocido para el portorrealeño de 1717.
En cambio, sí habría de resultarle familiar el propio espíritu y la misma naturaleza del viario urbano portorrealeño, de la trama en damero de las calles del centro y casco histórico de la Real Villa, cuya fisonomía ya vino determinada en la propia Carta Puebla fundacional (a fines del siglo XV), y que a principios del XVIII (pese a la destrucción de la ocupación anglo-holandesa de 1702) habría de mantener las trazas históricas (y actuales) de su origen.
Si nuestro visitante continuase caminando por las calles del actual casco histórico portorrealeño, podría encontrarse, por ejemplo, con la mencionada Posada de la Espada, sita en la encrucijada de las calles de la Plaza y San Francisco, a la que ciertamente reconocería o con la Casa de las Columnas, en la esquina entre la misma calle San Francisco y la calle Real, un edificio monumental que ha venido siendo datado en el siglo XVIII pero que podría, en cambio pertenecer al siglo posterior, al XIX, de acuerdo con algunas hipótesis recientes (fruto de investigaciones que no son nuestras y de las que nos hacemos ahora eco pero sin abundar en sus contenidos) que confiamos verán prontamente la luz[1].
Alcanzando la calle de la Plaza, otro de los jalones de nuestro Patrimonio Histórico que se mostrarían ante los paseantes sería la Portada del Compás del antiguo convento de San Diego, edificio religioso que en su día encontrase su espacio en la manzana en la que hoy se ubica la plaza de Pedro Álvarez Hidalgo y que diera nombre a la plaza de Los Descalzos, en un claro ejemplo de herencia toponímica que se produce igualmente en la calle San Francisco (que recibe su nombre del fundador de la Orden y de los frailes franciscanos del desaparecido convento de San Diego).
Trasladada unos metros de su espacio original, integrada en un edificio moderno (que data de finales del pasado siglo XX) y reformado su remate (que es un añadido contemporáneo, de la época del edificio en el que se inserta), la Portada del Compás es el único resto estructural, arquitectónico, que resta del viejo convento franciscano, que no pudo resistir los embates del tiempo (especialmente a raíz de su desamortización). De seguro a nuestro “portorrealeño tricentenario” habría de sorprenderle el aspecto que presenta actualmente esta ya singular estructura monumental, su “desplazamiento” en la manzana en la que se encuentra, la desaparición del convento al que pertenecía, y el añadido que la culmina.
El entorno de la Plaza de los Descalzos (donde se encuentran las “Casas de Colón”, según es fama en la Villa), y los espacios en dirección a las calles Ángel y Leñadores mostrarían un aspecto enormemente diferente del que debieron tener allá por los tan revueltos primeros años del siglo XVIII.
En ésta que habría sido una zona del extrarradio, de las afueras del núcleo urbano, quizá la casa esquinera de las calles de la Plaza y Leñadores (¿originalmente una posada de arrieros, una casa de campo integrada en el casco de La Villa ya en época moderna…, una de ésas a las que hacíamos referencia con anterioridad?), con su ciertamente evocador patio y su pozo (tan bien conservado por los vecinos), quizá esa edificación, decimos pudiera encontrar asimismo un eco en la memoria de nuestro visitante de hace doscientos años…
Y si girásemos nuestros pasos en dirección opuesta a la que llevábamos, encaminándonos hacia la Plaza de la Cárcel (o de “Blas Infante”, como figura en el nomenclátor actual), nuestro paisano sin duda podría reconocer (si no en su identidad sí en su estilo, característico de la Villa, y pese al aspecto exterior que presenta, con la pérdida de su rejería original, sustituida por una en absoluto a la altura de la primigenia, alguna intervención poco afortunada en su fachada, y su color, que tapa la piedra ostionera característica de Puerto Real, salida en una altísima proporción de las canteras de piedra del actual parque de Las Canteras -valgan el juego de palabras y la redundancia, que no es casualidad que nuestro pinar tenga ese nombre…) el monumental edificio de la confluencia entre las calles de la Plaza y Sagasta, la que fuera conocida popularmente como la “Casa de la Rubia”, y que albergase hasta no hace muchos años una de las últimas “tiendas de montañés” activas y en funcionamiento en nuestra población, y que sin lugar a duda marca con su señero empaque los ritmos estéticos de su manzana y de este cruce de caminos entre las calles Sagasta y de la Plaza.
Desde allí continúa abriéndose nuestro caminar por la calle de la Plaza, verdadera espina dorsal de nuestro casco histórico, hacia la plaza de Jesús, un paseo jalonado de elementos referenciales en potencia que se mostrarían ante los ojos de nuestro paisano del ayer, y algo en lo que nos detendremos, por nuestra parte, en los párrafos por venir de esta serie.
REFERENCIAS
[1] Lamentable el estado de la Casa de las Columnas, lamentable que no se supiera aprovechar entre 2011 y 2015 el trabajo previamente avanzado, lamentable ejemplo de vacuidad e irresponsables discursos vacíos, lamentable y singular ejemplo de lo que no hay que hacer y de lo caros que salen a una ciudad, como decimos, los discursos políticos oportunistas y vacíos lanzados al aire desde la ausencia de responsabilidades y que, cuando éstas responsabilidades se materializan, se deshacen (los discursos y quienes los lanzaron) en el mismo aire que los sostuvo una vez.